Me siento en el escritorio, se me viene a la cabeza una melodía de una canción de Pearl Jam, y toco batería aérea por unos segundos. Luego, cuando pierdo el ritmo, miro para todo lado a ver si algo dispara una idea en mi cabeza para escribir, o si de pronto un recuerdo se asoma a la superficie de mi consciencia.
No pasa nada.
Me da algo de rabia mi incapacidad para generar ideas. “pues no escribo nada, ¿y qué?” pienso, y cuando estoy a punto de ponerme de pie, mis ojos caen sobre el libro de la risa y el olvido de Milan Kundera, que no tengo idea cómo llegó a mi biblioteca.
De ese autor solo he leído La Insoportable Levedad del Ser cuando estaba en el colegio y ya no recuerdo nada. Esa fue una época de lecturas tristes, podría decirse, porque todavía no le había encontrado el gusto a la lectura y entonces lo hacía más por obligación que por placer.
Hace pocos días J. me contó que ese era uno de sus libros favoritos. De pronto la vida me está diciendo que hay algo que debo aprender con ese autor y que sería bueno darle un vistazo a su obra.
Kundera, me parece, es bueno para poner títulos. Tomo el libro que apareció como por arte de magia o que de pronto alguien me regalo, pero ya no lo recuerdo; el olvido nos va acabando. Lo inspecciono y me doy cuenta de que tiene algo entre sus páginas. Resulta ser un portavasos de una cerveza alemana, que por uno de sus lados dice: “Todo era mejor antes. Con nosotros todo es como antes”, y ´por el otro concluye: “Esto queda entre nosotros.”
Eso de que todo era mejor antes ya sabe a cliché y, si no estoy mal, hace un par de año un autor escribió un libro o un ensayo en el que refutaba esa idea con datos y estadísticas precisas.
Pero mejor sigamos hablando del libro de Kundera que apareció en mi cuarto. Puede ser que su exdueño(a) haya utilizado el portavasos para marcar el lugar en el que iba; cualquier cosa es mejor que doblarle la punta a una de las páginas.
En este punto, pienso, debería llegar a una conclusión que conecte estas ideas sueltas de las que he hablado, pero la verdad es que no se me ocurre nada. Lo único que sé es que solo quería escribir algo, lo que fuera, y esto fue lo que salió.
Espero que a alguien le sirva, y si no, pues no pasa nada, supongo que esas palabras que se desperdician en textos sin mucho sentido, van abriéndole camino a otras que en algún momento florecerán del inconsciente para contar una historia repleta de significado.
jueves, 19 de mayo de 2022
miércoles, 18 de mayo de 2022
La trastienda de la realidad
Falta media hora para las 4 de la tarde, hora en la que tengo una reunión. Tengo pensado, prepararme un café minutos antes y acompañarlo con algo. Tengo lo primero, pero carezco de lo segundo.
“Debería comprarse una dona de chocolate”, me dice mi yo.
“Pero es que me tocaría salir y que pereza, ¿no cree? Además, está lloviendo, respondo al instante.
“No busque excusas que ya a dejo de llover. Ahí verá, ya sabe que si no lo hace luego se va a arrepentir”
Que pereza tener la razón. Salgo a regañadientes a enfrentarme al frío, y del agua ya no debo preocuparme tanto, solo procurar no pisar ningún charco o alguna de esas baldosas acuáticas desencajadas que parecen almacenar litros del líquido.
Llego al lugar y antes de entrar pienso: “Fijo no hay de la dona que quiero. Debí haberme quedado en la casa”, pero al instante corto ese chorro de pensamientos que invocan a Murphy y miro la vitrina de las donas que está a mi derecha. Ahí está la dona de chocomaní que tanto quiero.
Hay un hombre en la caja que está a punto de pagar y la cajera le dice que son 65.000 pesos, “le va la madre si se lleva mi dona”, pienso, pero ya le habían empacado su pedido. Cuando es mi turno pago, tomo la bolsa con mi dona y me devuelvo al apartamento.
Parece que en lo que he narrado hasta el momento no ocurrió nada extraño, pero estoy seguro de que sí, que debajo de los eventos que transcurren en nuestro día a día, se agazapan grandes historias que esperan ser contadas y que nos volarían el cerebro.
Eso que llamamos realidad y que parece andar en orden, en verdad es puro caos disfrazado. Esa apariencia de tranquilidad nos hace poner la atención donde no debe ser y por eso se nos escapan conflictos que encierran buenas historias.
