jueves, 17 de octubre de 2019

Giro inesperado

Ayer llegué muy cansado a la casa y me tumbé en la cama. Tenía intención de escribir algo acá, pero el cansancio me ganó y pensé en ver una película que había dejado a la mitad, no sin antes sentirme un poco mal de no haber tenido la voluntad suficiente para pararme de la cama y teclear unas cuantas palabras. 

Antes de prender el televisor cerré los ojos y casi me quedo dormido, pero aproveché que tenía los lentes de contacto puestos, y cuando me puse de pie para quitármelos, decidí terminar de ver la película. 

Era, digamos, un thriller psicológico, en el que no se sabía si el personaje alucinaba o si en verdad estaba viviendo todo lo que le pasaba. 

Al final la historia tenía un giro inesperado que lo dejaba todo claro, y ese, creo, fue el gancho narrativo con el que sus creadores querían dejar claro lo tesos que son al momento de narrar una historia. 

No sé que tanto se debe recurrir a esos giros inesperados de último momento para concluir una historia. Creo que me habría gustado más si hubieran dejado el final abierto. A pesar de lo absurdo que resultaba todo, tenía ganas de que en verdad el personaje estuviera alucinando o, mejor aún, que no fuera ilusión sino la mera realidad patas arriba. 

Igual no culpo a los creadores de la película, pues bien se sabe que una de las partes más jodidas de la creación de una historia es el final, quizá el segmento que debe ser más pulcro, y del que uno, como lector o televidente y por pura pereza, siempre espera uno de esos finales redonditos que conectan todos los puntos, por decirlo de alguna manera.

martes, 15 de octubre de 2019

Un segundo

Hace frío y el ambiente está húmedo. Hay varios charcos en el piso. Camino de afán con las manos metidas en los bolsillos, mientras unos pensamientos de todo tipo: tranquilos, venenosos, nimiedades, en fin, rebotan en mi bóveda craneal. Miro al piso fijamente, pues camino cuidando no pisar una de esas baldosas que yo llamo acuáticas, esas que están desencajadas y, al parecer, guardan varios litros cúbicos de agua vaya uno a saber dónde. 

Suena Beneath, Between & Behind, de y espero ese momento de recompensa, es decir, aquel segmento de la canción que me gusta mucho, y la expectativa de su llegada genera una descarga de dopamina. En esa canción ese momento corresponde a unas tripletas a cargo de Peart en la batería (min 1:00) que son extremadamente rápidas y limpias. 

Cruzo una calle justo cuando la canción acaba, y apenas llego a la otra acera, antes de que empiece la siguiente , un hombre con un chaleco azul y una tabla con hojas en sus manos me pregunta: “¿Me regala un segundo amigo?”. Sé que no lo dice en serio, me refiero a lo del amigo; imagino que es la frase con la que aborda a todos los transeúntes, pero eso no evita que piense: “Amigas las bolas y no se hablan”. Justo después de ese encuentro con mi amigo-no-amigo suena Beggars and hangers on

Ahora pienso en el segundo que el hombre me pidió, y en todo lo que puede ocurrir en él. Se está vivo y en el siguiente segundo se puede estirar la pata, luz y oscuridad, felicidad y absoluta tristeza. Un segundo, entonces, es como una cuchilla muy afilada que corta nuestra existencia en dos partes irreconciliables. 

Mientras pienso en eso la letra de la canción dice: “Like anything, we were born to die.” Mientras el sonido de la canción se desvanece recuerdo una frase de Rosa Montero: 

“Sólo en los nacimientos y en las muertes se sale uno 
del tiempo; la Tierra detiene su rotación y las 
trivialidades en las que malgastamos las horas 
caen sobre el suelo como polvo de purpurina.” 
- La ridícula idea de no volver a verte -

martes, 8 de octubre de 2019

Juana Antolina

Algo que me asombra de los escritores que ya no están entre nosotros, es cómo muchos se adelantaron a su época y parecen más oráculos que lo primero. Ese es el caso de Angela Anaïs Juana Antolina Rosa Edelmira Nin y Culmell. 

No he leído ninguna de sus novelas, sino únicamente el volumen número 4 de sus diarios, que comprenden los años 1944 a 1947. Es posible que su literatura no me guste porque, al parecer, de acuerdo a algunas de sus entradas, parece que su obra era muy conceptual: 

“America sufre de mucho realismo, mucho Dreiderismo, 
demasiados Hemingways y Thomas Wolfs. Mi pasión es por la libertad 
de las contingencias, de las estadísticas, de la literalidad y
de las descripciones fotográficas” 

Llámenme poco intelectual o como quieran, pero a mí no me gusta intentar descifrar alegorías y simbolismos mientras leo. Como dijo García Márquez en una de sus notas de prensa: 

“Cuando Franz Kafka dice que Gregorio Samsa se despertó 
una mañana convertido en un gigantesco insecto, no me parece que sea
 el símbolo de nada, y lo único que me ha intrigado siempre es qué 
clase de animal pudo haber sido. Creo en realidad que hubo un tiempo en 
que las alfombras volaban y había genios prisioneros dentro de las botellas.” 

