jueves, 30 de mayo de 2019

Guion, escribir, flow y los noventa

Edito un guión, no tengo idea quién lo escribió, cuyo primer párrafo es un ladrillazo completo: pesado, falto de ritmo, zonzo, etc. Me acompaña un pocillo de café al que le doy sorbos cada nada, mientras intento desenredar el genero y el número de algunos sustantivos que me están mamando gallo hasta que, creo, lo consigo. 


Antes de saltar al siguiente párrafo, conecto los audífonos al computador, y busco una lista: Lo mejor del rock alternativo de los noventa. Salto de nuevo al documento sin saber qué canción va a sonar, y cuando lo comienzo a leer de nuevo, suena Selling The Drama de Live. Me gusta mucho esa canción y le subo al volumen. Sé que escuchar música tan duro es malo para mis oídos, pero descarto el pensamiento rápido. 




A medida que las canciones suenan, me fundo en el escrito; comienzo a descifrarlo, a entender  sus patrones de ritmo. Mientras estoy en esas suena una versión de No Rain en vivo, en la que Shannon Hoon tiene la voz perfecta. 

Hoon, que murió a los 28 años; casi hace parte del ese club de músicos murieron a los 27 : Jimmy Hendrix, Janis Joplin, Jim Morrison, Amy Winehouse, entre otros. 

Esa edad, ese número, me parece extraño. A diferencia de los 30 me parece que es el verdadero punto de quiebre, es decir, el momento en que uno se convierte en adulto, si tal cosa de la adultez existe. De pronto esas personas eran más susceptibles, emocionalmente, a esa cifra,  y por eso no la aguantaron, qué sé yo. 

También suena Shine, Iris, una de las pocas canciones que me han dedicado en esta vida; Smells Like Teen Spirit, Alive, entre otras, y cada una llega con su respectivo recuerdo. 

Les pongo y no les pongo atención porque la escritura me fluye. Me encuentro, creo, en eso que los psicólogos llaman un episodio de flujo, en el que una persona está totalmente inmersa en la actividad que realiza. 

Estoy en la zona y se siente bien.

martes, 28 de mayo de 2019

El programador

A restaurante no le quedan mesas libres. Algo nos hizo demorar en la oficina, y ese par de minutos marcaron la diferencia entre conseguir mesa y tener que hacer fila. 

La mesera que siempre nos atiende, una mujer de pelo negro corto, y semblante amable nos saluda: “Hola amiguitos, ya les consigo mesa”, dice. Esperamos en la fila; al rato nos llama y nos conduce hasta una mesa donde un hombre almuerza solo. “Sigan, sigan que al él no le molesta compartir mesa."

Él es un hombre con barba de unos tres días, pelo desordenado, gafas de marco negro, y lleva puesto un saco abierto de color negro, y una camisa blanca con rayas azules horizontales. Me recuerda a las pintas que utilizaba Kurt Cobain. 

Hacemos nuestro pedido y al rato a él le traen el suyo, una cazuela de frijoles humeante y un plato que lleva arroz, carne molida, un chorizo, tajadas de plátano y una porción de aguacate. 

Antes de comenzar a comer, el hombre se queda mirando la taza y plato por un rato, como si fueran un problema por resolver, y luego prueba los frijoles con la cuchara. 

No levanta la vista de su comida, y vuelve a adoptar su modo contemplativo. No sabemos qué tipos de cálculos realiza en su cabeza, si está sumando el número de calorías que Va a ingerir o si está diseñando un algoritmo que determinará cuál es la forma más placentera y óptima de ingerir su almuerzo. 

El hombre vuelve a tomar la cuchara y con la mano libre toma el aguacate y comienza a trocearlo,para luego echarlo en la cazuela de frijoles. Sus movimientos son pausados, casi milimétricos, podría decirse, y cuando termina esa tarea vuelve a quedarse quieto por un momento pues, ya sabemos, realiza cálculos y permutaciones con la comida que no llegaríamos a entender nunca. 

Él vuelve a moverse y ahora ha decidido que a su orden le viene bien un poco de caos, pues decide echar el arroz blanco en la cazuela, al igual que la carne molida, y luego revuelve todo con la cuchara. 

Decide que su programa ya corre bien, y comienza a cucharear de forma tranquila, pero con un buen ritmo. A los pocos minutos termina, se acaba de un sorbo un vaso de limonada que llevaba por la mitad y mientras se pone de pie nos dice: “hasta luego, que estén bien”. “Nos despedimos de Él”, para concentrarnos en nuestros almuerzos; o bien, en nuestros programas informáticos, que asemejan un róbalo con arroz y  ensalada.

lunes, 27 de mayo de 2019

Jugo en la cara

El escritor cuenta como en una celebración de noche buena su padre comenzó a estrellar los platos contra la pared. Él era pequeño, y dice que no entendía nada de lo que pasaba, pero que si recuerda el malestar que el episodio le generó. ¿Por qué su padre había tenido que escoger precisamente esa fecha para descargar su rabia contra él, su familia o el mundo? El escritor es Manuel Vilas. 