“Debería comprarse una dona de chocolate”, me dice mi yo.
“Pero es que me tocaría salir y que pereza, ¿no cree? Además, está lloviendo, respondo al instante.
“No busque excusas que ya a dejo de llover. Ahí verá, ya sabe que si no lo hace luego se va a arrepentir”
Que pereza tener la razón. Salgo a regañadientes a enfrentarme al frío, y del agua ya no debo preocuparme tanto, solo procurar no pisar ningún charco o alguna de esas baldosas acuáticas desencajadas que parecen almacenar litros del líquido.
Llego al lugar y antes de entrar pienso: “Fijo no hay de la dona que quiero. Debí haberme quedado en la casa”, pero al instante corto ese chorro de pensamientos que invocan a Murphy y miro la vitrina de las donas que está a mi derecha. Ahí está la dona de chocomaní que tanto quiero.
Hay un hombre en la caja que está a punto de pagar y la cajera le dice que son 65.000 pesos, “le va la madre si se lleva mi dona”, pienso, pero ya le habían empacado su pedido. Cuando es mi turno pago, tomo la bolsa con mi dona y me devuelvo al apartamento.
Parece que en lo que he narrado hasta el momento no ocurrió nada extraño, pero estoy seguro de que sí, que debajo de los eventos que transcurren en nuestro día a día, se agazapan grandes historias que esperan ser contadas y que nos volarían el cerebro.
Eso que llamamos realidad y que parece andar en orden, en verdad es puro caos disfrazado. Esa apariencia de tranquilidad nos hace poner la atención donde no debe ser y por eso se nos escapan conflictos que encierran buenas historias.
martes, 17 de mayo de 2022
Mal parqueado
Voy por la calle y presiento una algarabía, cómo un rumor de voces y expectativa que crece por algo que está sucedió o está a punto de ocurrir. La vida como siempre en la cuerda floja de la muerte. Veo gente arremolinada en un andén. ¿Acaso hay un muerto tendido en el piso?”, me pregunto. Mi mente, como siempre, tendiendo hacia a los escenarios más trágicos.
¿Qué es lo que pasa? A los pocos segundos caigo en cuenta: una grúa de planchón está engarzando un carro para llevárselo. Solo es eso, pero como somos chismosos por naturaleza ahí estamos, como esperando que todo se despiporre en menos de un segundo. Algunos pensarán: “pobre el dueño del carro que quién sabe dónde está”, mientras que otros dirán: “bien hecho, que chupe por no pagar un parqueadero”.
Veo a un cuidador de carros manoteando y alegando con el policía, trata de hacer su trabajo lo mejor que puede.
De repente aparece el dueño del carro, un hombre canoso que camina de afán con cara de preocupación. En ese momento dos hombres y una mujer pasan por mi lado. Los tres le dan lengüetazos furiosos a unas paletas y se nota que, desde metros atrás, venían analizando la escena, que a cada momento cuenta con más drama. Le mujer les dice a sus compañeros “Amiguito venga arreglamos”, pensando en la posible conversación que el dueño del carro ahora sostiene con el policía. Luego dejan de caminar y se ponen a mirar la escena como si estuvieran viendo una película.
Pasados unos minutos, las partes llegan a un acuerdo y desenganchan el carro. Los que nos habíamos identificados con el señor canoso sentimos alivio y los que no, imagino que algo de decepción.
Los tres oficinistas siguen dándole lengüetazos a sus paletas, pero ya cambiaron de tema de conversación. El cuidador de carros, pasa por mi lado y dice: “Es que a lo bien ellos saben que si no lleva más de media hora no se lo pueden llevar”, y la mujer de los aguacates mete la cucharada al instante: “Bueno, por lo menos solo le van a poner un parte”.
Sigo mi camino.
¿Qué es lo que pasa? A los pocos segundos caigo en cuenta: una grúa de planchón está engarzando un carro para llevárselo. Solo es eso, pero como somos chismosos por naturaleza ahí estamos, como esperando que todo se despiporre en menos de un segundo. Algunos pensarán: “pobre el dueño del carro que quién sabe dónde está”, mientras que otros dirán: “bien hecho, que chupe por no pagar un parqueadero”.
Veo a un cuidador de carros manoteando y alegando con el policía, trata de hacer su trabajo lo mejor que puede.
