lunes, 28 de febrero de 2022

Rasguñar la verdad

El abogado Julio Contreras se prepara para hablar enfrente del juez y defender a su cliente. Es un caso difícil y sabe que ganarlo depende de qué tan bien cuente la historia que preparó para convencer al jurado.

Lleva puesta esa corbata morada que tanto detesta su esposa, pero que, según él, nunca le ha dejado perder un caso.

A su cliente se le acusa de haber atropellado a una persona.

Era una noche lluviosa. Transitaba por la avenida Flores a la altura del pasaje del comercio a no más de 50 kilómetros por hora. Los relámpagos lo iluminaban todo por un par de segundos, acompañados del estruendo de los truenos.

Justo después de que cayó uno, fue que vi a ese hombre salir de la nada, como una aparición o como si se hubiera teletransportado a ese lugar. clavé mi pie izquierdo en el freno, pero como el suelo estaba mojado, el carro no respondió bien y terminé arrollándolo”,
le contó su cliente en la primera conversación que tuvo con él, mientras estaba detenido en la estación de policía.

Después de esa charla todo se complicó. Los nervios están que se comen a su cliente, pues el hombre a quien atropelló ahora se encuentra en estado de coma.

“Señor Juez” —dice Contreras con su mano derecha en el bolsillo y un aire de tranquilidad que da a entender que su cliente es inocente. Luego voltea su cuerpo hacia el jurado— y señores del jurado, les voy a explicar por qué mi cliente es inocente. Presten atención”.

Comienza a hablar. Preparó y repasó su defensa hasta sabérsela casi de memoría. Sabe qué palabras debe recalcar y en qué segmentos subir el tono de voz y en cuales bajarlo.

Defiende la verdad de su cliente a capa y espada. Ese es su trabajo y para eso le pagan.

Pero en el fondo Contreras sabe que siempre rasguñamos la verdad, que nunca, por más que estudiemos y tratemos de tener en cuenta todas las variables que la afectan, vamos a poder señalarla claramente, que siempre van a existir elementos que se escapan de nuestro juicio, porque nuestra percepción muchas veces falla o toma caminos equivocados.

Su cliente es declarado inocente. Contreras espera haber hecho un buen trabajo.

viernes, 25 de febrero de 2022

.Punto y aparte

Cuando se me hace tarde para escribir en este espacio, como hoy, entro a Blogger y creo una entrada escribiendo solo un punto, así queda registrada en esta fecha y no mañana. Caprichos chimbos que tengo.

Me aventuro a pensar que el punto que escribo es un  punto y aparte, y que es como una barrera. Antes de él estamos a salvo y después viene un precipicio.

Imagino que lo que nos separa de la muerte es un mísero punto y aparte; que la vida, el destino, Dios, el chupacabras, sea quien sea, decide ponerlo cuando se le da la gana.

Pienso en todo esto porque no deja de darme vueltas en la cabeza Paula, el libro de Isabel Allende.

Ella cayó en coma y duró un año en ese estado. La escritora chilena cuenta que a veces, de repente, le daban convulsiones.

El accidente que me dejó el amable recordatorio, también me hizo caer en coma, pero solo por 17 días. Durante ese tiempo estuve, como decía una de las cuidadoras de Paula cuando su madre por fin la instaló en su casa, "en limbo,  junto a los bebés que murieron sin bautizar y otras almas salvadas del purgatorio”.

Hace unos años, en una visita a urgencias debido a una de mis crisis de cefalea en racimos, y ante el dolor de cabeza tan intenso que tenía, el médico que me atendió ordenó que me hicieran un TAC por si las moscas.

Más tarde, cuando el resultado salió, el médico vio la radiografía de mi cerebro y se dio cuenta de que me habían operado de la cabeza. “¿Nunca ha convulsionado?, me pregunto. “No”, le respondí, pero nunca he dejado de pensar en esa pregunta,  pues pienso que por la cara que hizo el doctor, lo daba casi por hecho.

