lunes, 21 de junio de 2021

Señales divinas

En una tarde de 1978, un hombre fue a un estadio de beisbol. Ya en el lugar, compró una cerveza y se sentó a ver el partido. El cielo estaba azul, sin rastro alguno de nubes, la bebida helada, y el contraste de la pelota blanca y el verde intenso del césped, era un efecto visual placentero.

En la parte baja del primer inning, el bateador golpeó el lanzamiento del pitcher hacia el campo izquierdo.

¡Crack!

El impacto del bate contra la pelota resonó en todo el estadio

Fue justo en ese instante, y sin ningún motivo aparente, en el que el hombre tomó una decisión importante: “Creo que puedo escribir una novela”, pensó.

La señal divina le cayó en la cabeza ahí mismo; no sabemos si iba dirigida hacia él, o si el mecanismo con el que funcionan los eventos del universo falló por un instante, y le tocó  ser el receptor de esa señal que, en principio, iba destinada a otra persona, como, por ejemplo, un escritor con la autoestima baja.

Ahora, lo único que ese hombre sabe a ciencia cierta, es que el doble de Dave Hilton, el bateador, cambió de forma drástica su vida.

Después del partido, camino a su casa, compró una resma de papel, un bolígrafo, y comenzó a escribir su primera novela. La actividad lo fascinó y le pareció algo muy fresco.

En días posteriores, cada vez que llegaba del trabajo, repetía su rutina de escritura sentado en la mesa de la cocina. El momento en el que terminó borrador de su primera novela, coincidió con el final de la temporada de béisbol.

Hasta ese momento, el hombre afirma que no tenía ni idea de cómo escribir ficción, y lo que le gustaba leer, eran novelas rusas del siglo XIX y cuentos americanos de detectives.

El hombre es Haruki Murakami.

Su historia me hace preguntar algo: ¿Será que el universo a cada rato nos envía señales divinas para que vivamos la vida a la que estamos destinados y, como somos medio atembados, muy pocas veces nos damos cuenta de ellas?

viernes, 18 de junio de 2021

Sirena

Cuando llamo a un negocio de sushi que queda cerca de mi casa, la mayoría de las veces contesta una mujer. Siempre Me cautiva su voz, y la escuchó con cuidado mientras toma mi pedido.

Su tono y timbre, son una mezcla de ternura y sensualidad que, aunque suene raro, me atraen. Trato de imaginar cómo será, todo un despropósito, en fin.

Hoy, después de varias semanas volví a llamar, y su voz surtió el mismo efecto. A veces me dan ganas de preguntarle cualquier cosa, qué platos me recomienda, los diferentes tipos de sushi, etc. solo por prolongar un poco la llamada, pero nunca lo hago.

Apenas cuelgo el encantamiento cesa de inmediato.

Leo por encima del tema. Cuentan que en tiempos antiguos a los marineros les daba miedo aventurarse en aguas desconocidas, pues corrían peligro de encontrarse con sirenas, que los atraían usando sus atractivas y sensuales voces. Por medio de ellas lograban que estos se echaran al agua como si nada, para morir en el mar.

Parece que esa atracción que se siente por una voz, tiene que ver con el cerebro y las conclusiones que este saca según su frecuencia: Cuanto más alta sea la de las mujeres, sin llegar a pasarse de chillona, y más baja la de los hombres, las voces funcionan mejor si de atraer a alguien se trata.

¿Será posible que esa mujer provenga del linaje de las sirenas?

miércoles, 16 de junio de 2021

Carne de reno

“En serio me da tristeza, era el único evento al que pensaba asistir. Hasta iba pedir permiso entre semana” dice C, una amiga, por un chat de WhatsApp. Se refería a la feria del libro, que otra vez se canceló por culpa de Covid Alfonso.

El rumor era que Suecia, como país invitado, iba a botar la casa por la ventana. Mi amiga pensaba que era posible que trajeran carne de Reno. Eso la había entusiasmado, pues ella la ha probado y dice que sabe muy bien.

Luego de haber expresado su decepción, L, otra amiga, compartió un tweet de un hombre, que afirmaba extrañar las filas para ir al baño y las crispetas a 20.000 pesos, cifra que, imagino, exageró para darle un toque gracioso a su publicación.

