lunes, 15 de julio de 2019

Bebidas

Me siento en la mesa de un café y sobre ella reposa una factura. La hojeo y lleva impresa el costo de tres bebidas que tomaron las personas que estuvieron aquí hace 15 minutos una hora, o quién sabe si solo hicieron una parada técnica para esperar que María, la mujer que invito al tentempié de medía mañana, guardara la plata en su billetera, pues había recibido las vueltas y llevaba los billetes aprisionados contra un vaso de capuchino humeante. 

María invito a sus colegas, solo porque uno es un vicepresidente y ella anda detrás de un ascenso. Hay una gran diferencia entre colegas y amigos. María siente que no debería lambonear para obtener lo que desea. Ella no quiere estar con ellos, no quiere estar en ese café ni en ese trabajo ni con esos hombres que la miran con ojos lujuriosos; no quiere la vida que le tocó, pero como dice una de sus mejores amigas: “a veces hay que aprender a comer mierda sin hacer gestos.” 

Joaquín, el vicepresidente, es el típico fanfarrón de oficina, que desde el día en que María entró a la empresa no ha parado de cortejarla, pidió un tinto Extra grande de 300 Ml, lo toma apurado, y se preocupa por llenar cualquier silencio de la conversación con un comentario gracioso, que haga reír a sus amigos, porque él si los ve así, como amigos. En su afán de arrancarle una sonrisa a María, se ha quemado la boca varias veces, pero se traga el dolor para decir cualquier cosa. María lo detesta, y sonríe a algunos de sus comentarios por pura decencia o, más bien, estrategia. 

La otra persona que completa la escena es Jairo, un consultor Junior. Él no debería estar ahí, pero se los encontró saliendo de la oficina, y logró hacerles conversación con el clima, ese lugar común del que nos prendemos tan fácilmente. Una tenue llovizna cubre a la ciudad. “Y eso que en la televisión dijeron que hoy iba a hacer sol, ¡ja! ¿se imaginan?, pero su pregunta solo obtiene un silencio, dos, el de María y Joaquín, como respuesta. 

A Jairo el médico le prohibió tomar café, porque la cafeína es un detonante de fuertes migrañas, pero ya está cansado de hacer caso, de no poder disfrutar un mísero café cuando le de la gana. Como hace días que no sufre dolores de cabeza pidió un expreso, que deja enfriar un poco para luego acabarlo en dos sorbos decididos, como si fuera una copita de licor.

jueves, 11 de julio de 2019

No vaya y sea el diablo

Un hombre cuenta que su mamá decía que el diablo estaba en su casa porque a veces ella no encontraba ciertos objetos que siempre estaban a la vista. Si eso es verdad, yo creo el diablo se presenta cuando a uno se le cae al piso la tapa de unas gotas para lo ojos, por ejemplo, y apenas el objeto toca el suelo, el diablo, con un movimiento rápido y sigiloso, se preocupa en ubicarlo en la esquina más recóndita debajo de la cama, y entonces hay que ponerse a cuatro patas a buscar la condenada, porque ya la tocó el diablo, tapa. O como cuando una pastilla sale eyectada del blister y el diablo se la traga antes de que caiga al suelo, y no queda más remedio que sacar otra. 

"No vaya y sea el diablo", es una frase típica de los papás que hace mucho no escucho. De pronto es porque el diablo, el infierno y esas cosas con las que siempre nos han querido infundir miedo ya no son tan relevantes, y ahora somos conscientes de que cada uno lleva cierta dosis de maldad encima, de que cada uno carga su infierno, y que este se agranda o reduce de acuerdo con la vida y sus circunstancias, y también según lo cabrones que podamos ser. 

Hoy, al bajarme de un taxi, hice lo mismo de siempre: Apenas pisé el pavimento, me llevé la mano a los bolsillos para verificar que la billetera y el celular estuvieran en su lugar. Y antes de cerrar la puerta, no va y sea el diablo, miré el asiento, para asegurarme de que no había dejado un objeto. 

No sé por qué siempre hago eso; es como un acto reflejo pues, aunque estoy seguro de que nunca olvido algo, siempre repito la acción. Es como si un objeto fantasma se materializara en mi mente en cuestión de microsegundos, pero apenas lo voy a buscar se esfuma. O puede que tenga clavada. en en mi subconsciente, la frase: "Cuide sus objetos personales, no nos responsabilizamos ante alguna pérdida".

Imagino que parte de ese infierno que llevamos encima, se traduce en múltiples manías, como esa de revisar que no dejamos nada en los taxis, a pesar de estar seguros que es así. Cuando esas manìas se desbordan por completo es cuando, supongo, enloquecemos. 

También puede ser que esa reacción sea una especie de actitud mantra digamos, también inconsciente, es decir, ese tipo de acciones que realizamos pues caso contrario creemos que algo malo nos va a pasar, como mi ritual del limpión de cocina, por ejemplo. 

