Imagino que es mejor andar por la vida sin ningún tipo de expectativa y si algo bueno pasa celebrarlo y ya.
Con la lectura también pasa lo mismo. A veces lo mejor es no esperar nada de un libro por más que le den bombo por todo lado o existan listados sin sentido, tipo: “libros que debes leer antes de morir”.
Por lo general, las lecturas que nos “muerde y arañan”, como le decía Kafka en una carta a su amigo Oscar Pollak, y que son esa “hacha que quiebra el mar helado que tenemos dentro”, no suelen ser los best-sellers, ni los libros que aclama la crítica, sino obras que pasan desapercibidas para la mayoría de personas.
Libros que por alguna razón nos llaman la atención y nos invitan a hojearlos. Así me paso, por ejemplo, con los Articuentos Completos de Millás y El señor de los Dados.
También he leído libros con mucha expectativa, porque alguien me los recomendó, pero no me engancharon como lo esperaba.
Así me pasó con Conversación en La Catedral de Vargas Llosa que, según él, si tuviera que salvar del fuego una sola de las novelas que ha escrito, salvaría esa.
No se puede negar que la novela es tremenda en cuanto a técnica narrativa, pero por alguna razón no me conecté tanto con la lectura; de todas formas me la terminé de leer.
Hace unos años leí unas memorias tituladas “Leyendo Lolita en Irán”. El libro cuenta la historia de una profesora de literatura que hizo un club de lectura y discusión secreto, con mujeres estudiantes, en el que revisaban obras que habían sido prohibidas.
El libro me gustó, porque a medida que contaba su historia y la de las demás mujeres, analizaba diferentes novelas.
Al final el libro trae un listado de lecturas recomendadas y entre ellas estaba el Asesino Ciego de Margaret Atwood.
Con esa novela me paso algo similar que con la de Llosa: me di cuenta de que la técnica es complicadísima, pero la historia tampoco me enganchó y al final la deje de leer.
Ahora siempre hago eso, si un libro no me convence en los primeros capítulos, lo abandono. La vida es muy cortica para leer por obligación.
Otro con el que no pude fue el Péndulo de Focault de Umberto Eco. Ese me lo recomendó un amigo, y me juró que era buenísimo. Lo comencé a leer y avancé bastante (fue en esa época que solía terminar todos los libros), hasta que un día, aburrido, lo cerré y ahí lo dejé. De ese no me gustó que Eco crea que uno es tan erudito como él, y que no traduzca frases en latín y otros idiomas.
También, a veces me va mal cuando le pido recomendaciones a algunos libreros. Una vez, en Authors, uno me recomendó On the Road de Jack Kerouac. Ese sí que lo detesté.
Por eso ahora, cuando escojo una nueva lectura, evito leer reseñas o noticias sobre , para leer sin ningún tipo de expectativa.
lunes, 11 de abril de 2022
viernes, 8 de abril de 2022
Conocer el final
Leo La vida invisible de Addie LaRue y tomo capuchino o tomo capuchino y leo, en fin, sea como sea, es uno de esos momentos en que la vida queda suspendida en un estado de serenidad.
Lo hago sin afán. Me falta poco para terminar la novela y saboreo el momento, la lectura y la bebida. Pienso que así debería ser la eternidad, un lugar con cafés al aire libre y muchos libros, por lo menos los que no se alcanzaron a leer en vida. Tal vez aspiro a mucho y más bien es un lugar aburridor, como la sala de espera de un consultorio, en fin.
Trato de, estar presente, disculpen lo cliché, todo lo que pueda, porque son instantes efímeros. Momentos de los que hay que agarrarse con dientes y uñas, y pelear por preservarlos como si fuera lo único que tuviéramos que hacer en la vida, pues en cualquier momento un pensamiento negativo atraviesa esa capa de tranquilidad que parece indestructible y nos llenamos de dudas que conducen a la tristeza.
Les decía que leo y mis niveles de dopamina están por los aires, porque tengo intriga de saber qué les va a ocurrir a los protagonistas que, claro está, están metidos en un problema ni el berraco.
