lunes, 12 de octubre de 2020

Rituales y Rutinas

Ambas palabras se parecen. Tan solo basta reordenar un poco sus letras y agregarle otra(s) para que adopten esa otra apariencia. 

Ritual, dicen los viejitos de túnicas largas de la RAE, es un conjunto de ritos de una religión, de una iglesia o de una función sagrada, que también, imagino, tiene que ver con tribal, pues los fieles que conforman una religión son como una tribu esparcida en diferentes rincones del planeta, ¿acaso no? 

Por otro lado, los mismos viejitos u otros, vaya uno a saber cómo se reparten las funciones los de la RAE, dicen que rutina es una costumbre o hábito adquirido por mera práctica y de manera más o menos automática. 

Toda esa introducción para contarle que, imagino, cada uno de nosotros cuenta con diferentes Rituales o rutinas, que cargan un significado sagrado en nuestras vidas, sin importar lo insignificantes que puedan llegar a ser. 

En mi caso me acuerdo de dos: preparar el café y secarme con una toalla luego de haberme bañado. Hablemos del segundo, que fue el que dio origen a este escrito. 

Cuando tuve el accidente que me dejó el amable recordatorio, un temor de los médicos era que se me borrara información de la cabeza; que de buenas a primeras, apenas despertara del coma, no iba a saber cómo me llamaba o en qué país vivía. Afortunadamente no ocurrió nada de eso, pero una de las cosas que si se me olvido fue mi ritual para secarme. Sabía que tenía uno específico que iba de la cabeza a los pies, pero no recordaba cómo era la secuencia de los pasos y eso me daba mal genio. 

Imagino que desde ese día que me volví a bañar sin la ayuda de nadie, creé un nuevo ritual de secado. 

Queridos lectores, no dejen que nada ni nadie les quite esos rituales o rutinas que  consideran importantes.

jueves, 8 de octubre de 2020

Yu

La Imagen que tengo clavada en la memoria de Yu, Gilling su nombre, que no estoy seguro si se escribe así, es metiéndose el pelo, que lo tenía largo, detrás de la oreja. Yu, de ascendencia asiática, le toco repetir un año, ¿octavo tal vez?, y cayó en nuestro curso, junto con el Flaco y Ariza, que tenían ínfulas de chicos malos, pero eran más bien pandilleritos de poca monta. Igual son puros prejuicios míos; no debe ser agradable repetir un año escolar, que es como ser un extranjero, en el mismo territorio donde están esos que nos han acompañado toda la vida, y por eso aparentar lo que no se es, puede ser un mecanismo para no derrumbarse. 

Yu me caía bien porque era un tipo callado, que siempre andaba en su rollo y que no buscaba meterse con nadie. Lo tengo presente porque ese año quedó sentado en la fila de al lado. 

Jugaba ping-pong, y siempre creí que era muy bueno en eso por el simple hecho de ser Asíático, pero no, su juego era más bien normal. Recuerdo la forma en que cogía la raqueta boca arriba, como esos bateristas de Jazz que no cogen la baqueta con toda la mano, sino solo con la punta de los dedos. Su aspecto era algo desguarambilao’ (desordenado) y casi siempre andaba con una chaqueta de Jean que parecía quedarle pequeña, y tenis converse. 

Sus apuntes de clase, con una letra diminuta, eran erráticos. Escribía con un rapidógrafo, pero me parece que en vez de tomar apuntes, se la pasaba perdido quién sabe en qué tipo de fantasías, y las márgenes de sus cuadernos siempre estaban repletas de dibujos. 

El profesor de español, que llamaba a los estudiantes por su apellido, le preguntaba con frecuencia a Yu. “¡A ver, Yu! Le decía, señalando hacia nuestro lugar, y muchas veces creíamos que nos hablaba a nosotros de You, y cuando estábamos listos a responder, nos dábamos cuenta que al que llamaba era a Gilling. 

No sé que despertó a Yu en mi memoria. ¿Dónde y en qué andará?

miércoles, 7 de octubre de 2020

Alejarse

Otra vez llego tarde a este lugar, espacio, blog, bitácora, página, en fin, lo que sea, por la misma razón de ayer, el dibujo de Inktober. Siento ser repetitivo con el tema, estimado lector, pero es lo que hay. Sí, lo acepto, puede que sea simple pereza mental no buscar algo diferente a lo que le pueda arrancar unas cuantas palabras, pero bueno, es tarde y tengo sueño.

