miércoles, 10 de noviembre de 2021

Huevo y martillazos


Me levanto, pongo a hervir un huevo y me meto a bañar. Gasto más tiempo del que necesito en la ducha, porque llegan a mi cabeza todo tipo de pensamientos y fantasías, y les doy más vueltas de las necesarias.

Salgo, me visto, voy de nuevo a la cocina y pongo a preparar el café. Me esmero en que las cantidades de agua y café sean las exactas para que quede con la intensidad que me gusta.

Al huevo todavía le faltan quince minutos, así que me siento en el comedor y me pongo a mirar el celular.

Es ahí cuando comienzan los martillazos. Desde hace un par de días están en obra en un apartamento del piso 8, pero por la intensidad de los martillazos parece que lo estuvieran demoliendo. A veces, acompañó el compás de los golpes con mi mano derecha golpeando la mesa, y juego a inventarme ritmos que mueren, cuando el obrero se detiene de un momento a otro.

Ya pasaron los quince minutos así que me pongo de pie, voy a la cocina, saco el huevo de la olla, y lo sumerjo en agua fría. Después lo pelo y logro desprender la cascara fácil. Ese, creo, es el secreto para pelar un huevo y evitar que quede mordisqueado.

Vuelvo al comedor me siento y le doy un mordisco al huevo en una de sus puntas. No veo la yema por ningún lado, luego  le hecho sal y le doy otro mordisco y nada que aparece, otro más y todo sigue blanco. 

 Me pregunto si me toco un huevo modificado genéticamente en un laboratorio, un capricho para esas personas que, como yo, no son tan fanáticas de la yema. Alguna vez leí que eso estaban haciendo con algunas frutas para que no tuvieran semillas, en fin.

En el siguiente mordisco por fin aparece la yema, ya me estaba asustando. 

Por alguna razón relaciono los martillazos con mis mordiscos al huevo. Se me ocurre pensar que en vez de una remodelación, los obreros intentan obtener algo que está enterrado en las profundidades de ese apartamento.

lunes, 8 de noviembre de 2021

Cusumbo solo

No le veo problema a hacer planes solo. Es más, creo que cada persona debería tenerlos. En mi caso, como ya he escrito antes acá, uno de mis planes solitarios favorito es ir a la Feria del libro.

Puede ser que después vaya con amigos —Sí, hay gente así, que va más de una vez a la misma edición de una feria del libro—, pero esa primera asistencia, creo, tiene algo de ritual.

Me gusta ir en los primeros días de la semana cuando el lugar esta más o menos desocupado y pasearla a mi ritmo; demorarme en cada stand lo que me venga en gana sin tener que seguirle el paso a nadie, hojeando libros como si no hubiera un mañana.

También he tratado de perfeccionar el arte de ir a cine solo, en ocasiones en que no he conseguido con quien ir. Recuerdo que han sido tres películas las que he visto solo: Ted la del oso de peluche con vida, que a todo el mundo le parecía mala, pero eso no evitó mis ganas de verla; Guerra mundial Z y la de la vida de Tolkien. Esta última si tenía claro que quería verla solo, por mi fascinación con ese autor en mis épocas de Colegio.

Si de almorzar solo se trata también lo he hecho muchas veces. Por ejemplo, en el último lugar en el que trabajé, la mayoría de empleados llevaban almuerzo y mi único compañero para ir a comer era el diseñador, pero cuando no coincidíamos por una u otra razón, no me quedaba otra opción que ir a almorzar solo.

También lo hacía, porque si hay algo que detesto es quedarme encerrado en una oficina a esa hora, al igual que hablar de temas de trabajo durante el almuerzo.

Cuando el diseñador renunció llevé el arte de almorzar solo a su máxima expresión.

Cuando eso me pasaba en otra empresa en la que trabaje en el 2007, y luego en otra en el 2013, era algo que me gustaba porque ambos lugares quedaban cerca de librerías.