Pero no vine a escribir sobre eso, sino de la capacidad que tenía Nïn para entrever el futuro con sus letras, algo en lo que he pensado en estos días, al presenciar el fanatismo, visceral y loco, de ciertas personas, hacia cualquier tipo de personaje, sistema o institución. 

Dice Nïn en sus diarios que cada vez que nuestra esperanza de un mundo mejor está basada en un sistema, el sistema colapsa debido a la corrupción e imperfección de los humanos. La escritora también afirma que debemos retroceder y trabajar en el crecimiento de la persona, para no depender de un sistema, y aprender a gobernarnos a nosotros mismos. Luego concluye: “Ahora que has sufrido el shock y la desilusión de una ideología que ha traicionado sus ideales, es un buen momento para volver a la creación de ti mismo, no como un número ciego de un grupo, sino como un individuo.” Cuanta verdad, ¿no creen? 

No solo contenta con eso Nïn se aventura a dar otro tipo de predicciones que tienen que ver con nuestra vida, digamos, “moderna”: 

“Aquel tiempo peligroso en el que las voces mecánicas, radios y teléfonos, toman el lugar de las intimidades humanas, y el concepto de estar en contacto con millones de personas, trae una pobreza cada vez mayor en la intimidad y la visión humana." 

Me le quito el sombrero a Juana Antolina.

lunes, 7 de octubre de 2019

¿Cuánto cuestan las palabras?

Estuve fuera por dos semanas. Siempre que viajo, pienso en lo mucho o poco que voy a dejar de escribir. Imagino que, si no voy a escribir, por lo menos voy a tomar muchas notas durante el día, notas de imágenes o situaciones que por alguna razón me cautivaron, pero esta vez no lo hice; por lo menos no tanto como hubiera querido. Por las noches cuando llegaba a la habitación, pensaba en escribir, pero el cansancio me ganaba y me echaba en la cama, prendía el televisor y me quedaba dormido antes de engancharme con algún programa. 

No todo fueron pérdidas, alcancé a pensar en un tema que quiero desarrollar en un artículo y que va a tener como título: “De escritores y celulares”, que alcancé a desarrollar, más o menos, en la aplicación de notas del celular y lo he estado machacando en mi cabeza en estos días. 

Del tiempo que anduve de viaje calculo que dejé de escribir alrededor de unas 4500 palabras en este espacio, más unas 2500 de otros escritos. 

7000 palabras parecen poco para dos semanas, pero ¿cuánto cuestan las palabras?, es decir, ¿qué tan fácil es sacarlas de donde sea que residen en nuestro cuerpo? Pensaría uno que siempre están en la mente, pero siempre he pensado que las mejores, las que realmente valen la pena, esas que alcanzan a conmover a las personas, las llevamos en las viseras, y que son como quistes de los cuales duele desprenderse. 

Paul Auster dice que nunca ha escrito rápido y que un buen día de trabajo, 8 horas, para él, consiste en lograr una página escrita, digamos unas 450 palabras. También dice que cuando logra escribir dos páginas es genial y que cuando logra escribir tres, es un milagro que ocurre si acaso 3 veces al año, pero que con lograr una página se siente satisfecho. 

“Escribir un pasaje 10 0 15 veces, revisarlo una y otra vez, 
Arreglando las frases, tratando de escuchar el ritmo, hasta que 
parezca una pieza de música, sin esfuerzo, suave, con la energía 
Que quiero, ese es el trabajo. El trabajo duro consiste en tratar 
que parezca fácil” 
- Paul Auster –

lunes, 23 de septiembre de 2019

Hablar por hablar

Así se llamaba un programa de radio en la noche. Si no estoy mal era hasta la 1 de la mañana. Diana Montoya era la locutora, y tenía una voz de  textura cálida y muy agradable.

No recuerdo si el programa tenía temas específicos cada día, pero la gente llamaba para hablar por hablar, es decir, a contar lo que quisieran. Muchas veces llamaban personas que tenían un turno de trabajo nocturno, pero a veces se colaban llamadas de personas que trasnochaban porque algo las afligía. Esas llamadas eran las que más me gustaba escuchar, porque estaban cargadas de drama, a veces con tintes de angustia, y eran las mejores historias, pues estaban repletas de conflicto.

El nombre del programa era muy preciso, pues me parece genial el poder hacer algo sin justificación alguna, solo porque sí, en el caso de hablar por hablar, decir lo que fuera sin sentirse cohibido. Esa era una de las grandes virtudes de Montoya: darle la misma importancia a todas las personas que llamaban, y dejarlos hablar por hablar, además de que daba unos consejos buenísimos.

Relaciono de cierta forma ese programa con este espacio y con la escritura, porque aquí, la gran mayoría de veces, intento escribir por escribir, porque es algo que me gusta. Como ya lo he dicho, creo que a veces surgen textos que considero buenos, y en otras ocasiones unos muy malos o simples, pero igual los publico, porque ¿qué importa si son buenos o no? Además, ¿quién les da ese calificativo? 

