viernes, 12 de febrero de 2021

Muertos

“Vida hpta. me tomaré un trago por ese tipooooo, en serio estoy triste”

Eso es lo que responde C. a un comentario que una amiga le dejó en Facebook, sobre una noticia de la muerte del pianista de Jazz Chick Corea. Ella le decía, en su comentario, que el músico era el héroe de su papá.

Cuando supe de la muerte del músico pensé: “menos mal que lo vi en un concierto”, pero mi mente me traicionó, pues confundí a Corea con Gonzalo Rubalcaba, de quien conservo una imagen fresca: sus manos, como de gigante, moviéndose por las teclas del piano.

En esta fecha, en 1984, también murió Cortázar. No soy un cortaziano, es decir, un devoto de su obra, y solo he leído Rayuela, una novela que ni me impresionó ni me aburrió.

Pienso en el trago que se va a tomar C. en nombre de Corea, en esos homenajes que le hacemos a los muertos. El otro día, en la misma red social, vi que el tío de un hombre había muerto. Su sobrino publicó un video en el que unos mariachis tocaban una canción, y él cantaba con una botella de trago en la mano, mientras subían el ataúd al coche fúnebre.

Me pregunto, aparte de ayudarnos a sobrellevar la pena, para qué sirven esos homenajes; si los muertos, donde quiera que estén, si es que hay vida después de la muerte, se sentirán bien con ellos o creerán que son una pendejada. No lo sé.

Como me gusta escribir y leer, me propongo hacerle un homenaje a Cortázar. Me voy a leer el capítulo 23 de Rayuela, en el que Oliveira asiste a un concierto de la pianista incomprendida Berthe Trépat.

Como ya saben, no creo en eso de los libros obligatorios, sino en los capítulos obligatorios, y ese, pienso, es uno que todos deberían leer.

jueves, 11 de febrero de 2021

Sillas de parque

La terraza del restaurante da a un parque con una zona de juegos para niños con dos columpios, un pasamanos y un rodadero. Alrededor de esta, sin ningún tipo de orden o simetría —como si un gigante las hubiera espolvoreado—, se encuentran ubicadas varias sillas de parque.

Un hombre que lleva puesto tenis rojos, una camisa del mismo color y jean azul, ocupa una de esas sillas, junto con una mujer de pantalón rosado. Hace poco, el hombre acabó de comer un cono de helado y se volvió a poner el tapabocas; la mujer aún no termina el suyo y le da lengüetazos espaciados, porque no para de hablar ni un segundo. El hombre la mira fijo, pero es imposible saber si le pone atención o anda perdido en sus propios pensamientos, y ruega para que la mujer acabe el helado y puedan volver a la oficina, pues tiene mucho trabajo.

En otra silla una mujer, con el pelo completamente blanco, está sola. Al rato llega un hombre de mediana edad a hacerle compañía, y trae con él dos vasos de helado. Podríamos pensar que es su hijo, aunque bien podría ser su cuidador, incluso su amante. ¿Qué sabemos de las personas con las que nos cruzamos por la calle? La verdad muy poco, escasamente lo que nos deja ver su comportamiento, pero eso siempre lo filtran nuestros prejuicios.

Hace sol, y a ratos unas nubes que andan lento, como cansadas, lo tapan. La viejita manda al hombre a que le consiga algo. Este se pone de pie y se aleja. Al rato vuelve con un vaso plástico que, al parecer, contiene chocolate líquido. Apenas lo ve, la viejita le sonríe, tampoco sabemos si al vaso o al hombre, luego echa un poco de chocolate en su vaso y lo revuelve con una cuchara. Al rato le suena el celular, se pone de pie y se aleja para contestar la llamada. Debe ser su esposo o algún familiar que la imagina recostada en su cama, guardando reposo y viendo telenovelas; un familiar al que nunca se le pasaría por la cabeza que está fuera de la casa, con un hombre y comiendo helado.

La mujer que come el helado despacio por fin lo termina, y ella y su amigo de los tenis rojos, se ponen de pie y abandonan el lugar. Poco después llegan tres amigas y se sientan en la misma banca. Una tiene el pelo negro, la otra teñido de rojo, y la última de morado.

Una nube negra y pesada, como de plomo, tapa el sol por completo y comienza a hacer frío.

miércoles, 10 de febrero de 2021

Misión secreta

Me despierto, me preparo un café y pico algo de comer. Luego me recuesto y me quedo dormido media hora. Los que me vuelven a despertar son agentes secretos que están en el parqueadero del edificio. Deben ser por lo menos dos y llevan equipos de radio para comunicarse. La verdad es que hacen mucho ruido para ser secretos.

“Compañero, compañero; Z1 confirme por favor”, grita uno.

