jueves, 12 de diciembre de 2019

Miedo

Camino distraído. Mentira, eso es casi un cliché, un atajo para comenzar a escribir. La verdad es que nunca camino distraído. Siempre llevo algo de neurosis encima y presto mucha atención a quién está cerca de mí y si me quieren robar o hacer daño. Podría decirse. entonces. que camino con un miedo permanente que disimulo bien, eso creo

Aparte, hay un par de pensamientos recurrentes que se me cruzan por la cabeza cuando voy caminando; uno de ellos es que un carro va a perder el control y se va a subir al andén, por eso también me fijo mucho en los carros, pero sé que, aparte de esperar que mis reflejos estén al 100% en ese momento, poco podría hacer en tal caso. El otro es que por el lugar que transito ocurre una explosión: una bomba, un cilindro de gas, un petardo lo que sea; de ese solo espero que la onda explosiva no me joda. 

Camino. 

Paso de largo a una mujer que va hablando por celular y apenas quedo delante de ella, alcanzo a escuchar que dice :“Pero es que tengo miedo. ¿Qué tal que vuelva a pasar otra vez?", con un tono de voz que refleja angustia.

¿Qué es eso que puede ocurrir otra vez? desacelero debido a la tensión dramática que carga la frase, y espero que la mujer quede justo detrás mío para lograr atisbar a qué se debe su miedo, pero ahora ella llora desconsolada y no se entiende lo que dice. 

Espero un poco, pero todo sigue igual, hasta que decido acelerar el paso y dejar atrás a la mujer y a su miedo que, imagino, puede expandirse como una onda explosiva y terminar afectando a otras personas.

miércoles, 11 de diciembre de 2019

Maniobra de Heimlich

Estoy comiendo una hamburguesa. Afuera, de un momento a otro, el cielo se oscurece y una brisa de pre-lluvia mueve las ramas de los árboles. 

En una de las mesas hay tres adolescentes. Dos de ellos parecen ser hermanos o estar calcados: pelo hasta la barbilla, sudadera y tenis blancos; al parecer lo único que los diferencia es que uno de ellos tiene una manilla de hilos, con los colores de la bandera de Jamaica ,atada al tobillo. El otro, que no parece pariente, lleva una cachucha y jean azules y también tenis blancos. 

Uno de los hermanos acaba de levantar la cabeza; me mira fijo a los ojos y con actitud desafiante, como si supiera que escribo sobre ellos. 

Varias de las mesas están ocupadas por un único comensal, y la misma escena se repite en la mayoría: Las personas manejan su celular con una mano y pican papitas fritas con la que les queda libre o se llevan la hamburguesa a la boca para darle un mordisco. 

Yo soy uno de ellos, estaba en las mismas hasta que saqué la libreta para escribir esta tajada de vida de esas personas y la mía. 

Una mujer que se encuentra al lado izquierdo comienza a toser profusamente. Al rato deja de hacerlo. Volteó a mirarla y establecemos contacto visual. Su cara está roja y abre los ojos como suplicando ayuda. 

Pienso en la maniobra Heimlich, ya saben ese procedimiento de primeros auxilios que se realiza abrazando a la persona de la cintura y que consiste en apretar fuerte para que expulse lo que obstruye sus vías respiratorias, pero es algo que solo he visto en las películas y desconozco la técnica. 

La mujer sigue tosiendo, todos los que estamos en el restaurante la miramos preocupados, pero ninguno hace nada. Tomo la iniciativa, la abrazo y comienzo a presionar su estomago con fuerza, pero siento que lo estoy haciendo mal y que le estoy sacando el poco aire que le queda. 

Al rato la mujer deja de mover su cuerpo. La acuesto en el piso con cuidado, desocupo la bandeja en la caneca, ante todo los buenos modales, y abandono el lugar.

martes, 10 de diciembre de 2019

La cosa política

El trayecto es corto. Le digo al conductor cuál es la ruta que debe tomar y estoy atento a que el Waze no le indique otro camino que, se supone, resultaría más optimo, pues a veces esas aplicaciones enloquecen y hacen tomar atajos-no-atajos.

Acabo de caer en cuenta que el señor, el que conduce me refiero, debe tener un poco más de 50 años. Apenas subí al auto creí que un joven era el que iba al volante.

Cruzamos un par de palabras sobre el paro nacional. No sé por qué lo hago, pues no tengo ganas de hablar, sino solo de echar globos mientras miro por la ventana.

El hombre, sediento de conversación, busca la manera de hablar acerca de política. “¡Que emoción!”, pienso. Comienza a explicarme como funciona todo, cómo funcionan la izquierda y la derecha, qué quieren, por que fracasó la Unión Soviética y otro poconon de información que no le he pedido.

Mis respuestas son puros monosílabos con tintes onomatopéyicos; dar una opinión, la que sea, sería un error, como una ida sin retorno al territorio del conflicto, y hay que saber qué guerras verbales deseamos luchar.

