lunes, 11 de mayo de 2020

Rompecabezas

Cuando Ramón Hidalgo salió del colegio no tuvo dificultad alguna en seleccionar la carrera que iba a estudiar. Desde pequeño había sentido atracción hacia el diseño y le gustaba ver el mundo y su cotidianidad como piezas que se acoplaban unas a otras. 

Ya de adulto o profesional, como les suelen decir a las personas que, en apariencia, estudiaron algo, Hidalgo nunca compró un solo mueble y todos los confeccionaba en su taller, alegando que los que encontraba en las tiendas aparte de feos eran pocos funcionales. En resumidas cuentas, le molestaba que solo cumplieran con un propósito, que las sillas solo sirvieran para sentarse, el comedor solo para comer, la cama solo para dormir, etc. Para él los muebles de un hogar debían conformar un todo, como las figuras de un rompecabezas, que una vez conectadas adecuadamente revelan hermosos paisajes y magníficas estructuras. 

Hidalgo había dedicado su vida a ese proyecto: La casa rompecabezas, con la diferencia de que el suyo, su rompecabezas, las piezas cazaban no solo con una sino con varias piezas-mueble, lo que le permitiría a las personas armar todo tipo de estructuras extrañas, pero, según él, bellas y funcionales. 

Antes de comenzar la cuarentena, luego de años de trabajo, Hidalgo había terminado, por fin, el primer set de muebles rompecabezas y estaba seguro que alguna empresa se interesaría por él, para producirlo en masa. 

Pero llegó la pandemia y todas las reuniones que había programado quedaron aplazadas. “¿Para cuándo?, pregunta el diseñador” cuando llama a las empresas, pero nadie sabe darle respuesta. Ahora dedica sus días a jugar con su creación, a unir y armar todo tipo de estructuras que, según él, cumplen con diferentes propósitos. 

Los vecinos del piso de abajo se preguntan por qué todo el día, en el apartamento de Hidalgo a quién rara vez han visto, parece que se movieran muebles de un lado a otro como si nunca se decidieran por un lugar definitivo para ellos.

viernes, 8 de mayo de 2020

Novelas turcas

Me gusta hablar con mi hermana. Tenemos un sentido del humor similar, y nos causan gracia diferentes pendejadas o cosas serias, más las primeras que las segundas. Una forma en que ella ha decidido pasar el tiempo, durante esta época de encierro y entre sus ocupaciones, es viendo novelas turcas. 

El día que me contó la molesté y le dije que mientras muchas personas tratan de ocuparse con cursos en línea e intentan ser productivos a como de lugar, ella optaba por ver novelas turcas, y que si algún día la entrevistaban por la calle y le preguntaban que cómo había aprovechado su tiempo durante la cuarentena, su respuesta iba a ser: “Me vi muchas novelas turcas”.

Siempre me imagino mucho eso, lo de las entrevistas en la calle, aunque nunca me han hecho una y no conozco a nadie que le haya pasado. También me imagino ser filmado, sin enterarme, para un programa que realiza informes de lo que sea, digamos delincuencia en la ciudad y, en algún segmento, mientras el narrador habla sobre porcentajes y las características de los atracadores, salgo en pantalla. 

Ayer, al finalizar el día, hablé con mi hermana de nuevo y me contó que, por supuesto, uno de sus planes del día fue ver una telenovela turca. 

Le pregunté que por qué le gustan tanto y me contó que son novelas romanticonas con tintes de comedia y que tienden al absurdo. Que son perfectas porque, hacen que uno se ría y pase un rato agradable. 

Y pues de eso se trata todo, ¿acaso no? de descifrar cómo divertirnos para hacernos la vida más llevadera. Solo espero que cuando todo esto pase, a mi hermana la sorprenda un reportero en la calle y le pregunte que cómo aprovechó el tiempo en la cuarentena.

miércoles, 6 de mayo de 2020

Savater

Una angustia, por decirlo de forma trágica, o más bien una preocupación que siempre llevo, es que frecuentemente pienso que la vida no me va a alcanzar para leer todo lo quiero y saldar mis deudas con las grandes obras de literatura que la humanidad ha producido. Pero ¿qué le vamos a hacer?, por lo general la vida, entre otras cosas, alcanza para morirnos, en fin. 

Uno de esos escritores que me hace falta por leer es Fernando Savater, quizá no me he interesado por su obra porque no la relaciono mucho con textos de ficción, e inconscientemente lo eché a la bolsa de filósofos y libre pensadores que me acabo de inventar, así que es el primero que almaceno en ella. 

Pues bien, me llegó un correo del Hay Festival en el que indican que han reunido a un grupo de escritores para que se imaginen el mundo después de la pandemia. La primera charla fue de Savater, y decidí escucharla. 

Cuenta que está recluido en su apartamento en San Sebastíán, España, pero que una de las ventajas es que desde su ventana se puede ver el mar. Hay personas a las que les calma esa visión de tanta agua junta y compacta. La verdad es mucho mejor que la vista que tengo yo desde mi cuarto, que da a un edificio de parqueaderos. 

