sábado, 13 de agosto de 2022

Les fallé

Suena la alarma.


“¿Por qué suena esa chicharra del demonio? Eso es lo primero que me pregunto. La pregunta está en el cucurucho (buena palabra esta) de la montaña de preguntas que se erige en mi cabeza en cuestión de segundos: ¿Por qué toca madrugar?, ¿por qué no soy millonario?, ¿Se va a secar el río Rin?, ¿Cuánto falta para que el mundo en verdad se vaya del todo en picada?, ¿cómo hace Laura Restrepo en Delirio para narrar en tercera persona, pero a veces parece que fuera segunda, pero también primera, y además inserta diálogo como si fuera de lo más normal, sin incomodar para nada la lectura? A esas le siguen otras preguntas que ya olvidé.

Luego pienso “5 minutos más”, doy media vuelta y me arropo, al diablo con mis inquietudes que el mundo me caiga encima, pienso. Por alguna extraña razón cumplo con la promesa y me pongo de pie para bañarme.

La cama es un amasijo de cobijas, por un segundo pienso en tenderla y se me viene a la cabeza el video del general americano que dice que la primera acción del día para tener uno bueno y llevar una vida digna debe ser tender la cama., pero me entra una pereza infinita, así que le quedo mal al ejército de personas, lideradas por ese señor, y no sé si por ese simple acto estoy perfilando mi vida hacia el fracaso.

En medio de mi divagación miro el reloj y ya llevo 5 minutos más de los del supuesto descanso adicional, así que se me hizo tarde, entonces con permiso mi comandante, pero hoy la cama se dejará destendida ¡Señor sí señor! Digo en actitud firmes.

Luego me dirijo hacia el baño con paso decidido y cuando me meto debajo del chorro no sé en qué me pongo a pensar, pero una idea me lleva a la otra y así sucesivamente. Entonces me demoro más tiempo del necesario. Cuando caigo en cuenta de eso, pienso: “Estoy desperdiciando agua”. Me acuerdo de los problemas del Rin, y cómo están sufriendo quienes dependen del rio, porque posiblemente van a tener que cerrar el tráfico de las embarcaciones debido a sus bajos niveles y parar toda su operación, y yo aquí desperdiciando agua como si nada.

jueves, 11 de agosto de 2022

alabar escritos

Creo que si uno piensa que otra persona hace bien algo hay que decírselo, más si es algo que a uno le gusta o que practica con cierta frecuencia. Muchas veces leo textos que han escrito otras personas y pienso “¡joder!...”

Así inicio la frase, con el bajo, imagino, porcentaje de español que cargo en mi ADN, gracias a mi apellido Rodríguez que, me entero ahora, es originario del antiguo reino de Castilla.

Volviendo al tema, les decía que pienso: “¡joder, como me gustaría haber escrito eso!”. Hace un tiempo, agregué una copy en Linkedin y en su banner tenía un texto buenísimo. Cuando aceptó mi invitación a conectar le escribí y le pregunté si era de ella, pues pensé que lo había copiado de algún lado. Me respondió que sí, que era de su autoría. La felicité y le dije lo que estaba muy bueno y que me habría gustado que se me ocurriera a mí, y ahí quedó la conversación.

Igual hasta ahí tenía que quedar, pero a veces pienso que de pronto la mujer pensó que fue un intento fallido de coquetearle o de pronto quería coquetearle de forma inconsciente y fallé, en fin...

También sigo a otra copy española a la que le debo un halago. Ella hace un trabajo muy currado, como dicen ellos, porque envía mails todos los días, y siempre los enfoca a la venta, el que le quiero celebrar también tenía ese fin comercial, pero es tenía un rimo tan bestial que más bien tenía pinta de poema, en fin, aplausos para Ana. Además de todo es fan de Rosa Montero, entonces es de las mías.

Pues sí mis queridos panes de trigo, es bueno eso de andar alabando el trabajo de los demás, ya les digo tíos.

miércoles, 10 de agosto de 2022

Orishas

Hoy, cuando iba en el carro de mi hermana por un trancón en la 68, sonó Orishas.

