jueves, 23 de junio de 2022

Tensión y juegos de mesa

Una mujer y su hija pequeña, de no más de 7 años, entran en un café. La niña lleva la caja de un juego debajo del brazo. Apenas se sientan, y antes de ordenar, la abre y saca dos tableros con fichas fijas desplegables, que traen dibujos de caras de personas.

Cada una toma una carta y la ponen en el centro de su tablero. Corresponde al personaje que el contrincante debe descubrir haciendo preguntas sobre su apariencia física.

Conozco el juego, pero no tengo idea de cómo se llama. empiezan a preguntarse cosas: “Tu personaje tiene el pelo largo? ¿Es mujer o hombre? ¿Tiene barba? ¿Es rubio o pelinegro? ¿La camisa es de color rosado?”

Las observo con detenimiento y veo como la pequeña va ocultando las fichas que descarta con base a sus preguntas. A medida que lo hace Ríe de forma nerviosa y cada vez más, a medida que el juego se acerca a su final, a la gran revelación.

Lo que más me gusta es oír sus carcajadas que están repletas de tensión. De cierta forma parece que se estuviera jugando la vida en esa partida. Así debería hacer uno con cualquier cosa que se hace, sea pequeña o grande; jugarse la vida y carcajearse independiente de que se pierda o se gane, en fin.

Al final la mamá le gana, pero se nota que a la niña no le importó perder porque se divirtió.

Mientras las observaba, recuerdo qué juegos me gustaban a mí. Había uno que se llamaba escalera. Era un tablero gigante y uno avanzaba, de acuerdo con el puntaje de un lanzamiento de dados, por unas casillas, hasta caer en una que tenía una escalera que obligaba a subir o bajar.

Me gustaba porque, al igual que el juego de la hija y su madre, también tenía su dosis de tensión.

miércoles, 22 de junio de 2022

Animal

A finales de 1994, en una noche de diciembre, después de canalear un rato, caí en MTV y estaban repitiendo los VMA (Video Music Awards) del año pasado. Ese momento espacio temporal coincidió con la presentación de Pearl Jam, uno de mis grupos favoritos y que desconocía en ese momento.

Llegué al canal justo en el momento en que Christian Slater, el presentador de ese año decía: “Aquí, interpretando una nueva canción por primera vez en cualquier lugar, damas y caballeros, Pearl Jam”

“¿Quiénes son esos?, muestre a ver”, pensé. Entonces Abruzzese Marcó cuatro tiempos en los platillos hi-hat, y el cuarto empató con la entrada de las guitarras y el bajo. Esa vez tocaron nada más ni nada menos que Animal, cuando Vedder no tenía la voz desgastada.

¿Qué decir? Me voló la cabeza y fue mi puerta de entrada a esa banda. Al día siguiente corrí a comprarme el Vs, y ya en la tienda de discos me di cuenta de que también tenían, en mi humilde opinión, el mejor disco que han sacado: el Vitalogy.

Me fui a la casa solo con el primero y me dediqué a escucharlo en esa temporada de vacaciones, como si de eso dependiera mi vida. Recuerdo que mi consigna era escucharlo como mínimo una vez al día, pero a veces no me aguantaba y lo ponía hasta tres veces.

Me sentaba en el sofá y me dedicaba exclusivamente a escuchar las canciones y si acaso cantar un coro o alguna estrofa de las letras que traía el librito del CD.

A la semana siguiente no me aguanté las ganas y me fui a comprar el Vitalogy, que terminó de destrozarme la cabeza, en el buen sentido de la palabra.

Larga vida a Pearl Jam.

martes, 21 de junio de 2022

Desconfiar

Si de alguien hay que desconfiar es de la cabeza.

“Hacia dónde quiere viajar?”, le pregunto la mujer de la aerolínea.  Estocolmo, respondió casi al instante”.

La frase hace parte de un dialogo de un cuento que escribí hace unos días.  La primera vez que lo leí, luego de terminarlo, la subrayé porque pensé agregarle algo más, modificarla o borrarla.

Ayer, cuando lo estaba editando  llegué a ese diálogo y recordé el momento en que lo había subrayado, pero no por qué lo había hecho.

Ahí estaba yo. Acababa de leer esa frase y no me sonó bien por si sola o porque no encajaba con alguna otra pieza del relato, y de puro iluso pensé: “Solo la voy a subrayar, porque no se me puede olvidar esta idea tan brillante que se me acaba de ocurrir." 

