miércoles, 14 de julio de 2021

La paz del mundo

Estudié en un colegio de curas y por eso el componente religioso siempre estuvo presente. En un año, ya no preciso cuál, nos toco de director un padre, un hombre alto, canoso y que, parecía, había llegado a una edad en la que ya no envejecía más, era una especie de Highlander.

Todas las mañanas leíamos un fragmento de la biblia que, creo, acompañábamos con un par de oraciones.

Para mí, como para la mayoría, era un trajín rutinario al que nos acostumbramos como si nada, pero un día, el director decidió añadirle una arandela a la rezada: De ahora en adelante, de acuerdo al orden de los pupitres, cada alumno tenía que hacer una petición.

Como era de esperarse, ninguno tenía idea qué pedir, pero a alguien, muy brillante, y una de las primeras personas que le tocó eso de la petición, dijo: “Por la paz del mundo”.

Todo ese año la dinámica fue la misma, una rutina más, hasta que llegaba el día en que a uno le tocaba hacer la petición.

Cuando ese era el caso, la persona en cuestión intentaba pedir consejo a los que estaban sentados cerca, pero a nadie, la verdad, le importaba lo de la petición, hasta que por fin alguien decía: “Pida por la paz del mundo”.

Nunca un grupo de personas pidió tantas veces por la paz del mundo en un mismo año.

martes, 13 de julio de 2021

El servicio

A Juvenal García le gusta jugar tenis y, aunque lo hace muy mal, es un deporte que disfruta.

Todos los domingos madruga, se ducha con agua fría y luego se viste con su mejor outfit deportivo: Pantaloneta, tenis, medias hasta la rodilla, balaca, todas prendas blancas, y luego mete su raqueta Dunlop dentro de un estuche negro que heredó de su padre, un gran jugador de ese deporte, de quien Juvenal solo heredo el gusto por él.

Después va a la cocina y se toma un café oscuro y humeante, un vaso de jugo de naranja y luego se come dos galletas integrales. Cuando Cristina, su esposa, le pregunta por qué desayuna tan poco, responde: “nada peor que un jugador con el estómago lleno, cariño”, sonríe y se despide dándole un beso.

En sus primeros días, cuando llegaba a las canchas públicas del distrito, no le costaba encontrar rivales. Pero ahora nadie quiere enfrentarse con él, pues conocen su pobre nivel de juego.

Hoy le toco contentarse con tener como rival a un señor gordo, de bigote y mirada entusiasta, que no había visto nunca. Parecía ser peor jugador que él, pero con tal de jugar y no quedarse con lo brazos cruzados observando los otros partidos, no le importó.

Juvenal comenzó a jugar con desgano, subestimando a su rival y perdió el primer set 6-3. De ese discutió la última bola, pues según él había pegado fuera, pero como la cnaha es de arcilla, cuando ambos jugadores fueron a validar el punto, se alcanzaba a a ver la marca de la pelota que había mordido la raya.

Para el segundo set juvenal tomó en serio a su contrincante y luchó cada bola como si su vida dependiera de ello. Bufaba en cada uno de sus saques y el resto de paisaje se le borró de su mente; solo tenía en ella a la cancha y al gordito bigotudo, que se veía fresco y ni siquiera parecía sudar. El último punto de ese set lo ganó con un As.

Los partidos que se jugaban en esas canchas eran a tres sets, por la alta demanda que tenían. Cuando Juvenal cambió de lado con su contrincante, se dio cuenta que varios jugadores estaban mirando el partido, que quizá no tenía a los mejores jugadores, pero la intensidad con la que estaban jugando no tenía nada que envidiarle a una final de un Grand Slam.

Esa intensidad, en vez de decaer se incrementó y ambos jugadores les resbala el sudor por sus caras enrojecidas. Alargaron ese ultimo set hasta que el marcador era 7-4 a favor de su contrincante.

Luego de dos horas de partido, su oponente tenía un match point a su favor. Antes de servir, juvenal se fue a una esquina del campo, destapo la botella de agua que le había empacado Cristina, le dio un sorbo, y se echó el resto del contenido en su cabeza. La batió y miro a su contrincante, pero como lo tenía a contraluz, no pudo descifrar la expresión de su cara.

Luego Metió la mano en el bolsillo, acarició la pelota de tenis con la que iba a servir y respiró profundo. Se inclinó e hizo rebotar la pelota contra el piso 1, 2, 3 veces y luego se subió los hombros de la camisa y se paso la lengua por los labios justo como lo hacía Andre Agassi, su jugador favorito.

Lanzó la bola al aire, y le pego con toda su fuerza. La impactó justo como quería, pero la bola mordió la malla.

“¡Falta!” gritó, a manera de juez improvisado, alguien del público .