Yo extraño el evento, pero sin tanto guayabo. En las últimas ediciones me gustó mucho ir solo, en los primeros días de la semana, para paseármela a mi ritmo, siempre con actitud Flánerie y con muy pocos libros en mente.

Solo hubo una edición en la que llevé una lista y encontré dos novelas que tenía muchas ganas de leer: El tumbao de Beethoven y Vibrato.

También, con esa actitud vagabunda conocí los Articuentos completos de Millás y caí, o bien, sigo cayendo en el abismo de su obra.

También recordamos las filas para entrar al pabellón de caricatura, no encontrar mesas para almorzar, llevar sándwich porque era difícil comprar algo, y tomar cafecito sentados en el piso, porque todo estaba lleno.

“¿Pero no te estresa un poco pensar en ese ambiente, todo super lleno?” le pregunta L. a C. Yo lo pienso y es como “Estábamos locos para estar así de juntos jajaja".

C responde que eso le encantaba, es decir, saber que la gente andaba comprando libros, junto con el dolor de espalda de caminar horas y horas viendo libros, y esperar los últimos días la promoción de 4x8 de Random House.

“Siento que es como una vida pasada”, concluye.

También recuerda cómo ella y su esposo llevaban maletas vacías para cargar sus compras, y dice que hasta desarrolló una habilidad para llenar un formulario, para que le dieran entrada gratis todos los días.

Pero ya ven, los amantes de los libros otra vez nos quedamos sin feria y sin poder probar la carne de Reno.

martes, 15 de junio de 2021

Leer a sorbos

Me considero un lector que lee a sorbos, a copitas de lectura y no de esos que se empacan un libro de una sentada, como si supieran que se van a morir al día siguiente.

Tal vez eso se deba a que siempre leo hacia las 11 de la noche, ya estoy cansado, y si me demoro mucho leyendo, levantarme al otro día me costaría más de lo normal.

Otra razón, imagino, es porque me gusta leer varios libros al tiempo, entonces cuando leo, a veces, suelo mezclar sorbos de lectura de un libro y de otro.

Igual ser un lector que le gusta atragantarse con las letras o ser otro, como yo, que lee de a poquitos no importa, pues el fin es leer, ¿acaso no?.

Leer como sea y en el momento que se pueda, porque puede que llegue un día en el que no lo vamos a poder hacer más.

Digo eso, porque estoy leyendo los diarios de Sándor Márai y son impactantes, pues el escritor se está desmoronando físicamente, ya casi no puede ver, al igual que su esposa, y lo que más lo aterra es ese día en el que no pueda volver a hacer lo que más le gusta: leer.

Eso que dice Márai, prueba lo que cuenta Rosa Montero en su libro La Loca de la Casa. A La escritora española le gusta hacerle una pregunta a sus colegas: "¿ si, por alguna circunstancia que no viene al caso, tuvieras que elegir entre no volver a escribir o no volver a leer nunca jamás, ¿qué escogerías?”. La gran mayoría escoge leer.

“Y es que, ¿cómo puede una apañárselas para vivir sin la lectura?
Dejar de escribir puede ser la locura, el caos, el sufrimiento;
pero dejar de leer es la muerte instantánea.
Un mundo sin libros es un mundo sin atmósfera, como Marte.
Un lugar imposible, inhabitable.” 
- La Loca de la Casa -

lunes, 14 de junio de 2021

Otra vez en Nueva York

La primera vez fue esta.

Ahora estoy, creo, en una cafetería en el centro de esa ciudad. Hay mucho movimiento de personas que entran y salen del local y meseros que caminan apurados, con bandejas llenas de platos que sobresalen por encima del mar de cabezas, como si estuvieran tomando una bocanada de aire.

Digo creo porque no conozco esa ciudad, pero algo me dice que estamos en ella.

Estoy con Silvana, una mujer que no veo desde que salí de la universidad y otro hombre.

Ese otro hombre, es solo un bulto opaco. Sé que lo conozco, y también sé, no me pregunten cómo, que no tiene ningún lazo con Silvana.

A pocos metros, en otra de las mesas, una mujer lleva puesta una gorra azul. Esta recostada y escurrida contra una pared y lee un libro que tiene apoyado sobre el borde de su mesa y que sujeta con ambas manos.

