miércoles, 21 de julio de 2021

Novelas para una pandemia

“Tomé un polvo Seidlitz, alrededor de la 10:00 y lo vomité pronto. Luego me tome dos cucharadas de aceite de castor”, escribió Dorman B. E. Kent en su diario en 1918, luego de infectarse del virus de la gripe española.

Intento imaginar cómo actuarán los humanos dentro de 100 años, si el planeta todavía existe, cuando otra pandemia aparezca sobre la faz de la tierra.

Supongo que será un virus mucho más violento y las personas, como ocurrió con esta, entrarán en pánico los primeros meses.

Creo que volcarán su atención sobre las noticias del año pasado, y espero que no den con los videos de Wuhan en los que las personas colapsaban en la calle y los soldados sellaban las puertas de los edificios.

Otros buscarán respuestas en las novelas, pues las personas consumen historias para explorar los bordes de la realidad, las áreas con más peligros y que queremos conocer, pero no experimentar de primera mano; en otras palabras, los límites de la experiencia.

El guionista Robert Mackee dice que siempre volvemos a los clásicos de la literatura porque se pueden reinterpretar a lo largo de las décadas, pues la cantidad de verdad y humanidad que cargan es tan abundante, que cada generación se ve reflejada en ellos de una u otra forma.

Espero que muchos escritores estén creando novelas sobre esta pandemia para ayudar a los humanos del futuro.

¡Qué digo! Yo debería estar escribiendo una novela acerca de la pandemia, pero no tengo ni idea cuál podría ser la historia o cómo contarla.

Además, en los últimos días me ha costado mucho escribir. De pronto lo que dicen algunas personas es verdad, y escritor es solo aquel que publica novelas.

Yo pienso que escritor es aquel al que le gusta escribir y lo hace con cierta frecuencia. De ser así o no, seguiré escribiendo.

Ahora que me desvié por completo del tema con el que empecé el post, recuerdo una frase de La Vida a Ratos que refleja en gran parte lo que pienso acerca de escribir:

“Mis alumnos por lo general no quieren escribir bien, quieren ser escritores.”

Ese es el berraco problema, que siempre hay que tener un título o una credencial que justifique lo que sea que hagamos.

Pero bueno, en fin, como les decía, espero que los que los escritores que escriben bien, estén trabajando en las novelas que servirán de brújula para los tiempos oscuros del futuro.

martes, 20 de julio de 2021

Sin ganas

Hoy no tengo ganas de escribir.

Para no responsabilizar a mi tedio, al destino, dios, el chupacabras, en fin, lo que sea, le echo la culpa a la hora: 7:17 p.m. y a este martes con cara de domingo.

Si menciono que no tengo ganas, no debería hacerlo y ya está. Quizá solo quiero llamar la atención y dármelas de víctima, para que alguien me pregunte qué me pasa, y esperar a que me suelten una frase vacía del estilo: “tranquilo, todo va a estar bien”.

¿Por qué lo hago?, es decir, ¿Por qué escribo si no tengo ganas? Porque ayer tampoco lo hice y pienso que si lo hago hoy, evitaré una catástrofe en mi vida o en la de otra persona.

Con catástrofe, como ya lo he dicho antes, me refiero a pequeños desbarajustes, casi imperceptibles en nuestras vidas, pero tan determinantes como un balazo en la cabeza, es decir, algo que no tiene reversa, pero que desvía al cauce de la vida en direcciones inimaginables.

Lo de no escribir es solo un decir, porque hoy acabé un texto de 2700 palabras, pero no pertenece a este espacio donde hablo de lo primero que se me venga a la cabeza, y que, repito, controla que el curso de los acontecimientos de la vida no se despiporre más de la cuenta.

Sufro hoy, parece, de eso que algunos llaman El síndrome del domingo, pero como es martes, démosle un nuevo nombre: El síndrome del día festivo.

