domingo, 12 de mayo de 2019

Don Nelson

Don Nelson está sentado en la entrada de un hospital. El ingreso al lugar es muy restringido y solo dejan entrar de a un solo visitante por paciente. 

En una ventanilla, una celadora de gesto duro, decide quién y quién no ingresa. Cada cierto tiempo dice en voz alta: “Esta prohibido ingresar regalos, cualquier tipo de alimento, y yo no les puedo guardar nada”. Ahí termina su frase, pero Don Nelson piensa que la mujer le añade la palabra “malditos” mentalmente. 

Está y no está con su familia pues no se integra para nada en la conversación que sostienen dos mujeres, de mediana edad, sentadas a su lado. No sabe muy bien a quién le aplica el término mediana edad, pero cree que funciona para referirse a esas mujeres de su familia no familia.

Cada vez llegan y se unen más familiares al grupo, pero don Nelson no se preocupa en saludarlos. A veces eso pasa en las familias: No conocemos a esas personas con las que nos reunimos a celebrar cumpleaños, aniversarios y almuerzos esporádicos o para esperar junto a ellos en la entrada de un hospital. Son nuestros parientes, pero parece que vivieran en otros mundos. 

Las mujeres ahora hablan acerca de otra mujer, al parecer menor; hija de alguna de ellas o una sobrina: 
“Ella ya terminó periodismo , pero no ha conseguido trabajo” 
“¿Y lo de Caracol?, pregunta su interlocutora. 
“Eso era la pasantía." 

Apenas terminan la conversación. otro de los familiares de Don Nelson, que está a punto de marcharse, revolotea por el lugar. En un momento deja de moverse y toma la decisión de acercarse a las dos mujeres, y se inclina para despedirse de beso. Las abraza a ambas fuerte y les dice al oído a cada una: “Que Dios la bendiga”. 

Luego el hombre inclina su cuerpo hacia Don Nelson, estira un brazo y le dice: “Hasta luego Don Nelson”. 
“Ehh…yo no soy Don Nelson", le respondo. 

El hombre, apenado, balbucea algo mientras se aleja.

jueves, 9 de mayo de 2019

Cinco minutos

High Times de Jamiroquai, comienza a sonar en la alarma del celular “You don’t need your name in bright lights, you’re a Rockstar”, y la melodía es como un hacha que abre un hueco en mi sueño. La apago y dejo que suene dos veces más. 

Cierro los ojos de nuevo, mientras espero que suene la alarma del reloj despertador que, se supone, está programada como si fuera el último bastión que separa los terrenos “Es temprano” y “Se me hizo tarde”. Suena, y ahora pienso “5 minutos más”, y la apago de inmediato.  

Ahora pienso que debería ser de esos que se ponen de pie apenas suena la primera alarma, para meditar 15 minutos o más, hacer yoga o cualquiera de esos rituales que son el preludio de comerse el mundo, pero me siento cansado y lo único que quiero es dormir. 

Finalmente me pongo de pie, me baño, me alisto, y salgo de la casa. Voy tarde para el trabajo. No sé en cuántos minutos perdí haciendo pereza, minutos que ya se fueron y que no pienso recuperar; minutos que, supuestamente, iban a reponer mi cansancio, pendejadas que uno, a estas alturas, todavía cree. 

Paso por un café que me gusta y que abren desde las 6 de la mañana, para comprarme un capuchino. Pido el pequeño, porque el vaso tiene orejas, agarraderas, como se llamen, que evitan que uno se queme, a diferencia del mediano y el grande. 

Mientras Janeth, la mujer que atiende el lugar, lo prepara, decido pedir también una porción de torta de zanahoria. “Tarde y no sano”, pienso, sin que una cosa tenga que ver con la otra. 

