miércoles, 1 de mayo de 2019

Aprender a escribir

En su libro La situación y la historia -El arte de las narrativas personales-, la escritora Vivian Gornick dice lo siguiente, que no traduzco solo para que no pierda fuerza: 

I have learned that you cannot teach people how to write—the gift of dramatic expressiveness, of a natural sense of structure, of making language sink down beneath the surface of description, all that is inborn, cannot be taught—but you can teach people how to read, how to develop judgment about a piece of writing. 

Yo la verdad no sé. Gornick da una opinión personal, y no me encuentro cómodo cuando alguien hablar con tanta propiedad sobre un tema, sin importar cual sea. Pienso que la escritura, como muchas otras actividades, depende mucho de qué tanto se practique, y no creo que sea un "don" en su totalidad innato 

He escuchado a otras personas, que quizás comparten la postura de Gornick, y critican toda la oferta que existe hoy de cursos y Maestrías en escritura Creativa. 

Hace poco leí un fragmento de Isaías Peña, no lo conozco, supongo que es un escritor, con relación al término Escrituras Creativas: "Nunca la escritura es sujeto. Es una herramienta. Es creador el sujeto humano, tú.” 

En fin, todo esto únicamente para contarles que al mail me llegan muchas ofertas de cursos de escritura. Hay algunos que me interesan y otros no. Para los primeros, si tuviera tiempo y suficiente dinero, seguro los tomaría, sin importar si me van a enseñar a escribir o no, solo porque sé que voy a pasar un par de horas hablando de libros, autores y escritura, y ya con eso me basta. 

Muchas veces, en esas ofertas vienen acompañadas de un pequeño resumen de quien dicta el curso y los textos que va a utilizar. Lo que suelo hacer es copiar los títulos de los libros, y añadirlos a mi siempre creciente lista de libros por leer. 

Un E-mail que estoy a punto de borrar, cuenta con los siguientes: Fuera de lugar de Edward W Said; Las pequeñas memorias de José Saramago, Memoria por correspondencia de Emma Reyes; Apegos Feroces de Vivian Gornick, e Infancia de J.M Coetzee. 

De primerazo me llama la atención el de Said; igual los anotaré todos, a ver si le doy la oportunidad a alguno en el futuro.

martes, 30 de abril de 2019

Comprar libros

“¿Tienen Los Tiempos del Odio de Rosa Montero?”, le pregunto a una de las personas que atiende en uno de los pabellones de la Feria del Libro. “Deme un segundo y pregunto”, responde una mujer muy flaca que lleva gafas con un marco grueso de color negro, mientras desaparece de mi vista. 

“¡Uyy! Ese es buenísimo”, dice una mujer que que se encuentra a mi lado. “Me lo terminé la semana pasada”, concluye. Calla unos segundos y luego dice “Tan metida yo, ¿cierto?”. Le sonrió y le digo que no hay problema, y le pregunto que si ya se leyó los otros dos: Lágrimas en la lluvia y el peso del corazón, que completan la saga futurista de la detective Bruna Husky. 

“Ahh si el del corazón me lo leí hace un tiempo”, pero el otro no. No sabía que era una saga”, responde. “¿Va a ir a alguna de las charlas de la escritora?, le pregunto. 
“Cuándo?”, pregunta abriendo los ojos. 
“El otro fin de semana”. 
¿Dónde?”. 
“Aca en la fería”. 
“¿Oiste?”, le pregunta a su esposo, Rosa Montero va a dar unas charlas, ¿venimos?”. 

Pasado unos minutos, con la ansiedad que me genera tener tantos libros rodeándome y no poder encontrar los que quiero, le digo a mi hermano que nos vayamos. “Espere que la mujer le dijo que ya venía”, me dice. “Tiene razón”, pienso, y me distraigo mirando las caratulas de unos libros que no me interesan. 