Prometo…¡Que va! No les prometo nada. Iba a decir que les iba a prometer un texto cargado de creatividad, altas dosis de tensión, toda una bomba narrativa, pero ¿para qué les voy a decir eso, si es algo que me prometo todos los días.  Hay ocasiones logro dar con ellos, pero otras veces no,  esto quizá se deba a que no he tomado la correcta distancia.

Pero mejor le sigo contando sobre el dibujo de hoy. Lo empecé más temprano, y confiaba acabarlo antes, pero hice un mal cálculo del nivel de dificultad, y caí en cuenta de eso cuando ya llevaba más del 50% del trabajo. En ese momento me detuve y evalué si dibujar algo más sencillo. 

En medio de esa conversación interna, puse la libreta contra la pared y me alejé para mirar el dibujo. Si bien me di cuenta de que me faltaba un segmento difícil, pensé que el conjunto de lo que llevaba se veía bien. De ahí la importancia de alejarse, de tomar distancia, cuando uno dibuja algo, para verlo desde otra perspectiva. 

Alejarse es un arte que, pienso, nos hace falta dominar a todos, pues no solo sirve para cuando se dibuja algo, sino que también aplica para los escritos y las relaciones. Los textos, como las personas, a veces saben mal, y es en ese momento, cuando detectamos su sabor rancio, que debemos alejarnos, para retomarlos días, meses, o años después, y comprobar si se pueden rescatar, o si debemos desecharlos por completo, en el caso de los escritos, o seguir tomando distancia, en el caso de las personas.

martes, 6 de octubre de 2020

Croissant con té

A las 10 y media de la noche aún no había comido nada, pues se me había hecho tarde para hacer el dibujo de Inktober, el cual empecé de afán, pero luego tuve que borrarle unas líneas porque las proporciones se me habían ido al carajo. 

Cuando lo terminé, no hice nada en específico, sino pasearme de un lado a otro del apartamento como si estuviera buscando algo, pero no era así. Al final, como no encontré eso que no se me había perdido, el hambre me venció y me fui a preparar algo de comer. 

Ese algo resulto ser un Croissant y una taza de té, bebida que me cae bien porque es humilde en presentación, sabor, preparación, y todos los demás aspectos en los que una bebida caliente pueda ser humilde. Cuando estuvo listo, acompañe el croissant con mermelada y mantequilla. 

Después de esa comida con pinta de desayuno, me senté en el computador a perder el tiempo, pues me puse a mirar Twitter y a darle scroll down a la pantalla, como si mi vida dependiera de eso, o para encontrar, a modo de link, eso que andaba buscando mientras deambulaba de un cuarto para el otro. Queda claro que así veamos mil documentales como el de Social Dilemma, nada nos va a despegar de internet. 

Así las cosas, me senté muy a las 11:12 p.m. para escribir algo, y cómo no tenía ni idea qué, pues esto fue lo que se me ocurrió contarles. 

La verdad es que me gustaría entregarles escritos mejor preparados, si es que tal vaina existe, pero hoy fue un día extraño, en el que pensé que no iba a trabajar nada, y cuando me disponía a entregarme al dios de la locha, algo cambió el curso de los eventos. 

De pronto eso de los textos preparados es una gran mentira, pues hoy leí uno que escribí hace ya varios años, en el que narro cómo me desperté un sábado a las 5:45 a.m. y como no pude volverme a dormir, me levanté a escribir. 

Puede ser que los buenos textos, lo que sea que eso signifique, tienen cierto parecido con los planes que menos se preparan, y que muchas veces resultan ser los más apropiados.

lunes, 5 de octubre de 2020

Dibujar

Cuando era pequeño dibujaba mucho, lo que fuera. Recuerdo que me sentía afortunado cuando tenía una hoja Xerox gruesa a mi disposición —En ese entonces creía que solo las podían utilizar los adultos—, eran el lienzo perfecto. 

Llegaba a la cocina y me sentaba en la mesa, y mientras mi mamá cocinaba le pedía que me diera ideas para dibujar, entonces ella me decía: “dibuja tal fruta, dibújame a mí, o tal objeto”, y ahí me quedaba yo dibujando por horas. 

