sábado, 11 de septiembre de 2021

"Lo tenían merecido"

Recuerdo que hace 20 años tenía clase de 9.

Cuando llegué a la universidad, en el edificio de comunicación, las personas miraban con atención los televisores que estaban en la cafetería.

Me quedé un rato y ahí vi por primera vez la toma del segundo avión que impactó las Torres Gemelas.

Luego vendrían las imágenes de las personas que eligieron saltar para no morir quemadas.

No sé que sentí en ese momento. Supongo que no se le podía llamar miedo porque era algo que ocurría a miles de kilómetros de donde yo estaba, y estaba claro que el ataque estaba dirigido contra los gringos.

No iban a acabar con ellos, pero atacar con éxito su principal centro militar y el financiero fue, creo, un golpe directo a la psiquis del mundo entero.

¿Desesperanza entonces? Sí, tal vez sentí eso, mezclada con algo de tristeza por ver lo retorcidos que podemos ser, en fin.

Me quedé un rato más hasta que decidí ir a clase. Supongo que eso también me parecía extraño, es decir, el hecho de que uno pueda seguir su vida como si nada, mientras en otro rincón del mundo las personas sufren y mueren.

Cuando llegué a clase, me encontré a Diana, una amiga de ese entonces. “¿Viste lo qué paso?, le pregunté”. “!Claro!”, respondió con un tono sobrado y luego con un gesto lleno de maldad dijo: "los gringos lo tenían merecido."

La miré en silencio. Me pregunto si los que saltaban al vacío hacían parte de los “gringos” a los que se refería.

No respondí nada.

Al rato concluyó: “Dicen que murieron más personas que en el ataque a Pearl Harbor.

jueves, 9 de septiembre de 2021

Fernanda

Hoy algo disparo un recuerdo de Fernanda, una amiga.

No sé bien en que momento comenzamos a hacer planes juntos. Tal vez fue por aquella época en la que todos nuestros amigos andaban emparejados, menos nosotros dos, y por eso, supongo, coincidimos en ese momento de la vida.

En algún momento nos prometimos que si llegada cierta edad seguíamos solteros, nos teníamos que cuadrar sí o sí. La edad llegó, pero la promesa quedo inconclusa, pues Fernanda ahora vive en otro país. Igual, no creo que lo hubiéramos hecho.

Recuerdo que cuando estaba en búsqueda de una relación, se metió con J. Coincidieron en una salida y luego las repitieron. Fernanda parecía quererlo, pero J. era más bien frío, o tal vez la palabra deba ser desinteresado.

El caso es que quedó embarazada de él y no dudo ni un segundo en que debía abortar. Creo que fui una de las pocas personas a las que lo contó todo lo que pasó. A simple vista parecía no afectarle, pero imagino que no fue así, que fue una decisión que luego la obligaría a confrontarse.

No tengo idea que habrá pensado J. Tengo entendido que al principio estuvo pendiente y luego se desentendió por completo de ella, de todo.

Luego de J. Fernanda conoció a S, un economista. Enigmático es, para mí, la palabra que mejor lo describía. Algún par de veces intenté conversar con él, pero nunca logré sacarle más que un par de palabras y sonrisas que, a mi parecer, no eran del todo sinceras. S. siempre andaba como inmerso en su mundo, y no dejaba que nadie entrara en él porque seguro ninguno lo entendería.

Fernanda me contaba que S. era brillante, casi un genio y que ya estaba estudiando la posibilidad de hacer un doctorado de matemáticas en Francia.

Nunca seguí de cerca su relación, pero de un momento a otro se acabó.

Al poco tiempo, el papá de Fernanda tuvo un problema legal que lo obligó a irse a Alemania, junto con su familia, en cuestión de semanas.

Hace unos años Fernanda estuvo de visita por pocos días y me llamo para que nos viéramos. Fuimos a un pub, y hablamos hasta la madrugada recordando viejos tiempos; una época en la que la vida parecía sencilla.

miércoles, 8 de septiembre de 2021

Habitar a otro

Comienzo a leer un cuento y leo el principio varias veces porque no entiendo lo que pasa.

Trata sobre un hombre al que lo habita otro, es decir, la consciencia de otro hombre, un polaco para ser precisos, Lo curioso es que ninguna identidad anula a la otra sino que coexisten, más o menos, en armonía.

De eso me entero después, cuando entiendo que debo seguir leyendo para saber qué es lo que está pasando.

Imagino que así pasa muchas veces con la vida, es decir, queremos entender todo de primerazo, pero toca seguir, avanzar como a tientas hasta entender qué ocurre, pues no hay de otra.