Recuerdo un domingo en el que ese síndrome tuvo un pico. Trabajaba en un lugar con un ambiente laboral tóxico y pensar que ya quedaban solo unas cuantas horas para volver me causaba un malestar, digamos espiritual.

No contento con lidiar con el tedio de la mejor forma posible, me fui a cine con mis hermanas a ver El Pianista, una película berracamente triste, que potencio la melancolía que cargaba ese día.

viernes, 16 de julio de 2021

Vino y libros

A mi mamá le agrada el vino, sobre todo para acompañar una buena comida. Prefiere el tinto que el blanco.

Un día, una pareja amiga de mis padres, que ha tomado cursos de catas de vino, los invito a un almuerzo en su casa.

Cuando terminaron de comer y se fueron a conversar a la sala, Fabio, su amigo, les dio de sobremesa una copita, y luego de que mi madre le dio un sorbo, él le pidió su opinión.

“Está un poco dulzón”, fue su respuesta, y Fabio quedó algo desanimado pues, al parecer, era un vino muy fino.

Cuando mi madre cuenta la anécdota siempre se ríe y concluye que para ella solo hay dos tipos de vinos: los que le gustan y los que no.

Lo mismo que le pasa a mi madre con esa bebida, me ocurre a mí con los libros; creo que los hay de dos clases: los que son de mi agrado y los que no.

Ayer terminé de leer Cómo maté a mi padre de Sara Jaramillo, y me gustó mucho. Hoy me puse a mirar artículos sobre la escritora, y reseñas de su obra.

Me encontré con varias que alababan el libro y la forma de escribir de la autora, mientras que otras lo criticaban, porque les había parecido muy malo, una repetidera, y que utilizaba ciertos mecanismos narrativos hasta la saciedad y no sé qué más cosas.

Sé que están en su derecho, pero con lo que no puedo es con esas reseñas llenas de superioridad moral que pretenden dar una clase sobre lo qué significa escribir bien.

A mí solo me gusta decir si el libro me pareció bueno o no, y suelo compartir citas que por una u otra razón resonaron conmigo.

Me gusta lo que dice Virgnia Woolf en Las Olas:

I am like a log slipping smoothly over some waterfall. 
I am not a judge. I am not called upon to give my opinion.

miércoles, 14 de julio de 2021

La paz del mundo

Estudié en un colegio de curas y por eso el componente religioso siempre estuvo presente. En un año, ya no preciso cuál, nos toco de director un padre, un hombre alto, canoso y que, parecía, había llegado a una edad en la que ya no envejecía más, era una especie de Highlander.

Todas las mañanas leíamos un fragmento de la biblia que, creo, acompañábamos con un par de oraciones.

Para mí, como para la mayoría, era un trajín rutinario al que nos acostumbramos como si nada, pero un día, el director decidió añadirle una arandela a la rezada: De ahora en adelante, de acuerdo al orden de los pupitres, cada alumno tenía que hacer una petición.

Como era de esperarse, ninguno tenía idea qué pedir, pero a alguien, muy brillante, y una de las primeras personas que le tocó eso de la petición, dijo: “Por la paz del mundo”.

Todo ese año la dinámica fue la misma, una rutina más, hasta que llegaba el día en que a uno le tocaba hacer la petición.

Cuando ese era el caso, la persona en cuestión intentaba pedir consejo a los que estaban sentados cerca, pero a nadie, la verdad, le importaba lo de la petición, hasta que por fin alguien decía: “Pida por la paz del mundo”.

Nunca un grupo de personas pidió tantas veces por la paz del mundo en un mismo año.

martes, 13 de julio de 2021

El servicio

A Juvenal García le gusta jugar tenis y, aunque lo hace muy mal, es un deporte que disfruta.

Todos los domingos madruga, se ducha con agua fría y luego se viste con su mejor outfit deportivo: Pantaloneta, tenis, medias hasta la rodilla, balaca, todas prendas blancas, y luego mete su raqueta Dunlop dentro de un estuche negro que heredó de su padre, un gran jugador de ese deporte, de quien Juvenal solo heredo el gusto por él.

