martes, 14 de enero de 2020

Condolencias

Hojeo el periódico hasta que caigo en la página de condolencias. Me pregunto si me gustaría salir en ella cuando muera.  Determino que que es un desperdicio de dinero y de espacio; como un  último impulso, involuntario, claro está, de permanecer en el mundo de los vivos. 

Leo los nombres de las personas que fallecieron hace poco. No conozco a ninguno, menos mal, que trágico sería enterarse así, por casualidad, de la muerte de alguien que uno estimaba. 

En total la sección cuenta con 8 avisos: cinco de ellos, de diferentes tamaños, están dedicados a Ivone, dos a Marcela y solo hay uno para Carlos. Imagino que la cantidad de anuncios es un indicador de qué tan “importante” era la persona, a la que ya de nada le sirven esos privilegios. Parece que el anunció de Carlos logró colarse de milagro en la sección, porque si los de Ivone ocupan bastante espacio por su cantidad, los de Camila lo hacen por el tamaño , mientras que el de él es pequeño y esta apeñuscado en una esquina. 

En medio de ellos en letras color azul hay otro anuncio. No dice a quien hace referencia, pero supongo que es a Ivone, la más importante del grupo, pero bien podría aplicar a cualquiera. 

Ese anuncio dice: “Como una estrella en el azul del cielo de la tarde, su luz brillará por toda la eternidad.”, que suena mejor al invertir las frases que están separadas por la coma. 

Justo encima de los avisos de condolencias hay una noticia que cuenta que Estados Unidos acaba de sacar a China de la lista negra, para firmar un acuerdo comercial,  noticia que, imagino, algo tendrá que ver con los anuncios de condolencias o con la muerte, vaya uno a saber; todo esta conectado por misteriosos hilos que no vemos.

lunes, 13 de enero de 2020

La coca del almuerzo

La mujer voltea a mirar a la derecha y luego a la izquierda como si fuera a hacer algo prohibido. Se sienta. Por un rato se queda mirando algún punto fijo ubicado enfrente de ella, mientras su mente se pasea quién sabe por qué recuerdo. 

Lleva puesto un uniforme morado y unos tenis Crocs del mismo color. Los huequitos que llevan los zapatos en los costados me obligan a pensar en un trozo de queso Gruyère. La mujer suspira y luego saca, de una maleta rosada, su coca del almuerzo

Me aventuro a pensar que la mujer bien podría ser una peluquera, una enfermera o una odontóloga, pero qué difícil e inapropiado resulta catalogar a la gente solo por su vestimenta, así que la indexo en mi cerebro como: “Mujer que está almorzando”, sin ningún título o ese tipo de cosas que nos distraen de lo importante, o bien, lo esencial. 

La mujer comienza a cucharear su comida, parece que es arroz, pero los bordes, no translucidos, de la coca, no permiten ver qué es lo que come, pero al igual que su vestimenta eso es lo de menos. 

La mujer sigue perdida en sus pensamientos. Es como si el acto de almorzar careciera de importancia frente a lo que piensa. A ratos le da sorbos a una botellita que contiene una bebida oscura, no gaseosa, porque no hay burbujas que suban a la superficie. 

Parece que la escena carece de acción, drama, y que está desprovista de conflicto, pero hay algo de ella que succiona la atención. Supongo que el momento guarda un secreto, una clave para vivir mejor, imposible de identificar  a primera vista. Por eso observo disimuladamente a la mujer mientras apuro un café, a ver si logro atisbar algo de ello.

Al rato un hombre con un casco en sus manos llega al lugar y le da un beso en la boca a la mujer. Sus labios apenas se rozan. 

Abandono el lugar.

sábado, 11 de enero de 2020

Brindar

En el café dos mujeres se sientan en una mesa ubicada a mi izquierda. Me doy cuenta de su presencia cuando una de ellas, una rubia que lleva puesto un saco rojo y labios del mismo color, abre una lata de cerveza y el particular sonido me saca de mi lectura y hace que les preste atención. La otra mujer lleva una chaqueta de cuero negra y pelo del mismo color, como para hacerle frente a todo el rojo que lleva su amiga encima. 

Por la mañana, en la radio, una funcionaria del gobierno mencionaba lo mucho que le indigna que los camiones repartidores de cerveza lleven en sus costados frases como: “Transportamos felicidad”. Decía que era un mensaje falso y peligroso para la juventud porque no evidenciaba los riesgos del consumo de bebidas alcohólicas.

Ahora la de la chaqueta de cuero es la que abre una lata de cerveza, y antes de intercambiar alguna palabra, las dos mujeres levantan las manos, se miran a los ojos y brindan chocando las latas.