También dice como después de que eso ocurrió, nunca hablaron acerca del tema. 

Yo también tengo un recuerdo de cuando era pequeño. Era de noche y estábamos con mi familia en la mesa de la cocina, y mi papá y mi hermano estaban discutiendo por algo. No recuerdo a qué se debía el altercado, pero si que ambos se pusieron de pie, y que estaban muy alterados. Cada vez subían más el tono de la voz y se inclinaban hacia adelante cada vez que hablablan como para hacer énfasis en sus palabras. Yo, a mis 8 años, esperaba, con angustia el desenlace de la pelea. Sentía que el mundo se iba a acabar. 

De repente mi padre se quedó sin palabras, y la única reacción que tuvo fue echarle el vaso de jugo en la cara a mí hermano. Reacción que acabó la pelea y que a pesar de lo violenta y/o humillante que haya sido, fue  mucho mejor que recurrir a un puño, por ejemplo. 

Tampoco recuerdo que pasó después de eso, supongo que mi hermano se fue a su cuarto y que se dejaron de hablar por unos días. Me imagino que, como en el caso del escritor, tampoco volvimos a hablar del tema, simplemente lo dejamos ser y ya. Cómo lo escribí hace algún tiempo, nada mejor que el “Como si nada”, como mantra de vida, para evitar patinar sobre las situaciones. 

Todo esto me recuerda el preciso párrafo de apertura de Ana Karenina: “Todas las familias felices se parecen unas a otras; pero cada familia infeliz tiene un motivo especial para sentirse desgraciada”, pues todas las familias, creo yo, han tenido episodios de infelicidad.

jueves, 23 de mayo de 2019

Carpetas de intención


En mi computador tengo una carpeta que se llama artículos, que guarda otras de algunas revistas a las que he enviado algunos. Unos han sido publicados y otros no, y dentro de ese listado de carpetas, hay unas que no tienen ningún archivo; llamémoslas: “carpetas de intención”. 

Son dos esas carpetas: Rolling Stones y New Yorker. La primera la creé porque una vez, en una feria de libro, me conseguí los datos de la editora de la versión en español de esa revista, y pensé que en un futuro podría enviarle algún texto. La carpeta estuvo vacía por mucho tiempo, hasta un viaje que hice a Santa Marta con mi hermano. Esa vez visitamos el bar de rock Crabs, y tuvimos una larga conversación con Oscar Zuluaga, el dueño. 

Días después del viaje, ya en Bogotá, escribí una crónica sobre nuestra visita al bar, que titulé “Las tenazas del rock”. Luego me acorde de los datos de la editora de la revista, hice dos  nuevas versiones del texto, y lo envié. Nunca me dieron repuesta, vaya uno a saber si alguien llegó a recibir ese E-mail. 

La otra carpeta, la de New Yorker. Aún continúa vacía. Si algún día llega a tener un archivo será una historia, porque quien quita que me ocurra lo mismo  que a Kristen Roupenian; la escritora a la que le publicaron la historia Cat Person, que se volvió viral. Poco tiempo después una editorial le dio un avance de 1.2 millones de dólares para que escribiera el libro de historias You know you want this

Que bien debe sentirse recibir un cheque por esa cantidad, pero que angustia tener que escribir bajo la sombra de un texto viral. Igual, ahí continuó con mis carpetas por si, de pronto, algún día se me ocurre una pieza maravillosa.

miércoles, 22 de mayo de 2019

Cansancio

Estoy cansado, razón por la cual escribo sobre eso, por pura pereza, o bien, cansancio; un cansancio que me dice al oído que no me preocupé en buscar otro tema al cual pueda arrancarle unas cuantas palabras. 

Sería buenísimo, por ejemplo, tener el estilo de vida de Murakami, en otras palabras, ser un escritor de tiempo completo y, obviamente, tener su misma capacidad de producción de novelas. 

Murakami se cansa, pero se cansa, aparte de sus rutinas deportivas, escribiendo: 

“The whole process–sitting at your desk, focusing your 
mind like a laser beam, imagining something out of a blank horizon, 
creating a story, selecting the right words, one by one, keeping the 
whole flow of the story on track–requires far more energy, 
over a long period, than most people ever imagine.” 
- What I talk about when I talk about running – 

De pronto lo que también  puede cansar  al momento de sentarse a  escribir algo, es no tener ningún tema a la mano. A veces dedico una porción de tiempo del día a pensar sobre qué voy a escribir, y si encuentro el disparador adecuado: Una frase, una imagen, un recuerdo lo que sea, el texto va apareciendo con facilidad, y lo tengo que anotar en algún lado: las notas del celular, un mail que me auto-envío, mi libreta, donde sea, pero otras veces la rutina me absorbe y llego al punto en el que estaba hace un momento, cansado y sin tener ni idea sobre qué escribir. 

