miércoles, 8 de diciembre de 2021

Mejor cortos

Me refiero a los capítulos de los libros.

Ayer iba a escribir sobre eso, pero 2666 me trajo el recuerdo de L. Y decidí no desperdiciarlo. De pronto, de forma inconsciente, guardé este tema para hoy por la pereza de tener que pensar en otro, o porque sabía que iba a tener dificultad de encontrar uno nuevo en medio de un festivo entre semana, uno de esos días que parecen muertos y que se van como por entre un tubo.

Mejor volvamos a lo de los capítulos cortos. La extensión de los capítulos de esa novela de Bolaños, fue algo que, a veces, me hizo sentir pesada la lectura.

Creo que, a la larga, no me enganchó mucho, pero a pesar de eso lo terminé de leer. Era una época en que tenía esa mala práctica y terminé muchos libros que me parecieron flojos a mitad de camino.

Eso es algo que no haría ni loco  en estos momentos, pues como decía García Márquez: “el método más saludable es renunciar a la lectura en la página en que se vuelva insoportable”. 

Y es que la vida es muy corta para leer libros con los que sentimos que no conectamos, ¿acaso no?, en fin.

De pronto mi error fue haberle hecho caso a medias a L., pues ella siempre me habló de los Detectives Salvajes, pero un día visité una librería, antes de uno de nuestros encuentros, y 2666 era el único libro que tenían de Bolaños; una edición en pasta roja dura, hojas muy delgadas y letra diminuta.

Dicho esto, prefiero los capítulos cortos que los extensos.

No sé si eso signifique que soy un mal lector, uno desagradecido o quién sabe qué, pero así son las cosas.

Quizás mi gusto por los diarios de los escritores se deba a eso, pues las entradas suelen ser cortas, a veces de no más de una línea.

martes, 7 de diciembre de 2021

Sushi + cerveza

Una vez M, un buen amigo, se puso las botas de celestino y me contactó con L, una mujer que conoció en la universidad y que, según él, le gustaba leer igual o más que a mí.

Se hicieron los arreglos necesarios, se entregaron los números de teléfono. “Oye L. mi amigo te va a llamar bla bla bla”, en fin, todas esas cosas que se hacen en ese tipo de situaciones para que no parezcan más extrañas de lo que son.

finalmente nos conocimos y la pasamos bien. L es relajada y era verdad que le gustaba leer, pero en ese entonces ya no era tan aficionada a la lectura como antes. sin embargo, hablábamos mucho de libros y autores. Fue ella quien me recomendó leer a Bolaños, y así, sin más ni más, me sumergí en la lectura de 2666.

Para nuestros encuentros, establecimos un ritual de sushi + cerveza, que siempre nos subía el ánimo.

Después de un tiempo de estar saliendo intenté venderme la idea de que L. me gustaba mucho y que sería bueno tener una relación con ella; todo por creer que para tener algo con alguien, basta con que a la otra persona le gusten las mismas cosas que a uno.

Quizás esa es una gran mentira y hay que hacerle caso a eso de: “los polos opuestos se atraen”. No sé, la verdad, no sé nada, o más bien sé muy poco, en fin.

Un día la llamé y le solté, ya no recuerdo cuál, alguna frase de conquista tonta. De inmediato noté un cambio en su tono de voz y las ganas que tenía de terminar la llamada.

Fue ahí cuando toda mi estantería de conquista se fue al piso, y decidí no insistir más, porque caí en cuenta de que L. no me gustaba, y que yo tampoco le gustaba a ella.

Años después volvimos a vernos, pero yo ya no tenía expectativas de nada. Ese día volvimos a nuestro ritual de sushi + cerveza y hablamos de esa época en la que nos vimos con frecuencia y de mi fallido intento de conquista.

lunes, 6 de diciembre de 2021

Manzanas en una esquina

6:08 P.M

Verde.

Amarillo.

La camioneta frena en la esquina luego de que el semáforo cambia a rojo. Las personas que caminan por la calle, afanadas, parecen una masa elástica que se expande y contrae a cada momento y que se cuela por entre los carros, para llegar a donde tengan que llegar; no tienen tiempo de ponerle atención a nada ni a nadie, lo único que les interesa es avanzar, dar un paso y después otro y otro más: ta ta ta, sus pisadas tienen un tempo constante.

La luz del día está a punto de irse y el cielo tiene ese color morado oscuro característico de esa hora.

A pocos metros del semáforo un hombre está parqueado con una carretilla que lleva manzanas. No las alcanzo a ver, pero sé que ese es el producto, porque el hombre no se cansa de anunciarlo: “Manzanas chilenas, 6 manzanas chilenas en $3000, no deje pasar esta oportunidad, no pase de largo y cómprelas ya”. Sus palabras son amplificadas por un parlante.

