lunes, 1 de julio de 2019

Tolkien

Me refiero a la película. 

Fui muy aficionado a Tolkien, a sus libros, a su mitología. Los libros de la Trilogía del Anillo son de los pocos que he releído en toda mi vida; en cierto momento, hace muchos años, me llegó a fascinar el lenguaje élfico y descargué un listado de palabras dizque para aprendérmelas, pero al final eso nunca ocurrió, me dio pereza.

El fin de semana pasado fui a cine y me enteré de que ya la estaban proyectando; la sala que logísticamente era la que más me funcionaba, lo hacía de noche. 

Tenía muchas ganas de verla. Durante la semana pasada intenté cuadrar para ir con una amiga, pero el plan nunca ocurrió. Al final la semana, su rutina, mi falta de decisión, el cansancio, estos y otros aspectos evitaron que lo hiciera.

Durante la semana averigüé otros horarios, pero eran para pensionados o personas con mucho tiempo: al medio día y a las 2:00 de la tarde; que vaina tan ridícula. Los días hábiles pasaron y llegó el fin de semana, acompañado de la sensación, el pálpito (esta palabra me siempre me ha parecido graciosa) de que la van a sacar pronto de cartelera.

Hoy desayuné con unos amigos y luego llamé a mi hermana a ver si me acompañaba, pero ella sigue con gripa o inicios de esta, en fin, con un malestar que la acompaña desde la semana pasada, así que me dijo que no podía, no quería o ambas cosas.

Mi amiga se había ido de puente, así que, al parecer, me quedaba una única opción: ir a verla solo. “¿Solo a cine un lunes festivo?, que tristeza de plan”, pensé. Alguna vez leí que alguien decía que los solos solo son para las guitarras eléctricas, pero evite pensar en esas cosas, y al final decidí ir, reforzando mi decisión con un párrafo de Ordesa:

“No me apetece quedar con nadie, porque estoy conmigo mismo,
Porque he quedado conmigo mismo, porque me ocupa mucho estar
conmigo. Es una adicción estar conmigo mismo”

Que si deprimente o no, no lo sé, pero se me metió en la cabeza ver la película hoy, y no quería depender de nadie para hacerlo.

Al poco tiempo luego de que empezó, una mujer, también sola, se sentó a mi lado, puso una botella de agua en el hueco donde, se supone, va la gaseosa y comenzó a comer crispetas de forma pausada. El sonido crujiente cada vez que las masticaba era tranquilizante; yo, en cambio, no compré nada porque seguía lleno por el desayuno. 

Pensé en esa historia de un ex-jefe de mi hermana que conoció a su esposa de esa manera, cuando los dos fueron solos a cine, pero únicamente miré de reojo a mi vecina, que estaba muy concentrada en la película y en comer crispetas.

Valió la pena. La película me gusto mucho. Vayan a verla antes de que la quiten de cartelera.

domingo, 30 de junio de 2019

¿A dónde se va?

La hija de F. la llama al trabajo, para contarle que su papá ha muerto. La hija está de mal genio y le dice a su mamá que no puede ir a trabajar, que va a ocuparse del asunto. 

Cuelgan. F dice que apenas se enteró de la noticia, sintió un vacío momentaneo, que todo se le bajó, pues, a fin de cuentas, él, su ex-marido, había sido “El amor de su vida”, así lo dijo. 

Al rato le vuelve a sonar el teléfono. Es su hija de nuevo y esta vez le pide disculpas. Le explica que no está brava con ella, sino con la vida, con el desenlace de los eventos que rara vez coincide con nuestras expectativas. Le cuenta a su mamá que siente mucha rabia, rabia de que su papa no estuvo a su lado, de que nunca pudo disfrutar de él como hubiera querido, pues F y él se separaron hace muchos años; él se caso de nuevo y cambió de hijos, de esposa, de vida. 

¿Qué pasa con el amor?, ¿a dónde se va el sentimiento una vez termina una relación? Se supone que después de un tiempo, mucho dolor y lágrimas se avanza, ¿cierto?, se sigue adelante. Unos lo hacen más rápido que otros, pero en algún lugar del cuerpo debemos llevar restos del amor que hemos sentido por todas las personas con las que hemos tenido una relación sentimental. ¿En dónde?, digamos en el corazón, que es el que suponemos se encarga de ese sentimiento, o de lo que sea que es el amor. 