Mientras me preparan la bebida me distraigo viendo unas revistas que están en un revistero empotrado en la pared: La Soho trae en la portada a una modelo en vestido de baño con una camiseta blanca diminuta, que deja al descubierto un abdomen completamente tonificado y que, parece, no lleva encima ningún combo de capuchino más torta de zanahoria; ella se lo pierde, pienso. La Jet-Set muestra a uno de los hermanos de la realeza inglesa, no sé quién es, solo que uno se llama Harry, y no tengo idea si es el que sale en la foto o es su hermano. Quién sea, aparece en una postura incomoda, con su esposa atrás, con cara de, digamos, nada tirando a mal genio, y los acompaña un titular que dice: “Grietas en el palacio”. La última revista que está a la vista en el revistero, es una Vanidades y la imagen de una mujer que lleva puesta una chaqueta negra y toneladas de maquillaje, ocupa toda la portada. A su lado, en letras gruesas aparecen títulos de los artículos que trae la tevista: “Looks por menos de 150 dólares de la cabeza a los pies, Operación Antifrío, New beauty, luce tu mejor sonrisa, y la Fuerza del Cariño, que está en mayúsculas y parece tiene que ver con la mujer de la portada y su gesto desafiante. 

“Acá está su capuchino me dice Janeth. Pago y me despido rápido, porque quién sabe en cuanto tiempo de retraso se convirtieron los cinco minutos de la no-levantada.

lunes, 6 de mayo de 2019

Comerse las uñas

Hay días en que las masticamos por completo, bueno, es un decir. Quizá, si en verdad lo hiciéramos, sería la mejor forma para somatizar nuestra, o nuestras angustias. Siempre me he preguntado eso, es decir, si las angustias vienen separadas por temas o asuntos personales o si solo existe una, la mamá de las angustias, digamos. 

Entre los miles de temas que nos joden la cabeza, y que hacen que nos comamos las uñas o que pensemos en hacerlo, el futuro, esa zona penumbrosa que tanto nos inquieta, continúa siendo uno de los más importantes. Pensar en él es como pensar en la muerte, porque por más Indios Amazónicos y/o Walter Mercados nunca vamos a saber a ciencia cierta que es lo que va a ocurrir con nuestras vidas. Entonces el futuro, la muerte y el amor comparten una cosa: su falta de significado. 

Pero no les voy a hablar el amor hoy, ese no es el tema, y pues la verdad creo que no sé nada sobre él, así que mejor sigamos con las uñas y el futuro. 

Podría uno entregarse a los horóscopos para tratar de apaciguar esa incertidumbre tan berraca que llevamos encima y, aunque sabemos que son una basura, algunas veces los leemos y esperamos descifrar entre líneas el significado de nuestras vidas, al tiempo que tratamos de acomodar nuestras situaciones a ese puñado de letras sin sentido. 

Hoy el mío me dice: “La forma como expresas tus deseos de libertad puede prestarse para malas interpretaciones”, lo peor es que no tengo idea cómo los expreso. Además me pregunto si realmente uno llega a ser libre en algún momento de la vida, o si cualquier sentimiento de libertad es pura ilusión. 

El horóscopo se convierte entonces en un arma de doble filo, pues ahora me debo preocupar por eso, y me voy a angustiar al no saber si genero malas interpretaciones. Mejor me como las uñas y ya está.

jueves, 2 de mayo de 2019

Escrito fantasma por partes

Llega ese momento en el que me siento en el escritorio, y en el que me tomo unos minutos para pensar en eso que estoy a punto de escribir, es decir, en esto que estoy escribiendo. 

Ya he contado que muchas veces, como hoy, no tengo ni idea qué voy a escribir. Eso es algo que me frustra un poco, pero ahí me quedo mirando a la nada,  a ver qué se me ocurre.  En mi caso esa nada es una pared de color azul a la que da el escritorio de mi cuarto, y sobre la que se refleja la sombra de los objetos que lo ocupan: Una lampara, un vaso plástico del Hay Festival con jugo de mandarina, un tarro de Vick VapoRub y un rollo de papel higiénico. algo triste. a punto de acabarse; estos dos últimos objetos evidencian una gripa que estoy incubando desde hace ya varias semanas y que se niega a hacer presencia de forma plena; aparece aquí  con una seguidilla de estornudos, en otro lugar con ligeros dolores de cabeza y así. 

Alguna vez leí que el color azul calma la mente, baja la presión sanguínea y la frecuencia de la respiración; es fuerte y confiable y se asocia con  confianza y estabilidad. Parece entonces que la pared de mi cuarto es una nada que apacigua. 

Pero estaba hablando de lo de no saber qué escribir, ¿cierto? Hoy pensé en este momento y me dije a mi mismo: “mi mismo, para evitar mirar la pantalla en blanco o la nada azul tranquilizadora, vamos a escribir algo, lo que sea, en tres diferentes momentos del día, una especie de inicio, nudo y desenlace, a ver que sale”. 

