viernes, 26 de marzo de 2021

El clarinetista

Hace unos años, parece que hubiera sido en otra vida, trabajé por la calle 72. Uno de los momentos que más esperaba del día, era cuando salía de la oficina y tenía que caminar hasta la séptima. Apenas pisaba la calle, me ponía los audífonos y me iba por el separador de la avenida no cantando, sino gritando las canciones que escuchaba. Suponía que el ruido del tráfico camuflaba mi voz, y por eso cantaba como si estuviera solo en el mundo. Red mosquito era una de mis interpretaciones preferidas.

Me gustaba caminar por el separador, porque estaba despejado, contrario al anden del costado sur que siempre estaba lleno de vendedores ambulantes. No caminaba por él debido a eso, sino porque pensaba que, en medio de mi distracción con el canto, en algún descuido, pisaría los productos de uno de los vendedores.

Las veces que por algún capricho, digamos andariego, de último momento, decidía subir por ese anden, a veces veía a un extranjero sentado en posición flor de loto, con un clarinete de color negro en una de sus manos. De su cuello colgaba un letrero escrito a mano, con el que pedía ayuda económica, pues afirmaba que estaba viajando por Suramérica. En el suelo, justo enfrente de él, había un sombrero boca arriba en el que se alcanzaban a ver monedas y algunos billetes. Nunca lo vi tocando el instrumento.

Siempre tuve ganas de entrevistarlo, pero no lo hice.

Deberíamos tener el valor suficiente para hablar con esos desconocidos con los que nos cruzamos en la calle y que, creemos, tienen historias de vida fascinantes.

Saber quiénes son, cuál ha sido su mayor felicidad y tristeza y qué los mueve en la vida, debería ser una de nuestras prioridades urbanas.

miércoles, 24 de marzo de 2021

Gaseosa y papas fritas

En la foto se ve caminando a una mujer que lleva puesto un vestido de novia, cogida del brazo de su padre; este lleva la cabeza erguida. La sonrisa de ambos y el brillo de sus ojos contagian de alegría. Luego de ese pico de felicidad, de esa sensación placentera que deja la foto, la frase que acompaña la imagen barre todo lo que había sentido hasta el momento “Él es mi padre, y fue una de las víctimas del tiroteo”.

Lo que les cuento trata sobre un nuevo tiroteo que ocurrió ayer en estados Unidos. Un loco decidió entrar a un supermercado a disparar. Leo sobre la noticia y cuentan que algunas personas no solo alcanzaron a grabar el tiroteo, sino que lo transmitieron en vivo y en directo.

No sabe uno qué es más loco, si el asesino o esos que cuentan con sangre fría para ponerse a grabar en esos momentos, con tal de conseguir vistas, likes, corazones, y todas esas chimbadas virtuales que dominan nuestra manera de comportarnos.

“Me impactó la declaración de uno de los sobrevivientes: “Este, parece, es uno de los lugares más seguros de Estados Unidos y casi me matan por conseguir una gaseosa y una bolsa de papas fritas”.

Esa fragilidad de la vida, esa delgada línea que separa que el curso de los eventos siga “normal”, o que todo se despiporre en lo que dura un suspiro, me cautiva y aterra al mismo tiempo.

Leemos ese tipo de noticias, nos preguntamos en qué consiste este circo, del que todos hacemos parte, por un par de minutos, y luego seguimos con nuestras vidas como si nada, pensando qué es lo que tenemos que comprar en el supermercado.

martes, 23 de marzo de 2021

El mundo que gira

El año pasado, a inicios de la pandemia, le contaba a una amiga que todo el tema del virus me generaba una sensación de desastre, pues sentía que todo estaba a punto de irse a la mierda.

Mientras nuestra charla avanzaba, me preguntó si estaba saliendo con alguien, mejor dicho, quería que le diera un resumen ejecutivo de mi panorama amoroso.

Le conté que no estaba saliendo con nadie, y le dije que con la pandemia era muy probable que ese frente continuará igual, pues ¿cómo conocer a alguien en medio del encierro?

He leído sobre personas que lo han logrado, como una mujer que contaba sobre su nuevo novio, un hombre que, en la cuarentena fuerte, la iba a visitar a su casa y le hacía visita desde el portón, incluso en días de lluvia.