Sigo con la lectura y al rato un grupo, compuesto por cuatro personas, se sienta en la mesa de al lado. Dos de ellos, una pareja, tienen acento de la costa y hablan fuerte.

Trato de no distraerme con su conversación hasta que la mujer, la costeña, dice: “Sí, sí, le vamos a alquilar un vientre para que tenga un hijo”, pero por el tono con el que lo dice, me parece que, para ella, dicha acción es tan trivial como comprar el pan y la leche.

En ese momento mi lectura se fue al carajo y decido ponerle atención a la conversación de mis vecinos de mesa, pero las siguientes frases son ininteligibles y por más que me esfuerzo no logro entenderlas, y ni modo de decirles: “ ¿Pueden hablar más claro, por favor?”.

Lo de alquilar un vientre, pienso, también tiene que ver con habitar un cuerpo, ser un huésped por nueve meses, en la panza de una mamá-no-mamá.

De globo en globo llego hasta el último sorbo del café. El grupo de al lado, ya no conversa, porque hace poco les llegó su pedido y cada uno está concentrado comiendo.

No sabe uno si mientras mastican la comida, piensan en lo del alquiler de vientre y si para todos es  tan normal como, al parecer, piensa la señora que dentro de poco va a realizar la transacción.

martes, 7 de septiembre de 2021

Alzheimer

Tengo una cita médica.

Cuando llego al consultorio, la recepcionista atrincherada en una esquina de la sala, en un cubículo con vidrios por todos los lados, me dice que la doctora no me tiene anotado en su agenda.

Me quedo de pie, pensando que mi lenguaje corporal es desafiante y que dice algo como: “¿Y entonces qué hago?

No creo que la mujer se percate de eso, pero le debe dar fastidio tenerme ahí enfrente sin hacer o decir nada y decide hablar  “La doctora me dice que va a buscar un hueco para atenderlo”.

Le doy las gracias y me siento.

En el televisor de la sala, que está a todo volumen, pasan la noticia de un atraco. Un hombre iba a entrar en carro a su conjunto en Chía, y cuando se abrió la puerta llegaron dos motos, una de ellas con parrillero y le apuntaron con una pistola, le hicieron bajar la ventana y lo obligaron a que les pasara algo.

Luego, cuando comienzan los comerciales saco el Kindle, lo prendo y duro un par de segundos decidiendo qué voy a leer. Al final selecciono el Infinito en un junco, un libro que he leído de a pequeños sorbos de lectura y que parece que nunca voy a terminar, pero ahí sigo, ya sabemos que leer no se trata de una estadística, sino de exprimirle todo el jugo experiencia.

Ayer había leído sobre cómo la literatura y los libros salvaron a personas que se aferraron a ellos, en escenarios tan  trágicos como los campos de concentración de la segunda guerra mundial.

Comienzo a leer y ahora Vallejo, la autora, cuenta un episodio de la guerra de Sarajevo y como ardió la biblioteca pública de la ciudad luego de que fuera bombardeado el edificio Vijećnica donde se encontraba ubicada.

En ese momento llaman a consulta a un paciente. Es un hombre viejo que casi no se puede mover. Lo acompaña su hija.

Cuando comienzan a caminar la recepcionista grita desde su trinchera: “Solo entra el paciente”

La hija le regala una mirada desafiante y le dice: “¡Tiene alzheimer!”

De los libros de la biblioteca de Sarajevo, como los recuerdos de ese hombre, ya no queda nada.

lunes, 6 de septiembre de 2021

Las diez de la noche

Ya no es esa hora, pues acaba de pasar. Así lo dictaminaron los diez campanazos del reloj cucú, pero ya sabemos que eso del tiempo es relativo, en el sentido en que todos llevamos uno distinto. Por eso, quizás, es que hay veces en las que no coincidimos con las otras personas y nos gusta más vivir en conflicto que en armonía.

Eso, lo de las campanadas me refiero, ocurrió hace un rato, cuando estaba echado en la cama. Podría haberme quedado allí, tendido, mirando al techo, como tanto me gusta hacerlo, pues no tenía ni idea sobre qué escribir.

Si me puse de pie fue porque, como ya saben, si no escribo en este espacio, algo se desbarajusta en mi mundo, y el mío, supongo, de alguna manera estará conectado al de ustedes de una u otra forma, bien sea por esa teoría de los 6 grados de separación o por lo que sea (disculpe usted, estimado lector, que no conozca más teorías para respaldar lo que escribí).