El hombre no para de hablar y cada vez que intento desviar la conversación hacia otro tema, busca la manera de encarrilarla otra vez hacia lo mismo. Muchas de sus frases tienen el final en forma de pregunta. Cuando eso ocurre me quedo callado como si no hubiera escuchado. Al rato el hombre continúa hablando como si nada, disparando puntos de vista y opiniones en todas las direcciones.

Me cuenta que Evo Morales mandó a construir unos laboratorios de producción de coca súper sofisticados y que se la vendía a los mexicanos, “Y ahora véalo donde está”, concluye.

Quiero que deje de hablar. No me importa si tiene la razón o no, igual todos creemos tenerla de vez en cuando.

“En 300 metros llegarás”, dice la aplicación, quebrando la retórica del conductor.

lunes, 9 de diciembre de 2019

Correos no deseados

“¿Cómo emigrar a América?, revisemos tú perfil”; “¿Cómo triunfar en un mundo manejado por datos?”; “Jennimar, una visa americana está esperando por ti”, “¿Falló tu lanzamiento? No desistas"; estos correos, junto con otros 250, son los que se encuentran en este momento en la carpeta de correo no deseado de mi correo electrónico. 

La mayoría, en efecto, corresponde a eso, a correo que no me interesa, pues no deseo emigrar a otro país con una visa que tenga el nombre de Jennimar, por ejemplo. 

Sin embargo, a veces le doy una hojeada por encima a esa carpeta. ¿Qué tal que, por alguna razón, un correo si deseado cayera en ella? Con el que más fantaseo es el de un agente literario que quiere proponerme un trato fantástico. Ese ser imaginario me va a ofrecer una buena cantidad de dinero para que me dedique exclusivamente a escribir y no desperdicie el tiempo con las minucias obligatorias de la vida. Dedicarse a escribir viene de la mano con dedicarse a leer: Levantarse, bañarse, desayunar, abrir un libro y leer hasta que el sueño lo doblegue a uno.

Siempre que hago scroll down—a eso se resume la vida, nos la pasamos dando scroll down—a la carpeta de spam, esa ficción flota en mi mente, aunque sé que no va a ocurrir nunca, pues para tener una oportunidad de esas tendría que tener, como mínimo, alguna novela innovadora terminada o en proceso, como Juniot Díaz con su novela: La maravillosa vida breve de Óscar Wao”. 

La vida de Díaz se transformo por completo en el 2008 cuando recibió el Pullitzer por esa novela, lo que luego le permitió disfrutar de la beca MacArthur de medio millón de dólares, y que se le suministró en cuotas trimestrales durante cinco años. 

Sin embargo, hay un correo que me da algo de esperanza: "Re: $1MILLION DONATION TO YOU", de un tal David Yax, que me saluda en nombre del señor, imagino que se refiere a dios. 

En su mensaje me informa que he sido seleccionado para ser un beneficiario de su proyecto de caridad que busca ayudar a todas aquellas personas alrededor del mundo, de la misma manera que dios lo ha beneficiado a él.

Yax, con ayuda del señor, supongo, cuenta que se ganó una lotería por 80 Millones de dólares y decidió donar 6 a la caridad, y que seleccionó gente aleatoriamente para tocar vidas desde diferentes ángulos, y que por eso recibo el mensaje. 

Muy generosa la oferta del señor Yax.  Voy a responderle ya mismo para ver cómo hacemos para la transferencia del dinero.

  Ya ven, nunca dejen de darle scroll down al correo no deseado.

viernes, 6 de diciembre de 2019

"Quiero que me beses"

Estoy en la cafetería de un supermercado y apenas me siento en una mesa, caigo en cuenta de todo el ruido que hay en el lugar: cajas registradoras, conversaciones, las ruedas de carritos de supermercado deslizándose por el piso y, de unos parlantes que no están a la vista, la música de villancicos de un coro de niños que, me parece, tiene un tono chillón. 

Saco un libro, el Cuento de la criada de Margaret Atwood. y de cierta manera logro meterme en mi burbuja de lectura y dejo de prestarle atención a la cacofonía del lugar. 

La novela salió al mercado en 1985, ya tiene serie y la autora ya escribió la secuela. Podría decirse que llego tarde a esta lectura, pero creo que uno llega a los libros, o ellos a uno cuando debe ser. Entonces no hay lecturas tardías sino lecturas y ya está. 

Hace un tiempo escribí que no creo en los libros obligatorios, sino más bien en los capítulos obligatorios, esos que se deberían leer por lo menos una vez en la vida. Hoy me tope con otro, y de ahora en adelante los voy a comenzar a anotar para , en algún momento de esta vida, hacer un listado. Imagino que sería chévere si ese listado sirviera para aminorar achaques, es decir, ¿está melancólico? Léase tal capítulo de tal novela, y así para cualquier otro estado de ánimo., pero por el momento solo estoy teniendo en cuenta los que me parece que están muy bien escritos.

