martes, 1 de diciembre de 2020

Deep

Hoy, en la mañana, me dieron ganas de escuchar Deep, una de mis canciones preferidas del Ten, junto con Porch. Luego busqué el setlist del concierto en el Simón Bolívar, porque no recordaba si la habían tocado, aunque tenía presente que ese día tocaron casi todo ese disco. 

Di con una grabación del concierto entero, que no había visto nunca. La hizo una mujer y tiene buen audio, como si el sonido lo hubieran sacado de la consola. Por las tomas del video parece que estuvo cerca de la banda todo el tiempo. 

Eso me recordó la vez del concierto de Aerosmith, en el que estábamos esperando a mi hermana que llegó tarde. Cuando finalmente nos encontramos, nos contó que había quedado en la zona de prensa, muy cerca de los músicos, pero que se había salido, pues que pereza estar sola. 

Pero sigamos hablando acerca de Deep. De repente, mientras practicaba batería aérea, experimenté una profunda ligereza, una en la que la alegría y nostalgia parecían estar mezcladas en justa medida y, por un breve momento, sentí ganas de reír y llorar al mismo tiempo. 

Fue extraño. Nunca me había sentido así. Parece que fue un momento en el que estaba agradecido con todo, primero por estar vivo y segundo por haber podido presenciar cosas como ese concierto. 

Por un segundo pensé que iba a ser un momento de iluminación, en el que uno entiende todo de un solo totazo, pero no. Aquí sigo con los mismos temores y dudas. 

Esa sensación de, digamos, euforia, pasó rápido, y me quedé un buen rato repitiendo el intro de la canción, porque me idiotiza la fuerza con la que entran los instrumentos en un mismo instante, y como sobresalen la guitarra y la batería. 

Es una lástima que ese día no hayan tocado Once, otra de mis preferidas; canción que, al parecer, si pertenecía al setlist de esa gira, pero decidieron no tocarla, junto con Crazy Mary y Baba O´Riley.

lunes, 30 de noviembre de 2020

Morir un poco

Ayer morí un poco. Estaba metido en la cama y me incliné hacia adelante para acomodar de mejor manera las almohadas, un arte que no se perfecciona en toda una vida. Era, supongo, un movimiento tonto, uno que quién sabe cuántas veces he realizado en mi vida, pero el de ayer coincidió con tragar saliva y me atoré.

Todo ocurrió en cámara lenta, y cuando supe que eso me iba a pasar, intenté no tragar, pero caí en cuenta de ello tarde. La primera parte de esa muerte diminuta es toser de forma desesperada. Esa, imagino, es una reacción involuntaria, una forma en que nuestro cuerpo, mil veces más inteligente que el humano al que está asignado, lucha por sobrevivir.

Se tose, se tose mucho porque el organismo tiene claro que es una cuestión de vida o muerte, que caminamos por una cuerda floja. Luego de ese arrebato de tos, viene tal vez el momento más terrorífico de la experiencia, en el que intentamos respirar de forma desesperada, pero el aire no entra a los pulmones. En ese momento crítico es cuando debemos adoptar una postura Zen, para no perder la calma. Esto se logra de mejor manera cuando esa pequeña muerte se experimenta estando solos, pues en compañía nos sentimos ridículos y las personas, con caras de angustia, comienzan a lanzar todo tipo de consejos inútiles: “Levante un brazo”, o el mejor de todos: “tome agua”. ¿Cómo pueden pedir eso, mientras uno echa un pulso con la muerte, y cómo esperan que uno lo haga?, en fin.

Les decía que ese momento crítico es de fortaleza mental, un acto de fe que consiste en pensar que todo va a estar bien, que en determinado momento el aire va a volver a entrar a los pulmones.

Después de ese nudo, de ese episodio dramático con un clímax tan potente, llega el desenlace. Todo tiene pinta de un relato redondo, pues el final coincide con el principio: tos, tos y más tos, carraspera, tos, carraspera, tos, tos, etc. Es ahí cuando deberían decirnos, en uno de esos momentos en que uno traga una bocanada del aire que dejo de respirar, que tomemos agua.

viernes, 27 de noviembre de 2020

Budismo e ira

A Lucía le gusta la literatura y se la pasa publicando fotos de libros que lee, junto con citas que le llaman la atención. Hace poco leyó un libro que tiene que ver con el budismo, y mencionó que gracias a esa lectura se había acercado a la meditación, una práctica que la ha hecho sentir bien últimamente. 

Lucía, española, afirma sobre esa lectura: “os prometo que cambia a las personas, la forma en la que ves el mundo y también la forma en la que te ves a ti mismo por dentro”; una aseveración fuerte, que evidencia lo mucho que le gustó el libro, la meditación, el budismo o los tres. 