Si eso es cierto, es decir, si lo que nos ocurre en nuestras vidas depende de incorporar ciertos rituales en nuestro diario vivir, lo mejor es seguir actuando de esa manera no vaya y sea el diablo.

lunes, 8 de julio de 2019

Reproducción

Camino de vuelta a mi casa y suena una canción del Nevermind. Cuando acaba, la que sigue es In Bloom que, según Cobain, habla sobre reproducción: 


"And he likes to shoot his gun 
But he don't know what it means 

Don't know what it means" 

La canción me recuerda una conversación que tuve la semana pasada con C, un viejo amigo con el que hacía mucho no hablaba.Luego de su saludo, me preguntó que si estaba de vacaciones en Nueva York. En ese momento me encontraba sentado en el comedor en mi casa. Le dije que no, que estaba en Bogotá y le pregunté que en qué había basado su afirmación. Me dijo que por una actualización de FaceBook. 

Que miedo eso, que el mundo virtual vaya regando nuestra identidad, o lo sea eso, por donde le plazca; que nos ubique donde le de la gana. 

C. no insistió con el tema  y me preguntó que si me he hablado con Daniel. Le dije que sí, pero que la última vez fue hace muchos meses, que ni idea en qué andará ahorita. C. me cuenta que su esposa está esperando otro bebé. 

En ese momento imagino una conversación con Daniel: 

“¿Qué más, bien? 

“ bien ¿y usted?, le respondo 

Intercambiamos un par de frases más, que no le aportan mucho a la conversación, hasta que Daniel me dice: 

“Voy a tener otro bebé con A.” 

“Felicitaciones”, le digo, “¿Lo tenían planeado o se les coló?” 

Esa pregunta la he hecho un par de veces, cuando tengo mucha confianza con la persona con la que hablo, pero está claro que no me incumbe, que saber si lo habían planeado o no, no le aporta nada a mi vida, pero es una pregunta que siempre aparece en mi cabeza cuando me cuentan que una pareja va a tener bebé.

jueves, 4 de julio de 2019

Diez de la mañana

Hace mucho que no me levanto pasadas las diez de la mañana. Cuando madrugo, apenas suena el despertador, a veces pienso en eso, en lo mucho que me gustaría seguir durmiendo, pero, a veces, cuando tengo la oportunidad de hacerlo, y sin tener programado el despertador, como en los fines de semana, me despierto de forma natural. Supongo que despertarse de esa manera, sin ayuda de una alarma, es otro de los síntomas del envejecimiento. 

Hace unos días me desperté en la franja de la hora del diablo, a las 3:23 a.m exactamente. No quería mirar el reloj, pues dicen que si uno hace eso, después cuesta mucho trabajo volverse a dormir,pero las ganas de saber cuántas horas de sueño me quedaban me ganaron, y por eso lo hice. Luego di media vuelta, no le preste atención a la actividad paranormal presente, si es que la había, y me dormí, creo yo, de inmediato. 

Si la memoria no me falla, alguna vez leí que Bukowski decía que uno nunca debería levantarse antes de las 10 de la mañana. Ahora no encuentro esa afirmación por ningún lado, pero si doy con parte de una pregunta que se hacía el escritor: ¿Como diablos puede un ser humano disfrutar que un reloj alarma lo despierte a las 5:30 a.m. para brincar de la cama? 

Un ser humano nunca disfruta eso, pues como ya lo he escrito varias veces, uno de los actos más violentos de nuestra existencia es la transición del sueño a la vigilia, momento en el que uno a veces no sabe quién es o dónde carajos se encuentra;  es como si nos despojáramos de nuestra identidad por un momento y nos convirtieramos en un simple bulto de carne repleto de vísceras. 

Sueña uno entonces con levantarse después de las 10 de la mañana, pero uno no la tiene, o se niega a tenerla tan clara como Bukowski, y mucho menos escribe como él.

La última vez que me desperté pasada esa hora fue luego de un episodio de migraña, en el que logré dormir 12 horas seguidas.

miércoles, 3 de julio de 2019

Lecciones teológicas

Es temprano. El cielo está nublado con nubes gordas y oscuras repletas de lluvia. Las personas caminan de afán, muchos con sus manos en los bolsillos y como apretando el cuerpo para contrarrestar la sensación térmica con la que inicia el día; algunos llevan paraguas en las manos, listos para abrirlos a la primera amenaza de lluvia. 

Paro un taxi, me subo y luego de darle la dirección al conductor, me pongo a mirar por la ventana, para distraerme con las ideas que me llegan a la cabeza, lo que dura el corto trayecto de mi viaje. 

El taxista lleva puesta una emisora cristiana o católica, en fin, una emisora que habla sobre religión y, a esas tempranas horas, un locutor con voz grave, como especializado en dar noticias tristes, habla sobre la voluntad de Dios. El hombre dice que no entiende el término: embarazo no deseado, pues dios, el creador, Yahvé y/o Jehová, como cada quien le llame, es quién decide quien nace y quien no, que todos los vericuetos de la reproducción se reducen a su voluntad. 