El hombre, que supongo es un amigo, dice en voz alta : ¡Es Emma Stone¡ y  señala a la mujer de la gorra. No para de decir eso, y cada vez lo hace con más emoción: “¡Emma Stone¡, ¡Emma Stone¡”

Stone se quita la gorra y le dice que deje de gritar, que sí que es ella. Resulta obvio que quiere pasar desapercibida y con tanto alboroto del hombre todo el mundo se va a enterar de que está ahí.

Mi amigo le dice que si le puede tomar una foto. Stone le dice que sí y el aprovecha para acercarle una cámara digital a pocos centímetros de la cara. Dispara y el flash ilumina por un segundo la cara de la actriz.

Tiempo después estamos Silvana y yo, solos, en la misma cafetería. Me cuenta que hace mucho no tiene pareja y que le preocupa ya su edad y el paso despiadado del tiempo. Le respondo que yo tampoco.

Nos quedamos en silencio por un rato, rumiando lo que acabamos de decir, y luego le digo que si no conseguimos una pareja en el corto plazo deberíamos convertirnos en una.

Ella se queda en silencio.

Me despierto.

jueves, 10 de junio de 2021

2000

El sábado pasado publiqué la entrada 2000 de este blog. Es como si hubiera escrito todos los días por 5 años y medio.

Cuando abrí el blog esa era mi meta, pero al poco tiempo me aburrí de hacerlo los fines de semana, y ahora intento hacerlo cinco días como mínimo.

Algunos se preguntarán para qué carajos lo hago, y pues más allá de escribir algo, lo que sea, Almojábana con Tinto no tiene un fin específico o más elevado, solo escribir lo que salga y ya está. Si hay una razón para hacerlo, podría decir que es para que el músculo de la escritura no se atrofie.

Tenía previsto que la entrada 2000 fuera un escrito, digamos, especial, pero olvidé que había llegado a ella y por eso escribí, como suelo hacerlo, cualquier cosa.

Recuerdo todo el revuelo que causó la llegada del año 2000, y el supuesto bug informático del milenio.

En ese entonces decían que las computadoras iban a enloquecer, porque para ellas el “00” se refería al año 1900, y entonces los sistemas informáticos iban a viajar 100 años al pasado.

Según los expertos del momento, ese fallo iba a hacer que los ascensores se detuvieran, que los cajeros automáticos enloquecieran, además de que los aviones debían permanecer en tierra, mejor dicho, que todo lo que estuviera controlado por computadoras corría un grave peligro, pues estas no iban a reconocer la fecha.

Yo era pequeño en ese entonces, y no le puse mucha atención a la noticia. Lo que más recuerdo de ese año es que yo estaba esperando que ya existieran las patinetas voladoras como las de volver al futuro.

Al final, como casi siempre ocurre con todo lo que le pasa a la humanidad, no pasó nada y el mundo siguió girando; igual que este blog, que después de su entrada 2000 ahí sigue andando.

miércoles, 9 de junio de 2021

Estados contemplativos

Imagino que hay diferentes estados contemplativos.

Desde el más bajo: darle vueltas a una idea, y dejar que se vaya de la cabeza tan rápido como llego, sin prestarle mayor atención, hasta ese modo trascendental de preguntarse que significa la vida, qué carajos hacemos aquí y demás preguntas sin respuesta de ese estilo.

Supongo, también, que cada persona tiene sus propios niveles de contemplación, y que estos se disparan de acuerdo con las actividades que se realizan a lo largo del día.

Uno de los míos, por ejemplo, lo llamo: “La contemplación de la vida al desayuno”, y es que el desayuno en sí, es decir, todo su ritual de preparación; encierra, creo, algo Zen, y por eso es una de las comidas del día que más se disfruta.

Después de ducharme y vestirme, voy a la cocina a preparármelo, y cuando está listo, me siento con la taza humeante de la bebida caliente, en el comedor, mirando hacia la ventana de la sala que da hacia un edificio de parqueaderos.

Lo sé, no es una vista nada romántica, pero de alguna forma se las ingeniaron para sembrar una hilera de arboles en el parqueadero, y uno de ellos queda justo a la vista, cada vez que levanto la cabeza después de darle un sorbo a la bebida.

La Mayoría de veces que me siento me quedo contemplando el árbol, como sus ramas se mecen con el viento, mientras diferentes temas van llegando a mi mente.

Lo bueno es que no me pongo trascendental, sino que los mastico un poco, me hago un par de preguntas sobre ellos, y luego me los paso con un sorbo de café o té y ya está.