De eso habla Raymond Carver en uno de sus cuentos: 

“Hubo un tiempo en que creí que amaba a mi ex mujer más 
que a la propia vida. Pero ahora la aborrezco. De verdad. 
¿Cómo se explica eso? ¿Qué ha sido de aquel amor? Qué 
ha sido de el, es es lo que quisiera yo saber. Me gustaría que alguien pudiera decírmelo.” 

Exijo lo mismo que el personaje de ese cuento. Que alguien nos lo diga, que alguien nos aclare eso, para poder entender porque F. se sintió de esa manera cuando se enteró de la muerte de su ex-marido, alguien por quien, se supone, ya no sentía absolutamente nada.

sábado, 29 de junio de 2019

Ordesa, o de cómo narrar la vida

Leo Ordesa, la novela de Manuel Vilas, que bien podría llamarse: “Ordesa, o de cómo narrar jodidamente bien la vida”. 

Llegué a la novela por un artículo en el que Juan José Millás recomendaba películas, series y libros y ese estaba en la lista. También estaba “Un andar solitario entre la gente”, al que le he hecho dos intentos de lectura, pero llega un punto en el que me aburre, y pues a uno no le debe pesar abandonar un libro cuando se le coge pereza. 

Hace un tiempo investigando qué autores le gustaban a Millás aparte de Dostoyesvski, di  con Patricia Highsmith, porque el narrador de Mi Verdadera Historia,  mencionaba que el protagonista adolescente o su papá, ya no recuerdo bien,  se sentía atraído por la novela “Ese dulce mal” de esa autora, que se especializa en thriller psicológicos. Me la leí, pero no me pareció tan buena. 

En cambio la de Vilas, que  aún no  termino,  me ha gustado mucho, la forma en que narra su vida y la de sus padres es genial. En ocasiones es muy poético, y en otras simplemente cuenta sus recuerdos como mejor los recuerda, valga la redundancia, pero siempre procura estar desapegado de la opinión, de esas verdades absolutas que todos creemos tener, y que blandimos verbalmente a cada rato. 

“Me gusta viajar en mi coche. Salir a las autopistas. Parar en los 
Bares y restaurantes de las autopistas, donde todo el mundo es nadie. 
Allí hay camareros con vidas difusas, fíjate en ellos. 
Sí, fíjate en ellos.” 
— Ordesa — 

Lean a Vilas, aguanta mucho.

miércoles, 26 de junio de 2019

Temas

La mujer con la minifalda se sienta en su escritorio de forma incomoda , otra se pasa la lengua sensualmente por los labios, para quitarse la espuma que quedó en ellos, luego de haberle dado un sorbo a una taza de capuchino; un hombre de pelo corto y bigote mira un mensaje en su celular, frunce el ceño y luego lo guarda en el bolsillo derecho de su pantalón; una señora le pone la mano a un bus que sigue de largo, como si ella fuera un fantasma, y al rato decide parar un taxi; el hombre frita un un huevo en pijama, una pareja que exuda pasión se enjabona mutuamente mientras un fuerte chorro de agua los moja; un mensajero oprime con ansias el botón para llamar el ascensor; aquella mujer, la que sea, apaga la alarma del despertador por segunda vez, porque la realidad le sabe a mierda; el jefe cansado de su dieta pide hamburguesa en vez de pescado a la plancha con verduras; un hombre, otro diferente a los ya mencionados, camina escuchando música y toca un bajo que está hecho de aire; una mujer recién casada se fija en él, un perfecto desconocido para ella, con el que solo se va a cruzar esa vez, pero con el que imagina toda una vida por delante. 



Cualquier escena, cualquier cuadro minúsculo que compone nuestras vidas son temas, temas sobre los cuales se podrían escribir novelas, porque todos están repletos de incógnitas, de conflictos escondidos difíciles de ver a primera vista, y solo hace falta que nos fijemos con detenimiento para comenzar a desenredarlos, un arte que los novelistas expertos tienen muy desarrollado. 