De repente aparece el dueño del carro, un hombre canoso que camina de afán con cara de preocupación. En ese momento dos hombres y una mujer pasan por mi lado. Los tres le dan lengüetazos furiosos a unas paletas y se nota que, desde metros atrás, venían analizando la escena, que a cada momento cuenta con más drama. Le mujer les dice a sus compañeros “Amiguito venga arreglamos”, pensando en la posible conversación que el dueño del carro ahora sostiene con el policía. Luego dejan de caminar y se ponen a mirar la escena como si estuvieran viendo una película.
Pasados unos minutos, las partes llegan a un acuerdo y desenganchan el carro. Los que nos habíamos identificados con el señor canoso sentimos alivio y los que no, imagino que algo de decepción.
Los tres oficinistas siguen dándole lengüetazos a sus paletas, pero ya cambiaron de tema de conversación. El cuidador de carros, pasa por mi lado y dice: “Es que a lo bien ellos saben que si no lleva más de media hora no se lo pueden llevar”, y la mujer de los aguacates mete la cucharada al instante: “Bueno, por lo menos solo le van a poner un parte”.
Sigo mi camino.
lunes, 16 de mayo de 2022
Contar ovejas
A Carlos Padilla le han dicho que si quiere calmar la mente o acallar sus pensamientos, lo único que tiene que hacer es respirar profundo.
El día, con sus afanes cotidianos, no le da tiempo para ser consciente de su ritmo respiratorio y solo cuando se acuesta por la noche, recuerda el consejo. “Ahora si voy a ponerle atención a mi respiración y me voy a relajar”, piensa cuando se va a dormir, pero apenas comienza a hacerlo, las ideas y recuerdos asaltan su cabeza y su concentración se va al carajo.
Le cuesta creer que ni siquiera puede gozar un momento de paz tumbado en su cama. Ahí está recostado, con la luz apagada, viendo como se reflejan en el techo las luces de los carros que pasan por la avenida.
“Voy a contar ovejas”, piensa. Los animales aparecen en su cabeza y decide que sean blancas y negras y que vayan intercaladas. Se imagina un campo verde bañado por un sol intenso, con pocos árboles y unas montañas de fondo. También hay trinos de pájaros, pero no alcanzan a salir en el encuadre de su imaginación.
Las ovejas van dando pequeños saltitos, hasta que Padilla las pierde de vista. Supone que son ovejas ocupadas que no pueden quedarse saltando en su mente, sino que deben repartir su tiempo entre varias personas que están a punto de dormirse.
Todo va bien hasta que otro personaje invade la escena. Es un hombre que lleva puesto un overol negro, barba poblada y empuña una escopeta. Cree no haberlo imaginado y lo vigila con cuidado.
De repente el hombre le apunta a una oveja blanca, y luego viene el estruendo del disparo ¡PUM!, la oveja cae al suelo. Sus compañeras de rebaño salen a correr despavoridas por el campo, mientras que el cazador dispara, recarga y vuelve a disparar. Lo hace muy rápido, se ve que es despiadado y tiene práctica.
El día, con sus afanes cotidianos, no le da tiempo para ser consciente de su ritmo respiratorio y solo cuando se acuesta por la noche, recuerda el consejo. “Ahora si voy a ponerle atención a mi respiración y me voy a relajar”, piensa cuando se va a dormir, pero apenas comienza a hacerlo, las ideas y recuerdos asaltan su cabeza y su concentración se va al carajo.
Le cuesta creer que ni siquiera puede gozar un momento de paz tumbado en su cama. Ahí está recostado, con la luz apagada, viendo como se reflejan en el techo las luces de los carros que pasan por la avenida.
“Voy a contar ovejas”, piensa. Los animales aparecen en su cabeza y decide que sean blancas y negras y que vayan intercaladas. Se imagina un campo verde bañado por un sol intenso, con pocos árboles y unas montañas de fondo. También hay trinos de pájaros, pero no alcanzan a salir en el encuadre de su imaginación.
Las ovejas van dando pequeños saltitos, hasta que Padilla las pierde de vista. Supone que son ovejas ocupadas que no pueden quedarse saltando en su mente, sino que deben repartir su tiempo entre varias personas que están a punto de dormirse.