Imagino que se conocieron por una aplicación y de ahí se desenvolvió toda su trama amorosa. Soy malo usando esas apps entonces, en mí caso, por ahí no es.

C, mi amiga, me dijo que no me preocupara tanto y que dejara de ser tan trágico. Insistió que la vida sí o sí continua, que al mundo poco le importa lo que pase dentro de él y seguirá girando como si nada. También mencionó, sin yo pedírselo, que me iba a presentar unas amigas.

A veces pienso que sería bueno si el mundo deja de girar por un instante, es decir, que la vida, tal como la conocemos con sus afanes y demás parafernalia, se detuviera por completo.

No estoy hablando de la muerte, más bien me refiero a una especie de reinicio, algo que nos obligue a no tomarnos todo tan en serio. Algo que borre quien somos.

Tres cosas: El mundo sigue girando, mi amiga nunca me presento a nadie y mi panorama amoroso continúa igual.

lunes, 22 de marzo de 2021

Manto pesado

Soñé algo. Ya no recuerdo qué fue. Solo tengo unas imágenes borrosas de un bosque y que mi yo en el sueño pasaba un rato agradable con alguien.

Eran las 6 de larde y leía en una de esas posiciones, de medio lado, que solo son cómodas para leer, pero mortales para el cuello.

Estaba en esas cuando de repente un manto pesado de sueño me cubrió en cuestión de segundos. Primero, parece, caí en un micro-sueño, porque cuando abrí los ojos había perdido el renglón de lectura en el que iba.

En el relato, una mujer vive una vida que no es la suya y una de las personas se da cuenta de eso, pues ella, que se supone es una científica, trata de evadir las preguntas que le hacen.

Eso fue lo último que leí, antes de que el manto pesado del que les hablo cayera sobre mí. Luego me quité los lentes de contacto, acomodé de nuevo las almohadas, e hundí mi cabeza en ellas.

Me pregunto si ese sueño que tuve tiene que ver con lo que leí. Si extrapolé algo de esa información, minutos antes de cerrar los ojos, a mi relato onírico. No lo sé.

Me desperté pasadas las 8 de la noche con la garganta seca y con una sensación extraña de noqueo, es decir, sin saber quien soy o qué hago en el mundo, pero me importó poco mi ignorancia.

Intenté recordar el hilo de los eventos del sueño que tuve, pero este se diluyo en mi cabeza, tan rápido como se había cubierto con el manto pesado.

Luego me quedé unos minutos mirando pal techo, intentando descifrar qué significa la vida, pero esa superficie no me dio ninguna respuesta.

Me puse de pie y fui al baño  a echarme agua en la cara para despertarme del todo.

sábado, 20 de marzo de 2021

Otra cosa

Algún día escribiré un post que titularé: “En defensa de la palabra Cosa”, esa que tantas personas desprecian.

Hace un tiempo leí una publicación de una mujer, en la que decía que era una palabra fácil e imprecisa, y que empobrece los textos pues les hace perder su calidad literaria, signifique lo que eso signifique.

No sé, pero nunca me han gustado ese tipo de consejos tan determinantes. Siempre he pensado que el lenguaje es lo suficientemente flexible para que cualquier palabra se pueda amoldar a un texto, en fin.

¿Y qué es otra cosa? Otra cosa es cuando un texto marcha bien, cuando uno siente que sus engranajes narrativos se acoplan de forma precisa y se cuenta algo sencillo sin ínfulas de nada.

Eso me paso hoy. Necesitaba sacudirme de encima esa sensación de fracaso que me había dejado el escrito de ayer, así que no me preocupé en volver a leerlo, sino que me puse a escribir otro que llevaba masticando un buen tiempo y que trata sobre la muerte.

Pienso mucho sobre la muerte e imagino que todos lo hacemos, pues atraviesa cualquier aspecto de nuestras vidas. Si lo hago seguido es porque creo que lo mejor es sentirla cerca, que nos respira en la nuca todos los días, y no verla como un evento lejano.

Pero bueno, no quiero caer en ese tema. Les hablaba del texto de hoy que, creo, fluyó porque no me compliqué, no traté de escribir algo que pareciera inteligente, sino que me limité a narrar lo que le pasó a alguien y ya está.