Podríamos plantearnos, por ejemplo, cualquier tipo de preguntas acerca de la mujer recién casada que mira al hombre que camina y escucha música y con quién imagina toda una relación a futuro ¿Por qué lo hace?, ¿duda de sus sentimientos hacia su marido o es una simple ensoñación? O, por ejemplo, ¿qué decía el mensaje de celular que alteró al hombre? 

Temas que, al parecer, son normales, ¿cierto? Pero quién sabe cuánta tensión cargan y qué cantidad de eventos pueden desencadenar. Por eso nos contamos historias de cada una de esas personas, intentamos darle algún orden a la avalancha de información con que nos bombardea el mundo a cada segundo. 

“We live entirely, especially if we are writers, by the imposition 
of a narrative line upon disparate images, by the “ideas” with which 
we have learned to freeze the shifting phantasmagoria which is our actual experience.” 
- Joan Didion -

martes, 25 de junio de 2019

Maluquera existencial


Un amigo me cuenta que este fin de semana tiene una cita con una médica bioenergética, la misma que atiende a su novia. ¿Por qué?, porque afirma que últimamente no se siente bien, como si tuviera algo desbarajustado, excelente palabra esta, pero no es una dolencia física que se cura con una pastilla para el dolor y/o una bebida caliente. Podría escribir que es un dolor en el alma, pero me parece un recurso romanticón y zonzo. 


Mi amigo atribuye parte de su sensación a estar lejos de su familia;  emigrar siempre desordena algo, corrompe nuestro programa o, en otras palabras, nos enreda el caminado.

Una de las principales inquietudes que le rayan la cabeza y que me planteó con algo de rabia fue: “¿Por qué carajos tuve que dejar mi ciudad para poder buscar oportunidades?”

Y es que se supone que las ciudades capitales son el lugar indicado para buscar lo que uno sea que esté buscando, pero tienen un punto en contra, y es que son un mierdero: frías, caóticas; y resulta necesario blindarse de alguna manera para no dejarse joder por la velocidad a la que van.

Cada quien busca los métodos que considere necesarios para no enloquecer. En el caso de mi amigo es una médica bioenergética, pero hay muchas opciones.

Hace un par de años años estuve obsesionado con escribir una crónica sobre el Indio Amazónico. Al final mi proyecto no salió del todo como quería, pues “La Profesora”, la mujer que leía las cartas, que llevaba  un vestido de color verde perla y un turbante, me echó del establecimiento, asegurando que yo era un periodista, a pesar de que le juré que no era así;  eso sí, me devolvió los 30.000 pesitos que costaba la sesión.

Tiempo después seguí interesado con el tema y escribí un artículo que titulé “El supermercado de la salvación”, basado en los avisos clasificados de esoterismo que tiene el periódico, donde se encuentra de todo: Angeólogos Santeros, expertos(as) en regresos e incluso, en ese entonces, una abuela católica ofrecía “tratamientos”, que ternura esa vaina.

Yo casi siempre vuelco mis penas o bien, me medico un texto, bien sea escribirlo o leerlo, y  muchas he pensado en eso, es decir, si es más importante escribir o leer. Rosa Montero dice: “Dejar de escribir puede ser la locura, el caos, el sufrimiento; pero dejar de leer es la muerte instantánea", en fin.

Pero pues esa es la vaina o, para decirlo más decente, el punto; cada quién se medica como se le de la gana para intentar entender la vida, si es que eso es posible.

Gran parte de esa maluquera existencial que a veces nos ataca, tiene mucho que ver, creo yo, con esa ansias que muchos tienen de andar pregonando que su trabajo es su pasión y su carrera, su todo; una idea que le copio al brillante Brandon Staton y su proyecto Humans of New York, de una de sus últimas entrevistas, y que no traduzco para que no pierda fuerza pero, principalmente, porque tengo pereza:


“My job isn’t my passion, but I love mountain biking
on the weekends. And that’s enough for me.’ I think
the feeling I’m trying to resolve is a sense of ‘enoughness.’
There’s so much I love about my life, but I spend most
of my time at work. Is it OK to get my joy outside of work?
Or does my passion need to be tied to my livelihood and a 

sense of reponsibility"

lunes, 24 de junio de 2019

Rutilante

No conozco esa palabra, así que acudo a la RAE para que me de luz. Escribo la palabra en la caja de búsqueda, pincho el botón “consultar”, y me decepciono con la información que obtengo: “Que rutila”: 

Repito el proceso y resulta ser un verbo. Rutilar: brillar ¿Debería conocerlo?, ¿cuántas palabras de mi idioma materno no conozco?, ¿debería darme pena?, no sé, hoy es uno de eso días en que siento no saber nada, pero tengo claro que prefiero decir que algo brilla a que algo rutila, eso sí lo sé.

