martes, 6 de julio de 2021

El mañana

“En fin, en cualquier caso, lo único obvio es que si tienes que preguntarle algo a alguien, hazlo ya. No esperes a mañana porque el mañana es de los muertos”, dice Manuel Vilas en Ordesa.

Hoy murió N. un amigo de un amigo con el que a veces coincidía en planes, sobre todo de fiesta. Recuerdo uno en particular, de una navidad. Estaba comiendo con un grupo de personas y M, nuestro amigo en común, me llamó para invitarme a una fiesta con N. en Candelario.

Siempre que me veía con él, N, hablaba de cómo había sido su vida en Barcelona, una ciudad que adoraba porque había vivido allá por dos años mientras hacía un máster.

La última vez que nos vimos, estábamos tomando cerveza con M, y esperábamos a N. Cuando llegó insistió en que fuéramos a Asilo Bar, porque el lugar iba a estar repleto de modelos y no sé que más cosas que prometían una noche de excesos.

Cuando llegamos al lugar, las tantas mujeres solas que había mencionado no existían, pero igual la pasamos bueno.

N. Era una de esas personas que siempre tenía que estar haciendo algo, y acompañaba sus acciones con una sonrisa de oreja a oreja. Todo le parecía divertido, en fin, una buena persona.

No me quedé con nada por preguntarle, pues éramos más conocidos que amigos, pero veo cómo muchas personas le dejan mensajes en su muro de Facebook. Sé que están en todo su derecho y es una forma de hacer catarsis y lidiar con la muerte de alguien que era cercano, pero no dejo de preguntarme: ¿Ya qué?

¨Por eso me acordé de la frase de Vilas.

lunes, 5 de julio de 2021

Ser obvio

El personaje de una novela espera que una mujer se vaya de la casa, porque quiere leer un manuscrito que tiene escondido en su cuarto.

Cuando llega al lugar busca por todo lado y piensa que hay que ser muy pobre de imaginación para ocultar algo en el closet, si uno no quiere que los demás encuentren, y que hay que ser aún más pobre de imaginación, para buscar en ese lugar, después de haberlo hecho debajo del colchón.

Ese personaje, en otro momento de la novela, también menciona que tal vez las cosas siempre están ahí, solo que no sabemos verlas.

De pronto una de las claves de la vida es ser obvios.

Recuerdo una escena de una película sobre la segunda guerra mundial, en el que una familia de judíos sabe que los soldados alemanes van a llegar a requisar su apartamento.

El padre, un hombre flaco, pálido y ojeroso, toma un puñado de billetes y busca un lugar para esconderlos, pero no se decide por ninguno. Cuando los soldados golpean la puerta, el hombre está en la cocina y todavía tiene los billetes en la mano y mueve la cabeza de un lado a otro sin saber qué hacer.

Los soldados no esperan más y abren la puerta a las malas. Lo único que se le ocurre al hombre es esconder los billetes debajo de un periódico que está encima de la mesa de la cocina.

Los soldados requisan el lugar por todo lado, buscando algo de valor, pero a ninguno se le ocurre levantar el periódico. Es una escena es buenísima por las alta dosis de tensión que carga.

Al final los soldados abandonan el apartamento y la familia no pierde el dinero.

De pronto, si uno quiere pasar desapercibido en cualquier contexto de la vida, ser obvio es el mejor recurso.

jueves, 1 de julio de 2021

Sin escribir

2 días de esta semana sin escribir acá.

Vuelvo y repito: pido disculpas si esa no escritura causó algún desbarajuste en el mundo. Tiendo a pensar que la escritura mantiene la cohesión de los eventos y evita que el curso de la vida se despiporre más de lo normal.

Así que si usted, estimado lector, notó un ligero cambio en su vida, puede que haya sido culpa mía. Lo siento, no era mi intención.

El lunes estaba muy cansado. En la noche leí un rato y luego me puse a ver televisión. Ayer, en la tarde, tuve un round de escritura con un texto de 1500 palabras, de las cuáles me faltan 50, y que, espero, aparezcan cuando lo edite.