La vida casi me pone un punto y aparte, pero la maquinaria del universo, de la que desconocemos su funcionamiento, quiso que le rindiera honores al punto y coma.

jueves, 24 de febrero de 2022

Sirenas

Son las 6 de la tarde y por entre las calles se escurre en una  masa de carros que, después del aguacero, se mueve lento.

Alcanzo a escuchar uno que otro bocinazo que sobresale entre los ruidos de la calle y los motores.

En un momento el aullido de una sirena acapara toda mi atención. Imagino que una ambulancia zigzaguea por entre los carros, los que le dan vía  y los que parece no importarles quién vaya ahí adentro y cual sea su estado, y no hacen ni un mínimo intento por abrirle camino.

Cada vez que escucho el ruido de una sirena me pregunto: “¿A quién transportan?” ¿Qué le pasó? ¿Será alguien que está a punto de morir si no recibe atención médica pronto?

Puede que la ambulancia no transporte ningún paciente y que apenas se dirija a recogerlo, o puede que el conductor sea tan miserable, y que solo haya prendido la sirena para que le despejen el camino y pueda transitar más rápido, en fin, posibilidades hay muchas.

Pero enfoquémonos en la primera: la ambulancia transporta a alguien en un estado muy grave. Esa persona esta inconsciente y los paramédicos lograron estabilizar sus signos vitales, pero saben si no llegan rápido a la clínica, la posibilidad de que esa persona muera es alta. Son dos y el hombre o mujer que va en la camilla los mira asustados. No dice nada, pero seguro se pregunta: "¿Acaso voy a morir?

Siempre pienso en eso porque me parece extraño esos escenarios, es decir, que mientras yo estoy sentado enfrente del computador viendo un video, o me estoy tomando un café, en fin, no importa que este haciendo, el hecho es que me encuentro relajado; alguien en algún punto de la ciudad o del planeta experimenta una sensación totalmente opuesta y se juega la vida.

Pienso, por ejemplo, que mientras dormía hoy en horas de la madrugada, las sirenas de diferentes ciudades de ucrania se dispararon y sus habitantes, llenos de angustia, no sabían si un misil Ruso los iba a desintegrar en mil pedazos,

¿No les parece extraño eso? ¿Que mientras unos duermen a otros los consume la angustia?

Hay algo intrigante en esos extremos.

miércoles, 23 de febrero de 2022

Borrar como opción

Un ejercicio de escritura creativa consiste en tirar un dado para determinar: personajes, rasgos de personalidad, el escenario y un objeto que debe tener algún protagonismo; de una pieza de máximo 500 palabras.

Me sale un pescador y una cirujana, el centro de la ciudad, uno de ellos reniega de la vida como un loco y el otro debe ser compulsivo. El objeto es un tapabocas.

Comienzo a escribir lo primero que se me ocurre. Hablo primero de un contador, un hombre gruñón que trabaja en una compañía de pesca y que es un pescador aficionado.

Escribo unos párrafos y me parece que están bien, pero hacia la mitad del escrito caigo en cuenta de que ubiqué al personaje en un muelle y no hay rastros del centro de la ciudad por ningún lado.

Busco como cambiar el lugar, insertarlo de alguna forma en el relato, pero cualquier solución lo desbarata por completo.

“¿Qué carajos voy a hacer con la cirujana?, pienso, pues tampoco la he mencionado.

Reniego por un rato, vuelvo a leer lo que escribí y ahora me parece pésimo, que no tiene ni pies ni cabeza y muchos menos arreglo alguno.

Reconozco mi estado: “Pereza de escribir”, pero me había propuesto hacerlo así que borro lo que llevaba y empiezo de nuevo.

Esta vez lo primero que hago es ubicar a los personajes en el centro de la ciudad. El pescador, muerto de frío, espera a la cirujana en la terraza de un café, no tengo ni idea por qué se conocen o de qué van a hablar, pero así, por lo menos me aseguro de que el relato no se me despiporre después. Ya miraré como le inserto los otros elementos.

Al final me sale un texto de 625 palabras. Tengo que mocharle esas 125 de más, editar los errores e inconsistencias que seguro tiene,  agregarle detallitos de color y hacerle carpintería a las descripciones.