Finalmente fue algo que no hice y me quedé sin saber de qué iba a tratar el experimento del escrito por partes, y si era una historia, o una mísera y desalmada opinión. 

No sabe uno a dónde se van esos escritos, digamos,  desperdiciados y si podremos acceder a ellos en otro momento, cuando definitivamente deciden salir de su escondite, o si simplemente se transforman en las palabras que escribimos en un correo electrónico, las que le decimos a alguien o en pensamientos.

miércoles, 1 de mayo de 2019

Aprender a escribir

En su libro La situación y la historia -El arte de las narrativas personales-, la escritora Vivian Gornick dice lo siguiente, que no traduzco solo para que no pierda fuerza: 

I have learned that you cannot teach people how to write—the gift of dramatic expressiveness, of a natural sense of structure, of making language sink down beneath the surface of description, all that is inborn, cannot be taught—but you can teach people how to read, how to develop judgment about a piece of writing. 

Yo la verdad no sé. Gornick da una opinión personal, y no me encuentro cómodo cuando alguien hablar con tanta propiedad sobre un tema, sin importar cual sea. Pienso que la escritura, como muchas otras actividades, depende mucho de qué tanto se practique, y no creo que sea un "don" en su totalidad innato 

He escuchado a otras personas, que quizás comparten la postura de Gornick, y critican toda la oferta que existe hoy de cursos y Maestrías en escritura Creativa. 

Hace poco leí un fragmento de Isaías Peña, no lo conozco, supongo que es un escritor, con relación al término Escrituras Creativas: "Nunca la escritura es sujeto. Es una herramienta. Es creador el sujeto humano, tú.” 

En fin, todo esto únicamente para contarles que al mail me llegan muchas ofertas de cursos de escritura. Hay algunos que me interesan y otros no. Para los primeros, si tuviera tiempo y suficiente dinero, seguro los tomaría, sin importar si me van a enseñar a escribir o no, solo porque sé que voy a pasar un par de horas hablando de libros, autores y escritura, y ya con eso me basta. 

Muchas veces, en esas ofertas vienen acompañadas de un pequeño resumen de quien dicta el curso y los textos que va a utilizar. Lo que suelo hacer es copiar los títulos de los libros, y añadirlos a mi siempre creciente lista de libros por leer. 

Un E-mail que estoy a punto de borrar, cuenta con los siguientes: Fuera de lugar de Edward W Said; Las pequeñas memorias de José Saramago, Memoria por correspondencia de Emma Reyes; Apegos Feroces de Vivian Gornick, e Infancia de J.M Coetzee. 

De primerazo me llama la atención el de Said; igual los anotaré todos, a ver si le doy la oportunidad a alguno en el futuro.

martes, 30 de abril de 2019

Comprar libros

“¿Tienen Los Tiempos del Odio de Rosa Montero?”, le pregunto a una de las personas que atiende en uno de los pabellones de la Feria del Libro. “Deme un segundo y pregunto”, responde una mujer muy flaca que lleva gafas con un marco grueso de color negro, mientras desaparece de mi vista. 

“¡Uyy! Ese es buenísimo”, dice una mujer que que se encuentra a mi lado. “Me lo terminé la semana pasada”, concluye. Calla unos segundos y luego dice “Tan metida yo, ¿cierto?”. Le sonrió y le digo que no hay problema, y le pregunto que si ya se leyó los otros dos: Lágrimas en la lluvia y el peso del corazón, que completan la saga futurista de la detective Bruna Husky. 

“Ahh si el del corazón me lo leí hace un tiempo”, pero el otro no. No sabía que era una saga”, responde. “¿Va a ir a alguna de las charlas de la escritora?, le pregunto. 
“Cuándo?”, pregunta abriendo los ojos. 
“El otro fin de semana”. 
¿Dónde?”. 
“Aca en la fería”. 
“¿Oiste?”, le pregunta a su esposo, Rosa Montero va a dar unas charlas, ¿venimos?”. 

Pasado unos minutos, con la ansiedad que me genera tener tantos libros rodeándome y no poder encontrar los que quiero, le digo a mi hermano que nos vayamos. “Espere que la mujer le dijo que ya venía”, me dice. “Tiene razón”, pienso, y me distraigo mirando las caratulas de unos libros que no me interesan. 