Por la manera en que lo hacen, pienso en el camión y la frase. Independiente de lo engañosa que pueda ser y más allá de su objetivo publicitario y comercial, tal vez la cerveza si promueve la felicidad o, digamos, la facilita.

En el lugar hay mucho ruido y solo capto palabras sueltas de la conversación. La que más habla es la rubia quien, al parecer, le cuenta a su amiga sobre algo que le ocurrió con un hombre. 

Después de un rato vuelven a chocar las latas, y destapan un paquete mediano de papas de limón del que empiezan a picar entre sorbo y sorbo de cerveza. Quién sabe por qué brindan, pero precisamente eso es lo que me llama la atención, porque puede que lo estén haciendo por un acierto o una desgracia en sus vidas, porque sí o porque no, o porque simplemente les dio la gana emborracharse.

Brindar resulta liberador, pues no hay que tener mucho propósito para hacerlo. 

Caigo en cuenta de que por ponerles atención, perdí la página en la que iba. La encuentro.  Ahora, a mí derecha, una mujer le está metiendo un mordisco a una empanada, como si de ello dependiera su vida.

viernes, 10 de enero de 2020

Distanciarse

Hoy volví a escuchar el Yield de Pearl Jam, un álbum que hacía rato no escuchaba. Lo hice porque de un momento a otro se me apareció en la cabeza la siguiente estrofa de All those yesterdays, junto con su melodía: 


"What are you running from? Takinng pills to get along, 
creating walls to call your own. So no one catches you 
drifting off and doing all the things that we all do.” 


Luego de escucharla varias veces, me escuché todo el álbum y me impactó mucho; aparte de esa canción también trae otras buenísimas como: In Hiding, MFC, No Way, Low Light y Faithfull.

A veces eso pasa con las cosas, es decir, nos alejamos de ellas y cuando las volvemos a mirar lo hacemos desde otro punto de vista, siendo nosotros, pero diferentes. Recuerdo que en el colegio tomé una clase de pintura al carboncillo, y eso era algo que nos hacía hacer el profesor. Nos decía que cada cierto tiempo debíamos contemplar lo que estábamos pintando desde lejos para analizar cómo íbamos, pues tener el dibujo en frente de nuestras narices nos nos permitía apreciarlo de forma correcta. 
Esto de alejarse y de mirar los asuntos con otros ojos también aplica para la lectura de novelas. A veces estas llegan en momentos que no deberían y no les sacamos el verdadero provecho. Me imagino que me he pasado con muchas. Se me viene a la mente En el Camino de Jack Kerouac. Un librero de la ya extinta Authors bookstore, me dijo que era un clásico que no podía dejar de leer. Le hice caso emocionado y la compré, pero fue una tortura leerla y al final la acabe simplemente por eso, por terminarla, por dejarla como leída y no abandonada, pero no me gustó. No digo que me tenga que gustar por el simple hecho de que esté catalogada como un clásico, pero, de pronto, otro habría sido mi dictamen si la hubiera leído en un momento diferente y con otros ojos. 

Distanciarnos de lo que sea como modo de vida.

jueves, 9 de enero de 2020

Ingresar al laberinto

El hombre, que está ubicado en la mesa de enfrente, lleva un peinado a modo de cresta punk, una chaqueta de cuero con taches con las mangas remangadas y tatuajes en los brazos, en los que predomina el color rojo y negro, pero de los que no se alcanzan a distinguir alguna forma. Seguro las partes que están a la vista conforman un todo espléndido, pero imposible de admirar pues el tatuaje rodea el brazo. La única manera para salir de la duda sería preguntarle: “Disculpe buen hombre, ¿qué figura representa su tatuaje?, pero uno no va por ahí haciendo ese tipo de preguntas a extraños. 

Lee unas fotocopias y toma apuntes, o bien, toma apuntes y lee unas fotocopias. No sabemos cuál actividad está por delante de la otra. En ciertos momentos, por la concentración con la que la que a ratos escribe, parece que lo único que le interesa es realizar anotaciones con un esfero de color negro en unas hojas cuadriculadas, pero a ratos clava su mirada en las hojas y se pierde en ellas leyendo, lo que hace pensar que prefiere leer y que le molesta realizar notas, pero esa es la única manera para que se le quede grabado en la cabeza lo que lee o apunta, pues no hace ninguna de las dos cosas por placer, sino porque debe presentar un examen sobre ese tema. 

