domingo, 21 de julio de 2019

La libreta

No recuerdo en qué momento comencé a cargar una libreta En ella, o ellas mejor, pues ya he tenido varias, siempre anoto diferentes cosas, desde direcciones o teléfonos, hasta imágenes que me cautivan o ideas para escribir algo, lo que sea. 

Desde hace unas semanas ando sin una, pues se me perdió la última que tenía. No sé dónde la dejé, pero si se extravió, creo que fue porque inconscientemente deseaba que fuera así. 

Esa libreta no la compré yo, sino que me la había regalado mi hermana, y tenía hojas blancas, no cuadriculadas ni rayadas, el requisito principal de mis libretas, pero estéticamente nunca me gusto. 

Tal vez era solo un capricho mio, pero siempre sentí que había algo que no encajaba con esa libreta y por eso quizás la olvidé en algún lugar, pues quería deshacerme de ella. 

Me pregunto quién se la habrá encontrado, si es que no está en algún basurero. ¿Si alguien la encontró, qué habrá concluido de mis anotaciones, que en la mayoría de las páginas eran frenéticas y tendían más bien a garabatos? 

Me pesa que en ella quedaron consignadas unas anotaciones para arreglar un cuento y unas notas para un artículo que nunca pude escribir; eso, en verdad, era lo único que puede considerarse importante de esa libreta, pues la llenaba desprovisto de la emoción con que he utilizado otras. 

Era gris, las tapas estaban aporreadas por el uso, y tenía un caucho que servía como mecanismo de cierre. Si alguien la encuentra, si quiere puede devolvérmela o utilizar las notas del artículo para escribirlo. Pido disculpas, si las del cuento no se entienden mucho. 

Hay días en los que no anoto nada en las libretas, pero llevarlas siempre con uno es bueno, pues la memoria es muy traicionera y nada mejor que anotar eso que creemos importante apenas lo presenciamos. 

Todos deberíamos anotar cosas en una libreta; funcionan para contrarrestar el caos de la vida. 
Keepers of private notebooks are a different breed altogether, lonely and 
resistant rearrangers of things, anxious malcontents, children afflicted 
apparently at birth with some presentiment of loss. 
—Joan Didion, On Keeping a Notebook—

miércoles, 17 de julio de 2019

Consistencia

Una visita de mí hermana coincide con un momento en el que estoy escribiendo. “¿Qué haces?”, me pregunta. “Escribo un cuento”, le respondo, mientras ella se recuesta en la cama. 


“¿Quiere que se lo lea?” Eso me parece extraño, es decir, que mis hermanos me tuteen, pero que yo los trate de usted. Siempre ha sido así; no sé en qué momento o por qué establecimos ese código de comunicación, pero me siento muy extraño tuteándolos, en fin. 

Le leo la corta historia que escribí, que no me parece nada del otro mundo, pero es un texto, un primer borrador y eso, para mi, ya es mucho. Cuando termino la lectura mi hermana me dice que no entiende la actitud de uno de uno de los personajes, una mujer. Supongo que ella, por cuestiones de género, entiende mejor cuál debería ser su reacción de acuerdo con la escena que planteo en el cuento. 

Trato de defender mi texto, de contraargumentar, pero un texto debe sostenerse por sí solo y  cuando  necesita mucha explicación quiere decir que tiene inconsistencias. 

Mi hermana tiene la razón. El motivo del personaje, la manera en que actúa es inconsistente de acuerdo a ciertos aspectos de la historia. 

Los lectores son expertos en identificar esos detalles de una historia que no coinciden, esos momentos en los que, como dice Antonio García Ángel, a uno le chirría el violín de la escritura. Por eso creo que escribir va mucho más allá de de distinguir entre hay, ay y ahí, de solo tener buena ortografía y gramática. 

Each thing you add to your story is like a drop of paint falling 
into a bowl of clear water. It spreads and colors everything. 
— Wired for Story —

martes, 16 de julio de 2019

Pareja en la lluvia

Algo, un recuerdo, una sensación, una idea, una frase que leí en algún lugar, o una mezcla de todo, genera esa imagen en mi cabeza: Una pareja camina abrazada mientras cae un fuerte aguacero. Los protege un paraguas grande con estampados de edificios de una ciudad capital importante, que bien podría ser Nueva York, París, Londres, Tokio o una ciudad que no existe, una ciudad no-ciudad; pues cada cosa cuenta con un complemento, un negativo, para poder ser lo que es. 

Es una pareja de novios, que acaba de comenzar su relación hace pocos días y, como la mayoría de ese tipo de parejas, creen que no se van a separar nunca, que ambos han encontrado al amor de sus vidas, con el que caminarán siempre independiente de cual sea el tipo de clima. 

Hablan y ríen seguido, pero resulta imposible descifrar sus conversación, un elemento de la imagen que se forma en mi cerebro al que no tengo acceso. Me gustaría saber de que hablan, pues parece que sus palabras encierran la fórmula de la felicidad, por lo menos la de ellos, que parece real, genuina. 