La banda cubana me recuerda dos momentos en mi vida: uno feliz y otro amargo. El primero ocurrió hace muchos años y fue con D. Fue en esa época en la que me aventuraba a conocer mujeres por internet, pero no por páginas de citas de esas que hoy en día abundan, sino que lo hacía por Blogger, 
en aquellos tiempos de mi primer blog, y por la cajitas de mensajes en las que uno podía dejar saludos. 

D. vivía por el Parkway y como si nada, sin saber si yo era un loco o un acosador, me dio su teléfono, la dirección de su casa y me dijo que podía ir a visitarla.

Acordamos una fecha y claro, yo, sin saber si era si ella era una traficante de órganos,  una integrante de la Yakuza o el mismismo diablo, asistí a la cita,  pues ella me atraía. Ese día, me presentó a su madre y después fuimos a su cuarto a escuchar música y me mostró unas cosas en su computador y puso música de Orishas .  Ahí fue la primera vez que escuché a ese grupo, por eso siempre lo relaciono con ella.

 Luego salimos a tomarnos una cerveza, y caminamos  tomados de la mano hasta el bar, por un sendero con árboles a cada lado.

Fue una buena noche.

Luego hubo otras salidas, pero pasado un tiempo nuestras conversaciones se empezaron a espaciar y en algún momento las cosas entre los dos, si es que llegaron a existir, se diluyeron, y de un día para otro nos dejamos de hablar.

La música de ese grupo también me acuerda del concierto que dieron en un teatro del centro y, como por variar, ese día, como casi todos en los que voy a un concierto, tuve que madrugar mucho.

Estaba muy cansado y llegué a hacer fila al lugar a eso de las 10 de la noche. Un amigo y su novia llegaron después, y logramos entrar al teatro a eso de las 11. Luego nos embutieron un grupo telonero de Salsa que yo no tenía ni la más mínima idea quiénes eran, y parece que se cantaron todo su álbum debut.

Yo estaba muerto del cansancio y me costaba respirar, porque con mi amigo y su pareja habíamos decidido comprar las boletas de platea y estábamos a menos de un metro del escenario. Si habían 1000 personas en el lugar 997 estaban fumando. Respirar me estaba costando mucho.

En medio de eso, un grupo de al lado se le ocurrió la brillante idea de ponerse a bailar salsa pero como si estuvieran en un concurso de baile, es decir, como si fueran bailarines de Delirio, dando vueltas y todo eso, y entonces a cada rato me metían un empujón o un codazo.

Yo, trataba de invocar a mi maestro Zen interno , para no decir nada, y solo pensaba en que pronto iba a salir Orishas, y el empute se me iba a pasar, cuando de un momento a otro un salsero innato de estos que les hablo, me rozo el brazo con la punta de un cigarrillo, y le dije: “¡Hombre, cuidado!”, pero para él fue como si le hubiera mentado la madre, pues de inmediato me encaró, y comenzó a soltarme un repertorio de groserías  como invitándome a lanzar el primer golpe.

Yo volteé a mirar a mi amigo para recibir algo de apoyo, pero ahí me enteré de que su novia se acababa de desmayar.

“Hermano, ellos son más, y seguro lo cascan, deje así” me dije a mí mismo. Entonces di medía vuelta, eché uno de los brazos de la novia de mi amigo sobre mi hombro y nos fuimos del lugar. Justo en la puerta, el concierto de Orishas comenzó...

A lo cubano
Botella'e ron tabaco habano
Chicas por doquier
Ponche en café guano
Aquí mi vida para los mareaos...

martes, 9 de agosto de 2022

De qué hablamos cuando hablamos de amor

El ruido de la lluvia sobre el tejado lo despierta. Entreabre los ojos y mira la hora en el reloj despertador que tiene sobre la mesa de noche: Los palos rojos forman los números 5:20. Le quedan 40 minutos para que suene la alarma.

Da media vuelta para abrazar a Mariana, su esposa, pero la otra mitad de la cama está desocupada. “Debe estar en el baño”, piensa. Se esfuerza por escuchar algún ruido proveniente de ese lugar: el agua de la taza del baño descargando, o la del del lavamanos corriendo ,de los pequeños pies de su esposa dando pasos descalzos sobre las baldosas o acomodando la toalla en la baranda de metal. No pasa nada, el sitio es como una tumba.