En una escena conversan, tendidos en la cama, después de un día agotador. Ya no recuerdo el diálogo, pero este hace que piense en un posible final para la novela. “¿Será?”, me pregunto, y creo que sí podría serlo. imagino que hay relatos que conducen a los escritores a un único final, el menos disonante.
No me disgusta, pero prefiero cuando no logro intuir nada del desenlace de lo que leo. Por lo general soy malísimo para hacerlo y todos los posibles resultados que imagino solo quedan convertidos en finales alternos.
Lo hago sin afán. Me falta poco para terminar la novela y saboreo el momento, la lectura y la bebida. Pienso que así debería ser la eternidad, un lugar con cafés al aire libre y muchos libros, por lo menos los que no se alcanzaron a leer en vida. Tal vez aspiro a mucho y más bien es un lugar aburridor, como la sala de espera de un consultorio, en fin.
Trato de, estar presente, disculpen lo cliché, todo lo que pueda, porque son instantes efímeros. Momentos de los que hay que agarrarse con dientes y uñas, y pelear por preservarlos como si fuera lo único que tuviéramos que hacer en la vida, pues en cualquier momento un pensamiento negativo atraviesa esa capa de tranquilidad que parece indestructible y nos llenamos de dudas que conducen a la tristeza.
Les decía que leo y mis niveles de dopamina están por los aires, porque tengo intriga de saber qué les va a ocurrir a los protagonistas que, claro está, están metidos en un problema ni el berraco.
En una escena conversan, tendidos en la cama, después de un día agotador. Ya no recuerdo el diálogo, pero este hace que piense en un posible final para la novela. “¿Será?”, me pregunto, y creo que sí podría serlo. imagino que hay relatos que conducen a los escritores a un único final, el menos disonante.
No me disgusta, pero prefiero cuando no logro intuir nada del desenlace de lo que leo. Por lo general soy malísimo para hacerlo y todos los posibles resultados que imagino solo quedan convertidos en finales alternos.
jueves, 7 de abril de 2022
Ponerse las medias
Puede ser que el destino del mundo no se decida en los momentos que consideramos críticos, sino en aquellos sencillos, simples o anodinos. Cuando experimentamos estos últimos, lo más probable es que estemos tranquilos, libres de angustias. ¿Quién se puede imaginar que ponerse las medias puede desviar el curso de la humanidad?
No recuerdo de forma precisa en qué pensé cuando me las puse hoy. Creo que mientras me visto, siempre visualizo el desayuno, sobre todo la preparación del tinto, pues, como ya he dicho antes, todo su ritual –alistar la cafetera Medir el agua, el café, prender el fogón, etc– tiene algo de Zen.
Soy malo para hacer preparaciones muy elaboradas para el desayuno entre semana, a diferencia de M, una amiga, que una vez me contó que le encanta ese momento del día, porque puede cocinar cosas riquísimas. Yo, con un cereal en leche y el tinto me conformo.
Pero mejor sigamos hablando de ponerse las medias, un movimiento casi mecánico y que pasa desapercibido. ¿Qué tal que sea determínate para el curso de nuestras vidas?
Qué tal que Hitler, luego de no ser admitido en la escuela de Bellas Artes a sus 23 años, haya pensado, al día siguiente, luego de salir de la ducha, justo cuando se ponía las medias algo como: “Creo que es mi deber conquistar el mundo y acabar con los judíos”.
Habría que entrar a analizar si hay alguna diferencia entre ponerse unas del mismo color o con figuritas, pero creo que debemos prestarle más atención a esos momentos.
Ya les digo, póngale atención a todo aquello que tenga pinta de insignificante, porque, independiente de lo que sea: una persona, un momento, un par de palabras que nos dicen o que dejamos de decir, quizá cuentan con todo el poder para cambiar el curso de la vida.
No recuerdo de forma precisa en qué pensé cuando me las puse hoy. Creo que mientras me visto, siempre visualizo el desayuno, sobre todo la preparación del tinto, pues, como ya he dicho antes, todo su ritual –alistar la cafetera Medir el agua, el café, prender el fogón, etc– tiene algo de Zen.
