jueves, 13 de junio de 2019

Universo paralelo

Una teoría dice que existen millones de universos paralelos en los que existimos, pero llevamos vidas completamente diferentes, y que estos se crean, en aquellos momentos en los que debemos tomar una decisión, la que sea.

Suponga usted, estimado lector, que siempre lleva almuerzo a la oficina, y trata de comer lo más saludable posible. Un día olvida llevarlo; uno de esos días en los que la mente se ocupa con mil temas antes de salir de la casa y, a pesar de que el almuerzo con brócoli y habichuela hervida, y una porción de arroz del tamaño del puño de la mano, está listo y a plena vista, en el mueble que queda al lado de la puerta, ahí se queda olvidado el por el resto del día.

Ese día, llamémoslo el del almuerzo sin dueño, es uno de mucho trabajo en el que no se come nada en toda la mañana, y a la hora del almuerzo uno siente que es capaz de comerse una vaca entera.

El lugar al que se va almorzar tiene muchas opciones de comida saludable y chatarra. La mayoría de las personas escogen opciones del segundo grupo,y uno, que intenta llevar la cuenta de las calorías que consume en cada comida y con el brócoli en mente, piensa pedir una ensalada.

Antes de llegar a hablar con la cajera, uno decide que la comida saludable se puede ir a la porra, y pide una hamburguesa doble carne, con papas agrandadas y malteada de fresa. Es ahí cuando se crea un universo paralelo.

Imagino que en ese un universo la comida chatarra es la que manda la parada, y es también uno en el que nadie medita, ni práctica alguna terapia new age o algo por el estilo; un lugar donde reina una especie de anarquía espiritual.

martes, 11 de junio de 2019

Mirar por la ventana

Miro por la ventana distraídamente y veo como, a lo lejos, un helicóptero pasa por delante de una nube blanca. El contraste entre el blanco de la segunda y el color rojo del primero, hace que el avistamiento sea llamativo. 

¿Quién va en ese helicóptero? ¿Hacia dónde se dirige? Recuerdo que una vez una mujer publicó una foto de un día de trabajo en ciudad de México. Ella estaba ubicada en un piso muy alto y la imagen mostraba un helicóptero aterrizando en el helipuerto del edificio que quedaba al frente. 

Soñamos con eso, con ser el que viaja en ese helicóptero, con evitar trancones con no demorarnos en nuestros desplazamientos; recorrer distancias en menos de 10 minutos en hora pico, que nos tomarían horas en carro o bus. 

A mì me gustan los trancones, bueno, es un decir. Imagino que afirmo tal cosa porque no manejo, entonces soy un simple espectador no activo de ellos, por decirlo de alguna manera. 

Lo que más me gusta cuando hago parte de uno como pasajero, es mirar por la ventana, porque es un momento en el que hecho globos sobre todo, lo que sea desde preguntarme sobre la vida y la muerte, hasta recordar chistes bobos o pensar sobre algo que vi en televisión  o en asuntos sin importancia, como: “Deberían hacer una película de Terminator vs Los Trasnformers, ¿quién ganaría?” 

Me gusta mirar por la ventana, es un buen pasatiempo. Considero que ver pasar gente resulta apaciguante, pero sí, y solo sí, se adopta un modo contemplativo sin caer nunca en el juzgamiento. 

Por eso me gustan los trancones, porque tienen una estrecha relación con la actividad de mirar por la ventana. 

lunes, 10 de junio de 2019

Maldita opinión

Las opiniones son una porquería, si de algo debiéramos carecer todos es precisamente de ellas; y deberíamos procurar comunicarnos a punta de historias. Ese debería ser nuestro ideal. 


Si se fija usted bien, estimado lector, lo que que he escrito hasta el momento no deja de ser una mera opinión; pretende uno alejarse de ellas pero aparecen por todas partes y nos las apropiamos como si nada. 

Hace un rato estaba escribiendo otro post que titule: “Tener la razón”. Era, es porque aún no he borrado lo que escribí, un texto cargado de rabía y comenzaba así: Nada más nocivo que creer tener la razón. Nada peor que intentar impartir nuestra verdad como si fuera la única, nada… 

Pero después de ese párrafo introductorio comenzaba como a echar indirectas sobre un tema en particular y pues que pereza eso, ¿acaso no?, me refiero a creer tener derecho a decir que está bien o que esta mal, un asunto, el del bien y el mal,  totalmente ligado al punto de vista, es frontera desde donde analizamos cada situación a nuestro antojo. 

No quiero escribir así, solo quiero contar cualquier vaina: un recuerdo, una imagen, algo que otra persona me contó. 