Cuando eso me ocurre, pienso si tengo algún escrito reciclado en alguna carpeta del computador. Recuerdo que alguna vez empecé a escribir uno sobre Kim Young Un, de esa época en la que se quería dar en la cabeza de tu a tu con Estados Unidos. Ya no recuerdo porque no lo terminé de escribir, seguro fue por pereza o por cansancio. Una vez intenté retomarlo, pero no le vi futuro y ahí se quedó, ahí seguirá, y quien sabe si algún día, en el que no esté cansado, le ponga el punto final que, digamos, se merece.

martes, 21 de mayo de 2019

Hipocondría

Estás sentado en la sala de espera de un consultorio médico y tomas una revista que alguien dejó olvidada sobre una silla. Comienzas a hojearla distraídamente, hasta que te encuentras con la palabra hipocondría, que es como un agujero negro. No sabes si la atracción que produce se debe al acento en la penultima sílaba, a su carácter grave, con esa tilde en la í que es como una bandera puesta en lo alto de una montaña, en la que posas la mirada con facilidad, o si es por todo lo que encierra su significado, es decir, ese coqueteo con la muerte administrado en tan solo 5 sílabas. 

Te despiertas un día con un dolorsito inofensivo, en tal o aquella parte del cuerpo, y te imaginas que es una enfermedad terminal, que no ha sido descubierta por la comunidad científica, y que carcome tus entrañas a manera de huésped silencioso pero destructivo. 

¿Por qué piensas eso?, porque eres bueno para crear ficciones y sobre todo ficciones negativas y absurdas que no hacen más que reforzar la red de angustia en la que vives atrapado. 

La palabra también sirve como nombre de monstruo mitológico: Hipocondría de dos cabezas, o el de un órgano del cuerpo humano. "Me van a a sacar la hipocondría" podrías decir, y cómo sería de provechoso para nuestra salud mental ese procedimiento quirúrgico, que la hipocondría fuera tan extirpable como la vesícula, por ejemplo. 

La hipocondría viene a ser entonces un órgano imaginario a manera de cuento, situado en algún oscuro rincón de tu imaginación, una historia a la que le añades cada día más párrafos y que te cuentas a diario; la encargada de fabricar todo tipo de teorías conspirativas en torno a tu salud, y una de las maneras en que intentamos tantear a la muerte. 

Y es que hay que ver lo triste que es su definición: “Afección caracterizada por una gran sensibilidad del sistema nervioso con tristeza habitual y preocupación constante y angustiosa por la salud.

lunes, 20 de mayo de 2019

La vida de Lara

El título de este post resulta pretencioso, pues es casi imposible contar la vida de alguien en poco más de 500 palabras que, supongo, va a ser la extensión de este post, pero uno nunca sabe qué puede ocurrir con un escrito.

Si Tolkien garabateó en la hoja  de un examen que estaba calificando: “En un agujero en el suelo vivía un Hobbit”, la semilla narrativa del mundo de esos seres,  que luego fue detallado a fondo en la trilogía del Señor de los Anillos; cualquier cosa podría ocurrir con la vida del Lara de este post. Tiende uno a creer eso, es decir, uno piensa que lleva una novela en el inconsciente, y que en el momento menos pensado va a brotar de las profundidades del cerebro y que lo único que vamos a tener que hacer es pasarla a limpio, en fin.

Dudo que mi novela sea la vida de Lara, pero si así fuera, estoy seguro de que la frase que la abriría sería: “Pobre vida la del pobre Lara que escupió pa’ arriba y le cayó en la cara”, y pueden decirme que soy falto de creatividad e imaginación, pero lo siento nada me hará cambiar de parecer, esa es la frase y punto.

Me imagino que Lara es un tipo como usted o como yo, o bien podría ser una mujer, y también sería como usted pero no como yo, aunque hay quienes dicen que los hombres llevan encima cierto porcentaje de feminidad, al igual que las mujeres cierto porcentaje de masculinidad pero, ¿si ven? Lo escritos, esos grandes monstruos, comienzan a torcerse y dejan el camino principal para andar por trochas poco transitadas, desordenadas, sin nada de inicios, nudos o desenlaces, arcos narrativos y esas cosas.

Volvamos, mientras se pueda, con Lara. Les decía que es como usted o como yo; digamos que lleva una barba rala de un par de días, que yo no  tengo, pero puede que usted si, y lleva el pelo largo hasta los hombros. 

Eso es parte de lo que sé sobre Lara, y hay otros detalles que  no les quiero contar porque me gustaría que se formen la imagen de él que mejor les parezca. Quizá Lara solo es un simple Hobbit metido en un agujero de mi imaginación.