El locutor le pregunta a su audiencia, todos  quienes lo escuchamos de aposta o de rebote, como yo, que alguien por favor le explique qué pasa con esas personas que en cierto momento fueron “embarazos no deseados”, y da a entender, palabras más, palabras menos, que si el término fuera cierto, la existencia de esas personas sería una paradoja. Luego de eso remata con la lectura de un versículo de la biblia, ya olvidé cual, que soporta toda su teoría y que pretende probar ese absurdo que cree haber identificado. 

Imagino, por un instante, preguntarle algo al taxista relacionado con el tema, que si está de acuerdo, o que qué opina, pero la religión es un tema muy resbaloso, así que me quedo masticando todo lo que pienso por un rato, y al final me lo trago.

martes, 2 de julio de 2019

Río de palabras

Me gusta la incertidumbre que envuelve a la escritura, el no saber qué dirección va a tomar un texto que, supuestamente, ya se tiene más o menos estructurado de principio a fin, pero que más bien parece un riachuelo que se abre paso por un camino de piedras de manera aleatoria . 

Por más fino que parezca cualquier hilo de palabras, la consigna, para quien lo escribe, es no dejar que muera; mirar cómo acomodar los obstáculos a los que se enfrenta, para que continúe su camino hasta alcanzar el punto final. 

Hay veces en que se estancan por un tiempo y lo mejor es dejarlos solos, desinteresarnos de ellos como si de verdad no nos importaran, y volver a prestarles atención después de un tiempo, para mirar si ya se resolvieron, digamos, solos, o si el dios de la escritura le da una mano a él o a su creador para destrabarlos. 

La escritura hace parte de la vida, no solo de quien escribe sino también de  aquello sobre lo que se escribe, y como parte de la vida resulta ser puro caos, pues en eso consiste nuestra existencia, en big-bangs a escala que estallan en nuestras narices en cualquier momento, casi siempre cuando creemos que el riachuelo de nuestra existencia va por el cauce adecuado. 

Hace un rato había escrito otro texto de casi 500 palabras, y pensé en no escribir más, en ausentarme, pues creí haber cumplido con la cuota de palabras del día, pero algo me dijo que debía dejar correr este puñado de palabras cuesta abajo, palabras únicas pues los escritos tienen un solo momento.  Este no sería el mismo mañana, ni dentro de media hora, ni en un año o una década, es solo uno como la vida misma, que se nos puede escapar, sin que nos demos cuenta, en menos de un segundo.

lunes, 1 de julio de 2019

Tolkien

Me refiero a la película. 

Fui muy aficionado a Tolkien, a sus libros, a su mitología. Los libros de la Trilogía del Anillo son de los pocos que he releído en toda mi vida; en cierto momento, hace muchos años, me llegó a fascinar el lenguaje élfico y descargué un listado de palabras dizque para aprendérmelas, pero al final eso nunca ocurrió, me dio pereza.

El fin de semana pasado fui a cine y me enteré de que ya la estaban proyectando; la sala que logísticamente era la que más me funcionaba, lo hacía de noche. 

Tenía muchas ganas de verla. Durante la semana pasada intenté cuadrar para ir con una amiga, pero el plan nunca ocurrió. Al final la semana, su rutina, mi falta de decisión, el cansancio, estos y otros aspectos evitaron que lo hiciera.

Durante la semana averigüé otros horarios, pero eran para pensionados o personas con mucho tiempo: al medio día y a las 2:00 de la tarde; que vaina tan ridícula. Los días hábiles pasaron y llegó el fin de semana, acompañado de la sensación, el pálpito (esta palabra me siempre me ha parecido graciosa) de que la van a sacar pronto de cartelera.

Hoy desayuné con unos amigos y luego llamé a mi hermana a ver si me acompañaba, pero ella sigue con gripa o inicios de esta, en fin, con un malestar que la acompaña desde la semana pasada, así que me dijo que no podía, no quería o ambas cosas.

Mi amiga se había ido de puente, así que, al parecer, me quedaba una única opción: ir a verla solo. “¿Solo a cine un lunes festivo?, que tristeza de plan”, pensé. Alguna vez leí que alguien decía que los solos solo son para las guitarras eléctricas, pero evite pensar en esas cosas, y al final decidí ir, reforzando mi decisión con un párrafo de Ordesa:

“No me apetece quedar con nadie, porque estoy conmigo mismo,
Porque he quedado conmigo mismo, porque me ocupa mucho estar
conmigo. Es una adicción estar conmigo mismo”

Que si deprimente o no, no lo sé, pero se me metió en la cabeza ver la película hoy, y no quería depender de nadie para hacerlo.

Al poco tiempo luego de que empezó, una mujer, también sola, se sentó a mi lado, puso una botella de agua en el hueco donde, se supone, va la gaseosa y comenzó a comer crispetas de forma pausada. El sonido crujiente cada vez que las masticaba era tranquilizante; yo, en cambio, no compré nada porque seguía lleno por el desayuno. 

Pensé en esa historia de un ex-jefe de mi hermana que conoció a su esposa de esa manera, cuando los dos fueron solos a cine, pero únicamente miré de reojo a mi vecina, que estaba muy concentrada en la película y en comer crispetas.

Valió la pena. La película me gusto mucho. Vayan a verla antes de que la quiten de cartelera.