Recuerdo que en ese entonces, almorzaba lo más rápido posible para tener tiempo de hojear libros antes de volver a la oficina.

jueves, 4 de noviembre de 2021

Viaje en ascensor

La reunión es a las 8:30 a.m. pero en un arrebato de puntualidad llego al edificio a las 8.

Como siempre, como es un lugar del centro de la ciudad que nunca había visitado, me siento desubicado.

Cuando doy con la dirección, me encuentro con un grupo de personas, parecen ser integrantes de un sindicato, que revolotean de un lado a otro, en una especie de plazoleta.

Una mujer se acerca a entregarme un volante y le digo: "no gracias". Sus ojos, por encima del tapabocas parecen preguntar: “¿entonces qué carajos hace acá?”.

Ahora le pongo atención a un hombre que habla fuerte. Dice algo sobre un documento que les quieren cobrar, que antes no era así, y que por eso deben exigir que todo vuelva a ser como antes.

No hay arengas ni nada.

Otra mujer se acerca a darme un volante y vuelvo a decir mi frase cordial de combate: “no gracias”.

A diferencia de la anterior, a esta parece importarle poco mi respuesta, y sale disparada a buscar otra persona a quien entregarle el papelito.

No veo una entrada al edificio por ningún lado. Me acerco a un portero. “¿Por donde ingreso?", le pregunto

“¿a este edificio?" contrapregunta. "Sí", Le respondo.

"Ahh, por el frente", dice como si fuera obvio, y tal vez lo sea, pero para personas con un sentido normal de la orientación.

"¿Por acá?, le pregunto. Sí, responde en un tono cansado, mientras pasea su mirada por el grupo de manifestantes.

Encuentro la entrada al edificio, paso la maleta que llevo por una máquina de, supongo, rayos x y cuando vuelve a aparecer al otro lado, la recojo y me dirijo hacia los ascensores.

Son 6 y oprimo el botón de 1. Mientras lo espero, una mujer muy arreglada llega a la zona de ascensores y me saluda como si fuera un viejo amigo. No entiendo qué le pasa a los trabajadores del edificio, pues con otro par que me he cruzado también me han dado los buenos días; no quiero decir que este mal ni que me moleste, solo que me parece extraño tanta cordialidad urbana, en fin.

La puertas de un ascensor se abren, pero me doy cuenta tarde y justo cuando voy a entrar, me estripan.

Miro a la mujer arreglada con rabia, como si fuera culpa de ella, y a otro hombre que acaba de subirse y que lleva un vaso de café de Juan Valdez en sus manos. Este nos saluda apurado, como si se le hubiera hecho tarde.

Mi reunión es en el piso 3. Me demoro un rato en encontrar el número en el tablero, los hay hasta el 30, y cuando lo veo lo oprimo, pero se apaga al instante.

Repito la operación un par de veces sin éxito alguno. La mujer se baja en el piso 26 y se despide de nosotros. Luego de que las puertas se cierran el ascensor sigue subiendo a toda velocidad.

"¿Cómo hago para llegar al piso 3?”, Le pregunto a mi compañero de viaje de ascensor, el buen hombre con el vaso de café.

"Mmm este no para en ese piso, tendría que devolverse al uno y coger el primero de la derecha.

Le doy las gracias y lo acompaño hasta el piso 29. Luego, cuando llego de nuevo al primer piso, salgo al pasillo de ascensores y veo un letrero que indica para que pisos funciona cada uno. Juro que cuando llegué no estaba.

Tomo otro ascensor, con el que por fin doy con el tercer piso.

Más tarde, en la reunión, la ventana de la sala da a la plazoleta a la que llegué en un principio. Ahora alguien llevó un parlante y suena música protesta: “Solo le pido a Dios,
que el dolor no me sea indiferente. Que la…”

viernes, 29 de octubre de 2021

Canciones para fumarse un cigarrillo

A veces uno se cruza con personas a las que nunca escucha hablar. Yo, por ejemplo, me encuentro seguido con Rick, en el pasillo de la entrada de mi edificio. Así decidí llamar a ese hombre, en un impulso de asociar su cara con un nombre.