No entiendo, por ejemplo, cómo no escribí acerca de esa viejita que tiene un carrito de dulces en la entrada del hospital Simón Bolivar. Un pariente pasó una temporada en ese hospital, y un día me acerqué a esa señora para  comprar unas galletas de coco, que me parecen un bocado perfecto, pues se encuentran, creo yo, haciendo equilibrio en la delgada línea que divide la comida fit de la comida chatarra. 

Ese día conversé un poco con ella. Le pregunté que qué tal le iba con sus ventas y que cómo había hecho para poder instalar su carrito en ese lugar. Recuerdo que respondió a mis preguntas con desparpajo, mientras ordenaba algunos productos. No me acuerdo de sus respuestas, pero si que ese día el viento soplaba muy fuerte y que la mujer tenía puesto un gorrito de lana peruano. Le di las gracias, me despedí y pensé en escribir sobre ella. Tampoco sé con qué ocupé mi mente esos días, para que su recuerdo aparezca hasta ahora, seguro llené mi cabeza de opiniones.

domingo, 9 de junio de 2019

Lluvia en el sueño

Hoy me desperté a eso de las 9, desayuné y me volví a meter a la cama. Leí un poco, me vi un capítulo de una serie y luego me atrapó una modorra. Me tape con la cobija hasta los hombros, di media vuelta, cerré los ojos, y me quedé dormido profundamente. 

Mi consigna era descansar nada más, hacer pereza, pero un cansancio acumulado, supongo, me ganó, por eso caí en un sueño muy extraño, con tintes de pesadilla. Aunque no recuerdo bien de qué trataba, fue muy angustiante. Los eventos del sueño transcurrían en una noche lluviosa, y se desarrollaban en la carrera séptima a la altura de la calle 50 y pico; digo esto porque en el sueño pasaba de largo Treffen ese bar que, imagino, todavía existe y que queda al costado occidental de esa vía. 

Tengo las imágenes de la lluvia y una bruma levantándose del suelo muy frescas en mi cabeza, también las de personas que iban caminando de afán con abrigos oscuros. Parecía una película de los cincuenta, y seguro había un asesinato de por medio. Lo único que yo hacía era caminar a lo largo de la 7 de un lado a otro, pero siempre en el mismo sector.  Caminar con miedo y angustia, en una noche lluviosa, pero qué bonito eso.

¿Quién era yo en ese sueño?, es decir, me imagino que somos nosotros mismos en los sueños, pero que interpretamos diferentes papeles. Había más personas, otros personajes, digamos, pero solo los recuerdo como sombras, bultos indefinidos con los que nunca llegué a interactuar. 

Me marcó mucho la angustia que sentí en ese sueño. Algo malo había pasado, y si no buscaba refugio más eventos desafortunados iban a ocurrir. A eso, supongo, se debía la angustia, que trataba de calmar caminando sin un rumbo fijo, intentando perder a alguien, pero ¿a quién? 

Me gustaría que mis sueños tuvieran un hilo narrativo más claro, pues no dejan de ser un conjunto de imágenes difusas. 

Como llovía en ese sueño.

miércoles, 5 de junio de 2019

Me molesta

Me molestan muchas cosas: La hipocresía, que existan personas que le tomen fotos a un plato de comida, que yo alguna vez le haya tomado foto a uno, que algunas personas se ufanen de sus borracheras. Me molestan en especial esos artículos de ¿cómo hacer inserte aquí su tópico de interés? o las famosas listas, como esa que indica los 30 lugares del planeta que debemos visitar antes de morir cuando está claro que todos queremos viajar, pero ninguno morir. Me molesta no ser un putas de la gramática, para puntuar como si fuera una especie de dios del idioma. 

Me molestan las personas que dicen que van a escribir un libro, pero que se quedan en eso, en sembrar expectativa, en ser autores de libros no escritos, libros fantasmas, libros muertos antes de nacer. Me molesta la epidemia de expertos en la que vivimos inmersos, que no nos demos cuenta, como leí una vez, que si que alguien se considera experto es porque está mal informado o simplemente es un habla mierda. 

Me molestan los influenciadores, el afán que tenemos de tener seguidores en las redes sociales, y me molesta que a veces me fije en eso y en mis pocas, casi nulas, habilidades para interactuar con personas que no conozco en la supuesta autopista de la información. 

Puedo quedarme listando las cosas que me molestan durante mucho tiempo, así que les voy a contar qué es lo que más me molesta, y es precisamente eso, o esto, es decir, estar molesto e indignado con y por todo, no dejar que los asuntos, las personas y sus actitudes, las cosas, con todo lo que pueda ser una cosa, me resbalen. 