Todo va bien hasta que otro personaje invade la escena. Es un hombre que lleva puesto un overol negro, barba poblada y empuña una escopeta. Cree no haberlo imaginado y lo vigila con cuidado.
De repente el hombre le apunta a una oveja blanca, y luego viene el estruendo del disparo ¡PUM!, la oveja cae al suelo. Sus compañeras de rebaño salen a correr despavoridas por el campo, mientras que el cazador dispara, recarga y vuelve a disparar. Lo hace muy rápido, se ve que es despiadado y tiene práctica.
“Pero, ¿qué es esto?”. Padilla abre los ojos y luego prende el televisor. “Ya ni dormir se puede”, concluye, mientras respira agitado.
sábado, 14 de mayo de 2022
Ver pasar la vida
Me levanto no tan tarde, desayuno y cuando termino de hacerlo, pienso que debería aprovechar el día leyendo o escribiendo. Para mí esas dos actividades son la mejor manera de hacerle frente a la vida y al paso inclemente del tiempo, que a cada rato nos atropella.
Cuando estoy de nuevo en mi cuarto, caigo en cuenta de que mi cuerpo todavía tiene vestigios de cansancio.
Me recuesto en la cama por puro acto reflejo. La consigna del día sigue siendo la misma: Leer, escribir y no descarto que se me cruce alguna serie de tv. Cierros los ojos y caigo en un estado de duermevela. Parece como otra dimensión, una totalmente apacible. Lo único que me separa de la que habito, o bien, de eso que llamamos realidad, son mis párpados. Si los abro mi fortaleza de tranquilidad se desplomaría.
Allá afuera escuchó el ruido del tráfico, pero es un sonido lejano, como de mentiras, de personas que van de afán de un lado a otro. Imagino que no pueden permitir que la vida les pase por encima, y tienen que estar un paso delante de ella, como si pudiéramos hacer tal cosa.
Mi yo juzgador arremete con toda: “Se me está pasando la vida. Debería hacer algo productivo, leer o escribir, ¿acaso no es lo que tanto me gusta? Pero claro, acá estoy desperdiciando el tiempo, y dejando que la vida me pase por encima”.
Puede que tenga algo de razón, que un paro cardíaco fulminante este acechando mi corazón justo en este momento, y yo ahí, tirado en la cama, desperdiciando mis últimos momentos de vida.
Me arropo y la única respuesta que tengo para mis pensamientos es: “Que se joda”, ósea que me joda yo. Sé que no tiene mucho sentido, pero por qué abandonar ese territorio acogedor en el que aterricé sin haberlo pensado.
A veces lo único que se necesita es ver pasar la vida.
Cuando estoy de nuevo en mi cuarto, caigo en cuenta de que mi cuerpo todavía tiene vestigios de cansancio.
Me recuesto en la cama por puro acto reflejo. La consigna del día sigue siendo la misma: Leer, escribir y no descarto que se me cruce alguna serie de tv. Cierros los ojos y caigo en un estado de duermevela. Parece como otra dimensión, una totalmente apacible. Lo único que me separa de la que habito, o bien, de eso que llamamos realidad, son mis párpados. Si los abro mi fortaleza de tranquilidad se desplomaría.
Allá afuera escuchó el ruido del tráfico, pero es un sonido lejano, como de mentiras, de personas que van de afán de un lado a otro. Imagino que no pueden permitir que la vida les pase por encima, y tienen que estar un paso delante de ella, como si pudiéramos hacer tal cosa.
Mi yo juzgador arremete con toda: “Se me está pasando la vida. Debería hacer algo productivo, leer o escribir, ¿acaso no es lo que tanto me gusta? Pero claro, acá estoy desperdiciando el tiempo, y dejando que la vida me pase por encima”.
Puede que tenga algo de razón, que un paro cardíaco fulminante este acechando mi corazón justo en este momento, y yo ahí, tirado en la cama, desperdiciando mis últimos momentos de vida.
Me arropo y la única respuesta que tengo para mis pensamientos es: “Que se joda”, ósea que me joda yo. Sé que no tiene mucho sentido, pero por qué abandonar ese territorio acogedor en el que aterricé sin haberlo pensado.
A veces lo único que se necesita es ver pasar la vida.
jueves, 12 de mayo de 2022
Acción y tensión
Leo 1984. Estoy en una escena hacia el final de la segunda parte del libro en la que Winston y Julia están recostados en la cama de su escondite.