Por un instante pienso en las personas que componemos la escena, e imagino que si coincidimos en ese lugar a una misma hora, tiene que ser por algo; así nunca crucemos palabra alguna en lo que duren nuestras vidas. Imagino que, de cierta forma, la vida procura mantener algún tipo de equilibrio, pero llega un momento en el que se aburre y por eso todo, casi siempre, tiende más bien hacia el caos.

De pronto fueron las manzanas chilenas las que nos juntaron en la esquina.

Las personas que en ese momento no son dueñas de sus actos, de su movimiento, pues ya sabemos que hacen parte de una masa humana voluble, siguen de largo y ninguna se preocupa por examinar la oferta.

El vendedor no se da por vencido e inventa, con las mismas palabras, mil combinaciones posibles. Juega con ellas, cambia una palabra aquí, pone un verbo allá, siempre resaltando el precio y la procedencia de las manzanas.

“No deje pasar esta oportunidad. 6 manzanas chilenas a $3000”.

Verde.

jueves, 2 de diciembre de 2021

Como McCartney

Mi hermano afirma que McCartney fue el gran cerebro de los Beatles. Siempre discute con M. uno de sus amigos, pues este le dice que no, que el verdadero genio del grupo era Lennon.

Entonces cada vez que se ven, se engarzan en la misma discusión, y ninguno cede ni medio palmo de terreno.  Al final, mi hermano saca el mismo as de debajo de la manga, un recurso que nunca le falla, y le pregunta: “A ver, sin pensarlo mucho, dígame las primeras cinco canciones de los Beatles que se le vengan a la cabeza”.

Entonces en ese ejercicio rápido de, digamos, asociación, M. un gran fan de la banda, se siente retado y da el nombre de esos cinco títulos que se le aparecen en la cabeza, y siempre resultan ser temas que compuso McCartney. Ahí termina la discusión, hasta la próxima vez que se hablan.

Viendo el documental que acaba de salir, opino igual que mi hermano: Mccartney era el cerebro del grupo.

Y es que parece que su cabeza es una fuente inagotable de composiciones, y que no deja de producir ideas en ningún momento.


Hay días en los que me siento a escribir y si he tenido un día muy pesado y ya es tarde, escribo lo primero que se me ocurra y no me preocupo mucho de cual sea el resultado final.

En ocasiones me salen escritos con los que me siento a gusto, pero en  otras siento que son una completa basura, pero igual los dejo, porque uno de los fines de este espacio es editarme lo menos posible.

Dicho esto, me gustaría escribir como compone Mccartney, es decir, siempre tener un tema a la mano; que no sería cualquiera , sino uno cargado de significado, lirico y con un ritmo casi perfecto.

A veces, muy pocas la verdad , logro rasguñar esa superficie de escritura de la que les hablo.

miércoles, 1 de diciembre de 2021

Mujer incógnita

En los últimos días he soñado dos veces con una mujer que en los sueños me encanta, es decir, la sensación cuando estoy cerca de ella es muy placentera.

Si me pusieran a describirla para hacer un retrato hablado, seguro que no lo lograría, porque de su aspecto solo tengo fogonazos: la curva de su sonrisa, sus labios rosados que contrastan con unos dientes blancos, y su pelo negro y largo.

En los sueños también apareció Raúl Medina, un hombre que conocí en la universidad. Él trata de que la mujer y yo coincidamos en ciertos espacios. Recuerdo un pequeño dialogo que sostuve con él:

“Ese día todos estábamos esperando que se cogieran de las manos. No sé qué paso”.  No entendí por qué lo dijo como si fuera gran cosa.

Recuerdo la escena a la que hace referencia. Estábamos cerca y ella me ponía atención a algo que le estaba contando, pero de un momento a otro, la mujer que, imagino, es como una colcha de retazos con características de diferentes mujeres que me han atraído a lo largo de mi vida, se puso de mal genio y se alejo del lugar en el que estábamos.

No sé porque mi yo del sueño no trato de retenerla, es como si fuera consciente de que dijo algo que la molesto y  por eso sabía que no tenía sentido buscarla, pues seguro lo (me) rechazaría.

En otra escena, después de ese incidente me encuentro con Medina y le pregunto cómo les terminó de ir ayer y qué habían hecho.

“Mejor le cuento que fue lo que no hicimos”, respondió.

Ahí sentí rabia, porque imaginé que la mujer tenía mucho que ver con esa frase. Pero me quedé callado y no respondí nada,  aunque me moría de ganas de preguntarle por ella

Después en el siguiente corte, digamos, la vi sentada y riendo con un grupo de personas, pero no me acerqué.