Ese texto me dejó secó de palabras y por la noche me dio pereza sentarme al computador. Además, pensé, “¿cómo saber que no voy a desperdiciar las palabras que me hacen falta si me siento a escribir?”, mejor me las guardo para cuando les de la gana de abandonar las profundidades del subconsciente.

Imaginaría uno que esas cosas no pasan, y que hay palabras para cualquier texto en cualquier momento, pero puede que no, que las palabras que estoy utilizando hoy, se las estoy quitando a otro escrito, entonces esas veces en las que uno dice estar sin inspiración, lo que en verdad ocurre es que se anda sin palabras, porque ya se utilizaron.

Vamos por ahí creyéndonos los amos del lenguaje, pero este nos habita y se despoja de nosotros a su antojo.

Después de ese último párrafo que más bien tiene pinta de frase, le faltaban 46 palabras a este post para completar las 300, el mínimo que trato de escribir. No sé de dónde saque dicha cifra. Me parece que la menciona Stephen King en su memoir mientras escribo.

Quizá me gasté 46 de las 50 palabras que necesito para el otro texto, aunque el tema no tenga nada que ver con este, ojalá que no seas así. Ya les contaré.

martes, 29 de junio de 2021

Placeres lectores sencillos

Me refiero a esas minucias que le alegran a uno un rato de lectura. Son eventos triviales cargados, creo, de ese tipo de energía que lo pone a uno de buen humor.

Leer despacio, en mi caso, es el primero de todos y hace posible los otros. Me considero un lector lento, poco devora libro, y por eso me cuesta comprender las ventajas de la lectura rápida, ¿cuál es el afán?, en fin. Nada mejor que leer sin prisa y demorarse lo que uno se tenga que demorar en una página.

El segundo es cuando me encuentro con el título de la novela en alguno de sus capítulos. Siempre que me pasa eso, siento que es debo compartir esa información con alguien, y que si el autor inserto el título en ese pasaje preciso, es porque es determinante o encierra el significado de su obra.

A veces leo y releo la frase o el párrafo, que contiene al título, pero nunca llego a una conclusión certera.

El tercero es cuando conozco o he estado en el escenario en el que transcurre la historia; las calles que se mencionan o los lugares emblemáticos que se describen, hacen que viva la lectura a otro nivel.

Hoy M. fue la que me hizo car en cuenta del cuarto, que es cuando una novela hace referencia a un suceso especial de otra gran obra.

Por ejemplo En donde Cantan las Ballenas, Kilnkert hace una referencia al inicio de Cien Años de Soledad, cuando Aureliano Buendía recuerda aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo.

viernes, 25 de junio de 2021

Mishima

Yukio se llama, y es un escritor japonés que nunca he leído.

Ayer organicé unos libros huérfanos de biblioteca y apareció uno de ese autor "Yasunari Kawabata, Yukio Mishima. Correspondencia (1945-1970). El primero fue el tutor del segundo.

Mishima irrumpe en mi vida, justo cuando una mujer me cuenta que su libro, El rumor del oleaje, es uno de sus preferidos, y que es una lectura a la que vuelve una y otra vez.

El que me encuentro lleva un sello de la librería Nacional en la primera hoja, y debajo de este, en letras mayúsculas, aparece la palabra CORTESÍA.

Me imagino que me lo encimaron por alguna compra, pero no recuerdo cuál, y mucho menos por qué lo escogí. De pronto lo hice por mi gusto por los diarios, y un intercambio epistolar entre dos escritores, puede tener ciertas semejanzas con ese tipo de libros.

Lo más probable es que necesite leer al autor, y este no se cansará de aparecer en mi vida a modo de noticia, comentario suelto, o como sea, hasta que lo haga; así de caprichosos son los libros, y uno todavía cree que es el que los escoge, en fin.

El que me encontré, cuenta que Mishima consideraba un maestro al escritor veterano, y que ambos compartían varios temas y obsesiones: La atracción por la muerte, las percepción trascendente de las relaciones humanas, signifique lo que eso signifique, y la devoción por la belleza, entre otros.

