lunes, 25 de abril de 2022

Semáforo en rojo

El semáforo cambia a rojo y quedo en la pole position, en el carril de la derecha.

E una primera posición compartida. Miro hacia la izquierda para ver quién es mi contrincante: una pareja de viejitos. “Esto es pan comido”, pienso. Acelero para hacer rugir el motor, pero no me siguen el juego. Me calmo y miro hacia adelante. Un malabarista de calle, vestido de payaso, con pantalones anchos de colores y nariz roja se para en la mitad de la vía.

]Lleva en sus manos una pelota verde. Se la pone en la cabeza y hace equilibrio con ella, luego comienza a hacer 21 con la cabeza, es bueno. Me imagino que aparte de la concentración que debe tener para realizar su acto, también cuenta mentalmente el tiempo en que el semáforo se demora en cambiar a verde, para saber cuando debe  acabar su show y acercarse a los carros a pedir dinero.

Cuando estoy a punto de dejar de mirarlo, el payaso todavía tiene más trucos debajo de la manga, o bien, colgados de su cintura: 3 machetes. Los suelta y comienza a hacer malabares con ellos como si fueran naranjas o pelotas.

El malabarista urbano sigue haciendo cabecitas con la pelota a verde y los machetes vuelan por los aires. Me pregunto como se asegura de agarrarlos siempre por el mango.

 El semáforo peatonal empieza a titilar y una pareja se lanza a cruzar la calle.

Lo hacen de afán, cogidos de la mano, y se llevan por delante al payaso malabarista. Los tres caen al suelo.

Uno de los machetes sigue en el aire y ya no hay quien lo reciba.

Luego viene un grito. Al instante un hilo de sangre comienza a manchar el pavimento.

EL semáforo cambia a verde.  Arranco, y dejó atrás al malabarista, los novios, y a la pareja de viejitos que, parece, quedaron en shock dentro de su carro.

sábado, 23 de abril de 2022

Cerveza y canciones

“¿Por qué no mejor nos tomamos unas cervezas?”, me pregunta A.

“No me baraje la comida”, le respondo, pues habíamos quedado en eso.

“Sí, pero es que cuando salí de la casa, comí arroz con pollo”

“Culpa mía no es”.

Comemos algo en un Crepes. Cuando terminamos ya son un poco más de las 9, y ahora la idea de una cerveza tiene mucho más sentido.

“¿Ahora sí Cervecita o qué?”, me pregunta A.

“Hágale”.

Cerca, a no más de una cuadra, se alcanzan a ver las luces de un BBC. Caminamos hasta ese lugar.

Está parcialmente lleno. Buscamos una mesa adentro porque afuera hay un grupo de 5 hombres y una mujer que todo lo hablan a los gritos, pero adentro caemos en cuenta de que el volumen de la música esta muy alto y que nos tocaría gritar más duro que los del grupo para poder hablar. Al final escogemos una mesa en la terraza, lo más apartada posible del grupo bullicioso.

Cuando la mesera llega a la mesa, A. le pregunta si tiene otras cervezas aparte de las artesanales, pero apenas termina de hablar ve un letrero que dice: CERVECERIA ARTESANAL.

“Díganme cómo les gusta la cerveza y yo les digo cuál podría traerles”

Menciono que a mi me gustan las rubias y A. también dice lo mismo. La mesera comienza a nombrar todas las cervezas que tiene disponibles, que tal  una es IPA, que tal otra que tiene 8 grados de alcohol, y así.

No le pongo mucha atención, así que al final escojo la IPA, de 6 grados de alcohol, porque hace poco un amigo me había hablado de ese tipo de cerveza y lo buena que le parecía. En ese momento suena una canción de The Cure; no sé cuál, pero la voz del cantante es inconfundible.

No me veía con A. desde el inicio de la pandemia, entonces nos enfrascamos fácil en una conversación que consiste en ponernos al tanto de nuestras vidas.

Los bulliciosos siguen en las mismas, gritándose aunque están uno al lado del otro. Me parece que la mujer de esa mesa, que debe ser la novia de uno de ellos está incomoda, porque es la única que no suelta carcajadas estrepitosas cada nada. Solo le da sorbos pequeños a un vaso de cerveza, como si apenas quisiera mojarse los labios y sonríe de forma tímida. Quizá piensa: “¡Quiero largarme ya!”

Sus compañeros están decididos a emborracharse y pidieron una botella de un trago, que no alcanzo a distinguir cuál es, y copas pequeñas. Comienzan a servirse shots y hacen una especie de competencia a ver quién se lo toma más rápido en fondo blanco.

