jueves, 28 de julio de 2022

Preguntas en la mañana

Apenas se despierta, Alfonso Buendía siente que no descanso bien. No recuerda que soñó. Sabe que fueron cosas extrañas, con tramas enredadas, escenas fragmentadas y personajes desconocidos. Llega a esa conclusión por la manera en que están revueltas las cobijas de su cama.

Buendía se lleva la mano a los ojos y los frota un poco, con el ánimo de intentar recordar qué fue lo que soñó, pero no logra consolidar ninguna imagen en su cabeza.

Acto seguido toma el celular que reposa en la mesa de noche y comienza a revisar sus redes sociales porque sí, porque en eso se nos va la vida, ¿y qué?

Da con una publicación de Nicolás Domenico, un viejo conocido de la universidad que ni sabe por qué lo tiene agregado como amigo. Entra en un albúm que lleva como título “vacaciones de verano”. Domenico sale con gafas oscuras, gorro y chaqueta de invierno, junto a Carolina Franco, su novia eterna. Al fondo se ven unas montañas coronadas por nieve. La foto dice que están en Montreux. Se les ve felices, enamorados, hinchados de dicha.

Luego de ver las fotos con desgano y dejar el celular, Buendía se pregunta por qué para algunas personas las piezas de la felicidad parecen encajar a la perfección en sus vidas, mientras que para otras todo siempre tiende hacia el caos, como si caminaran al filo del abismo de la desgracia.

Se pregunta si tendrá que ver con las ganas de vivir de cada uno, con la intensidad con la que se desea algo. También piensa que puede ser que la suerte si exista y se reparta de forma arbitraria entre las personas.

La alarma del celular suena y con suerte o no, sabe que debe levantarse para no llegar tarde al trabajo.

miércoles, 27 de julio de 2022

La tentación del fracaso

Hoy, después de mucho tiempo, volví a leer los diarios de Ribeyro.

Me gusta mucho ese género, si es que se le puede llamar de esa forma, pero creo que cuando se lee uno, es bueno combinarlo con otras lecturas y no leerlos de corrido. Además en mi caso, las ganas de consumir una historia siempre están presentes, y las entradas de un diario, por más lírico o bien escrito que esté, son como tiros narrativos  al aire.

Hace poco, como les contaba ayer, también comencé a leer El cuaderno gris, los diarios de Joseph Pla, un escritor Catalán ¿Cómo llegué a ellos?, la culpa la tiene La vida a ratos, el diario novelado de Juan José Millás, en el que menciona tanto los de Ribeyro, como los de Pla.

Pensé en escribir sobre esto hoy, porque en una nota que tomé de La tentación del Fracaso, Ribeyro hablaba sobre la necesidad compulsiva de escribir lo que fuera cada noche.

De cierta manera eso es lo que trato de hacer en Almojábana, despojarme de las ganas de escribir. ¿Qué bien o mal? No lo sé, pero como dice Rosa Montero, la idea es convertir a la escritura en un proceso orgánico más, uno como la sudoración, sobre el que no tenemos control alguno.

Creí que la nota de la que les hablo la había tomado hoy, pero no fue así. Quizá la hice otro día, o simplemente no pertenece a los diarios del escritor peruano y quién sabe donde leí eso. A veces se me cruzan los cables de lo leído.

Pero si recuerdo una de Pla, que, creo, explica muy bien porque me gustan tanto los diarios:

“A mí, personalmente, me entretiene muchísimo leer memorias, reminiscencias, recuerdos, por muy humildes y vulgares que sean”.
–El cuaderno gris.

martes, 26 de julio de 2022

La última porción de torta sobre la faz de la tierra

Cuando salgo del edificio comienza a llover. Le estiro la mano a un taxi, pero no me ve o se hace el loco, me inclino más por la segunda opción, pero bueno como dice la canción de los Rolling Stones “you can’t always get what you want”.

“Mojémonos ¿qué más da?”, pienso, así que me pongo la capucha de mi chaqueta cortavientos y comienzo a caminar, al tiempo que a maldecir el clima. Cruzo la calle y en el separador, que es ancho, la gente frena de un momento a otro. 

“¿Pero qué coños hacen? ¿Por qué no siguen caminando?" 