Al rato aparece la mujer y me dice que no lo tienen, pero que lo puedo encontrar en cualquier stand de Planeta. Le doy las gracias y me dirijo a la caja para llevarme Los Informantes, de Juan Gabriel Vásquez y La Eterna Parranda de Alberto Salcedo Ramos, un libro al que le tenía ganas desde que tomé un taller de crónica, con Sergio Ocampo Madrid, por allá en el 2016. 

Tiempo después por fin encuentro el stand, y sí tienen el libro de Montero, pero también busco con ansias La vida a Ratos, la última novela de Juan José Millás, mi escritor favorito. Recuerdo, en ese momento, mi primer encuentro con el escritor, precisamente en el stand de Planeta. En ese entonces no tenía idea de su existencia, pero alguien había dejado Articuentos Completos a la vista. Lo tomé para hojearlo y lo abrí, digamos en la página 678, leí una frase que me hizo totear de la risa, y no dude en llevarlo. Que maravilla eso de la serendipia. 

Me canso de buscarlo porque nadie parece tener idea del escritor español, y porque es complicado que una publicación tan reciente esté en la fería. Igual no salgo con las manos vacias, también me llevo: Era más grande el muerto de Luis Miguel Rivas, Diario del Gueto de Janusz Korczak, una de esas compras a ciegas, y una librería en Berlín, de Françoise Frenkel, porque tengo una debilididad gigante por esas novelas que vislumbran a los libros como una de nuestras últimas fronteras de batalla. 

Con mis compras me dan la opción de escoger dos libros gratis, los que tienen no me llaman para nada la atención, y tomo dos a al azar solo porque sí, pues no los pienso leer, ni hojearlos, nunca: Diario de gratitud y felicidad de Karen Halliday y por qué Juegan once contra once de Luciano Wernicke. Que lástima, en la versión pasada de la feria del libro, uno de los libros que tenían para regalar era “Como contar una historia”, un taller de guion de Gabriel García Márquez.

lunes, 29 de abril de 2019

Que cagada de muerte

Si no recuerdo mal, cuando era pequeño nunca sentí necesidad de tener mascota, o de pronto sí, aunque ya no me acuerdo, quise tener un perro, pero fue un deseo que nunca mencioné a mis padres porque sabía que no me iban a dejar tenerlo en el apartamento. Muchas veces los oía decir cuando hablaban con amigos: “Un perro es para tenerlo en una casa con un patio grande”, y luego comenzaban a hablar sobre Nicki, un perro salchicha que tuvo mi hermano mayor cuando vivieron en Popayán, en una casa con un patio amplio. 

Las ganas de un perro como mascota de pronto era un deseo inconsciente, del que mis padres se dieron cuenta cuando jugaba con Simona, la perra de una vecina. 

Un día se aparecieron con una tortuga de las pequeñas, y me dijeron que cual nombre me gustaría ponerle, y yo, a mis ocho años, ajeno a procesos creativos de lluvia de ideas y divergencia, respondí “Tuga”, y así se quedó. 

La casa de Tuga era un acuario con muchas piedras pequeñas y lisas, acomodadas contra una de las esquinas y el resto era agua a un nivel poco profundo. Tuga era más bien floja para nadar, y se pasaba la mayor parte del tiempo sobre las piedras. Solo se sumergía cuando le  cambiábamos el agua por agua templada. 

Era muy caprichosa. Le gustaba la carne cruda, pero solo la aceptaba si se la dábamos en trozos muy pequeños ensartados en la punta de un palillo. Alguna vez me las arreglé para introducir un ínfimo pedazo de lechuga en uno de los trozos de carne, y se lo di. Comenzó a masticarlo y al poco rato escupió la lechuga y se tragó la carne. 

Hizo parte también de mis carreras de carros y era la piloto, solo un decir pues la montaba en el platon de una camioneta negra que solía ganar porque era la que mejor se deslizaba sobre un tapete blanco lleno de irregularidades. 

Tuga parecía un animal sano, hasta que un día sufrió estreñimiento y a mi hermana se le ocurrió aumentar el nivel del agua para que tuviera que esforzarse nadando hasta las piedras, pues ella pensó que ese esfuerzo la iba a ayudar a defecar. 