No sé quiénes son, no presiento que sean cercanos o personas reales, si es que eso significa algo; quizá solo existen en mi imaginación o hacen parte de otro plano de la existencia. puede ser que esa sea la forma para comunicarnos con otros universos, es decir, a través de esos pensamientos aleatorios que, de repente, aparecen en nuestras cabezas y acaparan toda nuestra atención. 

Como sea, me agrada su inexistencia y lo felices que se ven. Me gustaría ocupar la posición del hombre, que ahora pasa el brazo derecho por encima del hombro de su pareja, mientras sostiene el paraguas en la otra mano con fuerza, pues la lluvia cae ahora con más furia y el viento sopla  fuerte. 

Me pasan de largo. Ahí van, se ven felices.

lunes, 15 de julio de 2019

Bebidas

Me siento en la mesa de un café y sobre ella reposa una factura. La hojeo y lleva impresa el costo de tres bebidas que tomaron las personas que estuvieron aquí hace 15 minutos una hora, o quién sabe si solo hicieron una parada técnica para esperar que María, la mujer que invito al tentempié de medía mañana, guardara la plata en su billetera, pues había recibido las vueltas y llevaba los billetes aprisionados contra un vaso de capuchino humeante. 

María invito a sus colegas, solo porque uno es un vicepresidente y ella anda detrás de un ascenso. Hay una gran diferencia entre colegas y amigos. María siente que no debería lambonear para obtener lo que desea. Ella no quiere estar con ellos, no quiere estar en ese café ni en ese trabajo ni con esos hombres que la miran con ojos lujuriosos; no quiere la vida que le tocó, pero como dice una de sus mejores amigas: “a veces hay que aprender a comer mierda sin hacer gestos.” 

Joaquín, el vicepresidente, es el típico fanfarrón de oficina, que desde el día en que María entró a la empresa no ha parado de cortejarla, pidió un tinto Extra grande de 300 Ml, lo toma apurado, y se preocupa por llenar cualquier silencio de la conversación con un comentario gracioso, que haga reír a sus amigos, porque él si los ve así, como amigos. En su afán de arrancarle una sonrisa a María, se ha quemado la boca varias veces, pero se traga el dolor para decir cualquier cosa. María lo detesta, y sonríe a algunos de sus comentarios por pura decencia o, más bien, estrategia. 

La otra persona que completa la escena es Jairo, un consultor Junior. Él no debería estar ahí, pero se los encontró saliendo de la oficina, y logró hacerles conversación con el clima, ese lugar común del que nos prendemos tan fácilmente. Una tenue llovizna cubre a la ciudad. “Y eso que en la televisión dijeron que hoy iba a hacer sol, ¡ja! ¿se imaginan?, pero su pregunta solo obtiene un silencio, dos, el de María y Joaquín, como respuesta. 

A Jairo el médico le prohibió tomar café, porque la cafeína es un detonante de fuertes migrañas, pero ya está cansado de hacer caso, de no poder disfrutar un mísero café cuando le de la gana. Como hace días que no sufre dolores de cabeza pidió un expreso, que deja enfriar un poco para luego acabarlo en dos sorbos decididos, como si fuera una copita de licor.

jueves, 11 de julio de 2019

No vaya y sea el diablo

Un hombre cuenta que su mamá decía que el diablo estaba en su casa porque a veces ella no encontraba ciertos objetos que siempre estaban a la vista. Si eso es verdad, yo creo el diablo se presenta cuando a uno se le cae al piso la tapa de unas gotas para lo ojos, por ejemplo, y apenas el objeto toca el suelo, el diablo, con un movimiento rápido y sigiloso, se preocupa en ubicarlo en la esquina más recóndita debajo de la cama, y entonces hay que ponerse a cuatro patas a buscar la condenada, porque ya la tocó el diablo, tapa. O como cuando una pastilla sale eyectada del blister y el diablo se la traga antes de que caiga al suelo, y no queda más remedio que sacar otra. 

"No vaya y sea el diablo", es una frase típica de los papás que hace mucho no escucho. De pronto es porque el diablo, el infierno y esas cosas con las que siempre nos han querido infundir miedo ya no son tan relevantes, y ahora somos conscientes de que cada uno lleva cierta dosis de maldad encima, de que cada uno carga su infierno, y que este se agranda o reduce de acuerdo con la vida y sus circunstancias, y también según lo cabrones que podamos ser. 

Hoy, al bajarme de un taxi, hice lo mismo de siempre: Apenas pisé el pavimento, me llevé la mano a los bolsillos para verificar que la billetera y el celular estuvieran en su lugar. Y antes de cerrar la puerta, no va y sea el diablo, miré el asiento, para asegurarme de que no había dejado un objeto. 