No sé, quizá sea bueno escribir así no se tengan muchas ganas o no se sepa bien sobre qué, pues es posible que los textos siempre tienen algo por decirnos. Creemos que tenemos total control y dominio sobre ellos, pero, se me ocurre pensar, son ellos los que mandan, y nosotros, los que escribimos, somos un simple médium por el que cobran vida. Vaya uno a saber.

A la larga, como ya lo he dicho, no sabemos nada, o, más bien, sabemos mucho menos de lo que creemos saber, pero como todos vivimos engañados, nadie corrige a nadie, nadie le dice al otro que lleva la hora mal puesta en su reloj, y de ahí que vivamos a destiempo, tropezándonos los unos con los otros a cada rato.

viernes, 3 de septiembre de 2021

Drenar el dolor

Conocí la obra de Rosa Montero luego de enterarme que Juan José Millás escribía columnas para El País. Investigué quienes eran los otros columnistas y di con ella. Aún tengo pendiente a Javier Marías, escritor que volvió a aparecer en mi vida hace poco, luego de que una prima me recomendara su novela Berta Isla.

Lo primero que leí de Montero fue "La ridícula idea de no volver a verte", un libro bellísimo que explora los diarios de Marie Curie y la relación de estos con la muerte, su vida y, me atrevo a decir, la de todos.

Luego caí en el Peso del corazón, es decir, empecé la trilogía de su personaje favorito Bruna Husky, por la segunda entrega. En esa obra Husky, una androide, sabe cuántos años le quedan de vida, pues está diseñada para durar diez años, y cada día lo recuerda.

La desesperación por la llegada de la muerte, dice Montero, es algo que ha tenido desde niña. De ahí, imagino, su obsesión con el paso del tiempo, otro tema recurrente en toda su obra.

Pero afirma que esa conciencia sobre la muerte, en vez de llenarla de angustia, le ha ayudado a ver la vida como una droga que le quema las venas, y eso le ha ayudado a apreciarla mucho más.

Cuando comenzó a escribir esa saga futurista de novela negra, su pareja enfermó y solo bastaron diez meses para que muriera. En medio de esa tormenta emocional, Montero no paro de escribir y dice que si logro hacerlo fue por Bruna, pues se siente más cerca de ella que de ninguno de sus otros personajes.

Imagino que escribir, entre muchas otras cosas, sirve para drenar los dolores que nos causa la vida.

"Escribo para otorgar al mal y al dolor
un sentido que sé que no tienen"
- Rosa Montero -

miércoles, 1 de septiembre de 2021

Aguacero de tristeza

Mariana Salgado acaba de salir de la oficina.

Luego de que una corriente de viento helada se estrella contra su cara, levanta la mirada hacia el cielo. Está encapotado, con nubes sucias de todo tipo de grises.

“Va a llover piensa” y con pasos rápidos se une al caudal humano que transita por la acera.

Ahí va, caminando de afán, con la cartera aferrada a su pecho, mientras unos goterones gordos comienzan a manchar el pavimento. Salgado apresura el paso.

En ese momento, por la extraña manera en que funcionan los recuerdos, le llega a su cabeza una canción y la comienza a tararear mentalmente.

La canción, que no tiene nada en particular, por alguna razón le toca las fibras de la nostalgia y le dan ganas de llorar. En vez de fijar sus pensamientos en algo diferente, como el hombre de barba rala y lentes de marco negro y grueso que vio hace unos segundos y le llamo la atención, Salgado decide arremolinarse en la melancolía. A veces, piensa, es bueno abrazar la tristeza y no resistirse a ella.

Da un paso, da otro, no aguanta más y un chorro de lágrimas imparables comienza a escurrir por su cara.

Respira con dificultad. Se detiene, se recuesta en el muro del antejardín de una casa y apoya el mentón contra el pecho. Llora desconsolada.

Sabe que varios transeúntes la miran detenidamente antes de pasarla de largo. Espera un rato para ver si se calma, y por si, de pronto, alguien se acerca a preguntarle qué le pasa.

Así lo hizo una vez ella. Se acercó a una mujer que estaba sentada y llorando en un andén y le preguntó qué le ocurría.  Se había enterado que su esposo había muerto.  De pronto por eso ninguna persona se detiene a preguntarle qué le ocurre, porque presienten que es una simple pataleta. 

Nadie se acerca.

Salgado se pone de pie y emprende de nuevo su camino. La melodía de la canción sigue martillando su cabeza. A pocos metros del paradero, el cielo se rompe por completo, pero no se preocupa en resguardarse de la lluvia, que se mezcla con sus lágrimas.