Ese sujeto, Rick, o Juan, Pedro, Carlos, llámese como se llame, es un hombre de barba desaliñada, que siempre lleva audífonos en las orejas, una gabardina oscura y botas negras.

Tengo entendido que vive con su madre y baja a fumar a la portería. Supongo que ella le tiene prohibido hacerlo en el apartamento.

El otro día por fin escuché su voz, pero ya olvidé su timbre. Coincidimos ambos en la entrada del edificio, cuando Simón, el celador, no estaba ahí.

“Aghh este man nunca está en su puesto”, dijo Rick, pero no se dirigió a mí, sino más bien fue un pensamiento que se le escapó en voz alta.

Lo miré, pero no para darle la razón con un gesto cualquiera, sino solo para que supiera que sus palabras habían alcanzado un destinatario, si acaso eso era lo que quería. Además, no tenía forma de darle la razón, porque no visito con tanta frecuencia la portería, como para saber si su afirmación era cierta o no.

Luego de su frase reinó un silencio tenso. “¿Debo decir algo, complementar su frase de alguna manera?”, me pregunté, pero no se me ocurrió nada. Acto seguido me puse a tararear una canción mentalmente, hasta que el celador apareció caminando de afán y accionó el mecanismo que abre la puerta, desde un control remoto que lleva en uno de los bolsillos de su pantalón.

Rick haló la puerta fuerte, quizá con algo de rabia, pero se quedó quieto. Como no se movía, aproveche para colarme por ella y salir antes que él.

Luego vi como Rick, que ese día llevaba un pocillo negro en sus manos, se sentó en las escaleras que dan hacia la calle, sacó un paquete de cigarrillos de su gabardina y se puso uno en la boca. Luego, antes de prenderlo, se puso a mirar el celular, tal vez buscando el playlist “Canciones para fumarse un cigarrillo.”

jueves, 28 de octubre de 2021

Me repito

Uno vuelve a hablar sobre lo mismo, a tocar los mismos temas. Espera uno ser original, pero al final toda la vida no es más que un arrume de lugares comunes, en fin.

Hace tan solo unos minutos estaba tumbado en mi cama dándole scroll down a la pantalla del celular como si el equilibrio del universo dependiera de ello, pero sabemos que no es así, es decir, que uno solo es un punto en la existencia de la humanidad y nunca se es tan importante como se cree ser, y también que eso del equilibrio es más bien falso, pues es fácil apreciar que la vida, casi siempre, tiende hacia el caos.

Estaba tumbado la cama porque había decidido no escribir nada, de ahí que perdiera varios minutos de mi existencia en la actividad que les conté, la del scroll down, porque quiero dejar claro algo: tumbarse en la cama a mirar pal techo nunca será una pérdida de tiempo.

Les decía que uno se repite, porque cuando por fin me decidí a escribir, me dieron ganas de hacerlo o una mezcla de las dos cosas, no tenía ni idea qué tema tratar. De ahí que este escrito salte de un lado al otro sin mucho ton ni son.

Pero bueno, como no sabía que escribir, pensé  precisamente en tocar ese tema: mi incapacidad para escribir, y por eso afirmo que uno se repite, pues ese es un tema que he tocado varias veces en este blog, pero ya ven esa era la idea y lo que salió fue este texto.

Como ya lo he dicho, me repito de nuevo, uno cree estar al mando de las palabras y lo que escribe, pero estas hacen lo que quieren con nosotros; vuelvo y digo: no somos tan importantes como creemos serlo.

miércoles, 27 de octubre de 2021

Dolor

Alguien golpeó la puerta de la casa de Asunción Perea. Ese día ella se había levantado en la madrugada y con ánimos.