Mi yo de hace muchos años estaría en la misma tónica de los hombres, sirviendo el trago y repitiendo una de mis frases más clásicas de borrachera: “si gotea repite”.

Ahora suena Could you be loved de Bob Marley.

Los hombres van por otra botella y siguen haciendo rondas de fondo blanco. La mujer que está con ellos no participa del ritual bebedor.

Uno  se pone de pie para despedirse, y su partida le da una estocada final al encuentro, pues al rato otros dos abandonan el lugar. Uno de ellos se cuelga una maleta en la espalda y cuando está dando los abrazos de despedida, exagerados y torpes, como si estuviera seguro de que nunca los va a volver  a ver, empuja un vaso con la maleta. que cae al piso y se hace trizas.

Una mesera sale a limpiar con una escoba y un recogedor. Luego vuelve para pasarles la cuenta y un hombre la agarra fuerte de una mano y la invita a tomarse un shot. La mesera forcejea un poco hasta que logra soltarse.

Miro mi vaso. Le queda poca cerveza. Me la acabo de un sorbo decidido, como si de él dependiera el equilibrio del universo.

Pedimos la cuenta.

Ahora suena Don't Stop Believin'.

jueves, 21 de abril de 2022

Defender lo indefendible

Edito un cuento para una convocatoria. Es una idea que llevo trabajando desde hace unos años y que trata sobre una mujer que, sin saberlo, almuerza con la muerte en una cafetería. En realidad, comparten el mismo espacio y la parca está sentada en la mesa de al lado.

He escrito el relato de diferentes formas y esta vez  lo ajusto a menos de 500 palabras.

Me gusta porque me parece que deja claro el carácter aleatorio de la muerte.

Se lo muestro a mi hermana y cuando termina de leerlo le pregunto qué tal le pareció. “Está muy fragmentado y la idea de cuál es el género de la muerte se repite mucho. En mi cabeza el texto es digno de ganarse todos los premios del mundo así que me pongo a la defensiva y respondo: “Es así para darle más ritmo”.

“¿Para qué me pregunta si no va a aceptar críticas?”, me dice.

Es verdad, además mi excusa es una basura porque, como ya lo he dicho antes, un texto debería resistir cualquier embestida lectora por sí solo. Si hay necesidad de argumentar algo, de defenderlo, es porque tiene serias fallas estructurales.

Lo vuelvo a revisar, le elimino lo del género y otro par de ideas que, pienso, no le aportan nada. Lo dejo reposando para revisarlo dentro de un par de días.. Siempre es bueno hacer eso, tomar distancia de los textos y dejarlos tranquilos por un tiempo, sin pensar en ellos.

En la tarde leo 1984 y me asombra lo compacta que es la prosa de Orwell. Se nota el cuidado con el que escribió su novela, y lo limpio que es su estilo.

miércoles, 20 de abril de 2022

Ser un puente

Tengo reunión. Me asomo por la ventana y el cielo está nublado. El clima de Bogotá en toda su esencia.

Quiero y no quiero salir del apartamento. Pido un carro y la aplicación me confirma que Carlos está a 4 minutos. Como ya puse a rodar el destino, no me queda más que armarme de un paraguas y salir a la calle. Espero regresar con él a la casa, soy bueno perdiéndolos.

Ya en el carro tengo una pereza infinita de hablar. El conductor se da cuenta o anda en las mismas, porque solo cruzamos un par de comentarios apenas me subo. De resto se dedica a manejar y yo a mirar por la ventana.

Todos deberíamos mirar más por las ventanas. Creo que la mente produce buenas ideas durante esa actividad.

Llego al lugar de a reunión y me recibe R. Tengo en mente una propuesta y estoy listo a contársela cuando el momento sea el indicado. Ella comienza a contarme de cosas que le han pasado en las ultimas semanas y nos embarcamos en una charla que no tiene nada que ver con trabajo.

La disfruto y suelto una que otra opinión en sus silencios, hasta que me cuenta sobre un proyecto que apenas tiene la forma de idea en su cabeza, y del que se le burlaron en una ocasión.

Apenas me cuenta eso pienso en C. una mujer que, creo, es la definición de creatividad en sí misma. Le cuento a R. que ella es la indicada para darle forma a la idea y convertirla en proyecto.

“Es más, deberíamos llamarla”

“Dale de una”, me dice.

Le marco, y C. contesta, pero el ruido de fondo no me deja entender bien lo que dice. “Voy por la calle, en un rato te llamo”.