Al día siguiente apareció flotando boca arriba; cuando lavamos el acuario nos dimos cuenta de que sí había defecado.  

domingo, 28 de abril de 2019

Hágale que no viene carro

El prefijo des indica la inversión o negación de un significado. Me parece entonces que la palabra Demente, “deterioro de las facultades mentales”, le hace falta una s o, mejor, para no afectarla, que debería existir otra nueva: Desmente

Esa palabra haría referencia a ese tipo de situaciones que, imagino, todos hemos experimentado, en las que nos enfrentamos a una situación con poca información, y en las que debemos tomar una decisión rápida. Una de esas en las que no tenemos tiempo para llamar a un amigo ni consultarlo con la almohada; una decisión, como todas, que bifurca nuestro camino para bien o para mal. 

Pare ese tipo de momentos es que aplica la palabra desmente, cuando le hacemos más caso a la intuición, al feeling interno que a la razón, y decidimos algo importante en nuestras vidas sin echarle mucha cabeza al asunto, es decir, sin mente. 

Esta palabra, no-palabra, implica perfeccionar el arte del porque sí, uno que muy pocos dominan, pues cuanto nos cuesta dejarnos llevar por el impulso, y no sentir la necesidad de tener cada palmo de nuestras vidas medido. 

Aquellas situaciones para las que aplica actuar bajo esa palabra, llegan en el momento menos pensado, cuando creemos estar en completa calma o tranquilidad, y de pronto aparece esa urgencia apremiante en la que debemos tomar una decisión, ser desmentes, si es que aplica esa palabra. 

Me gustaría escribir más sobre ella, pero se me dificulta porque aún no la he descubierto del todo, y creo que me hace falta experimentarla más, para poder dar una definición más acertada, pero básicamente el llamado es a actuar si pensarlo tanto o, como diría un viejo amigo, Hágale que no viene carro.

jueves, 25 de abril de 2019

Nueces

Me llega un mail el cual me informa que para terminar mi compra de nueces peladas (precio sobre 10 kilos), solo me falta pagar $5.500 en la sucursal Servipag. 

Imaginemos un día en el que uno se levanta con la cabeza libre de angustias, uno en el que, por alguna extraña razón, nos sentimos en completa paz con la vida, donde, en apariencia, ningún asunto presenta algún tipo de exceso o escazes. Además de eso, el clima que hace es perfecto: cielo despejado con un sol radiante, que viene acompañado de una brisa que evita cualquier tipo de bochorno. 

En ese día idílico, digamos, por llamarlo de alguna manera, tenemos que comprar nueces, ¿para qué? no sé, lo más sensato, creería yo, sería decir que las necesitamos para una receta, un pavo relleno, por ejemplo que, supongo, las lleva. 

No soy aficionado a las nueces, y lo primero que se me viene a la mente cuando las escucho mencionar, son aquellos casos que se escuchan de personas que son alérgicas a ese fruto seco y que sin querer las prueban, se les cierra la traquea, dejan de respirar y mueren. Alguna vez, por ejemplo, leí una historia de esas en la que un hombre comía un producto, en este caso tenía canela, y luego, besaba a a su novia. Al poco tiempo esta se moría, pues era alérgica a ese polvillo. 

Pero volvamos al día de clima perfecto en el que tenemos que comprar nueces. Digamos también que es un sábado, y entonces podemos hacer pereza en la cama: Abrir los ojos volverlos a cerrar, dar media vuelta y enrollarnos en las cobijas, o lo que sea que signifique hacer pereza para cada persona. 

Ya en la ducha, cuando el agua golpea nuestra cabeza, nos acordamos de que tenemos que comprar nueces. Jugamos con el pensamiento un rato, pero luego lo descartamos por cualquier otro.

Luego, en el cuarto, cuando nos estamos poniendo las medias y como de la nada, el tema de las nueces aparece de nuevo en nuestra cabeza. Podríamos salir a comprarlas, caminar un rato hasta el supermercado y aprovechar el buen clima, pero la tecnología nos ha hecho perezosos, y por eso decidimos pedir 10 kilos, una cantidad arbitraria, Como para que no falten, a través de una App. 