Soy malo para hacer preparaciones muy elaboradas para el desayuno entre semana, a diferencia de M, una amiga, que una vez me contó que le encanta ese momento del día, porque puede cocinar cosas riquísimas. Yo, con un cereal en leche y el tinto me conformo.
Pero mejor sigamos hablando de ponerse las medias, un movimiento casi mecánico y que pasa desapercibido. ¿Qué tal que sea determínate para el curso de nuestras vidas?
Qué tal que Hitler, luego de no ser admitido en la escuela de Bellas Artes a sus 23 años, haya pensado, al día siguiente, luego de salir de la ducha, justo cuando se ponía las medias algo como: “Creo que es mi deber conquistar el mundo y acabar con los judíos”.
Habría que entrar a analizar si hay alguna diferencia entre ponerse unas del mismo color o con figuritas, pero creo que debemos prestarle más atención a esos momentos.
Ya les digo, póngale atención a todo aquello que tenga pinta de insignificante, porque, independiente de lo que sea: una persona, un momento, un par de palabras que nos dicen o que dejamos de decir, quizá cuentan con todo el poder para cambiar el curso de la vida.
miércoles, 6 de abril de 2022
Preguntas al más allá
Un hombre cuenta, en una red social, que su esposa quiere saber si existe alguna forma de comunicarse con su padre que falleció hace unos años.
No sé para qué quiere hacerlo, pues como dice Manuel Vilas: “Si quieres preguntarle algo a alguien hazlo ya, porque el mañana es de los muertos”.
No sé si comunicarse con el más allá será posible. Muchos piensan, me incluyo, que tal vez lo mejor sea dejar a los muertos tranquilos, sea cual sea el plano en que se encuentren y ya.
Una vez salí con una mujer que se la pasaba hablando de un exnovio que murió en un accidente trágico y de las varias veces que había establecido contacto con él. Era muy repetitiva con eso y siempre quería llevar la conversación hacia ese tema. Yo no le prestaba mucha atención y trataba de cambiarlo, porque no sabía qué contestarle. Recuerdo que me contó que su muerto le había dicho que todo ese rollo del purgatorio era cierto.
Ella, como el hombre que lanzó la pregunta hoy, son libres de creer en lo que quieran y si quieren lanzarle preguntas al más allá pues, valga la redundancia, allá ellos, ¿acaso no?
Las respuestas no tardaron en llegar y varias personas le dijeron al hombre quienes hacen ese tipo de trabajo, o metían su cucharada de la mejor forma que les pareciera.
Una mujer, por ejemplo, dijo que existe una posibilidad de comunicarse por medio de los sueños. El único requisito para lograrlo es ser creyente en Dios, rezar un credo antes de dormirse y pedirle que le permita comunicarse con su padre. De esa forma seguramente soñará con él, para que le transmita un mensaje importante.
Otras personas no respondían a la pregunta planteada, sino que en vez de tragarse su opinión, la escupían como si nada, como una mujer que escribió: “Mejor dejar descansar a su papá y entregarle a Dios cualquier sentimiento o problema que no llegaron a solucionar”.
De pronto hablar con los muertos es justo lo que necesitamos, porque hablar con los vivos cada vez se torna más complicado.
No sé para qué quiere hacerlo, pues como dice Manuel Vilas: “Si quieres preguntarle algo a alguien hazlo ya, porque el mañana es de los muertos”.
No sé si comunicarse con el más allá será posible. Muchos piensan, me incluyo, que tal vez lo mejor sea dejar a los muertos tranquilos, sea cual sea el plano en que se encuentren y ya.
Una vez salí con una mujer que se la pasaba hablando de un exnovio que murió en un accidente trágico y de las varias veces que había establecido contacto con él. Era muy repetitiva con eso y siempre quería llevar la conversación hacia ese tema. Yo no le prestaba mucha atención y trataba de cambiarlo, porque no sabía qué contestarle. Recuerdo que me contó que su muerto le había dicho que todo ese rollo del purgatorio era cierto.