Luego dice que el libro no tiene nada que ver con religiones, sino que se centra en el saber estar en el AQUÍ y el AHORA, y escribe esas palabras así, en mayúscula, como para que no se nos olviden. 

Algunas personas le dan las gracias, al tiempo que le recomiendan otros libros: El monje urbano, Los 3 pilares de la felicidad, y así. 

Todo iba color rosa, digamos, hasta que Íñigo se unió a la conversación. Él afirma que muchas de las imágenes que acompañan esos libros son una muestra de lo que debes mantener alejado. 

Parece que a Íñigo no lo convence el tema de la meditación y el budismo, y está cansado de que le repitan hasta la saciedad que el truco de la vida consiste en fijarse en el aquí y el ahora. 

Lucía, que seguro se sintió ofendida, le respondió lo más Zen posible: “necesitas meditar, tienes demasiada ira dentro”. 

Íñigo bien podría haber dejado las cosas ahí, irse a meditar, o a dedicarse a tener rabia contra el mundo, la vida, el destino, dios, cualquier persona, cosa o entidad divina, pero no, decidió responderle a Lucía, porque si para algo somos buenos es para engarzarnos en peleas en las redes sociales. 

Le dijo que no, que estaba equivocada, que él no necesitaba meditar, pues había recorrido ese camino mucho antes que ella y había descubierto que está lleno de intereses como cualquier otro. 

Al final no sabemos qué ocurrió, si Lucía se puso a meditar para pasar el mal trago comunicacional, o si Íñigo se fue a hacerle pistola al Sol. No sabemos nada, y nos aferramos a nuestras verdades como si fueran tablas de salvación.

jueves, 26 de noviembre de 2020

Palabras al vacío

Javier Franco piensa que las palabras deberían venir empacadas al vacío. Le gustaría ser más como su apellido, un tipo sincero, que habla claro y sin tapujos. 

Piensa eso sobre las palabras, pues le gustaría que durarán más, o bien, que utilizáramos las esenciales. Con esenciales se refiere a esas frases que permiten cerrar un negocio, convencer a la persona amada o engañar a la muerte, que respira a milímetros de nuestra nuca todos los días. 

Imagina que todas las personas tienen a la mano la misma cantidad de palabras, pero que estas a veces se vencen, y el cerebro las entierra en sus profundidades, debajo de capas de miedos y obsesiones, para que no pudran otras. 

Lo que Franco no sabe es que las palabras que hacen parte de las conversaciones casuales, o de los refranes, por ejemplo, no tienen tanta importancia. El mundo no se va a acabar si las personas nunca vuelven a escuchar frases del estilo: “Que clima tan feo el que está haciendo”, “una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa”, “¿Usted qué come que adivina?”, solo por nombrar algunas. 

Pero la solución no solo consiste en desechar unas cuantas palabras. Lo que realmente preocupa a Franco, es que hay ocasiones en las que dispara palabras frescas, recién salidas del horno, disculpe usted el refrán, y son como balas perdidas que nunca impactan el lugar deseado, o no lo hacen de la manera en que pretendía.

Hablamos y escribimos, con la mejor intención, pero es imposible que todos entiendan lo que queríamos decir. 

Ahí va por el mundo Javier Franco, como desamparado. Si usted, estimado lector, lo llega a ver, dígale que entiendo cómo se siente.

miércoles, 25 de noviembre de 2020

Estados

Hablemos de Martínez, ¿por qué? Porque, aceptémoslo somos buenos para hablar de las personas a sus espaldas. Pero para compensar la balanza, ¿cuál? La de lo justo, digamos, y no ser unos desgraciados, no vamos a hablar nada malo sobre él.

A cambio de sacrificar el chisme, vamos a ventilar una de sus teorías sobre las personas, es decir, usted, yo, nosotros; o como usted comprenda ese término estimado lector. 

Martínez, Lucas de nombre —por si acaso usted es de esos que necesita, y le alcanza el nombre de alguien para dotarlo de una cara y demás aspectos físicos—, tiene una teoría sobre las personas. 

Sostiene Martínez que las personas cuentan con tres tipos de personalidades, a las que le gusta llamar estados, pues son los mismos de la materia: Líquido, sólido y gaseoso. Para que su teoría funcione, es necesario cambiarle el género a las palabras. A Martínez le gusta su teoría, porque esos tipos de personalidades casi no necesitan explicación. 

Una persona líquida es aquella que sabe fluir con la vida. Personas ligeras; en apariencia débiles, pero muy fuertes, pues como dice Michelle Williams: ““Quiero ser como el agua. Quiero deslizarme entre los dedos, pero sostener un barco” 

Las gaseosas, como su nombre lo indica son personas volátiles, y con esto Martínez se refiere a personas cambiantes. Las que un día nos quieren y al siguiente nos odian, si ningún motivo aparente. 