Ahí me desperté e intenté dormirme de nuevo a ver si podía, como a veces ocurre, continuar con el sueño, pero no lo logré.

martes, 30 de noviembre de 2021

Extra de una serie coreana

Espero a alguien en un centro comercial. Me siento en una barra exterior de un café Juan Valdez y me pongo a leer. A mi lado derecho una mujer teclea de forma frenética en su portátil y lleva puestos unos audífonos de orejera grandes. Alega con alguien sobre Shopify, y cómo deberían ser las cosas, las de ella, del negocio del que habla, en fin.

Pasados unos minutos, me arqueo hacia atrás porque siento dolor en la espalda. Imagino que se debe a la postura en la que estoy porque la silla no tiene espaldar.

Hay una mesa desocupada, y mientras pienso si ocuparla o no, una mujer con vestimenta elegante, zapatos de tacón negro y un pantalón ajustado, la ocupa. Saca su celular del bolsillo y se pone a darle scroll down como si el mundo se fuera a acabar.

En ese momento entran en escena los actores coreanos. Yo solo soy un extra de relleno, como la mayoría de personas que se encuentran en el lugar.

Son dos y se paran enfrente de mí. Uno de ellos pone su bebida sobre la barra y descarga dos bolsas con compras del lugar. Por lo que alcanzo a ver, están repleta de bolsas de café.

Comienzan a conversar y, claro está, no entiendo ni una palabra de lo que dicen, pero tengo claro que debe ser así, pues en la trama solo soy un un personaje secundario que, se supone, no tiene por que alterar elcurso de la trama de la historia principal.

Mi espalda no da más, decido irme del lugar y dejo a los dos actores coreanos con su animada conversación, y al resto de extras: la mujer enfrascada en su llamada telefónica y a la del celular, con un acompañante que acaba de llegar a su mesa.

Ingreso a otro café, pido un capuchino, y logro conseguir un puesto un sofá largo con espaldar.

Sigo leyendo. Al poco tiempo llega otro actor coreano, se sienta a mi izquierda y no hace nada, pero estoy seguro que no es un extra.

Tiempo después, dos hombres de una empresa de seguridad pasan caminando por el pasillo del centro comercial, uno de ellos lleva agarrada una bolsa de lona negra y el otro va detrás de él, escoltándolo con una escopeta plateada reluciente. Imagino que está así de brillante porque nunca la ha tenido que usar y lo único que puede hacer con ella es limpiarla.

Miro al coreano. Ahora escribe en su celular de forma rápida. Imagino que está hablando con los otros dos y que el mensaje que acaba de enviar tiene algo que ver con los dos hombres que acaban de pasar con bolsas de dinero.

El coreano se levanta y se aleja rápido del lugar.

Sigo leyendo. Imagino que ese es mi papel en esa escena.

lunes, 29 de noviembre de 2021

Impulso

Los viejitos, con barbas largas y túnicas que besan el piso con cada paso que dan, de la RAE, definen la palabra impulso de la siguiente manera: “Deseo o motivo afectivo que induce a hacer algo de manera súbita, sin reflexión”. Así, a veces, suelo comprar libros.

Ya está claro que no importa cuántos se tengan arrumados sin leer, bien sea en la biblioteca o en cualquier rincón del cuarto, e incluso todavía con el plástico transparente que los envuelve, o, como una vez me contó un amigo que almacena los suyos, en torrecitas esparcidas a lo largo del apartamento; no importa nada, siempre vamos a querer más.

Mi yo suele engañarme y me pregunta: “¿Y qué tal que esta sea la última oportunidad que va a tener para comprar ese libro?... ¿la va a dejar pasar?”

“Hombre sí, tiene razón”, suelo responderle, mientras pienso: “¿qué tal que una gavilla de lectores, se interesen justo por ese libro que tengo en la mira de compra y cuando me decida ya sea muy tarde?

Entonces, sin reflexionarlo mucho, decido comprarlo y ya está, porque comprar libros se siente bien, porque el simple acto también asegura un subidón de dopamina, por la expectativa, creo, de la experiencia de lectura que se espera tener.

Pues bien, el domingo que acaba de pasar me senté a escribir un rato sin tenerlo planeado y cuando terminé de editar el texto, y por las extrañas maneras en que funciona el cerebro para generar ideas, llegó a mi mente el título de un libro: “La tentación del fracaso” de Julio Ramón Ribeyro.

Es un libro que, después de leer sus Prosas apátridas, he buscado como loco, sin éxito alguno, en las librerías locales. Son sus diarios desde 1950 a 1978 y tengo debilidad por ese formato de libro.

Creo que de cierta forma los diarios alimentan la obra de los escritores, pero al ser anotaciones diarias de su cotidianidad, y como los autores, imagino, no están pensando en formato historia, cuentan con una crudeza que, siento, los hace especiales,

Así que, sin dudarlo un segundo, gracias al impulso lo compré, y se convirtió en el primer autorregalo de esta navidad.