Ella, como el hombre que lanzó la pregunta hoy, son libres de creer en lo que quieran y si quieren lanzarle preguntas al más allá pues, valga la redundancia, allá ellos, ¿acaso no?
Las respuestas no tardaron en llegar y varias personas le dijeron al hombre quienes hacen ese tipo de trabajo, o metían su cucharada de la mejor forma que les pareciera.
Una mujer, por ejemplo, dijo que existe una posibilidad de comunicarse por medio de los sueños. El único requisito para lograrlo es ser creyente en Dios, rezar un credo antes de dormirse y pedirle que le permita comunicarse con su padre. De esa forma seguramente soñará con él, para que le transmita un mensaje importante.
Otras personas no respondían a la pregunta planteada, sino que en vez de tragarse su opinión, la escupían como si nada, como una mujer que escribió: “Mejor dejar descansar a su papá y entregarle a Dios cualquier sentimiento o problema que no llegaron a solucionar”.
De pronto hablar con los muertos es justo lo que necesitamos, porque hablar con los vivos cada vez se torna más complicado.
martes, 5 de abril de 2022
Pereza
Tengo pereza de escribir. Dicha sensación está potenciada por no tener idea sobre qué hacerlo.
La única forma de combatirla es escribiendo. Siempre he pensado que la escritura es como un músculo que se debe ejercitar, sobre todo cuando sentimos que anda flojo.
Acudo a la solución más fácil: escribir precisamente sobre eso, mi pereza de escribir, o bien, mi incapacidad para hacerlo.
No dediqué un rato del día a pensar sobre un tema, porque me la pasé editando un correo que debía funcionar completico, es decir, no le podía sobrar ni faltar una palabra.
El correo también tenía un archivo adjunto que pude redactar más rápido de lo que pensé, pero mi maquinaria narrativa se varó al momento de enfrentarme al cuerpo del email.
Necesitaba que fuera cercano y por eso conté una pequeña historia al comienzo, pero cuando debía hacer una transición al tema central, mi mente quedó en blanco.
Salí a dar una vuelta. Como ya lo he dicho antes, a veces, para que las ideas fluyan, lo mejor es pensar en los huevos del gallo de forma deliberada.
Caminé hasta un Dunkin’ Donuts y me compré una de Choco-maní (la mejor de todas y no pienso discutirlo por el momento), luego le di una vuelta a un parque y regresé a mi casa.
Hasta ese momento seguía sin pensar en el correo que debía enviar.
Al llegar a casa, lo primero que hice fue prepararme un tinto. Mientras lo hacía, no me aguanté las ganas y le metí un mordisco a la dona. Me supo muy bien porque estaba fresca, a diferencia de esas que dejan en el mostrador un viernes y el fin de semana es largo porque hay festivo, y cuando uno las compra emocionado resultan tiesas.
Si el mordisco solitario de la dona fue bueno, ustedes no se imaginan su maridaje con el tinto. Me la acabé en no más de 5 mordiscos, alternados con sorbos de la bebida.
Luego me senté en el escritorio, leí lo que llevaba redactado del correo, vi un camino para enfocarlo de otra manera, lo tomé y luego de 15 minutos le di clic al botón enviar.
La única forma de combatirla es escribiendo. Siempre he pensado que la escritura es como un músculo que se debe ejercitar, sobre todo cuando sentimos que anda flojo.
Acudo a la solución más fácil: escribir precisamente sobre eso, mi pereza de escribir, o bien, mi incapacidad para hacerlo.
No dediqué un rato del día a pensar sobre un tema, porque me la pasé editando un correo que debía funcionar completico, es decir, no le podía sobrar ni faltar una palabra.
El correo también tenía un archivo adjunto que pude redactar más rápido de lo que pensé, pero mi maquinaria narrativa se varó al momento de enfrentarme al cuerpo del email.
Necesitaba que fuera cercano y por eso conté una pequeña historia al comienzo, pero cuando debía hacer una transición al tema central, mi mente quedó en blanco.
Salí a dar una vuelta. Como ya lo he dicho antes, a veces, para que las ideas fluyan, lo mejor es pensar en los huevos del gallo de forma deliberada.
