martes, 21 de mayo de 2019

Hipocondría

Estás sentado en la sala de espera de un consultorio médico y tomas una revista que alguien dejó olvidada sobre una silla. Comienzas a hojearla distraídamente, hasta que te encuentras con la palabra hipocondría, que es como un agujero negro. No sabes si la atracción que produce se debe al acento en la penultima sílaba, a su carácter grave, con esa tilde en la í que es como una bandera puesta en lo alto de una montaña, en la que posas la mirada con facilidad, o si es por todo lo que encierra su significado, es decir, ese coqueteo con la muerte administrado en tan solo 5 sílabas. 

Te despiertas un día con un dolorsito inofensivo, en tal o aquella parte del cuerpo, y te imaginas que es una enfermedad terminal, que no ha sido descubierta por la comunidad científica, y que carcome tus entrañas a manera de huésped silencioso pero destructivo. 

¿Por qué piensas eso?, porque eres bueno para crear ficciones y sobre todo ficciones negativas y absurdas que no hacen más que reforzar la red de angustia en la que vives atrapado. 

La palabra también sirve como nombre de monstruo mitológico: Hipocondría de dos cabezas, o el de un órgano del cuerpo humano. "Me van a a sacar la hipocondría" podrías decir, y cómo sería de provechoso para nuestra salud mental ese procedimiento quirúrgico, que la hipocondría fuera tan extirpable como la vesícula, por ejemplo. 

La hipocondría viene a ser entonces un órgano imaginario a manera de cuento, situado en algún oscuro rincón de tu imaginación, una historia a la que le añades cada día más párrafos y que te cuentas a diario; la encargada de fabricar todo tipo de teorías conspirativas en torno a tu salud, y una de las maneras en que intentamos tantear a la muerte. 

Y es que hay que ver lo triste que es su definición: “Afección caracterizada por una gran sensibilidad del sistema nervioso con tristeza habitual y preocupación constante y angustiosa por la salud.

lunes, 20 de mayo de 2019

La vida de Lara

El título de este post resulta pretencioso, pues es casi imposible contar la vida de alguien en poco más de 500 palabras que, supongo, va a ser la extensión de este post, pero uno nunca sabe qué puede ocurrir con un escrito.

Si Tolkien garabateó en la hoja  de un examen que estaba calificando: “En un agujero en el suelo vivía un Hobbit”, la semilla narrativa del mundo de esos seres,  que luego fue detallado a fondo en la trilogía del Señor de los Anillos; cualquier cosa podría ocurrir con la vida del Lara de este post. Tiende uno a creer eso, es decir, uno piensa que lleva una novela en el inconsciente, y que en el momento menos pensado va a brotar de las profundidades del cerebro y que lo único que vamos a tener que hacer es pasarla a limpio, en fin.

Dudo que mi novela sea la vida de Lara, pero si así fuera, estoy seguro de que la frase que la abriría sería: “Pobre vida la del pobre Lara que escupió pa’ arriba y le cayó en la cara”, y pueden decirme que soy falto de creatividad e imaginación, pero lo siento nada me hará cambiar de parecer, esa es la frase y punto.

Me imagino que Lara es un tipo como usted o como yo, o bien podría ser una mujer, y también sería como usted pero no como yo, aunque hay quienes dicen que los hombres llevan encima cierto porcentaje de feminidad, al igual que las mujeres cierto porcentaje de masculinidad pero, ¿si ven? Lo escritos, esos grandes monstruos, comienzan a torcerse y dejan el camino principal para andar por trochas poco transitadas, desordenadas, sin nada de inicios, nudos o desenlaces, arcos narrativos y esas cosas.

Volvamos, mientras se pueda, con Lara. Les decía que es como usted o como yo; digamos que lleva una barba rala de un par de días, que yo no  tengo, pero puede que usted si, y lleva el pelo largo hasta los hombros. 

Eso es parte de lo que sé sobre Lara, y hay otros detalles que  no les quiero contar porque me gustaría que se formen la imagen de él que mejor les parezca. Quizá Lara solo es un simple Hobbit metido en un agujero de mi imaginación.

domingo, 19 de mayo de 2019

Roger

Roger me envía una solicitud de amistad por LinkedIn. No sé quién es, pero hace mucho un coach laboral me sugirió aceptar las invitaciones de extraños en esa red, pues, según él, uno nunca sabe en qué momento va a parecer alguien con quien vamos a poder hacer un negocio, o que nos va a ofrecer una buena oportunidad laboral. Por eso acepto la solicitud de Roger que, según su perfil, estudia en una universidad de Estados Unidos. 

Tiempo después me envía un mensaje: “Juan, gracias por contactarme, ¿cómo estás? 

No entiendo porque me da las gracias si fue él quien me contacto, y, sé que puede sonar estúpido, pero no me siento a gusto con el tuteo por parte de un completo extraño. Le respondo con el ícono de pulgar arriba, una de las opciones por defecto que da la página. 

Pasado un día, Roger contraataca, y ahora me pregunta: “Excelente. Me permite una pregunta… ¿Te gustaría ser pionero en tu país y generar riqueza?”. 