“Hombre, que solo está leyendo y tomando notas” dirán algunos, pero me parece que no, que el hombre salta de una actividad a la otra porque no sabe con cuál se siente mejor. Cuando está a punto de convencerse de una, la otra se le cuela por cualquier fisura de su atención, decide darle una oportunidad y olvida en la que está para caer en ella. 

Lo miro mientras tomo café y como torta o como torta y tomo café. Estoy en las mismas, pero con otras actividades. Me tranquiliza que el hombre no esté tomando ninguna bebida, seguro enloquecería si tenemos que sumarle a su estado el tener que levantar un vaso para llevarlo a la boca. 

Veo el título de una de las hojas que el hombre pone detrás del morro  que sostiene en una mano: "Ingresar al laberinto."

martes, 7 de enero de 2020

Datos

Vuelvo al trabajo y tengo pereza. El fin de semana vi a varias personas, cargadas de positivismo, que salían hablando en video sobre los propósitos para el año nuevo, que debíamos hacer para alcanzarlos y no se queden en simples palabras. Los envidio, no sé como hacen para estar tan felices mientras yo tengo una pereza infinita en este martes con cara de lunes. 

Por eso trato de evadir el trabajo mirando redes sociales, noticias, cualquier cosa que no tenga que ver con él y, de tumbo en tumbo virtual, caigo en una publicación con datos curiosos. 

No sabía, por ejemplo, que cuando a alguien se le da un esfero nuevo para que lo pruebe, el 97% de las personas escriben su propio nombre. Parece que pertenezco al 3% restante porque siempre que compro un esfero negro de gel, mi favorito, hago cualquier garabato y nunca pienso en escribir mi nombre. Por otro lado. recuerdo que una vez en primaria, en una clase que por alguna razón me aburría, me puse a practicar mi firma, y en esa ocasión pensé: “Voy a repetirla muchas veces por si algún día tengo que firmar muchos cheques”. No ha llegado ese día. En verdad creo que lo que quería era firmar como mi Papá, quien tiene una firma estilizada como con caracteres góticos y cuya escritura requiere de todo un ritual. 

Dice también el artículo que “Pretender no preocuparse es el hábito de alguien a quien le importa más”. Entonces yo, que tanto me vanaglorio de apostarle al arte del importa culismo, puede que, muy en el fondo, me preocupe más que cualquier persona, sobre todo esas que a cada rato dicen estar preocupadas. Uno nunca se termina de conocer. 

Y así como esos hay otros datos curiosos, pero esos dos fueron los que más me llamaron la atención, porque ¿a quién, por ejemplo, le interesa saber que Ocultar el pulgar detrás de todos los dedos es un signo de nerviosismo que indica que la persona quiere pasar desapercibida en el grupo? ¿Quién anda pendiente de la posición de sus dedos pulgares?, que extraños somos, pero bueno, si de obsesiones y manías se trata hay gente para todo.

sábado, 4 de enero de 2020

Nuevo zurdo

Un amigo me cuenta el caso de Ramón, un conocido suyo. Resulta que por cuestiones que desconocemos se le gangrenó el brazo derecho. Los médicos intentaron salvar la extremidad, pero al final no pudieron hacer nada y tuvieron que recurrir a la amputación del miembro superior. 

Y así sin más ni más la vida, el universo, el destino, vaya uno a saber qué o quién es el que otorga ese tipo de, digamos, loterías macabras, le reclamaba uno de sus brazos.

En un principio la noticia  lo devastó, ¿Qué más se podía esperar? No resulta fácil que de un día para otro nos digan que nos tienen que amputar una extremidad. Pasadas unas semanas y con algo de terapia psicológica, Ramón logró, más o menos, llegar a un acuerdo con la mutilación., a hacer las pases con dios y con su cabeza que no dejaba de producir pensamientos suicidas.

Dicha calma no le duró mucho porque al poco tiempo le surgió otro conflicto que incluso, por momentos, opacaba el hecho de perder el brazo. Resulta que Ramón es diestro, y si pensaba que realizar cualquier actividad con un solo brazo iba a ser difícil, le mortificaba la idea de perder el brazo que usaba para lavarse los dientes, escribir, y demás tareas cotidianas. 

¿Qué hace un diestro al que le amputan el brazo derecho?, ¿automáticamente pasa a ser zurdo o se convierte en uno de forma obligada? 

Vivimos, en apariencia, tranquilamente cuando de repente nos toca una de esas cachetadas que la vida reparte aquí y allá ¿Por qué Ramón tenía que perder precisamente ese brazo y no el otro? Todo es muy extraño. No estamos listos para nada.