Caminé hasta un Dunkin’ Donuts y me compré una de Choco-maní (la mejor de todas y no pienso discutirlo por el momento), luego le di una vuelta a un parque y regresé a mi casa.
Hasta ese momento seguía sin pensar en el correo que debía enviar.
Al llegar a casa, lo primero que hice fue prepararme un tinto. Mientras lo hacía, no me aguanté las ganas y le metí un mordisco a la dona. Me supo muy bien porque estaba fresca, a diferencia de esas que dejan en el mostrador un viernes y el fin de semana es largo porque hay festivo, y cuando uno las compra emocionado resultan tiesas.
Si el mordisco solitario de la dona fue bueno, ustedes no se imaginan su maridaje con el tinto. Me la acabé en no más de 5 mordiscos, alternados con sorbos de la bebida.
Luego me senté en el escritorio, leí lo que llevaba redactado del correo, vi un camino para enfocarlo de otra manera, lo tomé y luego de 15 minutos le di clic al botón enviar.
lunes, 4 de abril de 2022
Fracasado
Espero a alguien en un restaurante.
Varios meseros revolotean por el lugar: toman nota de qué quieren los comensales, caminan de afán mientras hacen equilibrio con bandejas que transportan por encima de sus cabezas, llevan cuentas y facturas, manejan datáfonos, rellenan los vasos de agua, así solo se les haya dado un sorbo, recomiendan platos o mencionan cuáles ya se agotaron.
“Señor, ya no tenemos Mero”, dice uno de ellos a una pareja que se encuentra en la mesa de al lado. El hombre se pone a mirar la carta de nuevo. Queda claro que no está preparado, y que no tenía una segunda opción en mente. “Entonces tráigame un bistec”, dice con desgano, como si estuviera seguro de que el plato le va a salir malo.
Me salgo de mis pensamientos para ponerles atención, parar oreja es un buen deporte.
Varios meseros revolotean por el lugar: toman nota de qué quieren los comensales, caminan de afán mientras hacen equilibrio con bandejas que transportan por encima de sus cabezas, llevan cuentas y facturas, manejan datáfonos, rellenan los vasos de agua, así solo se les haya dado un sorbo, recomiendan platos o mencionan cuáles ya se agotaron.
“Señor, ya no tenemos Mero”, dice uno de ellos a una pareja que se encuentra en la mesa de al lado. El hombre se pone a mirar la carta de nuevo. Queda claro que no está preparado, y que no tenía una segunda opción en mente. “Entonces tráigame un bistec”, dice con desgano, como si estuviera seguro de que el plato le va a salir malo.
Me salgo de mis pensamientos para ponerles atención, parar oreja es un buen deporte.
“¿Por qué piensas eso?”, le pregunta la mujer al hombre, que ahora tiene los codos apoyados sobre la mesa y las manos sobre la cabeza. Las mueve de adelante hacia atrás, y luego se las pasa por la cara.
“Por qué lo digo?”, pregunta como si fuera obvio.
“Si, dime porque piensas que eres un fracasado”.
Pues es casi obvio Marce, ya casi voy a cumplir 50 y todavía no tengo un hijo”
“Pero Omar”, le responde ella tomándole la mano que reposa sobre la mesa, “Tienes trabajo, dos apartamentos, carro, una finca productiva. No te entiendo.
Un mesero llega para volver a llenar la copa de agua de él, que terminó hace un momento con un sorbo prolongado.
“Por favor no digas eso”, concluye ella. Tienes que tener cuidado con las palabras que utilizas, y esa es una muy fuerte.
A Omar parece no importarle lo que le dice su amiga, y como para dejar claro lo poderosa y negativa que es la palabra, ella saca el celular para buscar su significado. Lo lee en voz alta:
Persona Que no ha conseguido en la vida la posición o el estado a los que aspiraba. ¿En serio crees que eres un fracasado?
Omar le regala una mirada triste, le vuelve a dar un sorbo a la copa de agua. No responde nada de lo que piensa.