Al rato aparece la mujer y me dice que no lo tienen, pero que lo puedo encontrar en cualquier stand de Planeta. Le doy las gracias y me dirijo a la caja para llevarme Los Informantes, de Juan Gabriel Vásquez y La Eterna Parranda de Alberto Salcedo Ramos, un libro al que le tenía ganas desde que tomé un taller de crónica, con Sergio Ocampo Madrid, por allá en el 2016. 

Tiempo después por fin encuentro el stand, y sí tienen el libro de Montero, pero también busco con ansias La vida a Ratos, la última novela de Juan José Millás, mi escritor favorito. Recuerdo, en ese momento, mi primer encuentro con el escritor, precisamente en el stand de Planeta. En ese entonces no tenía idea de su existencia, pero alguien había dejado Articuentos Completos a la vista. Lo tomé para hojearlo y lo abrí, digamos en la página 678, leí una frase que me hizo totear de la risa, y no dude en llevarlo. Que maravilla eso de la serendipia. 

Me canso de buscarlo porque nadie parece tener idea del escritor español, y porque es complicado que una publicación tan reciente esté en la fería. Igual no salgo con las manos vacias, también me llevo: Era más grande el muerto de Luis Miguel Rivas, Diario del Gueto de Janusz Korczak, una de esas compras a ciegas, y una librería en Berlín, de Françoise Frenkel, porque tengo una debilididad gigante por esas novelas que vislumbran a los libros como una de nuestras últimas fronteras de batalla. 

Con mis compras me dan la opción de escoger dos libros gratis, los que tienen no me llaman para nada la atención, y tomo dos a al azar solo porque sí, pues no los pienso leer, ni hojearlos, nunca: Diario de gratitud y felicidad de Karen Halliday y por qué Juegan once contra once de Luciano Wernicke. Que lástima, en la versión pasada de la feria del libro, uno de los libros que tenían para regalar era “Como contar una historia”, un taller de guion de Gabriel García Márquez.

lunes, 29 de abril de 2019

Que cagada de muerte

Si no recuerdo mal, cuando era pequeño nunca sentí necesidad de tener mascota, o de pronto sí, aunque ya no me acuerdo, quise tener un perro, pero fue un deseo que nunca mencioné a mis padres porque sabía que no me iban a dejar tenerlo en el apartamento. Muchas veces los oía decir cuando hablaban con amigos: “Un perro es para tenerlo en una casa con un patio grande”, y luego comenzaban a hablar sobre Nicki, un perro salchicha que tuvo mi hermano mayor cuando vivieron en Popayán, en una casa con un patio amplio. 

Las ganas de un perro como mascota de pronto era un deseo inconsciente, del que mis padres se dieron cuenta cuando jugaba con Simona, la perra de una vecina. 

Un día se aparecieron con una tortuga de las pequeñas, y me dijeron que cual nombre me gustaría ponerle, y yo, a mis ocho años, ajeno a procesos creativos de lluvia de ideas y divergencia, respondí “Tuga”, y así se quedó. 

La casa de Tuga era un acuario con muchas piedras pequeñas y lisas, acomodadas contra una de las esquinas y el resto era agua a un nivel poco profundo. Tuga era más bien floja para nadar, y se pasaba la mayor parte del tiempo sobre las piedras. Solo se sumergía cuando le  cambiábamos el agua por agua templada. 

Era muy caprichosa. Le gustaba la carne cruda, pero solo la aceptaba si se la dábamos en trozos muy pequeños ensartados en la punta de un palillo. Alguna vez me las arreglé para introducir un ínfimo pedazo de lechuga en uno de los trozos de carne, y se lo di. Comenzó a masticarlo y al poco rato escupió la lechuga y se tragó la carne. 

Hizo parte también de mis carreras de carros y era la piloto, solo un decir pues la montaba en el platon de una camioneta negra que solía ganar porque era la que mejor se deslizaba sobre un tapete blanco lleno de irregularidades. 

Tuga parecía un animal sano, hasta que un día sufrió estreñimiento y a mi hermana se le ocurrió aumentar el nivel del agua para que tuviera que esforzarse nadando hasta las piedras, pues ella pensó que ese esfuerzo la iba a ayudar a defecar. 

Al día siguiente apareció flotando boca arriba; cuando lavamos el acuario nos dimos cuenta de que sí había defecado.