Quedan las sólidas que son como luz y oscuridad al mismo tiempo, pues son aquellas que, por lo general, saben donde están paradas. Lo malo es que tanto anclaje a la realidad los lleva a fanatismos y visiones sesgadas de la vida. 

Martínez cree que la clave para vivir está en cambiar de un estado a otro, no según nos convenga, sino para hacerle frente a la vida que es muy traicionera. 

Eso piensa Martínez

martes, 24 de noviembre de 2020

Fisuras, romperse y luz

Una mujer entrecomilla la cita: “We are all broken. That’s how the light gets in”, y dice que es de Ernest hemingway. Es una cita tremenda, y espera uno escribir un proyectil narrativo tan potente en algún momento de la vida. Quizás están destinados a los grandes autores y a nosotros, los simples mortales, no nos queda más opción que releerlos y publicarlos en cuanta red social sea posible, para darnos aires de interesantes, intelectuales, o lo que sea.

En la novela Farewell to Arms Hemingway, también trata esa idea: “The world breaks everyone and afterward many are strong at the broken places.” 

Me fijo en la frase que publicó la mujer, porque recuerdo que había leído algo similar, pero que el autor no era el escritor norteamericano, sino el músico Leonard Cohen, que en la canción Anthem dice: There is a crack in everything. That's how the light gets in. Que no se diferencia mucho de la primera, y sospecha uno que Cohen, en medio de un bloqueo creativo, decidió fusilar el pensamiento del escritor, introduciendo el concepto de la fisura.

Pero no vengo a echarme encima a los fanáticos de ese músico, ni más faltaba, porque si de fusilar se trata, Hemingway no le tiene que envidiar mucho a Cohen: En un ensayo de Ralph Waldo Emerson, con fecha de 1841, este escribió la sombrilla para ambas frases: There is a crack in every thing God has made. 

Supongo que no hay ideas originales, y que siempre, de cierta forma, plagiamos algo que oímos, leímos o nos contaron. Imposible saber si Emerson no tomó la frase prestada y la modificó. 

A la larga no importa mucho, porque, por muy parecidas que sean , uno las consume con gusto.

lunes, 23 de noviembre de 2020

Secuestro

Despierto. 

Intento mover las manos o los pies, pero no puedo. El cuarto está completamente a oscuras. Cuando mis ojos se acostumbran a la ausencia de luz, distingo los bordes de una mesa enfrente mío, y me doy cuenta de que estoy atado de pies y manos a una silla. 

¿Qué hacer? Imagino que estoy secuestrado, pero no recuerdo cómo llegué a este lugar. Creo que soy un tipo que trata de no meterse en líos y que no tiene enemigos, pero supongo que siempre hay alguien que nos odia en silencio y que quiere hacernos el mayor daño posible. 

Escucho una puerta que se abre. Alguien entró a la habitación, sala de torturas, o el lugar que sea en el que me encuentro. Pregunto en voz alta, pretendiendo no sonar desesperado: “¿Quién anda ahí?, ¿Qué quieren de mí?”, aprovechando que mis captores son novatos, o han visto pocas películas, pues olvidaron taparme la boca con cinta adhesiva. 

De repente se enciende un bombillo en la habitación, que alumbra la mesa que está enfrente mío. Un hombre corpulento pone una máquina de escribir encima y se aleja. Dos hombres llegan por atrás, me levantan con todo y silla, y me sientan enfrente de la máquina. Un último se acerca y corta con un cuchillo la soga que ata mis manos. 

“Queremos que escriba” dice un hombre que, supongo, es el líder de la banda. 

“ ¿Qué quieren que escriba?”, pregunto. 

“¡Un buen relato!”, exclama el hombre. 

“¿Sobre qué tema?, pregunto para ganar tiempo, pues supongo que lo necesito. 

“El que se le ocurra, pero comience ya”. Y luego de decir estas palabras apoya el cañón de una pistola contra mi cabeza. 

“Intento pensar en un tema, pero no se me ocurre nada. Busco hilar una trama, la que sea, pero ninguna tiene pies o cabeza. Luego de cinco minutos, eso creo, sin haber tecleado ni una sola palabra, escucho como el hombre  le quita el seguro a la pistola. “!Escriba!”, grita. 

Tomo una hoja carta, de un montón que está encima de la mesa, la introduzco en la máquina, la centro y comienzo a hacerlo. 

“Estoy en un cuarto que hace un rato estaba oscuro.
 Ahora, un único bombillo alumbra una mesa con 
una maquina de escribir blanca, y un hombre presiona 
una pistola contra mi cabeza. Quiere que escriba.  

Ante la falta de ideas, comienzo a describir lo que me rodea y a contar qué es lo que pasa sin muchos adornos. Si este es mi último escrito, quiero despedirme del mundo con el cuento que siempre he soñado escribir, uno en primera persona,  libre de figuras narrativas, en el que solo narro lo que su protagonista tiene enfrente de sus narices.