Supongo que pide que le confirmen la posición del objetivo que, claro, soy yo, pues desperté en otra realidad. Eso, o estoy experimentando una especie de síndrome de Capgras, ese en que una persona se despierta, no reconoce su entorno, y cree que alguien ha suplantado a las personas con las que convive.

Me quedo quieto, y escucho el ruido de los radios, pero ni zeta 1, zeta 2 o zeta 3 o la cantidad que sean vuelven a hablar.

Ahora escucho una melodía que sale de un parlante y que no tiene nada que ver con mi captura. Comienza con una flauta o un sintetizador, y mi cabeza da con la letra:

“Como es trigueña tu piel. Tu corazón sonriente.
Como tu boca candente así te quiero mujer”

Luego recuerdo el estribillo que la caracteriza: “Olo le lo lai”.

De pronto la canción es la señal de entrada para que asalten el apartamento, me capturen y me lleven a dónde me tengan que llevar. Al final no pasa nada.

Me levanto, me preparo otro café y luego estoy pendiente toda la mañana a ver si encuentro algo diferente, si doy con alguna señal que me indique que estoy en peligro.

Después del almuerzo salgo a caminar. Cerca a un parque paso por el lado de un hombre que me mira de reojo y luego, para disimular, mira su reflejo en un vidrio de la terraza de un restaurante. No sé que tanto se mira si lleva tapabocas.

Cuando lo voy a pasar de largo freno en seco justo a su lado y le digo que me dejen en paz, que no importa cuántos sean, no me asustan. Está claro que es mentira porque la voz me tiembla al hablar. El hombre me mira con cara de asombro como si no supiera de qué le estoy hablando.

Me alejo del lugar sin perderlo de vista.

martes, 9 de febrero de 2021

Armazón narrativo

Hoy fue un buen día, pues terminé de escribir la novena y última, eso espero, versión de la historia del francotirador.

El primer borrador es muy diferente a la última versión pues al principio la había dividido en tres escenas y la línea de tiempo era de dos semanas, entre misión y misión. Luego, creo que fue en la tercera, decidí narrar una única escena, en la que el francotirador se encuentra en la azotea de un piso en medio de una misión, y comienza a tener dudas sobre su trabajo.

Si hay algo de lo que me siento orgulloso, es de la estructura que logré darle a la historia. Me parece que tiene un armazón fuerte, que sujeta bien cada una de sus partes y las acopla de forma adecuada.

Como la historia comienza justo en la crisis del protagonista, necesité hacer uso de flashbacks para mostrar quién era y qué eventos lo habían llevado a ese momento. Esas reminiscencias, digamos, son muy llamativas al momento de contar, pero pueden ser como un volador sin palo, es decir, algunas pueden tener cara de subtramas y no tener nada que ver con lo que se cuenta.

Además, toca tenerles cuidado, porque si uno les dedica mucho tiempo, se corre el peligro de alejarse demasiado de la trama principal. Esto me recuerda la novela La forma de las ruinas de Juan Gabriel Vásquez. Cuando la leí, me costó mucho la lectura de unas 100 páginas en las que el narrador se va al pasado, mientras yo quería saber qué le estaba ocurriendo o le iba a ocurrir al personaje principal.

Solo quería contarle eso, estimado lector, que me gusta mucho el armazón de mi historia. Ya Puede seguir con su vida.

lunes, 8 de febrero de 2021

Baraja de pensamientos

A veces, cuando despierta, imágenes desordenadas, apeñuscadas, una maraña de pensamientos, digamos, comienzan a aparecer en su mente. Es como si alguien abriera un grifo y un torrente de información llenara su cabeza.

La mujer cree que no es algo premeditado, en el sentido en que no se esfuerza por recordar situaciones en particular, sino que deja que su cerebro vomite toda la información que lleva atorada, quien sabe desde hace cuánto, en forma de ideas o recuerdos; que haga lo que le de la gana por un breve lapso de tiempo. “Que crea que es el que está al mando”, piensa.

Le agrada ser consciente de esos momentos y sumergirse en ellos. En medio de ese frenesí mental, piensa que alguien baraja sus pensamientos, como su padre lo hace con las cartas cuando juega con ella, su madre y hermanos. En esas ocasiones se deleita viendo a su padre barajar de forma solemne, como si su vida y la de su familia dependiera de ello, mientras habla de cualquier tema. Mientras lo hace, ella intenta ver, de forma clara, alguna de las figuras o números que se escapan de los dedos de él.

Ese estado contemplativo también le recuerda cuando era pequeña y, de vuelta a casa, la ruta del colegio pasaba por un parque bordeado por un muro de tablas. Entre ellas había pequeñas aberturas y si enfocaba su mirada y se concentraba, durante breves instantes, segundos, lograba ver el parque de forma clara, con sus árboles gigantes y de copas frondosas, niños jugando y personas paseando sus perros.