Y ahí estaba, a punto de servir otra vez. Sabía que si lo hacía con prudencia para evitar una segunda falta, cabía la posibilidad de quedar a merced de su contrincante, que gordito y todo tenía un buen drive. También sabía que si servía como si nada, imprimiéndole toda la potencia a su saque, podía cometer otra falta y perder, quizás, el mejor partido que había jugado en toda su vida.

Decidió servir con prudencia, mejor prolongar el juego todo lo que pudiera. El público se calló, y sintió como una gota de sudor le escurría por el costado izquierdo de su cara. Lanzó la bola al aire y, en media fracción de segundo, Juvenal cambio de parecer, pues no es de ese tipo de personas que actúa con miedo de las consecuencias de sus actos.

Siempre había pensado que era mejor arriesgarlo todo, así las cosas pendieran de un hilo. Así lo hizo con Cristina. Sus amigos pensaron que nunca la iba a conquistar, pero él esperó el momento preciso para declararle su amor y las cosas funcionaron.

Concluyó, cuando la bola estaba en el punto más alto, que, como en esa ocasión, no tenía nada que perder: o hacía falta o el partido de tenis o el de la vida continuaba.

Sirvió con tanta potencia que sintió un vibración hasta su hombro, producto del impacto de la raqueta con la pelota.

La pelota se quedó en la malla.

Sonrió. “Mejor hacer doble falta que quedarse con la duda”, pensó

lunes, 12 de julio de 2021

El llamado

Viernes 12:19 a.m.

Pienso en dormir, pero cuando entro en mi cuarto miro hacia el escritorio donde está el portátil y me dan ganas de escribir un artículo. Es como si el escrito me llamara y dijera: “Si no se sienta a escribirme ya, luego no va a poder ponerme un punto final nunca”.

Tiene que ver con la charla de una mujer. Tengo 6 páginas repletas de apuntes, de palabras que no existen y otras con errores ortográficos, pues mi velocidad de transcripción fue inferior a la del discurso de la expositora.

Una de esas palabras-no-palabras indescifrables que escribí es “garnbarteria”, pero el corrector de texto no arroja ninguna sugerencia de palabra, y no la logro descifrar por el contexto del párrafo del que hace parte, así que la descarto, confiando en que no sea muy importante o un elemento clave de su discurso.

Como me invaden unas ganas infinitas de escribir, me pongo como meta la 1 de la mañana.

Primero leo todo el documento de apuntes y me gusta el reto, pues la mujer no contó las cosas en orden cronológico, sino que saltaba del pasado a la actualidad como si nada.

Vuelvo a leer los apuntes y subrayo con amarillo las frases que voy utilizando, y encuentro un método para descartar otras que, creo, le sobran al escrito.

El tiempo pasa volando y la sesión de escritura se extiende hasta la una y media, pero el escrito ya no es una amalgama de momentos en el tiempo, sino que cuenta, parece, con cierto orden y ritmo.

Grabo, cierro el documento y apago el computador.

Me gusta hacerle caso a esos llamados que a veces hacen los escritos. Es posible que si lo hubiera dejado para después me hubiera enredado, o el producto final hubiera sido otro con el que no me sentiría a gusto.

viernes, 9 de julio de 2021

Las dificultades de ser un asesino

Hubo una época en que me aficioné a Investigación Discovery y me la pasaba viendo programas de asesinos en serie. Un buen día el gusto se esfumó, y me dejaron de llamar la atención.

Imagino que llevamos un gen amarillista y por eso ese tipo de programas abundan por todo lado.

Hace unos días tuve una recaída y me vi un documental en Netflix sobre el asesinato de una joven.

En un principio le echaron la culpa del crimen a una amiga de la mamá de la adolescente, bajo la hipótesis de que como era lesbiana, la había matado para continuar una relación que había tenido con la madre de la joven cuando esta se separó.

La mujer alcanzó a estar en la cárcel unos meses, pero alguien le dio a la policía una pista sobre el verdadero asesino. Finalmente lo capturaron, por el ADN de una colilla de cigarrillo que dejó tirada en la escena del crimen.

Luego cruzaron esa información con restos de piel que quedaron impregnados en las uñas de otra joven que murió años antes y la información coincidió.

Contactaron a las autoridades británicas y el hombre, antes de marcharse a España, ya había cumplido condenas por asaltos sexuales a otras mujeres.

Hoy me llagó un email con las novedades de mi cronología, es decir, el historial de mis ubicaciones del último mes. Me dicen que recibo el correo, porque es una opción que tengo activada, pero no recuerdo haberla configurado nunca.

Vamos dejando huellas por todo lado. que ADN por aquí, información en línea por allá, en fin

Que difícil ser un asesino en estos días.

jueves, 8 de julio de 2021

un andar solitario entre los libros

Un andar solitario entre la gente es el título de un libro del escritor Antonio Muñoz Molina. Me parece sugerente, pues invita a querer saber más. Si no se debe juzgar un libro por la portada, quizá si se pueda hacer por su título, en fin.