Savater dice que aunque han salido miles de personas que parecen saber cómo actuar en estos momentos de incertidumbre, quieren salvarnos y que seamos muy buenos, que él por su parte no piensa cambiar de vida y que más bien añora la que tenía y que sería bueno, si llega a volver de alguna forma, que aprendiéramos a disfrutar más de ella. 

Habla de cosas sencillas que a todos nos quedan fáciles de implementar: una palabra amable  o un chiste contado a tiempo. 

Cuenta también que, en medio de todo, somos muy similares por nuestra vulnerabilidad o más bien que es nuestro punto de conexión con otras personas y que a larga todo consiste en aliviar la vulnerabilidad de los demás, en espera de que nos hagan el mismo favor de vuelta. 

Y bueno, si quieren ver todo lo que cuenta ese escritor de barbas blancas que le dan un aire de narrador de historias, aquí pueden ver su charla. 

Creo que en este momento donde proliferan todo tipo de charlatanes, es bueno volcar nuestra atención hacia los escritores, pues están en capacidad y son muy buenos para leer la actualidad e imaginar este y otros mundos, y como dice Savater la literatura es una forma de ciencia, y la ciencia sirve para sacarnos de los problemas en los que nos mete la naturaleza.

martes, 5 de mayo de 2020

Imaginación

Siempre le han dicho que tiene mucha imaginación y todos quieren saber de dónde la saca.  Es una característica que lo ha llevado a ser uno de los diseñadores más prestigiosos en su campo. 

No lo sabe, no tiene ni idea qué es la imaginación, pero si de algo está seguro es que la suya no proviene de su cabeza. El cerebro, leyó alguna vez, siempre intenta ponerle significado a todo: cada ruido, cada gesto, cada palabra, y toda la información que lo bombardea a lo largo del día debe, para él, tener una explicación lógica. Por eso le da importancia a lo que cree relevante para la supervivencia de la persona y le cuenta una historia sobre eso, basado en lo que sabe, en alguna experiencia previa, sus sentimientos y cómo puede afectarlo. 

El cerebro, cree, está ocupado con miles de cosas más importantes que ponerse a imaginar, pues aparte de velar por la supervivencia de la persona, tiene que lidiar con toda la neurosis, manías y delirios que cada persona carga, con cada locura personal, por decirlo de otra manera. Eso es algo que también cree, que cada uno de nosotros está loco de remate y que somos buenos para esconder nuestra locura. de la mejor manera posible, con diferentes válvulas de escape que accionamos en nuestras rutinas. 

La imaginación, cree, debe provenir de otra parte del cuerpo, de un lugar más visceral como el hígado, por ejemplo, que aparte de producir la bilis que ayuda a la digestión, también se encarga de la producción de la imaginación, que nos ayuda a digerir las altas dosis de realidad a las que estamos expuestos. 

“¿De dónde cree entonces que viene su imaginación?”, le vuelve a preguntar la mujer que lo entrevista. 

Al final contesta cualquier cosa con una respuesta comodín relacionada con meditar y leer mucho. Le interesa que todo el mundo siga pensando que la imaginación tiene que ver con la cabeza, para no perder su lugar de privilegio.

lunes, 4 de mayo de 2020

Prendas

Desde que inició el confinamiento he alternado mi vestimenta con 2 pantalones, cinco camisetas y dos sacos, uno azul y otro gris. Ve uno las ventajas de las que hablaba Steve Jobs sobre no dedicar tiempo a decidir qué ropa ponerse, sino siempre vestirse con lo mismo. De esas prendas las que me parecen más importantes son los sacos, pues me ha parecido que cuando la tarde se perfila hacia la noche, la temperatura cae fuertemente y estos toman un papel importante.

Como siempre queda el grupo de “los otros” o “algunos”, me refiero a esas personas que insisten en que uno debe arreglarse como si fuera a salir, incluso echarse loción o perfume, ya que esa es una buena práctica para no sentirse mal, en fin, cada uno con sus métodos para manejar el encierro.

Recuerdo que cuando era pequeño, en mis épocas de jardín infantil, mi madre me tejía sacos de lana. Hubo dos que siempre me gustaron mucho: uno blanco y otro rojo. No sé si me tejió varios similares o si me puse los mismos por mucho tiempo, pero los llegué a utilizar en mis primeros años de colegio.

Un día llegué triste a la casa y mi madre me preguntó que qué me había pasado, y le conté que otros niños, (unos verdaderos cabrones, pues para ser un hijo de puta la edad no importa) se habían burlado de mis sacos y que no los quería volver a utilizar para el colegio.

Luego de eso compre busos de colores neutros que mandaba a estampar. De esos el que más me gustaba era uno amarillo con un estampado de un muñeco verde que hacía pistola con la mano. Eran sacos con colores chillones que, seguramente, no me pondría hoy, pero en ese entonces, cuando me valía cinco cómo me vieran los demás, me encantaban. Fueron épocas en las que me vestía de forma peculiar, pues apenas llegaba del colegio me quitaba los pantalones y me ponía bermudas coloridas. No sé de dónde saqué el gusto por esas prendas, pero en ese entonces me parecían lo máximo.

viernes, 1 de mayo de 2020

El día y las ganas

Dicen, algunos, que la primera persona  no es el punto de vista más recomendado y que es mejor optar por la tercera. 