Intento adelantarlos, solo para darme cuenta de que el grupo de personas se detuvo porque la calle está encharcada y a los conductores parece no importarle mojar a las personas.

Comienza a llover más duro, Maldita sea, doy medía vuelta y vuelvo a cruzar la calle, ya con el firme propósito de escampar en una cafetería.

Adentro el lugar está casi desocupado, de no ser por 3 grupos de personas que ocupan mesas. Hago la fila para pedir algo y alcanzo a ver en el mostrador una porción de torta solitaria. Hay 3 personas delante de mí, que no se le ocurra a ninguna pedir esa torta que tiene mi nombre, pero como todo puede torcerse en un segundo, la señora que está adelante la pide. “You can’t always get what you want”.

¡Maldita sea! Exclamo mentalmente, y pienso que es la última porción de torta sobre la faz de la tierra.

Cuando es mi turno le pregunto a la cajera que si no tienen más porciones y saca una entera de una nevera de la parte posterior, “Si, pero solo queda de naranja, concluye”. Asiento con la cabeza y la pido con un capuchino. Luego me siento a leer una entrada del Cuaderno Gris de Josep Pla.  Cuando deja de llover, salgo a buscar transporte.

lunes, 25 de julio de 2022

Guayabo del alma

Recuerdo que hace mucho tiempo fui con mis hermanas a cine un Domingo. La película que vimos fue El Pianista, ambientada en la segunda guerra mundial. Ya no recuerdo la trama de la historia, pero sí que era triste.

Los tres salimos con la nota baja ese día, y establecimos que para las próximas salidas a cine, de fin de semana,  íbamos a ver películas ligeras, tipo comedias románticas y esas cosas.

Cuando salimos del centro comercial ya eran más de las 6 y media y la tarde se preparaba para convertirse en noche. Entonces llegó ese momento existencial de Domingo en el que, de un momento a otro, y sin ningún motivo aparente, uno se siente triste o como con un vacío por dentro. Si ese estado ha de tener un nombre, no se me ocurre otra manera que llamarlo: "Guayabo del alma".

Quizá tiene que ver con que la mente envía mensajes subconscientes tipo: “Se le acabó el descanso. Me permito recordarle que usted no es millonario y que mañana tiene que volver a la oficina”, pero no creo que solamente tenga que ver con eso. Puede ser que tenga relación con ver la semana como un ciclo y ya, o que desde pequeños venimos con una tristeza programada para la tarde de los domingos cuando el cielo se comienza a oscurecer, qué sé yo.

Esa sensación de guayabo del alma también hace presencia cuando se acaban las vacaciones. Todo parece indicar que tiene una estrecha relación con tener que volver al trabajo, aunque pienso que debe haber algo más de fondo, de genética, de rayes, digamos, ancestrales.

¿Qué se puede hacer? Mirar que rituales aplicar para contrarrestar el guayabo del alma, cuando este intenta apoderarse de nosotros. A mi me funciona ponerme a leer o a escribir, pero cada loco con su tema, ¿acaso no?

viernes, 22 de julio de 2022

Me dejo recomendar

No me gusta recomendar libros, pero si me dejo recomendar libros de personas que sé, les gusta leer igual o más que a mí.

Supone uno que los libreros deberían ser esas personas a las que me refiero, pero siempre me ha ido mal con las recomendaciones de un par de cierta librería que, siento,  miran como por encima del hombro a quienes hojean libros. 

uno de ellos me recomendó On the road de Jac Kerouac que, se supone, es un clásico, pero lo detesté y sufrí mucho por acabarlo, claro está que fue en esa época en la que tenía como regla terminar todo libro que comenzaba.

Meses después otro me recomendó El Señor que amaba a los perros de Leonardo Padura, del que muchas personas hablan maravillas, pero que a mí por una u otra razón no me enganchó. Recuerdo que uno de los motivos fue que me pareció muy extenso y que le sobraban unas 200 páginas, pero ¿quién soy yo para dictaminar eso?, en fin.