Ambos personajes hacen peripecias para llegar a ese lugar sin levantar sospechas, y hace poco a Winston le entregaron un libro de la resistencia que está en contra el régimen autoritario que los gobierna.
Le dice a Julia que es importante que ambos lo lean y ella, que siempre parece estar cansada, le pide que lo lea en voz alta. Entonces Winston comienza a hacerlo, y la lectura habla sobre las clases sociales, sobre como siempre las sociedades han estado divididas en los ricos, la clase media y los pobres.
La lectura se extiende por páginas y páginas y que me disculpen los fans a morir de Orwell, pero el segmento me aburre. No porque el tema no sea interesante, pues plantea unos conceptos que dan mucho para pensar, sino que se aleja mucho de la acción y los personajes, y cuando leo, la acción y la tensión es lo que me mantiene enganchado es , es decir, quiero saber que les ocurre a los protagonistas, que me muestren qué hacen, con quién interactúan, etc. y también llenarme de intriga, pues la curiosidad es una droga a que es muy difícil resistirse.
Debo confesar que me salté un par de páginas. No me siento orgulloso de ello, pero recuerdo que el escritor francés Daniel Pennac habla sobre los derechos de los lectores y ese, saltarse páginas, es uno de ellos. Está claro que cuando la lectura no produce placer, hay que hacer algo.
Estoy en esas hasta que mis ojos captan un segmento en el que Orwell retoma la acción: Winston se da cuenta de que Julia se quedó dormida. Imagino que la lectura del libro también la aburrió.
Ambos personajes hacen peripecias para llegar a ese lugar sin levantar sospechas, y hace poco a Winston le entregaron un libro de la resistencia que está en contra el régimen autoritario que los gobierna.
Le dice a Julia que es importante que ambos lo lean y ella, que siempre parece estar cansada, le pide que lo lea en voz alta. Entonces Winston comienza a hacerlo, y la lectura habla sobre las clases sociales, sobre como siempre las sociedades han estado divididas en los ricos, la clase media y los pobres.
La lectura se extiende por páginas y páginas y que me disculpen los fans a morir de Orwell, pero el segmento me aburre. No porque el tema no sea interesante, pues plantea unos conceptos que dan mucho para pensar, sino que se aleja mucho de la acción y los personajes, y cuando leo, la acción y la tensión es lo que me mantiene enganchado es , es decir, quiero saber que les ocurre a los protagonistas, que me muestren qué hacen, con quién interactúan, etc. y también llenarme de intriga, pues la curiosidad es una droga a que es muy difícil resistirse.
Debo confesar que me salté un par de páginas. No me siento orgulloso de ello, pero recuerdo que el escritor francés Daniel Pennac habla sobre los derechos de los lectores y ese, saltarse páginas, es uno de ellos. Está claro que cuando la lectura no produce placer, hay que hacer algo.
Estoy en esas hasta que mis ojos captan un segmento en el que Orwell retoma la acción: Winston se da cuenta de que Julia se quedó dormida. Imagino que la lectura del libro también la aburrió.
miércoles, 11 de mayo de 2022
Clavarse o coquetear con la escritura
Tengo una teoría: Los escritores que triunfan, me refiero a esos que publican novelas seguido y que uno creería que viven solo de escribir, son aquellos que se agarran de la escritura como si fuera su única tabla de salvación.
Entiéndase escritor como esa persona que escribe con frecuencia y que se siente incompleto si no arrejunta unas cuantas palabras cada día.
También existen los escritores que coquetean con la escritura, es decir, personas que tampoco pueden vivir sin escribir, pero que sienten un poco de temor de clavarse en la escritura de cabeza.
Pertenecer a cualquiera de las dos clases no es bueno ni malo, solo significa una forma de ver, o bien, transitar por la vida.
Hablando de más Se me viene a la cabeza Murakami, así algunos digan que es muy comercial.
Apenas se graduó de la universidad, le aterraba la idea de trabajar para una compañía, así que decidió abrir un bar de jazz con su esposa, pero como eran recién casados a ambos les tocó trabajar como mulas por 3 años, muchas veces teniendo que tomar trabajos adicionales para que las cuentas les cuadraran.
Después de un tiempo decidió cerrar el bar y abrió un café en los suburbios del oeste de Tokio. A ese lugar llevó el piano de la casa de sus padres, para ofrecer música en vivo los fines de semana.