Salta de un pronombre personal al otro como si nada, y su pregunta, que no me dio tiempo de permitírsela, es extraña. ¿Pionero de qué? 

Le respondo que no, que muchas gracias por la oferta, pero que, por el momento, no estoy interesado. Creo que el asunto ya quedó solucionado y que Roger va a proponerle su negocio de generación a riqueza a otra persona, pero no, utiliza una última carta de su juego de palabras: 

“Pero ¿no te gustaría ser libre financieramente de tiempo y dinero?” 

Roger, Roger, Roger, mi amigo virtual, ¿qué te dijera? ¿Qué significa ser libre financieramente?, me imagino que tiene que ver con tener mucho billete, y gastarlo sin ningún tipo de remordimiento, ¿cierto? Y pues sí, me encantaría no sufrir por deudas y dedicarme a tener billete, pero, por otro lado, uno nunca es libre financieramente, es decir, se es esclavo del dinero independiente de si se tiene mucho o poco, ¿acaso no? 

Por otro lado, mi querido amigo no-amigo, creo que ese concepto de libertad que se intenta vender hoy es una farsa, pues nunca somos libres del todo. 

Eso y mucho más quería decirle a Roger, pero me pareció una desfachatez darle cátedra sobre un tema del que sé muy poco, además de un derroche molesto de superioridad moral; por eso decido contestar a su última pregunta con un “No”. 

Roger deja de escribirme.

jueves, 16 de mayo de 2019

Ausentarse

Ayer lo hice. Me ausenté de este lugar, es decir, no escribí acá. Eso no quiere decir que no lo haya hecho en todo el día, pero no lo hice acá y, como ya lo he dicho antes eso, de una u otra manera, quizá de forma microscópica, imperceptible, hace que el mundo se desbarajuste; el mio, digamos, pero imagino que en eso radica la cordura, en que el mundo de uno, el interno, no se desequilibre, y eso tiene mucho que ver con hacer y no hacer eso que nos gusta. 

Hoy podría haberme ausentado de nuevo porque tengo sueño, que fue lo que evitó que escribiera aquí ayer en la noche. Hoy quiero dormir, pero también quiero leer, como mínimo, un capítulo de una novela y, además, ver el capítulo de una serie. Lo ideal sería hacer ambas cosas, pero creo que voy a traicionar a  alguna, o las dos, poeque las horas no me van a alcanzar, pues los días, bien saben ustedes, se empeñan en tener únicamente 24 horas; así que es posible que simplemente me decida por rendirle homenaje a Morfeo, sin darle tantas vueltas al asunto. 

Hoy, cuando venia caminando a la casa, svompsñsfo (la palabra era acompañado, pero ubique mal los dedos en el teclado) de una lluvia triste que caía sin ganas, sonó en mi MP3 Joining you,  del desconectado de Alanis Morissette. En ese instante pensé que una de las estrofas era perfecta para relacionarlas con el concepto de ausencia y sus consecuencias catastróficas, en mi mundo repito, relacionadas con no escribir. Hace un rato leí la letra de la canción y no entendí por qué llegué a semejante conclusión. Esta fueron las líneas que me llamaron la atención: 

And yes, they're in shock 
They are panicked 

No sé cuál fue la relación que encontré en ese momento con el tema de este post. Parece que no hay ninguna, pero bien sabemos, o por lo menos eso es algo que me gusta creer, que todo en esta vida se relaciona de extraña manera. 

Se me ocurre que, de pronto, la vida simplemente consiste en ausentarse, en cambiar de espacios, rutinas y momentos, y que eso es algo que nos hace entrar en shock. Por eso es bueno buscar rutinas que sirvan para calmarnos, rutinas que nos anclen, y que eviten que el mundo siga dando vueltas. La clave está en volver a ellas apenas podamos, antes de que nuestro mundo se despiporre, que buena palabra esta, por completo.

martes, 14 de mayo de 2019

Te sientas a comer

“La vida cambia rápido, la vida cambia en el instante. 
Te sientas a comer y la vida, como la conocías, se termina.” 

La frase es de Joan Didion, una de esas escritoras que tienen sus palabras manchadas de sangre, bilis, de vísceras, de lo que sea que nos mantiene vivos. Me parece que tiene que ver con el final, de qué, pues de la vida, es decir, con la muerte. 

Todo tiene que ver con la muerte o, mejor, esta se nos atraviesa a cada rato, pero no nos damos cuenta, porque jugamos a ser inmortales, a verla como un evento lejano. ¿Acaso quién no desea vivir mucho, y espera no morir hoy, dentro de un par de días o semanas, sino pasados varios años? 

La frase de Didion también me recuerda otra de Tom Clancy, el escritor de novelas de espionaje, o quizás sea de otra persona; a menudo la poca información que poseo se mezlca de formas extrañas. Esa frase, que tampoco recuerdo de forma precisa, decía algo como: Lo bueno es que la ficción es más fácil que la realidad, pues en ella, en la buena digamos, todo su engranaje debe acoplarse de forma perfecta, para que la obra no carezca de sentido, mientras que a la realidad nada la contiene y por eso nos bombardea con todo tipo de eventos absurdos y sin explicación. 