Les hablo del capitulo 22 del Cuento de la criada. En ese capítulo Atwood se va más allá de las fronteras de la buena escritura y da una muestra magistral de qué significa escribir bien. 

La siguiente frase: “Quiero que me beses, dijo el comandante” aparece al inicio del capítulo y uno no tiene claro qué ocurre. Luego de eso Atwood va desenredando la escena echando para atrás en el tiempo, pero con una sutileza increíble sin dejar ningún tipo de hueco en la narración. Al llegar  al final del capítulo, vuelve a escribir la frase, y aunque uno ya sabe que el narrador estaba recordando algo, todo cobra un sentido mucho más claro. Es un capítulo redondito, como una historia aparte dentro de la novela. 

Solo les quería contar eso, anótenlo en algún lado: capitulo 22 del Cuento de la criada.

jueves, 5 de diciembre de 2019

Medio día

Hace un sol picante, pero no se ven palmeras ni se escucha el rumor de las olas por ningún lado, solo los pitos de  carros que atraviesan una vía principal. Cuando termino de cruzar una calle un vendedor ambulante que cuida su carro, sisea a una mujer que va pasando. Es morena y lleva un top rosado que resulta visualmente agradablemente con el tono de su piel. El hombre no deja de hacer el ruido, incluso cuando la mujer ya está lejos de él. ¿Qué espera? Que se devuelva y lo agarre a besos o que le pase su teléfono?. Por fin se da por vencido y después de satisfacer su instinto animal de coqueteo, continua conversando con otro hombre que está a su lado, que también siguió con la mirada a la mujer, pero sin hacer ningun ruido.

Quiero tomar un taxi pero todos pasan llenos. Aparte del calor, el ambiente carga con esa sensación de caos decembrino y las ganas que todos tenemos de consumir algo, lo que sea, pues es diciembre y hay que gastar dinero.

Comienzo a caminar y luego de un par de cuadras busco sombra en un paradero. La publicidad que tiene es de teléfonos celulares. Una mujer lleva puesta en su cabeza una diadema de color rojo con cachos de reno. Sostiene un regalo y está montada a caballito sobre un hombre de barba poblada que, a diferencia de ella, no mira hacia la cámara. El copy que acompaña la foto dice: “los regalos son para la familia primero”. Me parece que la frase tiene algo extraño, y juego a cambiar el orden de las palabras a ver si le puedo dar más ritmo a ese mensaje que no me hace sentir nada.

Los modelos de la foto, como todos los de ese tipo de anuncios, tienen cuerpos esbeltos y sonríen dejando ver dentaduras perfectas, con dientes más blancos que la leche. En ese momento un habitante de la calle llega al paradero, y se pone a estudiar la foto con detenimiento. Su barba, aunque desordenada y sucia, tiene cierto parecido con la del hombre de la foto. 

El indigente mira la foto desde diferentes ángulos hasta que se cansa y cruza la calle afanado. ¿Qué fue lo que le llamo la atención?

miércoles, 4 de diciembre de 2019

Sonreír

La cajera es una mujer delgada y de facciones finas: nariz respingada y los pómulos ligeramente salidos. Lleva unas gafas muy grandes y los lentes hacen que sus ojos se vean pequeños. Su pelo, largo, liso y de color castaño, casi le da a la cintura y lo lleva agarrado en una cola de caballo. 

Sonríe a cada nuevo cliente que se acerca a hacer su pedido en la caja, y tiene la habilidad de teclear el pedido en la pantalla sin dejar de hacer contacto visual. Supongo que en su entrenamiento le debieron haber dicho: “Debes sonreírle a todos los clientes. El cliente siempre tiene la razón y bla bla bla…” 

Una vez trabajé en un parque de diversiones y la consigna era la misma, había que sonreír así uno estuviera muerto del cansancio o hecho añicos por dentro. Un día, un español llegó a ayudarme en la atracción que estaba manejando. Era su primer día y luego del saludo hablamos sobre tener que sonreír todo el berraco turno. “¡Pues eso es una putada!” fue su conclusión. Asentí con la cabeza y después de ese día nunca lo volví a ver, pero sí que tenía razón. Sonreír todo el día, solo porque sí, es una putada. La tristeza, hoy en día, esta subvalorada, ¿No será que intentar estar contentos a todo momento cansa? No lo sé, por eso pregunto. 

El flujo de clientes en el café es continuo. Me da buena espina la sonrisa de la mujer mientras hago el pedido. Luego me siento a leer con una pared de ladrillo enfrente mío. No sonrío. Olvido a la mujer. Ella sigue atendiendo personas sin descanso alguno, va de un lado a otro cogiendo productos con servilletas y sirviendo cafés de una máquina a la que solo le tiene que pulsar un botón según el pedido. Menos mal, sería una putada si tuviera que preparar cada bebida desde cero. 

Resulta imposible saber de todas las veces que sonríe en cuántas, realmente, le nace hacerlo. Igual todos vamos por ahí regalando sonrisas llenas de rabia.