Lo primero que hizo, luego de entrar el periódico que el vigilante siempre deja debajo del tapete del apartamento, fue prepararse un café. Luego se sentó en el sillón preferido de la sala, ese que da a un ventanal con vista hacia las montañas.

Tomó el pocillo con ambas manos, inhalo profundo el aroma de la bebida y le dio pequeños sorbos hasta que la mañana, que aún era noche, se convirtió en amanecer.

Fue ahí cuando tocaron a la puerta. "¿Quién podrá ser?" se preguntó, y abandonó su estado contemplativo para atender el llamado.

Luego de recorrer la corta distancia hasta la puerta y cuando puso la mano derecha en la chapa, se preguntó: “¿Y si es un ladrón?” Por eso antes de abrir, decidió mirar  quién estaba ahí afuera a través del ojo mágico.

Sus ojos se encontraron con los de Dolor, y esa mirada expectante que siempre lleva, como a la caza de alguna víctima. Perea se recostó contra la puerta y se dejó escurrir hasta el piso.

Había planeado el día de forma diferente y no quería recibirlo.

Mientras tanto Dolor seguía golpeando la puerta sin cansancio. Él solo quería llegar a algún lugar, dejarse caer en un pliegue del cerebro, una articulación, en fin, donde fuera.
Tenía, como todos, todo el derecho a ser, pues nadie escoge sus raíces.

Perea comenzó a llorar en silencio, y esperaba que Dolor se marchara sin percatarse de su presencia, pero él, con el aplomo que lo caracteriza no cedió terreno.

Hora y media después, Perea, ya agotada, abrió la puerta y lo abrazó.

Así se quedaron por un buen rato sin decir nada.

martes, 26 de octubre de 2021

Ritmo circadiano

Circadiano: “Concerniente o relativo a un periodo de aproximadamente 
24 horas. Se aplica especialmente a ciertos fenómenos biológicos que ocurren
rítmicamente alrededor de la misma hora, como la sucesión de la vigilia y el sueño."

Ritmo circadiano. Me gusta como suenan esas palabras. Si uno se concentra un poco en ellas, llegan a evocar diferentes sensaciones.

El punto es que mi ritmo circadiano es un desastre.

En los últimos días me he despertado entre la 1 y las 3 de la mañana y quedo como un bombillo. El sueño se me esfuma de inmediato.

Lo único bueno, creo, de esto, es que la transición del sueño a la vigilia ha sido limpia; algo que siempre he visto como un evento traumático.

Pues bien, me despierto a las 2:16 a.m. (Me gusta saber con la hora exacta. Imagino que la cifra encierra una verdad de vida que aún estoy por descubrir)

Lo distinto del día de hoy fue que me desperté con antojos de un pocillo de tinto.

“Pero hombre, ¿va a tomar tinto en plena madrugada? ¿No se supone que su ritmo circadiano está hecho trizas?”, pareció preguntarme mi cerebro.

“Sí, cierto—le respondí— Es usted muy prudente, gracias”. Acto seguido acomodé las almohadas, me arropé de nuevo con las cobijas, pero las ganas de tinto seguían ahí intactas y al alza.

“lo siento”, pensé dirigiéndome hacia mi cerebro y mi ritmo circadiano, me puse de pie y fui a la cocina a prepararme el tinto.

Allá, todos mis movimientos producían sonidos que parecían amplificarse bajo el silencio de la madrugada.

Busqué mi pocillo, que estaba enterrado en el lavaplatos y extraerlo fue como remover los escombros de una demolición. Pido disculpas si desperté a alguien como semejante escándalo.

De vuelta en el cuarto, decidí acompañar la bebida con unas galletas de chocolate amargo y esa, creo, ha sido una de las decisiones más acertadas de mi vida.

Ahora son las 2:59 a.m. Escucho cómo cae la lluvia afuera y estimo que me quedan dos sorbos de tinto.

Mi ritmo circadiano se fue al carajo, no tengo ni una pizca de sueño, pero siento una gran paz en estos momentos.