¿Y si le pasó algo?, piensa. Ha escuchado historias de ese tipo, de personas que, en apariencia, gozan de plena salud, y de repente les da un ataque, ¿ictus es que le llaman? Se pregunta. El hecho es que, de un momento a otro ahí quedan y sanseacabó en un instante están vivos y al otro muertos o medio muertos.

Todo esto el hombre lo piensa en cuestión de segundos, hasta que cae en cuenta que desde hace más de tres noches Mariana ya no está con él, se fue y no tiene ni idea en dónde está y mucho menos con quién.

Luego lucha por no hacerlo, pero al final cede, toma el celular, y se pone a revisar las redes sociales de su exesposa , para ver si ha publicado algo nuevo, una foto, un estado, una ubicación, algo, lo que sea, que le un indicio de que diablos está pasando con su vida, pero nada, su vida virtual guarda el mismo silencio que el del baño.

Entonces, aprovechando que Mariana todavía no ha borrado las infinidad de fotos que se tomaron juntos, al hombre no le queda más remedio que hundirse en los recuerdos.

No entiende, no entiende nada. La vida, cree, no es más que pura confusión y caos, con algunos fogonazos de lucidez, de resto, piensa, caminamos al filo del abismo.

Ahí, en medio de esos pensamientos sombríos, el hombre recuerda el diálogo de un cuento de Raymond Carver. Uno de los personajes se pregunta a dónde carajos va a parar todo el amor que existió entre dos personas.

El hombre se levanta, va a la biblioteca, busca el libro y lucha por ubicar ese aparte como si su vida dependiera de ello hasta que por fin da con él:

“Hubo un tiempo en que creí que amaba a mi ex mujer más que a la propia vida. Pero ahora la aborrezco. De verdad. ¿Cómo se explica eso? ¿Qué ha sido de aquel amor? Qué ha sido de él, eso es lo que quisiera yo saber. Me gustaría que alguien pudiera decírmelo."
- De qué hablamos cuando hablamos de amor

Apenas termina de leer el párrafo y como una casualidad de una de esas novelas que le gusta leer, suena la alarma. Le gustaría quedarse divagando todo el día sobre el amor, pero debe alistarse para ir al trabajo.

lunes, 8 de agosto de 2022

El día de su muerte

El día de su muerte Ramón Jiménez se despertó a la misma hora de siempre 4:30 a.m, por culpa de la alarma de su celular. Al poco tiempo se puso su sudadera y salió a trotar los 45 minutos sagrados de todos los días, al parque que queda detrás de su conjunto.

Luego, de vuelta a su casa, se ducho, se preparó el desayuno, un café oscuro con unas tostadas que acompañó con mantequilla y mermelada de mora, con la toalla aún puesta en la cintura, para no chorrearse café en la ropa –suele pasarle eso–, luego se vistió y salió apurado para el trabajo. Se había desfasado 15 minutos en su rutina lo que ya le significaba encontrarse con más tráfico del esperado en la avenida Libertador.

Su predicción se hizo verdad, pero decidió tomar las cosas con calma. El mundo no se iba a acabar por llegar tarde al trabajo. Puso una emisora de música clásica y se dejó arrullar por el sonido de violines y chelos y otros instrumentos que no logró identificar.

Llego al trabajo medía hora tarde, pero nadie pareció notarlo. Jiménez no supo si alegrarse o ponerse triste por eso, pues por un lado estaba bien que nadie le reclamara su tardanza, pero por otro el asunto le hizo lo notar lo solo que estaba en el mundo.

Pasó toda la mañana sentado en su escritorio fingiendo que estaba trabajando, con muchas ventanas de documentos abiertas, pero la mayoría del tiempo se quedaba observándolas absorto en sus pensamientos, triste y deprimido pensando que tal vez lo mejor sería dejar de existir.

No sabía Jiménez, de la fuerza que tiene el dicho: ten cuidado con lo que deseas porque se te puede cumplir.

Cuando llegó la hora del almuerzo tomó su chaqueta del perchero y no se preocupó en buscar a nadie para ir a almorzar. Desde temprano en la mañana tenía pensado en ir al mismo sitio de siempre cuando no llevaba almuerzo a la oficina, Picaditas.

Cuando llegó al lugar, le tocó hacerse en la barra porque estaba repleto. Ese día había 2 opciones de almuerzo: Carne a la plancha o muslitos de pollo. “Tráigame una carne”, le digo al mesero. “Claro señor”. Al rato el este volvió y le dijo: “Señor, la carne se nos agotó, nos quedan 5 platos de muslitos, ¿le traigo uno?”