“Por qué lo digo?”, pregunta como si fuera obvio.
“Si, dime porque piensas que eres un fracasado”.
Pues es casi obvio Marce, ya casi voy a cumplir 50 y todavía no tengo un hijo”
“Pero Omar”, le responde ella tomándole la mano que reposa sobre la mesa, “Tienes trabajo, dos apartamentos, carro, una finca productiva. No te entiendo.
Un mesero llega para volver a llenar la copa de agua de él, que terminó hace un momento con un sorbo prolongado.
“Por favor no digas eso”, concluye ella. Tienes que tener cuidado con las palabras que utilizas, y esa es una muy fuerte.
A Omar parece no importarle lo que le dice su amiga, y como para dejar claro lo poderosa y negativa que es la palabra, ella saca el celular para buscar su significado. Lo lee en voz alta:
Persona Que no ha conseguido en la vida la posición o el estado a los que aspiraba. ¿En serio crees que eres un fracasado?
Omar le regala una mirada triste, le vuelve a dar un sorbo a la copa de agua. No responde nada de lo que piensa.
sábado, 2 de abril de 2022
Mi lectura se fue al carajo
Hace buen clima así que decido salir a tomarme un capuchino y leer.
La idea que tengo es la cabeza es hacerlo, como mínimo, de 4 a 6.
Llego al café pasadas las 4. Hago el pedido y hojeo el celular mientras me traen la bebida.
Cuando por fin llega saco el Kindle y comienzo a leer.
Me engancho con la lectura hasta que alguien me llama: “¿Juanma?”. Volteo a mirar y es Verónica, una compañera de la universidad.
Nos saludamos, que cómo estás, que rico verte, y demás formalidades y ella me dice que tiene una cita con yo no se quiensito, pero que todavía no ha llegado. Luego inspecciona el lugar con la mirada. “Voy a mirar a ver si está adentro”, dice, y deja colgando la frase en el aire mientras se aleja, dando a entender que, si su cita no ha llegado, se sentará conmigo a esperarla.
“Mi lectura se fue al carajo”, pienso, mientras le regalo una sonrisa hipócrita y le doy un sorbo desganado al capuchino, pues ya no me lo voy a poder tomar mientras leo.
Al rato Verónica vuelve y confirma que cita no ha llegado. En ese momento ya estoy en plan charla y la invito a sentarse.
Repetimos un par de comentarios que nos acabamos de decir, y siento que a nuestra conversación le cuesta prender motores. Le pregunto que como está, que cómo le ha ido con la pandemia, pero quiero saber si la se le ha afectado el coco, que me cuente algo que me sacuda, como dice el poema The Invitation:
It Doesn’t interest me what you can do for a living. I want to know what you ache for, and if you dare to dream of meeting your heart’s longing.
pero seguro planteo la pregunta mal, porque me responde: “bien, estoy trabajando en X empresa como wachuwachu”.
“Que bueno”, respondo, y ella sigue contándome en qué consiste su trabajo. Quiere tomar las riendas de la conversación para llevarla a su campo: empresas, trabajo, etc. y yo tengo una pereza infinita de caer en ese terreno verbal. Solo quiero saber, en realidad, cómo ha estado, que deje de lado, por lo menos un momento, su postura profesional, pero no encuentro las palabras así que la dejo ser. Además, sigo pensando: mi lectura se fue al carajo.
Me cuenta que su hijo ya tiene 8 años y se pone a buscar una foto de él en el celular. Por fin encuentra una en la que sale solo y me la muestra. La miro y no sé qué decirle, si darle felicitaciones o qué, así que acudo a una respuesta que creo segura: “Se ve súper grande”, sin tener ni idea de cuál debe ser la altura de un niño de esa edad.
Verónica sigue mirando para todos los lados a ver si la persona que espera ya llegó. La siento, igual que yo, incomoda.
“Cuando me vuelve a mirar me pasa el balón de la conversación con la siguiente frase: “Pues sí, eso te cuento”, como diciendo “de malas mijo, mire a ver de dónde saca tema”. Me dan ganas de decirle que no me ha contado nada, pero me quedo callado y ella también.