Cuando hablar por hablarse acababa daba paso a un programa de dos hombres mayores que hablaban sobre música clásica o temas específicos que nunca escuche por completo.

jueves, 19 de septiembre de 2019

Amigo Secreto

“Urania. No le habían hecho un favor sus padres; su nombre daba la idea
de un planeta, de un mineral, de todo, salvo de la mujer espigada y de rasgos
 finos, tez bruñida y grandes ojos oscuros, algo tristes, que le devolvía el espejo. 
¡Urania! Vaya ocurrencia.” 
- La fiesta del chivo -


Ese es el párrafo con el que inicia esa novela de Vargas Llosa ¡Vaya inicio y vaya nombre!

La dinámica del amigo secreto siempre me recuerda a Urania Cabral, uno de los personajes principales de esa novela, la primera que leí de ese escritor, y que me regalaron, hace ya varios años, cuando participé en esa dinámica. Si existiera un campeonato de nombres de personajes de novela, Urania, creo, estaría entre los 10 primeros, pues es como un agujero negro que absorbe toda la atención. 

Este año, como todos los otros en los que he jugado amigo secreto, volví a pedir de regalo un bono para un libro. 

Aunque tengo varios en fila de lectura, hoy decidí ir a cambiarlo. Traté de poner tres opciones sobre la mesa: La Carne, de Rosa Montero, novela de la que una amiga me hablo muy bien y me envió la foto del párrafo introductorio, que es igual o más llamativo que el nombre Urania: 


“La vida es un pequeño espacio de luz entre dos nostalgias: la de 
lo que aún no has vivido y la de lo que ya no vas a poder vivir. 
Y el momento justo de la acción es tan confuso, tan resbaladizo 
y tan efímero que lo desperdicias mirando con aturdimiento alrededor” 
- La Carne – 


Otro libro era lo que no tiene nombre, de piedad Bonnet, que presiento que cuando lo lea me va a cachetear emocionalmente, algo que, digamos, me agrada de un libro. El tercero era El cuento de la criada deMaragret Atwood, al que también le tengo muchas ganas. 

Cuando llegué a la librería, algo iluso, pregunté por libros de Juan José Millás, confiado en que por alguna razón extraña del destino, me iban a decir que tenían su última novela, La vida a ratos, aunque una mujer que habla de libros en Instagram, y que tiene contacto directo con editoriales, ya me había dicho que no tienen previsto traerlo por el momento. 

“¿Juan Manuel Millas?”, preguntó la mujer que me atendía, una mala señal. Como era de esperar, no lo tenían. Lo que si tenían era una promoción buenísima de pague dos lleve tres de otras de sus novelas, a un precio muy barato, pero que ya leí. 

Le di las gracias a la mujer y pregunté por La Carne, de Rosa Montero. No lo tenían, pero si estaba “El arte de la entrevista”. Era la primera vez que veía ese, y le pedí que por favor lo buscara. Después de un rato la mujer me lo dio y aproveché para pedirle también el de Bonnet y el de Atwood. 

Con los tres libros en mis manos di otra vuelta por la librería, y al final apliqué mi técnica de beneficio/costo para seleccionar libros, basada en precio y grosor, y me llevé el de Montero que, seguro, me va a gustar.

lunes, 16 de septiembre de 2019

Palabras y caracteres

Edito una columna de otra persona para una revista digital. El escrito tiene más de 600 palabras, y le dijeron que tenía que recortarlo a 1500 caracteres sin espacio, es decir alrededor de 350 palabras. 

Lo leo una vez y tiene unos párrafos confusos, o tal vez simplemente me parece así porque el tema no es de mi interés. Comienzo a leer la columna de nuevo y la empiezo a editar párrafo a párrafo, a quitar gerundios (Les tengo como miedo) y a podar todo lo que pueda el escrito. 

Mientras estoy en esas imagino que en el campo de los procesadores de palabras, los caracteres y las palabras siempre están en guerra, y que los espacios son los que intentan mantener la calma. Supone uno que las palabras son las más importantes, las que llevan las de ganar.

La palabra, palabra, valga la redundancia esta compuesta por 7 caracteres. Se podría decir entonces que la palabra es como una nación y los caracteres sus habitantes; ahora bien, la palabra caracteres está compuesta por 10 de ellos. 

Parece entonces que a los caracteres les hace falta carácter para imponerse ante las palabras, para dejar de ser los segundones en un texto, pero lo mejor es no meterse en líos que no le incumben a uno, es decir, dejar que los caracteres y palabras se maten si es el caso. 

Termino de editar la columna. Logré mocharle palabras y caracteres hasta que el conteo final me dio 1474 caracteres sin espacios. La releo tres veces y dejo de hacerlo, porque podría quedarme editando el texto hasta la eternidad. 

Envío la columna y luego de un par de horas recibo respuesta. La persona me dice que muchas gracias, pero que le va a incluir algunas de ideas que, según él, le quite y que cree necesarias en su columna.