No sé por qué siempre hago eso; es como un acto reflejo pues, aunque estoy seguro de que nunca olvido algo, siempre repito la acción. Es como si un objeto fantasma se materializara en mi mente en cuestión de microsegundos, pero apenas lo voy a buscar se esfuma. O puede que tenga clavada. en en mi subconsciente, la frase: "Cuide sus objetos personales, no nos responsabilizamos ante alguna pérdida".

Imagino que parte de ese infierno que llevamos encima, se traduce en múltiples manías, como esa de revisar que no dejamos nada en los taxis, a pesar de estar seguros que es así. Cuando esas manìas se desbordan por completo es cuando, supongo, enloquecemos. 

También puede ser que esa reacción sea una especie de actitud mantra digamos, también inconsciente, es decir, ese tipo de acciones que realizamos pues caso contrario creemos que algo malo nos va a pasar, como mi ritual del limpión de cocina, por ejemplo. 

Si eso es cierto, es decir, si lo que nos ocurre en nuestras vidas depende de incorporar ciertos rituales en nuestro diario vivir, lo mejor es seguir actuando de esa manera no vaya y sea el diablo.

lunes, 8 de julio de 2019

Reproducción

Camino de vuelta a mi casa y suena una canción del Nevermind. Cuando acaba, la que sigue es In Bloom que, según Cobain, habla sobre reproducción: 


"And he likes to shoot his gun 
But he don't know what it means 

Don't know what it means" 

La canción me recuerda una conversación que tuve la semana pasada con C, un viejo amigo con el que hacía mucho no hablaba.Luego de su saludo, me preguntó que si estaba de vacaciones en Nueva York. En ese momento me encontraba sentado en el comedor en mi casa. Le dije que no, que estaba en Bogotá y le pregunté que en qué había basado su afirmación. Me dijo que por una actualización de FaceBook. 

Que miedo eso, que el mundo virtual vaya regando nuestra identidad, o lo sea eso, por donde le plazca; que nos ubique donde le de la gana. 

C. no insistió con el tema  y me preguntó que si me he hablado con Daniel. Le dije que sí, pero que la última vez fue hace muchos meses, que ni idea en qué andará ahorita. C. me cuenta que su esposa está esperando otro bebé. 

En ese momento imagino una conversación con Daniel: 

“¿Qué más, bien? 

“ bien ¿y usted?, le respondo 

Intercambiamos un par de frases más, que no le aportan mucho a la conversación, hasta que Daniel me dice: 

“Voy a tener otro bebé con A.” 

“Felicitaciones”, le digo, “¿Lo tenían planeado o se les coló?” 

Esa pregunta la he hecho un par de veces, cuando tengo mucha confianza con la persona con la que hablo, pero está claro que no me incumbe, que saber si lo habían planeado o no, no le aporta nada a mi vida, pero es una pregunta que siempre aparece en mi cabeza cuando me cuentan que una pareja va a tener bebé.

jueves, 4 de julio de 2019

Diez de la mañana

Hace mucho que no me levanto pasadas las diez de la mañana. Cuando madrugo, apenas suena el despertador, a veces pienso en eso, en lo mucho que me gustaría seguir durmiendo, pero, a veces, cuando tengo la oportunidad de hacerlo, y sin tener programado el despertador, como en los fines de semana, me despierto de forma natural. Supongo que despertarse de esa manera, sin ayuda de una alarma, es otro de los síntomas del envejecimiento. 

Hace unos días me desperté en la franja de la hora del diablo, a las 3:23 a.m exactamente. No quería mirar el reloj, pues dicen que si uno hace eso, después cuesta mucho trabajo volverse a dormir,pero las ganas de saber cuántas horas de sueño me quedaban me ganaron, y por eso lo hice. Luego di media vuelta, no le preste atención a la actividad paranormal presente, si es que la había, y me dormí, creo yo, de inmediato. 

Si la memoria no me falla, alguna vez leí que Bukowski decía que uno nunca debería levantarse antes de las 10 de la mañana. Ahora no encuentro esa afirmación por ningún lado, pero si doy con parte de una pregunta que se hacía el escritor: ¿Como diablos puede un ser humano disfrutar que un reloj alarma lo despierte a las 5:30 a.m. para brincar de la cama? 

Un ser humano nunca disfruta eso, pues como ya lo he escrito varias veces, uno de los actos más violentos de nuestra existencia es la transición del sueño a la vigilia, momento en el que uno a veces no sabe quién es o dónde carajos se encuentra;  es como si nos despojáramos de nuestra identidad por un momento y nos convirtieramos en un simple bulto de carne repleto de vísceras. 

Sueña uno entonces con levantarse después de las 10 de la mañana, pero uno no la tiene, o se niega a tenerla tan clara como Bukowski, y mucho menos escribe como él.

La última vez que me desperté pasada esa hora fue luego de un episodio de migraña, en el que logré dormir 12 horas seguidas.