Después va a la cocina y se toma un café oscuro y humeante, un vaso de jugo de naranja y luego se come dos galletas integrales. Cuando Cristina, su esposa, le pregunta por qué desayuna tan poco, responde: “nada peor que un jugador con el estómago lleno, cariño”, sonríe y se despide dándole un beso.

En sus primeros días, cuando llegaba a las canchas públicas del distrito, no le costaba encontrar rivales. Pero ahora nadie quiere enfrentarse con él, pues conocen su pobre nivel de juego.

Hoy le toco contentarse con tener como rival a un señor gordo, de bigote y mirada entusiasta, que no había visto nunca. Parecía ser peor jugador que él, pero con tal de jugar y no quedarse con lo brazos cruzados observando los otros partidos, no le importó.

Juvenal comenzó a jugar con desgano, subestimando a su rival y perdió el primer set 6-3. De ese discutió la última bola, pues según él había pegado fuera, pero como la cnaha es de arcilla, cuando ambos jugadores fueron a validar el punto, se alcanzaba a a ver la marca de la pelota que había mordido la raya.

Para el segundo set juvenal tomó en serio a su contrincante y luchó cada bola como si su vida dependiera de ello. Bufaba en cada uno de sus saques y el resto de paisaje se le borró de su mente; solo tenía en ella a la cancha y al gordito bigotudo, que se veía fresco y ni siquiera parecía sudar. El último punto de ese set lo ganó con un As.

Los partidos que se jugaban en esas canchas eran a tres sets, por la alta demanda que tenían. Cuando Juvenal cambió de lado con su contrincante, se dio cuenta que varios jugadores estaban mirando el partido, que quizá no tenía a los mejores jugadores, pero la intensidad con la que estaban jugando no tenía nada que envidiarle a una final de un Grand Slam.

Esa intensidad, en vez de decaer se incrementó y ambos jugadores les resbala el sudor por sus caras enrojecidas. Alargaron ese ultimo set hasta que el marcador era 7-4 a favor de su contrincante.

Luego de dos horas de partido, su oponente tenía un match point a su favor. Antes de servir, juvenal se fue a una esquina del campo, destapo la botella de agua que le había empacado Cristina, le dio un sorbo, y se echó el resto del contenido en su cabeza. La batió y miro a su contrincante, pero como lo tenía a contraluz, no pudo descifrar la expresión de su cara.

Luego Metió la mano en el bolsillo, acarició la pelota de tenis con la que iba a servir y respiró profundo. Se inclinó e hizo rebotar la pelota contra el piso 1, 2, 3 veces y luego se subió los hombros de la camisa y se paso la lengua por los labios justo como lo hacía Andre Agassi, su jugador favorito.

Lanzó la bola al aire, y le pego con toda su fuerza. La impactó justo como quería, pero la bola mordió la malla.

“¡Falta!” gritó, a manera de juez improvisado, alguien del público .

Y ahí estaba, a punto de servir otra vez. Sabía que si lo hacía con prudencia para evitar una segunda falta, cabía la posibilidad de quedar a merced de su contrincante, que gordito y todo tenía un buen drive. También sabía que si servía como si nada, imprimiéndole toda la potencia a su saque, podía cometer otra falta y perder, quizás, el mejor partido que había jugado en toda su vida.

Decidió servir con prudencia, mejor prolongar el juego todo lo que pudiera. El público se calló, y sintió como una gota de sudor le escurría por el costado izquierdo de su cara. Lanzó la bola al aire y, en media fracción de segundo, Juvenal cambio de parecer, pues no es de ese tipo de personas que actúa con miedo de las consecuencias de sus actos.