Luego, no sé en qué momento, conocí los tarritos de tinta china con sus plumas de punta metálica y le empecé a echar tinta a lo que dibujaba. Eran dibujos de súper héroes, más complicados por la cantidad de detalles que tenían y, por lo general, los terminaba en varias sentadas. 

En los últimos años de colegio siempre tomé la vocacional de pintura y ahí conocí la técnica de carboncillo. El hombre que la dictaba, Jairo, creo que se llamaba, siempre que pasaba al lado de mi caballete, admiraba mis dibujos y decía, como pensando en voz alta: “¡Qué buen trazo!”. 

No sé en qué momento dejé de dibujar seguido, hasta que paré de hacerlo por completo. En los últimos años siempre había pensado que debía volverlo a hacer, pero nunca me decidía. 

Hace unos días, me topé con un tweet de Inktober y, sin pensarlo, decidí participar en esta edición. El bujo que hice hoy es el que más me ha gustado, porque me traslado a esa época de mi niñez en la que dibujaba seguido, y volví a experimentar esa calma profunda que me produce la actividad, aquel estado en el que no pienso en nada aparte del dibujo, sensación similar a cuando me siento a escribir. 

Un lápiz y una hoja; es poco lo que se necesita.

domingo, 4 de octubre de 2020

Janis

Hoy en la mañana, mirando Twitter, me enteré de que hace 50 años falleció Janis joplin. Doy clic a dos links: un artículo de un diario argentino y otro de uno español, en el que, se supone, narran las últimas horas de vida de la cantante. 

Comienzo a leer el primero, pero no lo entiendo, es decir, me parece que no tiene una secuencia o estructura lógica. Algo, un sexto sentido gramatical, digamos, me dice que tiene fallas, así que cuando voy por la mitad lo abandono. 

Con el otro, el artículo español, me pasa algo similar. No sé si es que a veces, uno sufre de episodios de incomprensión de lectura o qué, pero ese texto también me aburrió, sobre todo por su tufillo amarillista y trágico, en el que se repite la palabra sangre, y se describe la posición de su cuerpo, en la cama del hotel donde la encontraron, luego de que había salido a comprar cigarrillos. 

La primera vez que escuché un fragmento de una de sus canciones, fue en un comercial de arequipe. Si no me falla la memoria, alguien sacaba una cucharada del producto, justo cuando joplin comienza a cantar Summertime. Su voz, creo, era pegajosa, o como decía una línea de uno de los artículos: una mezcla de ternura y ansiedad.

Algo que también me llamó la atención, es que la artista lloraba cuando terminaba los conciertos, pues decía que cantar era como hacerle el amor, al mismo tiempo, a todas las personas que habían ido a verla. 

Joplin, como Hendrix, Winehouse, Morrison y Cobain, se supone que hace parte del club de los 27, es decir, músicos que murieron a esa edad; una triste coincidencia.

jueves, 1 de octubre de 2020

No entiendo

Una mujer, llamémosla Nora, para efectos de que cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia, cuenta que siente haber adquirido un nuevo súper poder—ignoramos cuántos tiene hasta el momento—, que consiste en leer libros como si no fuera a existir un mañana. Dice que pudo leer tres en la misma semana, y aclara que no andaba de vacaciones, sino que estaba llena de trabajo. 

No solo contenta con eso, dice que además también tiene acciones muy concretas para implementar en el corto plazo, porque alguien, Pedro, digamos, dice que si uno lee un libro debe ser con una meta en mente, y que solo se considera leído cuando esa meta se lleva a la acción. 

No entiendo, no entiendo nada. En mi profunda ignorancia, necesito que alguien, por favor, me explique cuales son las reglas para leer libros, porque, según lo que expone Nora, de los pocos que he leído en mi vida, quizá no he leído ninguno, ya que siempre trato de leer por puro placer, independiente del tipo de texto: académico, laboral o literatura. 

No entiendo, no entiendo por qué cualquier cosa que hagamos debe tener un fin más allá de hacer algo; un fin, en apariencia, más elevado que la actividad en sí. 

No sé, quizá lo he hecho mal siempre, y necesito que alguien corrija el rumbo de mis métodos de lectura. 

No entiendo, no entiendo nada.