Un día soleado, en 1978, fue a un partido de beisbol. Sentado y con una cerveza en la mano, escuchó el impacto de la pelota contra el bate, un doble, y tuvo la epifanía de convertirse en escritor.
¿Qué hizo? De vuelta a casa compró un bloc de hojas, un esfero y cuando llegó, se sentó en la mesa de la cocina y empezó a escribir. Los días siguientes cada vez que llegaba del trabajo repetía la operación. Desde ese día clavo sus narices en la escritura y se perdió en ella.
También me viene a la cabeza Cornac McCarthy que se dedicó de lleno a la escritura sin importarle nada. McCarthy andaba corto de dinero, viviendo en hoteluchos o lugares modestos. Hace poco leí que un día no tenía crema de dientes y salió a mirar su buzón de correo y se encontró con una muestra gratis de pasta dental. El escritor dice que no se preocupaba mucho, y que esa actitud hacía que las cosas se solucionaran por sí solas.
A Murakami una vez le paso algo similar con su esposa. Les faltaba dinero para pagar la cuota de un préstamo mensual, y se encontraron un fajo de billetes en la calle con la cantidad exacta que les hacía falta.
Pero mejor sigamos hablando de McCarthy. En ese entonces le ofrecían dinero para que dictara conferencias sobre su trabajo como escritor, pero las rechazaba y decía “todo lo que tengo por decir ya está en la hoja”.
Y así, como esos dos escritores, imagino que existirán miles de ejemplos de grandes novelistas que, sin importarles nada, se clavaron como kamikazes en la escritura. De pronto si uno escribiera así, sin ese miedo al futuro o la muerte, el resultado final sería mucho mejor.
Entiéndase escritor como esa persona que escribe con frecuencia y que se siente incompleto si no arrejunta unas cuantas palabras cada día.
También existen los escritores que coquetean con la escritura, es decir, personas que tampoco pueden vivir sin escribir, pero que sienten un poco de temor de clavarse en la escritura de cabeza.
Pertenecer a cualquiera de las dos clases no es bueno ni malo, solo significa una forma de ver, o bien, transitar por la vida.
Hablando de más Se me viene a la cabeza Murakami, así algunos digan que es muy comercial.
Apenas se graduó de la universidad, le aterraba la idea de trabajar para una compañía, así que decidió abrir un bar de jazz con su esposa, pero como eran recién casados a ambos les tocó trabajar como mulas por 3 años, muchas veces teniendo que tomar trabajos adicionales para que las cuentas les cuadraran.
Después de un tiempo decidió cerrar el bar y abrió un café en los suburbios del oeste de Tokio. A ese lugar llevó el piano de la casa de sus padres, para ofrecer música en vivo los fines de semana.
Un día soleado, en 1978, fue a un partido de beisbol. Sentado y con una cerveza en la mano, escuchó el impacto de la pelota contra el bate, un doble, y tuvo la epifanía de convertirse en escritor.
¿Qué hizo? De vuelta a casa compró un bloc de hojas, un esfero y cuando llegó, se sentó en la mesa de la cocina y empezó a escribir. Los días siguientes cada vez que llegaba del trabajo repetía la operación. Desde ese día clavo sus narices en la escritura y se perdió en ella.
También me viene a la cabeza Cornac McCarthy que se dedicó de lleno a la escritura sin importarle nada. McCarthy andaba corto de dinero, viviendo en hoteluchos o lugares modestos. Hace poco leí que un día no tenía crema de dientes y salió a mirar su buzón de correo y se encontró con una muestra gratis de pasta dental. El escritor dice que no se preocupaba mucho, y que esa actitud hacía que las cosas se solucionaran por sí solas.
A Murakami una vez le paso algo similar con su esposa. Les faltaba dinero para pagar la cuota de un préstamo mensual, y se encontraron un fajo de billetes en la calle con la cantidad exacta que les hacía falta.
Pero mejor sigamos hablando de McCarthy. En ese entonces le ofrecían dinero para que dictara conferencias sobre su trabajo como escritor, pero las rechazaba y decía “todo lo que tengo por decir ya está en la hoja”.
Y así, como esos dos escritores, imagino que existirán miles de ejemplos de grandes novelistas que, sin importarles nada, se clavaron como kamikazes en la escritura. De pronto si uno escribiera así, sin ese miedo al futuro o la muerte, el resultado final sería mucho mejor.
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