Jiménez frunció el ceño. Por un segundo, pensó en marcharse del lugar, pero ¿a dónde se iba a ir? Ya había desperdiciado más de medía hora de almuerzo y tenía hambre. “Bueno pues, será almorzar lo que tengan”, le respondió al mesero”. “Sí señor, están buenísimos. Ya verá que no se va a arrepentir”.

El plato le llegó en menos de 1 minuto y Jiménez comenzó a comer los muslitos de pollo que venían acompañados de arroz, verduras, tajadas de plátano, y papas al vapor, más una limonada en vaso de plástico. Como todo un cirujano experto, le desprendió toda la carne que pudo a los muslitos, hasta ese punto en que no queda más que tomarlos con la mano para llevarlos a la boca.

En medio de esa operación quebró uno de los huesos con la boca, y una de las astillas fue a dar a su garganta. Comenzó a toser ligeramente. Le dio un sorbo a la limonada, pero la tos persistía, el aire no pasaba hacia sus pulmones, y comenzó a ponerse rojo. la tos comenzó a aumentar. Se llevó las manos a la garganta. Era claro que se estaba ahogando, intentaba tomar bocanadas de aire pero nada, sus vías respiratorias estaban obstruidas. El resto de comensales y los meseros lo miraban sin saber que hacer.

“¡Un médico, un médico!” grito alguien , pero no había ninguno, o al médico no le dio la gana actuar o le dio pánico escénico y el cobarde simplemente no reveló su identidad. Para ese entonces Jiménez ya estaba retorciéndose en el piso, hasta que, de un momento a otro, dejó de moverse.

sábado, 6 de agosto de 2022

Preguntas sin respuesta

Estoy recostado en la cama dándole Scroll down al celular como si el equilibrio del universo dependiera de ello. Algunas de las imágenes pasan tan rápido ante mis ojos, que por un segundo imagino que mi cerebro no las alcanza a procesar.

Mi yo, o sospecho que un personaje independiente que a veces me habita, me pregunta: “¿No debería estar haciendo algo más productivo?” En principio le doy la razón, pero en menos de una fracción de segundo lo contraargumento y le digo que todo depende de qué entienda él por productivo  o por productividad, pues ¿quién dice que estar echado en una cama no lo sea?

El hecho es que me quedo ahí, a mis anchas, o acostado o anchamente o ancho y acostado; creo que me entienden, no sé si a manera de protesta o qué, pero también me quedo pensando sobre el tema. “¿Y si tiene algo de razón? ¿Y si uno deja pasar la vida?, me pregunto. "¿Qué es dejar pasar la vida?"

No es una pregunta sencilla. una cosa puede ser, digamos, hacerlo de forma deliberada, como yo hace un rato echado en la cama mirando el celular sin propósito alguno, si suponemos que eso es dejar pasar la vida. Pero el tema es que que a uno también se le va la vida sin quererlo ¿cómo?, por ejemplo, en viajes de ascensor al lado de desconocidos, en el transporte público, en las colas de banco, en fin, Inserte aquí una forma en que usted deja pasar la vida sin quererlo.

Entonces ahí, tirado en la cama, con la semillita del sentimiento de culpa echando raíces en mi cabeza empiezo a pensar en este escrito, pero no era este sino otro, con otra estructura y otro rumbo,  otro tema quizá, pero ya no recuerdo cuál. Apenas me puse de pie, pensé “que frío tan berraco está haciendo, me voy a preparar un café”, pero antes de eso fui al baño a ponerme los lentes de contacto.

Mientras estaba en esas me pregunté: “¿Y con qué algo voy a acompañar el café?” y estuve tentado de ir a comprarme la mejor dona del mundo mundial: la de chocomaní, pero me dio una pereza infinita salir, así que al final me trancé por unas galletas wafer de vainilla y media chocolatina jet que quién sabe cuánto tiempo llevaba encima de un mueble de mi cuarto.