Parece que era tanta la atracción por la muerte de los dos, que ambos se suicidaron.

miércoles, 23 de junio de 2021

¿Qué hacer?

Fabian Peláez, consultor financiero independiente, se despertó temprano. Fue a la cocina, se preparó un café cargado, le echó un chorrito de leche, que dejó caer en la taza desde gran altura, y se sentó a tomarse la bebida en la mesa de la cocina.

Como era temprano, las cuatro y media de la mañana, la ciudad cargaba un silencio pesado. Peláez aprovecho esa atmosfera acogedora y leyó un capítulo de “Las flores malditas”, una novela policiaca que lo tenía en vilo.

Cuando lo acabó, dudó por un instante si continuar con la lectura, pero en un arrebato de responsabilidad cerró el libro, terminó su café de un sorbo decidido y luego se dirigió a la ducha.

Cuando las primeras gotas de agua golpearon su cabeza, una idea de trabajo se le apareció en ella, pero se obligó a pensar rápido en otro tema, pues quería disfrutar del baño, sin ningún tipo de preocupación.

Por más que trató de hacerlo, la idea se camufló en los pliegues de su cerebro, y aunque Peláez creyó evitarla, nunca dejó de pensar en ella.

Más tarde, cuando se sentó en su escritorio, la idea de trabajo creció hasta ocupar todo su pensamiento. Peláez cayó en cuenta de que más que una simple idea era una epifanía, un salvavidas que le tiraba el destino, su cabeza o las circunstancias, para que corrigiera el rumbo de su negocio.

Ahí sentado, con las manos sobre el teclado, cayó en cuenta de que debía replantear toda su estrategia. Si no conseguía los resultados que quería, era porque desde el principio se había equivocado en uno de sus planteamientos.

Mientras pensaba sobre eso, quedó como paralizado. Miró su reloj; marcaba las 6 de la mañana y, justo en ese momento, sonó la alarma del despertador de su esposa, pero el ruido de la chicharra le pareció lejano, como si fuera de otra dimensión.

Luego abrió un documento de Word, anotó la idea, presionó la tecla enter una, dos, tres veces, y escribió la pregunta "¿qué hacer?"

Aún no lo sabe, pero cree que con haber planteado esa inquietud, puso a rodar su vida en la dirección adecuada.

martes, 22 de junio de 2021

Tienda de especias

Me metí en un club de lectura en el que estamos leyendo “Donde cantan las ballenas”, la novela de Sara Jaramillo Klinkert. Cuando lo terminemos, vamos a tener una sesión virtual con la escritora. Eso me parece maravilloso, es decir, poder preguntarle a un autor, todo lo que a uno se le ocurra acerca de su obra, con la historia fresca en la mente.

Antes de enterarme del club de lectura, tenía en mi radar de títulos “Como maté a mi padre”, su primera novela, pero ya ven, a veces no escogemos los libros que leemos, sino que son ellos los que atropellan nuestros caprichos lectores, con sus cascos de potrancos desbocados.

Hace dos semanas fui a la Lerner, mi comprador compulsivo salió a flote, y compré ambos.

A ratos pienso en hacerme un harakiri de lectura, y mirar si también leo su primer libro. Lo más probable es que no lo haga, porque tendría que acabarlo en un tiempo récord y leer, creo, no se trata de eso.

Disculpe usted, querido lector, por lo que acaba de leer, que no tiene nada que ver con el título del post.

Mejor vamos al lío, como dicen los españoles.

En la solapa de la novela, sale una foto de la escritora y, a primera vista, por la expresión de su cara, se podría pensar que es una mujer seria.

Luego viene ese extracto en el que se cuenta con rapidez quién carajos es Klinkert en el mundo de las letras. El texto dice que estudio comunicación social y periodismo en la Pontificia Universidad Bolivariana, que ha trabajado en los principales medios colombianos y que cursó un Máster de Narrativa en la escuela de escritores de Madrid.

Pero lo mejor de ese breve escrito es la frase que lo cierra: “En la actualidad vive en Medellín, dirige una tienda de especias y escribe su tercera novela.