Borrar siempre será una solución cuando sentimos que algo, y no hablo solo de la escritura, no anda bien.

martes, 22 de febrero de 2022

Desnudarse

Hace poco leí un artículo de la escritora Mariana Perezagua titulado Amar al monstruo.

En él hablaba del maltrato de su padre, y cuenta que uno de los primeros recuerdos que la marcaron era como la sujetaba de las piernas para bañarla, mientras ella retorcía su pequeño cuerpo, el jabón escurría y le entraba a los ojos.

Ahora intento volver a leerlo, pero ya no tengo acceso, pues me sale un aviso que dice que debo pagar para suscribirme. En fin, una lástima porque ese día lo leí de afán y prometí volverlo a leer, para digerirlo con más calma.

Ahora, gracias a que a veces mi mente es un zaperoco de ideas, ya no recuerdo si fue en el mismo artículo, o en una publicación que hizo en alguna de sus redes, que la escritora se refirió al mismo y habló de la necesidad y ventajas de desnudarse con la escritura.

Se trata de no dejar nada en el tintero, de exponerlo todo, lo bueno y lo malo, pero sobre todo lo último, es decir, mostrar esas grietas y rincones oscuros de nuestra personalidad que siempre queremos ocultar, pero que al final son los que nos hacen más humanos.

En el prefacio de los diarios de John Cheever, uno de sus hijos toca el concepto de otra manera. Dice que algo que siempre intentó su padre en su trabajo como escritor fue mostrar a los demás que sus pensamientos no eran impensables.

De esa forma Cheever llego a un acuerdo con su bisexualidad, y aunque logró dejar la bebida, la vida en sí era un problema para el escritor.

La manera en que buscaba la solución era articular, de alguna manera lo que le ocurría; convertir cualquier asunto que ocupaba su mente en una historia.

To write well, to write passionately, to be less inhibited, to be warmer, to be more self-critical, to recognize the power of as well as the force of lust, to write, to love.

- The Journals of John Cheever -

lunes, 21 de febrero de 2022

Sueños y escritura

Hace un par de años me propuse escribir una novela. “¿Qué voy a contar?”, fue lo primero que me pregunté”. Llegué a la conclusión de que no tenía ni idea.

Entonces me dije a mí mismo: “Mí mismo, alguien que estuvo en el mismo punto en el que usted se encuentra ahora, seguro escribió algo, una especie de guía, digamos, para escribir una novela.

Por ese tiempo, en el lanzamiento de un libro, conocí un escritor que hacía poco había terminado su primera novela. Le pregunté que como se había embarcado en el proyecto, y me dijo que había leído el libro de fulanita de tal, una guía detallada para escribir una novela.

Descargué el libro en mi Kindle y me puse a leerlo juicioso, subrayando las frases que me llamaban la atención, mientras me hacía a la idea del método que proponía la escritora.

Lo que alcancé a leer del libro me pareció bueno, y cumplía con su promesa: brindar una hoja de ruta para escribir una novela.

Recuerdo que hacía mucho énfasis en establecer una premisa, y que también hablaba del conflicto, pero en un punto me aburrí de la lectura.

A pesar de que no he escrito una novela, siento que la escritura no se puede convertir en un a b c detallado. Tiene que ser, pienso, algo más íntimo, instintivo.

Rosa Montero, unas de mis escritoras favoritas, dice que las novelas son sueños que se tienen con los ojos abiertos, y sobre las que no se tiene control alguno. En su libro la Loca de la Casa, cuenta:

“Escribir ficción es sacar a la luz un fragmento muy profundo de tu inconsciente. Las novelas son los sueños de la Humanidad, sueños diurnos que el novelista percibe con los ojos abiertos.”

Hace poco caí en Paula, la novela-diario-memoir de Isabel Allende. La escritora Chilena también tiene un punto de vista similar al de Montero. Cuenta que cree posible que las historias existan en las sombras de una misteriosa dimensión, y que solo tiene que sintonizarse con ese plano para que entren en ella, se acomoden a su antojo y salgan convertidas en palabras.