Hablo otros minutos con R. hasta que me entra la llamada de C. La pongo en altavoz, le cuento quién es R. y dejo que ella le diga por qué la estamos llamando.

Se entienden a la perfección y se establece un vínculo entre ambas.

Me gusta cuando puedo servir de puente entre dos personas que, creo, pueden llegar a trabajar bien juntas.

Creo que el éxito de esa labor consiste en no esperar nada de la colaboración que pueda surgir entre ambas partes

Si el proyecto llega a salir, ojalá que R. y C. me inviten a trabajar en él. Si no, no pasa nada. Imagino que el mundo funcionaría mejor si no esperamos algo a cambio a cada rato.

Luego de la llamada por fin le hablo a R. sobre la propuesta que le tengo, pero al final se tuerce y toma otra forma. De todas formas sigue en pie.

martes, 19 de abril de 2022

Mecerse

El silencio en el piso es sepulcral.

Son las 4:53 p.m., pero solo en su franja horaria. Jacinto Arteaga Lleva la cabeza hacia atrás y el cuello le tráquea, antes de volver a poner las manos sobre el teclado, cierra los ojos por unos segundos y solo escucha el tecleo frenético de sus compañeros de piso.

En Australia son las 7:54 de la mañana del día siguiente. Allá ya están en el futuro. Todavía le cuesta mucho entender eso y hacer cálculos de diferencias horarias.

En algún lugar de ese país Eloise, una tatuadora que sigue en una red social, se mece en una hamaca en un campo extenso con muchos árboles. Lleva puesta una falda nagra, botas de cuero del mismo color, y se alcanzan a ver sus pantorrillas repletas de tatuajes. Cuando se mueve hacia el lado izquierdo, se ve un perro negro con manchas blancas tendido en el piso, que mira un punto fijo en la distancia. Justo a su lado reposa una mochila de cuero de color café. El pasto está cubierto por una telaraña de sombras producto del sol que está colgado de un cielo de color azul intenso, con pocas nubes esparcidas como manchones, y que cae sobre las ramas de los árboles.

El video le genera sensación de paz y llega justo en un momento en que Arteaga se cuestiona si hace poco. ¿Poco para quién o qué?, se pregunta. No lo sabe, pero a veces cae en esa cuestionadera. Entonces comienza a darle vueltas al asunto en su cabeza y, por lo general, no llega a ninguna conclusión. Decide ponerse de pie para ir a servirse un tinto.

Ya en la cafetería, con la mano en la llave de la greca, imagina que poco o mucho, al final cada quien hace lo que esté a su alcance y ya está, que cada persona, esté en Shanghái o en las oficinas de enfrente que ve por la ventana de su puesto de trabajo, lleva un tiempo distinto.

Algunos van al ritmo de un compás de notas negras extensas, que puede parecer lento y perezoso, mientras que otros, esos que se quieren atragantar con la vida, van al ritmo de semicorcheas, como si fueran el baterista de una banda de speed metal.

La clave, imagina, está en llevar la velocidad que a uno le dé la gana, pero sin perder el ritmo. Mecerse con la vida y ya está, ¿acaso no?

lunes, 18 de abril de 2022

Desbaratarse

Escribo.

Trato de conectar algunas ideas y poco a poco me voy dispersando. Abro unos archivos de notas, y al final decido ir a internet.

Caigo en las garras del correo electrónico y luego, por el link de una newsletter, entro a YouTube.

Estoy perdido, nada que hacer. La red me absorbe por completo. Pero  si de distraerse se trata, debo hacerlo bien, así que me esmero en la tarea y de clic en clic caigo en una presentación de Alicia Keys.

Entre canción y canción, la artista conversa con el público, les cuenta que ha pensado últimamente y por qué la canción que va a tocar a continuación es importante. Por su forma de ser relajada, parece andar envuelta en una nube de tranquilidad, y  todo lo que dice tiene pinta de  verdades absolutas, de axiomas de vida.

Hacia el final (minuto 23) toca Falling.

Me asombra el sentimiento con el que canta y los melismas que hace con su voz. Parece que en cualquier momento se va a desbaratar, que su cuerpo no va a aguantar tanta mezcla de emociones y va a explotar, fundirse o convertirse polvo en la silla del piano.

Y es que se nota que no va con rodeos, que en cada nota que toca  lo deja todo y que su expresión facial de ojos cerrados contiene la verdad de la vida, o por lo menos la de ella; que tiene claro cuál es su papel en el mundo.

Cuando canta parece que todo cobra sentido, que la vida, en medio de todo, no es tan puñetera como parece.