El año pasado participé en Bogotá en 100 palabras y mi cuento tenía que ver con Transmilenio. Antes de escribirlo me puse a leer los cuentos seleccionados de las ediciones anteriores del concurso, y di con uno bellísimo que más que un cuento era una descripción de una escena de vida.

En él, el narrador, en primera persona, contaba lo que veía, sin intentar adornarlo mucho: un puesto de frutas callejero y un repartidor en bicicleta que pasaba por el lugar.

Como dice la escritora Agota Kristof: “Debemos escribir lo que es, lo que vemos, lo que oímos, lo que hacemos.”

A eso yo lo llamo narrar la vida; en principio parece fácil, pero contar lo cotidiano es difícil, porque en cualquier momento a uno se le salta la opinión.

viernes, 19 de marzo de 2021

Si no se pudo pues no se pudo

Creo que el primer borrador de texto tiene potencial, así que trabajo en él todo el día. Es un escrito algo experimental, en el que espero que el lector se convierta en el personaje sobre el que lee.

Terminé una segunda versión en horas de la tarde y la deje reposar hasta hace media hora. Cuando la volví a leer me pareció que no tenía ni pies ni cabeza.

Se lo mostré a mi hermana y no lo entendió. Intenté explicárselo, y me sugirió mocharle un par de párrafos que le sobraban.

Ese es, quizás, uno de los aspectos más complicados al momento de escribir: saber qué dejar y qué eliminar. Determinar si se debe borrar un pedazo por más que sea una belleza lírica o esté tremendamente bien escrito, pues si no le aporta nada al escrito y lo único que hace es chirriar, entre más rápido se elimine mucho mejor.

Desde ahí el escrito estaba destinado al fracaso, pues una forma de probar que un escrito tiene futuro, es mirar si aguanta cualquier embestida de lectura por sí solo; si hay que explicarlo significa que está herido, posiblemente de muerte.

Igual intenté arreglarlo, pero llegó un momento en el que me aburrí, aunque logré una versión mucho mejor que la anterior.

Al final lo abandoné, porque a pesar de que la idea me gustaba, el texto no decía nada entre líneas y no le dejaba nada al lector, era un arrume de letras plano si nada de fondo.

De pronto, algún, día cuando descifre qué quiero decir con él, lo retomaré.

miércoles, 17 de marzo de 2021

Demonio


No sé para qué miro tanto twitter si es un lugar repleto de fanatismos y verdades absolutas, en el que uno no puede decir “mu” porque lo van tildando de hijueputa.

Imagino que una de las razones por la que hago eso, es que soy masoquista. Hay veces, por ejemplo, que quiero indignarme a propósito, entonces voy a las cuentas de personas que me caen mal y leo sus publicaciones en silencio; ya saben que no me gusta interactuar con desconocidos en una red social, y mucho menos para que me echen la madre por cualquier cosa.

Hoy, yendo de un perfil a otro y en un arrebato de Scroll down, caí en una noticia que me llamó la atención: “Mujer capta un demonio junto a la cama de su nieto”. El tweet venía acompañado de una imagen en blanco y negro, en la que se veía una figura humana cerca de una cuna.

Contaba la noticia que, a causa de unos ruidos, una mujer decidió instalar una cámara en el cuarto de su nieto, apuntando hacia la cuna, y que se llevó una gran sorpresa cuando revisó las imágenes que había captado el aparato.

La noticia decía: “se puede observar una figura humana con cuernos”, o algo así, pero yo la verdad no le vi los cuernos por ningún lado.

La mujer se metió a un grupo de Facebook para pedir ayuda, y le dijeron que a veces eso pasa, y que son los familiares muertos, como los abuelos, que vienen a visitar a su nieto.

La noticia tiene toda la pinta de ser falsa o de relleno. Mientras la leía me preguntaba si no debería, más bien, buscar noticias relacionadas con escritura, libros o cualquier otro tema, digamos, más “serio”.

Supongo que algunos nos sentimos más atraídos hacia esas historias que bordean la fantasía y la ficción, y creemos que nos pueden aportar mucho más a nuestras vidas, que eso a lo que llamamos realidad.