Cómo sería de magnífica que cayó en los abismos de mi cerebro y allí se quedara hasta morir de hambre; dale señor el descanso eterno.

Tampoco sé porque no le agregué un comentario con una instrucción sencilla, una palabra, si acaso, que me recordara que era lo que quería hacer con ella.

Nada más falso que confiar en la memoria para hacer algo después.  Hay que anotarlo todo, con el miramiento que requiera el caso, y lo que sea que anotemos debe ser tan sencillo y simple que un niño de 5 años lo entienda.

 ¿Cómo saber si esa frase era lo que mi cuento necesitaba para funcionar de forma compacta sin presentar ni una sola grieta narrativa? De pronto esa simple línea contenía todo el significado que quería imprimirle.

Ahora la veo y me parece un diálogo flojo, de pronto lo único que quería hacer desde un principio era borrarlo.  

jueves, 16 de junio de 2022

Capítulos cortos

Estoy en una sala de espera y, claro está, espero a que me llamen a consulta. En la sala hay varias personas con bebés. Me pregunto si no me habré equivocado de piso. Miro una de las placas de un consultorio y dice 311, estoy donde se supone debo estar, aunque saber eso con exactitud es difícil, pues muchas veces se cree estar en el lugar que es y se está completamente equivocado, en fin.

Les decía que espero y lo hago leyendo. Los demás, menos los bebés, claro, lo hacen mirando sus celulares. Al verlos me dan ganas de sacar el mío, pero me las aguantó y me aferro con más fuerza al libro.

Se llama Matadero Franklin, y es la historia del narcotraficante chileno Cabro Carrera, el más grande de todos los tiempos dice la contraportada. Lo compré, más o menos a la ciega, o más bien a punta de feeling en la última feria del libro.

No tenía pensado comprar libros, pero justo cuando me decidí a abandonarla, me puse a pasear por un stand con varios libros de la editorial Seix Barral. Vi el que les mencioné y otro de cuentos que dejé de leer, porque me dio la impresión de que el autor se preocupa en enredarse con el lenguaje, es decir, en sonar inteligente en vez de contar cosas, y eso me aburre con toda, así que lo abandoné y comencé Matadero Franklin.

Estoy en la mera exposición de la historia, pero me ha gustado como el autor va introduciendo y entrelazando cada uno de los personajes. También que los capítulos son cortos;  me alcancé a leer tres antes de que me llamaran a consulta.

Volviendo al tema de los lugares en donde estar, uno siempre debería estar metido en la historia de una novela, ahí, al ladito de los personajes, sufriendo o alegrándose con ellos.

miércoles, 15 de junio de 2022

Últimos 15 minutos

Tengo una reunión dentro de quince minutos.  Imagino que, por alguna razón truculenta, ese es el tiempo que me queda para escribir, y que no podré hacerlo durante el resto de mi vida.  

Experimento una versión barata o más cara del “Vive como si fuera el último día”, convertida en: “escribe como si fueran los últimos quince minutos en que pudieras hacerlo”.

El punto es que no se me ocurre nada brillante que contarles, ninguna enseñanza de vida ni nada por el estilo.

Hace un rato, antes de pensar eso de los quince minutos, estaba observando el mierdero que tengo encima de mi escritorio: un plato, una taza de café, tapabocas viejos, cables­ –parecen haber miles de ellos, enroscados como serpientes–, un parlante, portavasos, un trapo para limpiar gafas, una hoja con claves de algo, no sé qué;  un diccionario Español-Alemán que está ahí desde el día que escribí esta entrada, y un mousepad, regaló de un primo, del Señor de los Anillos con la siguiente cita:

The prime motive was the desire of a tale-teller to try his hand at a really long story that would hold the attention of the readers, amuse them delight them and at times maybe excite them or deeply move them.

Ahora quedan 8 minutos y me fui por las ramas o simplemente me fui, porque esto desde un principio no tenía ni pies ni cabeza y mucho menos ramas.

Volviendo a lo del desorden, los objetos que les acabo de enumerar me hicieron pensar en las redes sociales y en el afán que tenemos de publicar cosas, lo que sea. Se tu mismo, muéstrate vulnerable, son los consejos que dan, pero creo que detrás de eso hay afán de curar nuestra imagen a cada segundo de nuestras vidas, de limpiar el escritorio y llenar la pantalla de papelitos post it de diferentes colores, para que la foto salga bien.