Sin embargo, es una lectura que tengo atorada, porque la he dejado dos veces.

Conocí el libro porque Millás lo alabó en un artículo, y como le hago caso a todas sus recomendaciones, me aventuré a leerlo, pero no sé qué me pasa con él.

Recuerdo que tiene segmentos buenos, pero la emoción con la empiezo a leerlo, va decayendo, hasta que llego a ese punto en el que me aburro y decido dejarlo. Quizá sea su estructura, porque no es una novela, sino una especie de homenaje de los grandes caminantes urbanos de la literatura.

Reconozco que es un tema fascinante. De hecho, ahora me dan ganas de volver a leerlo. Es posible que mi yo lector del pasado quería consumir ficción pura y dura, y por eso el libro no encajó en ese momento de mi vida. Así son de caprichosos algunos libros, y resulta imposible leerlos, así hagamos nuestro mayor esfuerzo.

Antes eso, abandonar la lectura de un libro, me parecía un sacrilegio, pero desde hace poco lo hago como si nada.

Comencé a hacerlo con El asesino ciego, de Margaret Atwood que, al parecer, es una exquisitez en cuanto a técnica, pero me costó un montón conectarme con la historia. ¿Pero si ven? Ya me desvié del tema, si es que este post tenía alguno.

Igual, como menciona Molina: “No escribo porque tenga cosas urgentes que decir. Escribo por el gusto de llenar las páginas en blanco del cuaderno que tengo abierto delante de mí.”

martes, 6 de julio de 2021

El mañana

“En fin, en cualquier caso, lo único obvio es que si tienes que preguntarle algo a alguien, hazlo ya. No esperes a mañana porque el mañana es de los muertos”, dice Manuel Vilas en Ordesa.

Hoy murió N. un amigo de un amigo con el que a veces coincidía en planes, sobre todo de fiesta. Recuerdo uno en particular, de una navidad. Estaba comiendo con un grupo de personas y M, nuestro amigo en común, me llamó para invitarme a una fiesta con N. en Candelario.

Siempre que me veía con él, N, hablaba de cómo había sido su vida en Barcelona, una ciudad que adoraba porque había vivido allá por dos años mientras hacía un máster.

La última vez que nos vimos, estábamos tomando cerveza con M, y esperábamos a N. Cuando llegó insistió en que fuéramos a Asilo Bar, porque el lugar iba a estar repleto de modelos y no sé que más cosas que prometían una noche de excesos.

Cuando llegamos al lugar, las tantas mujeres solas que había mencionado no existían, pero igual la pasamos bueno.

N. Era una de esas personas que siempre tenía que estar haciendo algo, y acompañaba sus acciones con una sonrisa de oreja a oreja. Todo le parecía divertido, en fin, una buena persona.

No me quedé con nada por preguntarle, pues éramos más conocidos que amigos, pero veo cómo muchas personas le dejan mensajes en su muro de Facebook. Sé que están en todo su derecho y es una forma de hacer catarsis y lidiar con la muerte de alguien que era cercano, pero no dejo de preguntarme: ¿Ya qué?

¨Por eso me acordé de la frase de Vilas.

lunes, 5 de julio de 2021

Ser obvio

El personaje de una novela espera que una mujer se vaya de la casa, porque quiere leer un manuscrito que tiene escondido en su cuarto.

Cuando llega al lugar busca por todo lado y piensa que hay que ser muy pobre de imaginación para ocultar algo en el closet, si uno no quiere que los demás encuentren, y que hay que ser aún más pobre de imaginación, para buscar en ese lugar, después de haberlo hecho debajo del colchón.

Ese personaje, en otro momento de la novela, también menciona que tal vez las cosas siempre están ahí, solo que no sabemos verlas.

De pronto una de las claves de la vida es ser obvios.

Recuerdo una escena de una película sobre la segunda guerra mundial, en el que una familia de judíos sabe que los soldados alemanes van a llegar a requisar su apartamento.

El padre, un hombre flaco, pálido y ojeroso, toma un puñado de billetes y busca un lugar para esconderlos, pero no se decide por ninguno. Cuando los soldados golpean la puerta, el hombre está en la cocina y todavía tiene los billetes en la mano y mueve la cabeza de un lado a otro sin saber qué hacer.

Los soldados no esperan más y abren la puerta a las malas. Lo único que se le ocurre al hombre es esconder los billetes debajo de un periódico que está encima de la mesa de la cocina.

Los soldados requisan el lugar por todo lado, buscando algo de valor, pero a ninguno se le ocurre levantar el periódico. Es una escena es buenísima por las alta dosis de tensión que carga.

Al final los soldados abandonan el apartamento y la familia no pierde el dinero.

De pronto, si uno quiere pasar desapercibido en cualquier contexto de la vida, ser obvio es el mejor recurso.