Al final escribí. Imagino que no deje pasar la vida, o eso creo.

jueves, 4 de agosto de 2022

De taxistas, Uber, citas médicas, chocolate y otras cosas

Son más de las cinco y salgo de una cita médica. Pienso que debería tomar un Uber, es decir un Cabify, pues tengo una pelea cazada con la primera plataforma, que insiste en cobrarme 3000 pesos que no les debo y que sí o sí se los debo pagar con mi tarjeta de crédito. “qué se los pague su madre”, pienso, ¿cuál?, la de alguno de los dueños.

Está claro que mi pataleta no ha producido ningún impacto en las finanzas del gigante tecnológico, pero bueno, me iré a la tumba con mi supuesta deuda, en fin.

Cruzo la avenida y le saco la mano a un taxi que por alguna extraña alineación de planetas o porque me van a hacer el paseo millonario, pasa desocupado. Apenas me subo, le doy la dirección al conductor y me pongo a mirar por la ventana, a darle vueltas a una pregunta sin respuesta:

¿tendrá algún sentido la vida o no es más que un absurdo ni el berraco?

La consigna es no hacer contacto visual para no entrar en conversa con el taxista. Imagino que soy parte de un comando secreto y el líder de mi escuadrón me dice, al auricular que tengo implantado en mi oreja derecha, “Do not engage soldier”. Le hago caso.

Hay trancón, hace sol y miro por la ventana, analizando la pregunta que me hago por diferentes ángulos, pero todos dan a callejones sin salida, a cul-de-sacs pintorescos. Cuando me encuentro en esas, el conductor rompe el equilibrio del ambiente. Como busca alguna forma para hablar arranca suave, y como de la nada dice:

“Ahora mucha gente está saliendo del país”. Y Deja la frase flotando en el aire. Es obvio que espera una respuesta. Eso me dicen sus ojos por el retrovisor. I repeat do not engage!

“Ahh si ¿y cómo lo sabe?”, le respondo.

“Pues he escuchado muchas conversaciones de gente que he transportado. Por ejemplo, el otro día llevé a un man al aeropuerto que se iba con la hija a Europa y hablaba por teléfono y decía que él iba a abrir un préstamo y lo pagaba desde allá”.

“Por eso el dólar ha subido tanto".

Subo las cejas en modo de pregunta.

"Pues sí, a mayor demanda sube el precio”, dice con propiedad.

“Ahh ya”, le respondo.

“Vuelvo a mirar por la ventana. El líder mi escuadrón no ha vuelto a hablar, seguro ya cortó la comunicación conmigo.

Como si se hubiera enterado de eso, el taxista ataca de nuevo:

“¿Y qué, saliendo del trabajo?”

Me toma por sorpresa, así que tardo unos segundos en comprender que me está hablando de nuevo. Le respondo con un tímido: “Sí”

“ ¿Y trabaja ahí en el hospital?”

Amigo, pero ¿cuál es la gana de conocer mi vida al detalle?

Reconozco que tal vez solo quiera hablar, que andar al volante todo el día metido en trancones, aguantándose los putazos y la rabia de los demás conductores no debe ser placentero, y que una forma de terapia es conversar con los pasajeros, pero hoy, por alguna razón no tengo ganas de hacerlo, tal vez porque estoy en modo trascendental.

Sé que es una mamera, pero yo no me esfuerzo por estar así, sino que simplemente es un estado que llega y se instala como si nada. La verdad, si ustedes me lo preguntan, prefiero el estado bobada, o el estado vale huevismo puro.

“Por el sector”, le respondo. Mentira número 1.

Otra vez miro por la ventana, es mi única salvación. Fijar la mirada en los otros carros, en las fachadas de los edificios que vamos dejando atrás, en las personas que ocupan por un segundo mi campo visual, pero ya todo está perdido.

“y en qué sector o industria?"

“Diseño”. Mentira número 2.

"Diseño.  Ahhh ya"

Ahora fijo me sale con algo del estilo: Mi esposa es diseñadora, o alguna vaina así y  ¿ahí qué?, igual estoy listo a inventar cualquier respuesta elaborada con la palabra Photoshop o Illustrator, pero el taxista no hace más preguntas.

A pocas cuadras de la casa suena una canción de salsa conocida, pero se inventa el coro y la canta a todo pulmón. Por un segundo pienso decirle que la letra no es así, pero ¿para qué? Se le ve feliz.

Cuando me bajo decido comprarme una dona de chocomaní para bajarle a la pensadera.

El chocolate como terapía de vida.