La palabra la leí en la novela Americanah, de la escritora Africana Chimamanda Ngozi Adichie, traducida por un tal Carlos Milla soler que, supongo, es español.

La novela está repleta de otras palabras que me suenan extrañas, lejanas, como apearse, por ejemplo, que no es otra cosa que bajarse de un automóvil. Pero acá nadie dice eso, uno dice: “se bajo del carro, me voy a bajar del carro” o frases por el estilo.

Una amiga, profesora de español y literatura, me dijo que por qué no me había comprado la novela en inglés. Tal vez debí haberlo hecho así, para evitar esa capa de traducción que no deja de cambiar la intención del texto original de alguna manera.

Lo compré en español, porque fue la primera edición que vi y, además, la de inglés era más cara. Ella me dijo que la última no era razón suficiente, que ella nunca escatimaba al momento de gastar en libros o comida. En ese momento le dije que no importaba, que al final todo se reducía a leer, independiente de cual fuera el idioma, pero tal vez mi lectura habría sido más satisfactoria si hubiera leído la novela en inglés.

Hace muchos años también me encontré con palabras extrañas e inconsistencias en el punto de vista, en “La Republica del Vino”, la novela del Nobel chino Mo Yan. En esa ocasión parecía que era una doble traducción del chino al inglés y de ese idioma al español, una especie de teléfono roto de traductores que no dio buen resultado.

Supongo que para que las obran rutilen como debe ser, lo mejor es leerlas en su idioma original.

sábado, 22 de junio de 2019

Dos mujeres

Una baila y la otra escribe. 



La primera lo hace de manera sensual; me parece que se mueve bien. Es una afirmación que hago sin base alguna, porque no sé qué es eso, pues no me gusta bailar; dada la situación puedo lo llegar a hacer medianamente bien tirando a mal, pero es algo que no me divierte, a diferencia de esa mujer que parece haberse inyectado una mezcla de beats, ritmos y melodías en el cuerpo. 



La miro desde la barra sin que se de cuenta. Baila, o le baila, más bien, a un hombre al que no le importa seguirle el paso. Puede ser solo un amigo, su pretendiente, su novio o tal vez su hermano, quizás es lo último, y por eso la actitud de la mujer no produce ningún efecto en él, como ganas de arrimársele o abrazarla, qué sé yo, o puede que el hombre sepa que es su momento, su terapia y que no la debe molestar.


Mientras la miro imagino que baila para mi o conmigo. Tiene el pelo negro liso y largo, y su nariz es respingada. Lo que más me gusta de la escena es ver lo mucho que se divierte bailando, verla en su burbuja de baile, ajena a lo que pasa fuera de ella, en su cuento, en su mundo, ¿acaso no merecemos todos tal grado de abstracción en aquella actividad que más nos gusta realizar? 


La otra mujer no baila, sino que escribe en la mesa de un café. La acompaña una botella de agua y un vaso, medio lleno, a su lado. Siempre que veo a una persona escribiendo en un café me imagino que es un escritor(a). Esta lleva puesto un pantalón negro pegado para hacer deporte, unos tenis del mismo color y tiene las piernas cruzadas por debajo de la mesa. Siempre me ha parecido que las mujeres tienen una habilidad única para cruzar las piernas en espacios reducidos. 

Al rato llama a la mesera y le pide un te con un rollo de canela, y también le dice que por favor se lo parta por la mitad, que le sirva solo una, y que la otra se la de para llevar. Me pregunto para quién es esa otra mitad, si para ella, más tarde cuando le vuelva a dar hambre, o para otra persona. Al rato le suena el teléfono y habla acerca de unas facturas, creo que no es una escritora.