Nunca realicé un pedido de nueces. Que miedo que Internet, las redes, la tecnología, vayan dejando regadas diferentes identidades nuestras por todo el mundo. Hoy es solo eso, mañana me pueden estar buscando por estar involucrado en la muerte de una persona que se comió un trozo de torta que llevaba nueces. 

¡Qué mundo!

martes, 23 de abril de 2019

Separadores

En este día del libro, Rindámosle una especie de homenaje a ese adminículo que nos ayuda, de cierta forma, a no perder el hilo de una lectura. 

Es un elemento importante al que, a los que nos gusta leer, le guardamos un gran aprecio. Cuando era pequeño, siendo en ese entonces un lector esporádico, me parecía un sacrilegio que mi hermana mayor por practicidad, comodidad o lo que fuera, doblara la esquina de la página de un libro para marcar en donde iba su lectura. 

Me parece que se siente bien, y es hasta un acto poético, aquel momento en que uno termina de leer cuando, digamos, los ojos se nos empiezan a cerrar,  tomamos el separador y lo metemos entre el libro. 

Los míos están arrumados en uno de los niveles de mi biblioteca, y el tamaño del morro, me gusta esa palabra, aumenta de a uno o dos, cada vez que compro un libro. 

Aunque son varios siempre suelo utilizar el mismo, uno de imán que en una de sus caras tiene una caricatura de Virgnia Woolf. Ese, por ejemplo, me lo “robé” un día que solo estaba de visita en Bookworm y no compré ningún libro. 

“The way to rock oneself back into writing is this. 
First gentle exercise in the air. Second the reading of good literature. 
It is a mistake to think that literature can be produced from the raw” 
- Virginia Woolf, A Writer’s diary - 

Tengo dos de la Lerner. Creo que los obtuve en diciembre del año pasado cuando me obsesioné por comprar un libro de Clarice Lispector. Acompañé a mí hermano a una vuelta en Unicentro, y en la Nacional no tenían ninguno de esa autora así que llamé a Wlborada y en la casa de la patrona de los libros si tenían el que estaba buscando: Felicidad Clandestina. De camino a la librería, se me cruzo la Lerner y decidí bajarme ahí. Allá no tenían ese, así que me al final me lleve En Estado de Viaje, una recopilación de cartas, notas y crónicas de la escritora. 

“Estoy leyendo bastante, estoy intentando llegar a través 
de los libros a una conclusión sobre las cosas, que me parecen
más confusas que nunca” 
- En estado de viaje – 

Tengo uno que me trajo una amiga de Guatemala muy bonito,  tejido en hilos de diferentes colores. No recuerdo si cuando me lo dio me regalo un libro, pero me gustan mucho sus regalos cuando llega de viaje, pues casi siempre son libros de autores que no conozco, originarios de los lugares que visita. 

Otra amiga me regalo uno de El salvador. Una tablita de madera con un dibujo de montañas, pájaros y mariposas con colores muy vivos. Da algo de alegría mirarlo y sostenerlo en las manos. 

Otro es del Hay Festival del 2016, la primera vez que fui a ese festival. La mayoría son como ese, muy sencillos, como un trozo rectangular de algún material solido y flexible a la vez, que llevan mensajes provocativos: ¡Prueba a leer cuando no toca! Lee lo que quieras, pero lee; leer es mi estilo; Leer es la clave; Coma, duerma, lea; entre otros. 

Los más internacionales, por decirlo de alguna manera son: uno de imán que me trajo mi hermana de Alemania con una silueta de la fachada de la Kaiser-Wilhelm-Gedächtnis-Kirche , y otro que tiene una frase que dice algo como: leer libros significa ir de excursión a mundos distantes en las habitaciones, bajo las estrellas.

lunes, 22 de abril de 2019

Frases

El lenguaje está presente en nuestras vidas a todo momento. Absorbemos palabras, al tiempo que ellas nos absorben y bombardean nuestro cerebro sin parar, estamos a merced de ellas. 