Ahora quedan 5 minutos.  Le fallé a Tolkien con eso de contar una historia realmente larga, y con lo de emocionar y esas cosas, pues lo que escribí sonó más bien a lamento o queja, pero bueno es lo que hay o más bien lo que me salió en estos últimos quince minutos de escritura.

martes, 14 de junio de 2022

Enfrente de las narices

Marcela Quiroga toma un taller de escritura creativa. En la primera sesión la escritora que dicta el taller le entrega una fotocopia a ella y sus compañeros, con una imagen de un parque en un día soleado en el que se alcanzan a ver varios grupos de personas riendo, comiendo algo o simplemente tomando el sol.

En la parte superior están las instrucciones del ejercicio: Escribe una descripción de la foto. Por favor, no cuentes una historia, solo describe el lugar.

“Fácil”, piensa Marcela, y comienza a escribir: Este parque que ves me recuerda al parque en el que terminé con mi primer novio. Las cosas entre los dos ya venían mal y era algo que debía haber hecho apenas todo comenzó a irse en picada.

Ese día, después de comer, nos sentamos en una de las bancas y le dije que no quería seguir con él. Se puso muy triste y creo que se le alcanzaron a salir un par de lágrimas, pero como era de noche no puedo asegurarlo. El me pidió que nos diéramos un último beso de despedida, pero yo no acepté, ¿para qué complicar las cosas más de lo que estaban?...

“Recuerden que no tienen que contar nada, solo describir”, dice la profesora

“Maldita sea”, piensa Quiroga, porque, bien o mal contada, lo que le había empezado a salir era una historia.

“A veces uno de los problemas con la escritura”, continúa la profesora, “es contar más allá de lo que ven los ojos. Quizás escribir  debería ser justo lo contrario, decir lo que pasa por enfrente de nuestras narices, sin adornos ni figuras narrativas. Sería, si la expresión aplica, contar la realidad, de forma fría, seca y sin adjetivos que nos distraigan.

Quiroga recuerda lo que decía Agota Kristof en Claus y Lucas:

Escribiremos: «comemos muchas nueces», y no: «nos gustan las nueces», porque la palabra «gustar» no es una palabra segura, carece de precisión y de objetividad.

Entonces deja caer el lápiz sobre la hoja, luego la arruga, la mete en un bolsillo y comienza de nuevo su ejercicio.

lunes, 13 de junio de 2022

Cartuchos narrativos

Hoy, para variar, no vengo a escribir nada en este espacio, toda una contradicción, pues es precisamente lo que estoy haciendo. Lo que les quiero decir, es que siento que hoy quemé mis cartuchos narrativos en otro escrito.

“¿Buenas, se puede?”, me preguntó aquel forastero, apenas me senté en el escritorio, después del desayuno. Antes de decirle “sí claro, bienvenido” –nada mejor que esos escritos que caen en la cabeza, ya medio esbozados y de un momento a otro–, ya se había instalado en mi cabeza, descargado su mochila y con un aire de suficiencia levanto una mano, y como haciendo un dibujo en el aire me dijo: "abra un documento que lo que le voy a decir le interesa". Le hice caso y comencé a teclearlo de inmediato, pues parecía tener prisa, y pensar que si no me daba la gana atenderlo, tenía muchas otras cabezas, sedientas de escritos, esperando por ahí.

Ante mi aturdimiento, esperó de forma paciente el tiempo necesario, y me dejó teclear lo que yo quisiera, si acaso sugiriéndome una que otra palabra. “¿Le parece bien este punto de vista?, “ ¿Cuántos personajes?”, le preguntaba a medida que redactaba, pero se quedó callado, dando a entender que ya había hecho lo suficiente con darme una idea

Logre sacarle un poco más de 500 palabras y ahí me estanqué, pero me divertí escribiéndolo y eso también es un buen indicio, pues bueno o malo, signifique lo que eso signifique, la gracia de escribir tiene mucho que ver con divertirse; de hecho la gracia de cualquier actividad, ¿acaso no?

Entonces llegó como siempre aquel momento de hace un rato en el que me siento y me pregunto: “qué carajos voy a escribir?”, y pues me inventé eso de los cartuchos narrativos y que los de hoy ya los había quemado.

Eso era todo.