Me molesta no estar en la capacidad de ser como una mota de polvo pues ¿qué le molesta a una mota de polvo? Seguramente nada, va por ahí y simplemente es lo que es, sin necesidad alguna de aparentar nada. 

El viento la lleva de un lado a otro, hasta que un trapo para limpiar el polvo la retira de una superficie, ¿y luego de eso para donde va? supongo que a las tuberías de la ciudad después de que el trapo se lava, y luego, de alguna forma, se queda allá en las sombras, hasta el fin de los tiempos, pues imagino que las motas de polvo, como las cucarachas, lo resisten casi todo. O quizás se convierten en algo diferente, o vuelven a salir a la superficie y retoman su andar errante, aleatorio; se apropian de su papel de mota de polvo como si nada, sin indignarse sin renegar, vuelven a ser ser lo que son o lo que fueron, lo que eran, y ya está, sin patinar sobre el asunto.

martes, 4 de junio de 2019

Molestar

“¿Qué más hiciste el fin de semana?”, le pregunto a L. a punto de iniciar una reunión con un cliente. “Salí con un amigo que me está molestando”, responde. 

Le pido que elabore un poco más sobre su respuesta, y me cuenta que fue a cine con un amigo de su infancia que se está portando muy lindo con ella, y que está sumando o ganando puntos. Lo primero que se me ocurre es que para ganar puntos, en ese jueguito enredado del amor, es necesario molestarlas, aunque nada es absoluto en esta vida, nada es blanco o negro, uno o cero; mucho más si definimos esa molestia causada, ese avance, ese cortejo como un movimiento, y nos basamos en la teoría de Einsten que menciona que todo movimiento es relativo. 

Los caminos que se abren al “molestar” resultan ser varios. Digamos que ese hombre que molesta a L, va por buen camino. Supongamos que ella lleva una tabla con un sistema de puntos en el que suma y totaliza cada una de sus acciones, bien sean positivas o negativas. Él, ese hombre me refiero, pude estar pensando que, con su forma de actuar, por ser bonito, tierno, una bomba sexual o lo que sea, ha sumado cierta cantidad de puntos. 

Pasado un tiempo, 2, 3, 5 citas, qué sé yo, ese hombre va embalado, y llega a ese punto en el que decide poner sus cartas de juego sobre la mesa, cantar la verdad, o cualquier otro cliché que se nos ocurra, pero ese hombre olvidó algo, y es que en esa hoja, en la que imaginamos que L. lleva el puntaje, tiene diferentes pestañas: Él, este otro, aquel, perenganito, etc. pues la acción de molestar a alguien, lamentablemente, no asegura exclusividad alguna con esa persona. 

Otro de los posibles escenarios producto de “molestar” es aquel en el que Él se esfuerza en ganar puntos positivos, pero solo suma en negativo, y al final ese molestar se convierte en un malestar para ambas partes.

lunes, 3 de junio de 2019

La firma

Recuerdo que cuando era pequeño, un día en clase decidí inventar mi firma. Si no estoy mal la que utilizo hoy en día tiene algo del ese primer diseño, que no intentaba otra cosa que emular la firma de mi padre. 

Ese día, y no se porque lo tengo tan fresco en mi memoria, me conté lo siguiente: “Voy a ensayar mi firma muchas veces, para cuando tenga que firmar muchos cheques en una empresa.” No sé de dónde carajos saqué semejante pensamiento, en esa época que en la que una de mis mayores preocupaciones era jugar con carritos. 

Les decía que lo que en verdad pretendí en esa ocasión fue imitar la firma de mi papá. Para mi era todo un espectáculo, y aún lo es, verlo firmar. Es una firma muy complicada, en la que resaltan sus iniciales, la H y la J, pero parece una escritura de otro tiempo, como gótica, con miles de curvas y trazos precisos. 

Parece que firmar  para él es todo un ritual.  Segundos antes de hacerla se torna serio; parece que evocara algún recuerdo, y apenas toma el esfero hace unos trazos desordenados en el aire, como para calentar la mano, y en una de esas curvas aéreas, escoge un momento de forma aleatoria, en el que lleva la punta al papel y realiza ese trazo espléndido que parece estar lleno de sabiduría, y que siempre es idéntico.  Es una firma sin errores. 

En cambio, mi firma, a pesar de que en algún momento de mi vida le dediqué tiempo a su diseño, es muy simple, casi nada si la comparo con la de mi padre. A veces, me imagino que porque no tengo ningún tipo de ritual o calentamiento antes de hacerla, me queda distinta, y la tengo que retocar una vez la termino. Esas veces no es firma sino garabato, pues supongo que una de las reglas de oro de una firma es serle fiel a un único trazo.