Un silencio incomodo cubre la conversación hasta que me pregunta: “¿Y tú qué?, hijos, pareja ¿qué?” Le doy otro sorbo al capuchino para mojar la palabra. Ya está frio (mi lectura se fue al carajo) y le respondo que nada, negativo, null, nicht, nones, nein, naranjas, que ese departamento, al parecer, no cuenta con un manager o sus empleados andan en huelga.
Le digo que cada vez es más difícil conocer a alguien, y que esa dinámica en sí: Cómo te llamas, quién eres, que te gusta hacer, bla bla bla. Me da mucha pereza, pero que, imagino, no debe haber otro camino.
Verónica me da la razón y me dice que la única salida es que mis amigos me presenten a alguien. Intento hacer una broma y le digo que me presente amigas, pero ella hace que no oye, no sonríe y responde:
“Yo, por ejemplo, estoy en mi segundo matrimonio. Me cuenta que el primero no funciono porque ella y su expareja, aparte de una infidelidad de por medio, eran muy distintos, y que uno siempre sabe cuándo alguien no es para uno. “¿Cierto?”, me pregunta.
Aquí mis sentidos se ponen alerta, porque por fin se muestra un poco vulnerable, pero como en tema de relaciones soy más bien la voz de la inexperiencia, tampoco sé qué responderle. Contrapregunto: “¿Tú crees?”.
Verónica ahora se concentra en su celular y me pide disculpas. “Estoy en medio de una negociación con una empresa de Peru y es súper importante”, concluye. “Tranquila, dale sin problema”, le respondo.
Cuando deja de escribir en el celular, me cuenta a grandes rasgos de qué se trata todo. Dice algo que tiene que ver con temas legales y que allá todo eso es muy complicado, porque el cashback yo no sé qué cosas. Asiento con la cabeza, mientras le pido a los dioses de las conversaciones que me iluminen.
Luego me dice que está haciendo un MBA en tal lugar. “Ahhh el de X cosa, le menciono” y de inmediato me corrige: “no, este es diferente porque es con la metodología de Harvard. Todo lo vemos por medio de casos de estudio”
“Ahh ya”. Mi lectura se fue al carajo.
“¿Y tú qué haces acá?”
Le señalo la mochila y le digo que vine a leer un rato.
“Ahh veo, Yo me voy a hacer en otra mesa para esperar a mi cita”
Se pone de pie, la imito, nos damos un abrazo y se va a buscar otra mesa.
Vuelvo a prender el Kindle, y ya solo me queda un cuncho frío de capuchino. Me lo tomo y es un sorbo triste.
La idea que tengo es la cabeza es hacerlo, como mínimo, de 4 a 6.
Llego al café pasadas las 4. Hago el pedido y hojeo el celular mientras me traen la bebida.
Cuando por fin llega saco el Kindle y comienzo a leer.
Me engancho con la lectura hasta que alguien me llama: “¿Juanma?”. Volteo a mirar y es Verónica, una compañera de la universidad.
Nos saludamos, que cómo estás, que rico verte, y demás formalidades y ella me dice que tiene una cita con yo no se quiensito, pero que todavía no ha llegado. Luego inspecciona el lugar con la mirada. “Voy a mirar a ver si está adentro”, dice, y deja colgando la frase en el aire mientras se aleja, dando a entender que, si su cita no ha llegado, se sentará conmigo a esperarla.
“Mi lectura se fue al carajo”, pienso, mientras le regalo una sonrisa hipócrita y le doy un sorbo desganado al capuchino, pues ya no me lo voy a poder tomar mientras leo.
Al rato Verónica vuelve y confirma que cita no ha llegado. En ese momento ya estoy en plan charla y la invito a sentarse.
Repetimos un par de comentarios que nos acabamos de decir, y siento que a nuestra conversación le cuesta prender motores. Le pregunto que como está, que cómo le ha ido con la pandemia, pero quiero saber si la se le ha afectado el coco, que me cuente algo que me sacuda, como dice el poema The Invitation:
It Doesn’t interest me what you can do for a living. I want to know what you ache for, and if you dare to dream of meeting your heart’s longing.
pero seguro planteo la pregunta mal, porque me responde: “bien, estoy trabajando en X empresa como wachuwachu”.