Asegura que no sabe cómo escribe sus libros, pues dice que estos no nacen en la mente, sino que son criaturas caprichosas siempre dispuestas a traicionarla, y que nunca decide el tema, sino que el tema la escoge a ella, y que su labor como escritora solo consiste en dedicarle suficiente tiempo, soledad y disciplina a cada obra, para que se escriba sola.

Una vez un crítico literario le preguntó por la estructura cíclica de la Casa de los Espíritus. Allende confiesa que no tenía idea alguna de qué le hablaba, y que lo único que podía asociar a algo cíclico era la luna y su periodo menstrual.

El único método que sigue la escritora es siempre escribir la primera línea de sus novelas el 8 de enero, pues cree que ese día le trajo suerte con la primera que escribió. Cuenta que en esa fecha intenta estar sola y en silencio por largas horas, pues necesita mucho tiempo para sacarse el ruido de la calle, limpiar su memoria y el desorden de la vida.

Anaïs Nin también habla del inconsciente en sus diarios. Dice, por ejemplo, que nuestras vidas están compuestas, en gran parte, de sueños y el inconsciente y que debemos encontrar la forma de conectarlos con la acción.

Una vez, en una conferencia, Salvador Dalí llegó vestido con un traje de buzo. Nin dice que al principio se burló como todo el mundo, pero que luego entendió el significado de la conducta del pintor. Dedujo que cada artista estudia como encontrar su camino hacia el yo más secreto, más profundo e inconsciente, que es donde se encuentra la fuente real de la creación.

Cuando pienso en este tema, sueño con tener uno de esos momentos de, digamos, iluminación,  donde el tema de una novela se me presenta de forma clara.

A la larga, como también dice Allende, no se trata de otra cosa que escribir sin miedo, independiente del resultado que se obtenga, es decir, preocuparse por escribir un libro malo, algo que puede hacer cualquiera, y dejar de lado la vanidad de escribir una gran novela.

Solo he escuchado a escritoras hablar así acerca de la escritura, ¿Será un tema de sensibilidad femenina? 

De ser así, me tranquiliza un poco lo que anotó Virginia Woolf en Una habitación Propia sobre ese carácter andrógino que todos llevamos encima: “Una mente puramente masculina no puede crear, como tampoco una mente puramente femenina.”

viernes, 18 de febrero de 2022

The winding road

Una vez tomé un curso de creación literaria en la Madriguera del conejo, en la sede que tuvo la librería en la carrera 11 con 80 y pico.

Me gustan mucho esos espacios porque me permiten compartir con personas que se chiflan con las mismas cosas que yo me chiflo: los libros, la lectura y la escritura.

Para cada encuentro, los jueves de 6 a 9, si no estoy mal, debíamos llevar algo escrito. Ejercicios cortos, de no más de 500 palabras, que nos dejaba el escritor que lideraba el taller.

Era una época en la que me esforzaba por crear textos brillantes, repletos de ideas maravillosas, pero a raíz de eso carecían de sinceridad, pues mi afán por lucirme lo trastocaba todo. Entonces resultaba con unos textos malísimos, sin rastro alguno de esas grandes ideas que intentaba buscar.

Un día leí mi ejercicio y el escritor me lo desbarato, porque estaba repleto de clichés y lugares comunes; de una melosería que casi rayaba en la autoayuda, y de carácter literario tenía más bien pocón.

No refute nada, porque si algo he aprendido es que un texto, cuando es compacto, cuando no tiene grietas narrativas, debe resistir las embestidas por sí solo, y que si uno intenta revirar y defenderlo a toda costa, es una prueba infalible de que anda cojo.

“ Mira ve”, me dijo el escritor caleño, “Vos no necesitás repetir lo que ya dijeron los Beatles en The winding road. ¿Si conocés esa canción?”. Si la conocía y me llegaron algunos de sus versos a la cabeza:

"Many times I've been alone
And many times I've cried
Anyway, you'll never know
The many ways I've tried"

Me bajó los humos de forma muy elegante.

Y sí, escribir no se trata de repetir, sino, como dice Sara Jaramillo Klinkert,  de coger pedacitos de aquí y de allá para crear algo propio, porque en la escritura ya todo está inventado.