Cuando las imágenes y pensamientos no dejan de llegar, la mujer no se preocupa por encontrarles significado.  No analiza a fondo ninguno, sino que le da paso al siguiente.

jueves, 4 de febrero de 2021

Preguntas sin respuesta

Mientras le da un sorbo a su bebida, un café que ya está casi frío, Camacho piensa en lo que ha dejado de ser.

Lleva 7 años junto a Juliana, pero intenta imaginar qué habría pasado si hubiera aceptado la propuesta de Ángela, su exnovia, de irse a aventurar a Europa. La idea que ella tenía era venderlo todo, y probar suerte en el primer país que los aceptara. “La vida es muy corta Jairo”, le decía ella a cada rato. Camacho no aceptó su propuesta. ¿Qué van a pensar mis familiares?, ¿cómo voy a dejar botado el trabajo?, pensaba. Eso dio pie a que terminaran la relación, viajó sola, y allá se quedó, bien o mal, pero viajó, tomó la opción que le pareció correcta.

“¿Me habré equivocado al no aceptar la propuesta de Ángela?”, se pregunta Camacho. Imposible saberlo, imposible saber que rumbo habría tomado su vida al no haber seleccionado otro curso de acción. Seguramente sería otro, con rasgos de personalidad diferentes. También piensa que cada uno está compuesto por, digamos, las equivocaciones que ha cometido, si se supone que esos caminos que no se tomaron eran la opción correcta.

“Ser, es más complicado de lo que parece”, concluye Camacho. Luego imagina que tiene enfrente un público al que le habla: “Imaginemos, solo por un breve momento, que no somos lo que creemos ser, que todos los días de nuestra existencia vivimos engañados, pensando algo que solo es verdad para nosotros mismos”, piensa como si fuera un experto en el tema, sea el que sea.

Camacho abandona ese escenario y vuelve a la realidad. Mira el fondo de la taza de café; solo le queda un cuncho y no se preocupa en beberlo. Luego pide la cuenta, mientras se pregunta si en esos posos de café, se encuentra el significado de su vida; si en esas figuras erráticas están Juliana, Ángela, y otras mujeres que han pasado por ella; si todo, presente, futuro y pasado, están ahí apeñuscados listos para darle sentido a su vida.

El mesero recoge el dinero y se lleva los platos, su vida, los caminos que tomó y no tomó.

miércoles, 3 de febrero de 2021

La culpa fue de Anais

Ayer tenía una reunión a las 6.

Minutos antes de esa hora me puse a leer. Tenía en mente el compromiso, pero se diluyó en la lectura y como siempre tengo el celular en silencio, ni modo de leer los mensajes en los que me preguntaban si me iba a conectar o no.

Faltando 20 minutos para las 7 miré el celular para ver qué hora era, y me dio por desbloquearlo. Fue ahí cuando miré los mensajes que me habían enviado. Pedí disculpas y les conté que me había puesto a leer y lo había olvidado todo. Luego me conecté.

Me gusta cuando eso pasa, es decir, cuando la lectura crea una burbuja que me aísla por un tiempo de las revoluciones del mundo y de la vida.

Si a alguien le debo echar la culpa es a Anaïs Nin, la responsable de sumergirme en ese estado, con el volumen III de sus diarios.

Como ya lo he dicho antes, los diarios de los escritores me cautivan, por su escritura cruda desprovista de estructuras narrativas, y en donde solo se preocupan en contar lo que les pasó en el día, o comparten ideas sobre la vida y cómo se sienten.

Muchas veces llego a los diarios antes que a las novelas del escritor(a). Así me pasó con Virginia Woolf, John Cheever y Anaïs Nin. Imagino que el orden, si hay alguno en esta vida, para lo que sea, debe ser el contrario: primero la ficción y luego las memorias, pero ¿qué más da?

Ayer Comencé ese volumen de diarios de Nin, y cuenta, en el invierno de 1939, lo mucho que le dolió haber dejado Paris.

Me gusta como escribe Nin, porque es muy sensible y descriptiva, pero sin necesidad de ser empalagosa, es decir, fomenta la imaginación del lector y no hace todo el trabajo por él.

“I felt every cell and cord which tied me to France snapping in me, the parting
 from a pattern of life I loved, from an atmosphere rich, creative and human, from 
intimacy with a people and a city.”

Si se trata de seguirle echando la culpa a alguien, llegué a sus diarios, primero el IV y ahora este, por unos posts de la gran Maria Popova (Brain Pickings).

Si en estas épocas virtuales les incumplo una cita, discúlpenme, seguro estaba leyendo.