Otro que tampocó me enganchó fue HHhH de Laurent Binet, un libro sobre la segunda guerra mundial que habla sobre la operación antropoide en la que unos comandos checoslovacos entrenados en Inglaterra aterrizan en paracaídas en 1941,en la ocupada Checoslovaquia , para asesinar a Reinhard Heydrich, un alto oficial Nazi. Recuerdo muy poco la novela, pero no sé por qué no me gustó en ese momento, si la trama se ve buenísima.

Me imagino que pasa lo de siempre que a veces uno llega a los libros o ellos llegan a uno en un momento inadecuado.

Ahora, por ejemplo, leo novela de Ajedrez de Stefan Zweig, por recomendación de una amiga que lee como si no fuera a haber un mañana, y lo que llevo del libro me ha gustado.





jueves, 21 de julio de 2022

Escribir desde el pasado

Estoy de viaje, pero de pura pisco rigidez y, como ya saben, para que el curso de la vida y el equilibrio del mundo no se despiporre, redacté esto hace unos días.

Por eso digo que escribo desde el pasado, pero es una vil mentira, pues lo escrito, escrito está y lo único que hago en este momento es pegar mis ojos a la pantalla del celular para editar el texto.

Qué incomodo es eso de escribir en el celular, toda mi admiración para Pilar Quintana, que escribió La Perra en un aparato de esos, para poder cuidar a su hijo recién nacido.

Un texto de cierta forma es un hijo, y si digo esto es porque no tengo ni idea como continuar lo que escribí en el párrafo anterior, así que opté por la fórmula barata de la libre asociación de ideas o la escritura automática, aunque es posible que de barata no tenga nada porque puede ser la fuente de ese inconsciente que pretendo encontrar.

Pues sí, un texto es como un hijo hay qu tratarlo bien y cuidarlo al principio, pero después hay que soltarlo dejarlo de arreglar o peluquear y que vea como se las arregla  solito contra el mundo. Algunos hijos, como los clásicos, les va bien y serán casi igual de viejos y consistentes que el viento, pero hay otros que no llegan ni al primer capítulo, incluso ni la primera página o párrafo.

Un minuto de silencio por ellos, Gracias, sigamos.

¿Hacia donde? no lo sé, de hecho creo que nadie lo sabe, pero somos buenos creyendo que tenemos todo bajo control, como el curso de nuestra vida, por ejemplo, pero en el fondo sabemos que "En este mundo se vive y se muere en un segundo", como dice la canción Tu sonrisa de las 1280Almas.

miércoles, 20 de julio de 2022

Realidad Líquida

Cuenta Bradbury en sus ensayos sobre creatividad que la musa no es más que el subconsciente intentando enviar mensajes.

Rosa Montero, Anaïs Nin, Isabel Allende, y Cornac MacCarthy, también están de acuerdo en que esos procesos mentales que no percibimos son los que mandan la parada al momento de escribir. Hay una frase de Montero que aplica perfecto para esto: Las novelas vienen del mismo lugar de donde provienen los sueños.

BradBry dice que cuando comenzaba a asociar ideas o le venían palabras a la mente, o bien cuando creía que el subconsciente le estaba comunicando algo, hacia listas sin importar lo disparatado que pudiera anotar qué sé yo, digamos: vacas fosforescentes.

Tiempo después revisaba esas notas y algunas le servían para crear sus relatos, como una que le permitió escribir la historia de un bebe que asesinaba a sus padres por haberlo traído a sufrir al mundo.

Creo que  siempre escribo desde la conciencia y nunca desde el lado de sombras de la inconsciencia. Me gustaría saber si hay algún método, que no involucre sustancias raras, para poder ingresar a ese territorio, pues uno podría pensar que el subconsciente le está hablando, pero ¿qué tal  que solo sea un esfuerzo consciente barato? ¿Cómo saber eso?

Desde hace unos días  se me aparecieron, o eso creo, las palabras: Realidad líquida" en la cabeza, podría decir que me las sopló mi subconsciente, pero quizá no.

Ahí siguen y las continúo masticando a ver si logro arrancarles una historia. Me parece que como título funcionan bien, pues la realidad es así, ¿no creen? Cuando la intentamos contener se nos escapa de las manos.

La realidad no debería joder tanto y ser más solida, pero bueno, en fin, ya les contaré si algún día escribo ese cuento.