De ahí que hayan surgido frases del tipo: “Las cosas pasan por algo”, y otros métodos pobres para intentar entender esto, que es todo y nada, vida y muerte al mismo tiempo. 

Una llamada que recibí esta tarde, disparo la frase de Didion, no ha dejado de rebotar en mi bóveda craneal, y ha despertado otras frases que estaban hibernando; como esta otra que también se relaciona con la de la escritora:

“La vida es una chispa entre dos vacíos idénticos, la oscuridad 
antes de nacer y la que está después de la muerte. ¿No es extraño lo 
mucho que nos preocupamos por el segundo vacío y nunca pensamos 
en el primero?” 
— El día en que Nietzche lloró — 

Te sientas a comer…

lunes, 13 de mayo de 2019

Tres momentos

En el primero la mujer, que está sola, lee un libro, mientras una taza de blanca de porcelana reposa sobre la mesa. A ratos se la lleva hacia la boca, como en cámara lenta, sin dejar de mirar el libro. 

Esa mujer, que vemos de perfil, es muy flaca, y lleva puesta una camisa blanca grande, un camisón, digamos, que le llega por debajo de la cintura casi hasta las rodillas. 

El medio rostro de perfil que compone la escena deja entrever una nariz pequeña y unos  unos ojos achinados , unos rasgos asiáticos difíciles de precisar. 

La mujer ya no toma café y no está mirando el libro, sino que ahora mira hacia el frente, quién sabe en qué punto reposa su mirada, pues delante de ella solo hay una pared. Después de un rato de estar en esa postura, como rígida, como ida; completamente envuelta en sus pensamientos, recuerdos, angustias o neurosis, pasa una página y, de nuevo, le dedica toda su atención al libro, a la lectura. Luego de unas cuantas páginas vuelve a dejarlo sobre la mesa y queda, de nuevo, absorta en la contemplación de ese punto, ese agujero negro que, desde la posición en que nos encontramos, resulta imposible saber porque la absorbe de tal manera. 

En el segundo, me refiero al momento, que podría ser el nudo, aunque parece que los momentos que contemplamos no llevan implícito ningún conflicto, y que la mujer simplemente disfruta de un café mientras lee un libro o viceversa; la mujer se pone una cachucha de color rosa y una gabardina negra. Imaginamos entonces que le dio frío, ya sea porque acabo su bebida caliente o porque ese punto, ese vórtex, quizá de la conciencia, que mira como quien no quiere hacerlo, le produce esa sensación térmica. 

En el tercer y último momento, la mujer ya no está. Nos despistamos un segundo y se desapareció. Podemos suponer que se puso de pie y abandonó rápido el lugar, pero atrae más pensar que ese punto, ese hueco que la distrajo todo el tiempo, la trago sin dejar rastro.

domingo, 12 de mayo de 2019

Don Nelson

Don Nelson está sentado en la entrada de un hospital. El ingreso al lugar es muy restringido y solo dejan entrar de a un solo visitante por paciente. 

En una ventanilla, una celadora de gesto duro, decide quién y quién no ingresa. Cada cierto tiempo dice en voz alta: “Esta prohibido ingresar regalos, cualquier tipo de alimento, y yo no les puedo guardar nada”. Ahí termina su frase, pero Don Nelson piensa que la mujer le añade la palabra “malditos” mentalmente. 

Está y no está con su familia pues no se integra para nada en la conversación que sostienen dos mujeres, de mediana edad, sentadas a su lado. No sabe muy bien a quién le aplica el término mediana edad, pero cree que funciona para referirse a esas mujeres de su familia no familia.

Cada vez llegan y se unen más familiares al grupo, pero don Nelson no se preocupa en saludarlos. A veces eso pasa en las familias: No conocemos a esas personas con las que nos reunimos a celebrar cumpleaños, aniversarios y almuerzos esporádicos o para esperar junto a ellos en la entrada de un hospital. Son nuestros parientes, pero parece que vivieran en otros mundos. 

Las mujeres ahora hablan acerca de otra mujer, al parecer menor; hija de alguna de ellas o una sobrina: 
“Ella ya terminó periodismo , pero no ha conseguido trabajo” 
“¿Y lo de Caracol?, pregunta su interlocutora. 
“Eso era la pasantía." 

Apenas terminan la conversación. otro de los familiares de Don Nelson, que está a punto de marcharse, revolotea por el lugar. En un momento deja de moverse y toma la decisión de acercarse a las dos mujeres, y se inclina para despedirse de beso. Las abraza a ambas fuerte y les dice al oído a cada una: “Que Dios la bendiga”. 

Luego el hombre inclina su cuerpo hacia Don Nelson, estira un brazo y le dice: “Hasta luego Don Nelson”. 
“Ehh…yo no soy Don Nelson", le respondo. 

El hombre, apenado, balbucea algo mientras se aleja.