Siempre había pensado que era mejor arriesgarlo todo, así las cosas pendieran de un hilo. Así lo hizo con Cristina. Sus amigos pensaron que nunca la iba a conquistar, pero él esperó el momento preciso para declararle su amor y las cosas funcionaron.

Concluyó, cuando la bola estaba en el punto más alto, que, como en esa ocasión, no tenía nada que perder: o hacía falta o el partido de tenis o el de la vida continuaba.

Sirvió con tanta potencia que sintió un vibración hasta su hombro, producto del impacto de la raqueta con la pelota.

La pelota se quedó en la malla.

Sonrió. “Mejor hacer doble falta que quedarse con la duda”, pensó

lunes, 12 de julio de 2021

El llamado

Viernes 12:19 a.m.

Pienso en dormir, pero cuando entro en mi cuarto miro hacia el escritorio donde está el portátil y me dan ganas de escribir un artículo. Es como si el escrito me llamara y dijera: “Si no se sienta a escribirme ya, luego no va a poder ponerme un punto final nunca”.

Tiene que ver con la charla de una mujer. Tengo 6 páginas repletas de apuntes, de palabras que no existen y otras con errores ortográficos, pues mi velocidad de transcripción fue inferior a la del discurso de la expositora.

Una de esas palabras-no-palabras indescifrables que escribí es “garnbarteria”, pero el corrector de texto no arroja ninguna sugerencia de palabra, y no la logro descifrar por el contexto del párrafo del que hace parte, así que la descarto, confiando en que no sea muy importante o un elemento clave de su discurso.

Como me invaden unas ganas infinitas de escribir, me pongo como meta la 1 de la mañana.

Primero leo todo el documento de apuntes y me gusta el reto, pues la mujer no contó las cosas en orden cronológico, sino que saltaba del pasado a la actualidad como si nada.

Vuelvo a leer los apuntes y subrayo con amarillo las frases que voy utilizando, y encuentro un método para descartar otras que, creo, le sobran al escrito.

El tiempo pasa volando y la sesión de escritura se extiende hasta la una y media, pero el escrito ya no es una amalgama de momentos en el tiempo, sino que cuenta, parece, con cierto orden y ritmo.

Grabo, cierro el documento y apago el computador.

Me gusta hacerle caso a esos llamados que a veces hacen los escritos. Es posible que si lo hubiera dejado para después me hubiera enredado, o el producto final hubiera sido otro con el que no me sentiría a gusto.

viernes, 9 de julio de 2021

Las dificultades de ser un asesino

Hubo una época en que me aficioné a Investigación Discovery y me la pasaba viendo programas de asesinos en serie. Un buen día el gusto se esfumó, y me dejaron de llamar la atención.

Imagino que llevamos un gen amarillista y por eso ese tipo de programas abundan por todo lado.

Hace unos días tuve una recaída y me vi un documental en Netflix sobre el asesinato de una joven.

En un principio le echaron la culpa del crimen a una amiga de la mamá de la adolescente, bajo la hipótesis de que como era lesbiana, la había matado para continuar una relación que había tenido con la madre de la joven cuando esta se separó.

La mujer alcanzó a estar en la cárcel unos meses, pero alguien le dio a la policía una pista sobre el verdadero asesino. Finalmente lo capturaron, por el ADN de una colilla de cigarrillo que dejó tirada en la escena del crimen.

Luego cruzaron esa información con restos de piel que quedaron impregnados en las uñas de otra joven que murió años antes y la información coincidió.

Contactaron a las autoridades británicas y el hombre, antes de marcharse a España, ya había cumplido condenas por asaltos sexuales a otras mujeres.

Hoy me llagó un email con las novedades de mi cronología, es decir, el historial de mis ubicaciones del último mes. Me dicen que recibo el correo, porque es una opción que tengo activada, pero no recuerdo haberla configurado nunca.

Vamos dejando huellas por todo lado. que ADN por aquí, información en línea por allá, en fin

Que difícil ser un asesino en estos días.