Quién sabe si tengan razón o no, pues tener la última palabra sobre cualquier tema es algo muy complicado. Puede que sí tengan la razón, pero que esta dependa de las circunstancias y el tipo de texto, tema, ritmo y demás componentes de un escrito. Se me ocurre decir que es posible que la primera persona, a veces, suene algo pedante, mientras que la tercera es más respetuosa, pero está claro que no necesitamos textos respetuosos, sino aquellos que nos descolocan, nos vuelven pedazos y nos dejan llenos de dudas, en fin. 

Los anteriores párrafos solo fueron para justificar el uso de la primera persona. De todas maneras, gracias por haber leído hasta acá estimado lector. 

Hoy, antes del mediodía, tenía ganas de hacer mil cosas al mismo tiempo: leer, escribir, ver televisión, dibujar, comer; bueno, como ven, solo fueron 6 pero las ganas que tenía hacían que parecieran mil. 

Duré un rato en decidir qué hacer, pues cuando creía haberme decidido por una actividad, pensaba que no iba acorde con las ganas que tenía. Digamos que optaba por escribir, por ejemplo, pero pensaba que en realidad las ganas que tenía eran de leer, y concluía que iba a desperdiciar las ganas. 

Al final, como buen animal lector, decidí tumbarme en la cama a leer. Luego de, más o menos, una hora de lectura, mis ojos se me comenzaron a cerrar, pero me dio remordimiento de conciencia dormir, pues ¿cómo iba a desperdiciar todas las ganas que tenía? 

Cerré los ojos para descansar y no sé si llegué a quedarme dormido, pero en un arrebato de respeto, digamos, hacía esas ganas que ya no eran tan latentes, pero que, supuse, seguían en aquel lugar donde se almacenan las ganas en el cuerpo, me puse de pie y fui a echarme agua en la cara. 

El sueño que había estado compitiendo con las ganas se esfumó pero, al parecer, abandonó mi cuerpo junto con ellas. 

Más tarde me puse a pensar en pendejadas y una bola de ansiedad bajó hacía mí estomago y se acomodó en algún lugar de mi paquete intestinal. Me gusta ese término, lo leí hace poco en un cuento y se quedó clavado en ese lugar donde se almacena la información que, por alguna razón, nos resulta interesante. 

Logré despojarme de esa sensación y las ganas habían mutado a cocinar, así que hice una torta de manzana. Luego me preparé un café , que acompañé con una porción de la torta, y recordé cuando íbamos a Prólogo con L. a hojear libros y comer torta de manzana con capuchino. Pocos planes le ganan a ese. 

Todo esto para decirles que no dejen escapar las ganas.

jueves, 30 de abril de 2020

La Pe

Pabellón: Se encuentra en un pabellón de enfermos de otra época con servicios de salud precarios. Es un hangar amplio, con miles de camas ordenadas simétricamente y que están separadas con sábanas. Por los corredores que se han creado, de acuerdo con la disposición de las camas, desfilan muchas enfermeras con paso apurado, que van de aquí a allá y llevan jeringas, almohadas, medicamentos, papeles cogidos por un gancho, etc. Hay mucho ruido, pero pocas conversaciones, pues el personal no puede perder tiempo. Si acaso hablan un poco cuando comienzan su turno, mientras se ponen el uniforme y se alistan para la dura jornada.

Pábilo: Cagliostro, renombrado médico y director del pabellón, se pregunta cuál fue ese incidente que prendió la mecha de los sucesos en curso, pero no a manera de paciente cero, sino de oportunidades, es decir, cuál fue esa acción que alguien eligió, por no tomar otra, y que fue la que lo descarriló todo. A veces le gustaría no estar en la capacidad de decidir nada y solo recibir órdenes. Así, piensa, se sentiría menos culpable de la consecuencia de sus acciones y las de los demás.

Pábulo: Le gustaría ser una especie de faro moral, que sus palabras y modo de actuar se convirtieran en algo que sirviera para mantener la existencia de algunas cosas o acciones, pero cae en cuenta de que solo es un hombre, y que su existencia es como una mota de polvo en la historia de la humanidad.

Paca: Piensa mucho en ella, en hace cuánto tiempo que no la ve, y si las cosas entre ellos seguirán normal, si es que tal estado existe, pues el pabellón demuestra todo lo contrario. “Al final la tal normalidad era una mentira que se venía contando quién sabe desde hace cuanto y que en el momento menos pensado explotó en nuestras caras”, concluye.

Pacana: “Me gustaría ser como un gran árbol, piensa Cagliostro, “echar raíces y después de haber aguantado una tormenta, haber perdido solo unas ramas. Tener un tronco grueso, de más o menos 30 metros de altura y una copa magnífica.” 
“Doctor Cagliostro lo necesitan en el módulo 9”, le dice una enfermera. Lleva tapabocas y tiene unos ojos tan oscuros como el petróleo. El médico apaga el pábilo de sus ensoñaciones y se deja bañar, de nuevo, por la realidad que lo rodea.