Encima de un mostrador de una sala de espera de consultorios médicos un letrero dice: consulta externa y al lado en letras itálicas lleva está su traducción al inglés: Outpatient. Imagino que la traducción es errada, porque me la imagino literal: External consultation, hasta que decido que esa palabra que encierra a las dos en español, es la traducción indicada. A la derecha hay otro letrero: Baños Públicos Public Toilets, lo leo mentalmente como si fuera una cuña radial. 



Paseo la mirada por el lugar y una estructura de cartón de color verde chillón, que está recostada sobre una pared, dice: Uso preferencial Adulto mayor. Embarazadas. Discapacitados. Cada palabra debajo de la anterior. No indica de que se trata el el uso preferencial, y parece como si los discapacitados soportaran a los otros dos grupos de personas. 

Un hombre llega al lugar, y lleva puesta una camiseta azul que dice: “Leader on the field”. Por alguna razón imagino que el campo al que hace referencia la frase es uno de futbol americano, y ubico al hombre en la grama. Es un mariscal de campo, a punto de lanzar un pase profundo. 

“¿Cómo está el clima, rico?” Pregunta una mujer que está sentada a mi lado, y que lleva puesta una camiseta blanca a cuadros rojos y tenis. Tiene el celular en altavoz, pero aún así se lo pega a la oreja como si estuviera en una conversación privada. Habla sobre tiquetes de avión costosos y de que tiene que estar en el aeropuerto a las 8:30 p.m. 

Miro hacia la ventana y en el edificio de la acera de enfrente están arrendando una oficina, el número comienza por 357, pero no termino de leerlo, pues para lo único que me interesa es para llamarlos y decirles que no estoy interesado en la oferta. 

Al salir del edificio una mujer que lleva puesto un chaleco morado impermeable, blu-jeans y tenis blancos se me adelanta, va hablando por celular y le dice a su novio, esposo, quién sea: “Listo. Listo. Sí, sí, sí, mí amor.” 

En otro lugar, una pared azul tiene escritos varios tipos de carne: Salami selva negra, rollo suizo, Molleja cervecero. El último nombre patina en mi cabeza por la incongruencia en el género gramatical. 

“Los invitamos a visitar nuestra página web” dice un cartel pegado en una pared, y me imagino ese sitio web como un lugar físico. Junto a él otro dice: “Política de calidad” en letras mayúsculas y en letras diminutas está escrita, supongo, la política. Al lado un múñeco blanco sobre un fondo verde, en una posición que aparenta movimiento acompaña las palabras “Salida de emergencia, que resulta ser la misma salida del local, por la que todos entran de forma calmada. 

Más tarde pido un turno en una máquina, y escupe el RB 507. Me siento y miro la pantalla que los anuncia, pero todos tienen combinaciones con letras diferentes: el SB 320 en el módulo 1, el PB, así solo y extraño sin números, en el módulo 4, el RB 321 en el 2; estoy a 186 turnos de ese, pero no veo a más de 10 personas en el lugar; el SB318 en el módulo 3, y así. 

Leo un poco para calmar la desazón que me producen esos sistemas de turnos. Las páginas que alcanzo a leer hablan sobre qué significa escribir a lápiz y su extensa duración, y, de cierta manera, el escritor compara eso con un fumador empedernido que espera que su cigarrillo dure más de las caladas que le suele dar, al igual que los sorbos que una persona que está sentada en la barra de una bar, le da a su bebida. 

El RB 507, el turno, yo, sale o salgo en la pantalla. La espera se acabó. 

Camino a casa paso por un edificio que parece estar a punto de derrumbarse, está inclinado y su estructura tiene muchas grietas. Tiene un pendón en toda la mitad que dice: “VENDO O PERMUTO”. En el segundo piso, un ventanal sin cortinas deja ver dos maniquíes con vestidos de matrimonio. Imagino a un sastre muy viejo sentado al frente de su máquina de coser, el único inquilino que no ha abandonado ese barco de concreto que, poco a poco, se hunde.