Imagino que de eso se trata vivir bien. De no guardarse nada, de dejarlo todo en la cancha, en las relaciones, el instrumento, en la hoja, en el puesto de trabajo, en el lienzo que cada uno tenga, independiente de lo que se haga o el trabajo que se realice. 

Desbaratarse como estilo de vida.

viernes, 15 de abril de 2022

Hacer planes

Cuando le conectaron los electrodos, Miguel Ulrich pensó acerca de la facilidad con la que cambia la vida, cómo en un instante todo lo planeado se desmorona.

Recordó la cita de Joan Didion, tan precisa, tan verdad, tan suya y de todos: “La vida cambia rápido. La vida cambia en un instante. Te sientas a cenar, y la vida que conoces se acaba.”

La vida se acaba a cada rato, solo que no nos damos cuenta, piensa, nunca nos damos cuenta de lo que realmente importa.

Él y su esposa decidieron pedir unos días de vacaciones, no para irse de viaje, sino quedarse en la casa.

No entiende bien el afán que la mayoría tiene de abandonar la ciudad, apenas tienen la oportunidad para hacerlo. A ellos les gusta pasar tiempo en su casa, leyendo, viendo películas, series, o tomando algo con la chimenea encendida, sentados en el viejo sofá de tela azul que compraron en un mercado de pulgas.

Ese día había sido un día normal como cualquier otro, si es que tal cosa se puede afirmar de un día. Cuando la noche cubrió la ciudad jugaron cartas, y picaron jamón y quesos. Al final de una partida Ulrich se levantó y fue a la cocina para servirse un vaso de gaseosa.

Cuando volvió a la mesa le dijo a su esposa: “Tengo escalofrío”. Ella, que barajaba las cartas, lo miró y se dio cuenta de que sus manos temblaban, y de cómo tiritaba hasta ese punto en que los dientes se entrechocan.

“Mejor vamos a acostarnos”, le dijo, y tomo una de sus manos. Estaba fría, como si acabara de bañárselas con agua helada.

Ya en el cuarto, Ulrich le pidió que por favor le pasara el saco grueso de lana gris, guantes y un gorro. Se acostó y haló las cobijas hasta por encima de su mentón. Kiki, su esposa, le trajo una bolsa de agua caliente y se la puso en los pies.

Luego se sentó en una silla a su lado y prendió el televisor, pero como un acto reflejo, para que hubiera algo de ruido de fondo que no la dejara pensar en escenarios graves.

10 o 15 minutos después, ninguno de los dos recuerda bien, ella le volvió a tocar las manos y seguían igual de frías. Le tomó la temperatura, pero no tenía fiebre. “Nos vamos para el hospital”, le dijo a Ulrich.

Al principio él insistió que no era nada que no se pudiera tratar con un poco de reposo, pero luego de un tiempo pensó que, quizá, algo no andaba bien.

Eran las 2 de la mañana cuando salieron de la casa. A esa hora las calles de la ciudad parecían las de un pueblo fantasma y, por alguna razón, cogieron todos los semáforos del camino en rojo. Kiki arrancaba con rabia cada vez que cambiaban a verde.

Cuando por fin llegaron al hospital y luego de coger un turno, una enfermera los atendió y le tomó los signos vitales. Todo estaba en orden. Luego le preguntó qué era lo que le pasaba y Ulrich le contó sobre el repentino y violento escalofrío.

“Sigan a la sala de espera”, pronto un médico los va a atender.

En la sala había otras tres personas ensimismadas en sus celulares y un televisor empotrado en la pared que, como el de su casa, no tenía otra función que hacer ruido.

Por fin Salió su turno en la pantalla“C256”, Ulrich pensó a qué se debía esa combinación y si antes de él 255 personas habían ido a urgencias ese día.

La vida cambia rápido. Te sientas a jugar cartas…

Lo atendió una médica muy joven de apellido Montoya, de la que ya no recuerda su nombre. “¿con qué los alimentan, para que se gradúen tan jóvenes?”, pensó Ulrich.

“Señor Ulrich le voy a ordenar unos exámenes de sangre para ver si todo está en orden, y un electrocardiograma”.

Primero le sacaron la sangre y 20 minutos después, le hicieron el otro examen. Para ese momento sus manos ya habían ganado algo de calor, y recordó lo frías que estaban cuando la enfermera le conectó los electrodos en el pecho luego de echarles un gel transparente.

Ese examen también salió bien.

De vuelta a la casa en el carro, con una Kiki concentrada al volante y mientras él miraba por la ventana, se preguntó si tendrá sentido o no hacer planes.