“Que bueno”, respondo, y ella sigue contándome en qué consiste su trabajo. Quiere tomar las riendas de la conversación para llevarla a su campo: empresas, trabajo, etc. y yo tengo una pereza infinita de caer en ese terreno verbal. Solo quiero saber, en realidad, cómo ha estado, que deje de lado, por lo menos un momento, su postura profesional, pero no encuentro las palabras así que la dejo ser. Además, sigo pensando: mi lectura se fue al carajo.
Me cuenta que su hijo ya tiene 8 años y se pone a buscar una foto de él en el celular. Por fin encuentra una en la que sale solo y me la muestra. La miro y no sé qué decirle, si darle felicitaciones o qué, así que acudo a una respuesta que creo segura: “Se ve súper grande”, sin tener ni idea de cuál debe ser la altura de un niño de esa edad.
Verónica sigue mirando para todos los lados a ver si la persona que espera ya llegó. La siento, igual que yo, incomoda.
“Cuando me vuelve a mirar me pasa el balón de la conversación con la siguiente frase: “Pues sí, eso te cuento”, como diciendo “de malas mijo, mire a ver de dónde saca tema”. Me dan ganas de decirle que no me ha contado nada, pero me quedo callado y ella también.
Un silencio incomodo cubre la conversación hasta que me pregunta: “¿Y tú qué?, hijos, pareja ¿qué?” Le doy otro sorbo al capuchino para mojar la palabra. Ya está frio (mi lectura se fue al carajo) y le respondo que nada, negativo, null, nicht, nones, nein, naranjas, que ese departamento, al parecer, no cuenta con un manager o sus empleados andan en huelga.
Le digo que cada vez es más difícil conocer a alguien, y que esa dinámica en sí: Cómo te llamas, quién eres, que te gusta hacer, bla bla bla. Me da mucha pereza, pero que, imagino, no debe haber otro camino.
Verónica me da la razón y me dice que la única salida es que mis amigos me presenten a alguien. Intento hacer una broma y le digo que me presente amigas, pero ella hace que no oye, no sonríe y responde:
“Yo, por ejemplo, estoy en mi segundo matrimonio. Me cuenta que el primero no funciono porque ella y su expareja, aparte de una infidelidad de por medio, eran muy distintos, y que uno siempre sabe cuándo alguien no es para uno. “¿Cierto?”, me pregunta.
Aquí mis sentidos se ponen alerta, porque por fin se muestra un poco vulnerable, pero como en tema de relaciones soy más bien la voz de la inexperiencia, tampoco sé qué responderle. Contrapregunto: “¿Tú crees?”.
Verónica ahora se concentra en su celular y me pide disculpas. “Estoy en medio de una negociación con una empresa de Peru y es súper importante”, concluye. “Tranquila, dale sin problema”, le respondo.
Cuando deja de escribir en el celular, me cuenta a grandes rasgos de qué se trata todo. Dice algo que tiene que ver con temas legales y que allá todo eso es muy complicado, porque el cashback yo no sé qué cosas. Asiento con la cabeza, mientras le pido a los dioses de las conversaciones que me iluminen.
Luego me dice que está haciendo un MBA en tal lugar. “Ahhh el de X cosa, le menciono” y de inmediato me corrige: “no, este es diferente porque es con la metodología de Harvard. Todo lo vemos por medio de casos de estudio”
“Ahh ya”. Mi lectura se fue al carajo.
“¿Y tú qué haces acá?”
Le señalo la mochila y le digo que vine a leer un rato.
“Ahh veo, Yo me voy a hacer en otra mesa para esperar a mi cita”
Se pone de pie, la imito, nos damos un abrazo y se va a buscar otra mesa.
Vuelvo a prender el Kindle, y ya solo me queda un cuncho frío de capuchino. Me lo tomo y es un sorbo triste.
Retomo la lectura.
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