Es viernes, son las 10 de la mañana, y al otro extremo del piso de la oficina Sebastián Molina alcanza a ver al grupito de Gerentes de Negocio. A esa hora del día siempre se reúnen a planear en qué bar lujoso de la ciudad van a despilfarrar dinero por la noche.
Molina los envidia. Le gustaría tener su mismo nivel de vida, los mismos lujos que se dan, contar las mismas historias, en fin, ser como ellos, pero no, el destino laboral, por un motivo o el otro, lo ubicó en el escalafón de analista, el más bajo de su compañía, y al que todos, o por lo menos eso cree, miran por encima del hombro.
Wilson su amigo, que todos dices que es ñero, pero a Molina no le importa, pues le cae bien, le dice: “Moli, camine gasta tinto , cigarro y empanada en la tienda del cucho Paredes, pa que quite esa cara de hueva que tiene hoy”.
“Bueno camine”, le responde Molina.
“Que, ¿Cervecitas hoy?”, le pregunta Wilson cuando se suben al ascensor.
“No sé hermano, ¿no le da pereza siempre lo mismo?”
“Mmm ahora salió fino, y entonces qué quiere hoy el príncipe?”
“Espere a ver si Mónica me llama o no”, le responde Sebastián.
Cuando llegan a la tienda del cucho Paredes cada uno pide combo de tinto con empanada y un cigarrillo para finalizar su ritual de descanso laboral.
Cuando van a comenzar a conversar un hombre que acaba de dejar descolgar el encendedor que está atado a la puerta por un hilo nilón, cae al piso.
Al principio Sebastián y Wilson creen que se resbaló, pero cuando lo miran se dan cuenta de que el hombre se lleva la mano al pecho y tiene un gesto de dolor en la cara.
Las personas del local comienzan a gritar: “¡un médico, un médico!”, apenas caen en cuenta de que el hombre está sufriendo un paro cardiaco fulminante. Pero antes de que puedan conseguir ayuda, el hombre deja de moverse y queda ahí tendido en el suelo, con el cigarrillo que intentó prender, sujetado en su mano derecha.
Tiempo después ya en la oficina a Molina le parecen un absurdo las risas de los gerentes de negocio, su trabajo, todo.
lunes, 29 de agosto de 2022
jueves, 25 de agosto de 2022
Abandonar la misión
En la mañana me surgió una idea para escribir algo. Le estuve dando vueltas en la cabeza todo el día, hasta hace 40 minutos que me senté a escribirla a ver si le podía poner orden en palabras, pero hace más o menos un minuto cerré el documento, porque no logré nada; tuve que abandonar la misión.
Decidí dejar el escrito porque sentí que no iba hacia ningún lado. A veces es bueno darse cuenta de eso y no seguir pedaleando, porque es como hacerlo es una bicicleta estática, se botan y se botan palabras y no se avanza ni un carajo o el resultado es un escrito poco sincero, en fin.
Empecé con entusiasmo y me inventé un personaje, un escritor argentino de ascendencia italiana de apellido Rosseti, que había publicado una saga exitosa titulada Tormenta Púrpura, pero que después de su gran éxito, tenía un bloqueo para escribir y no le salía nada. Mejor dicho escasamente podía poner la fecha y su nombre.
A simple vista parece que el tema aguantaba, pues el conflicto está ahí, pero al cuarto párrafo, me di cuenta de que ese personaje que supuestamente me había inventado, solo estaba funcionando como un médium para expresar mis ideas y puntos de vista.
Entonces el escrito tenía más bien pinta de ensayo que de historia y ni un carajo de acción, pues lo único que ocurría era que que este sujeto se la pasaba pensando esto y lo otro. ¡Que aburrición!
Cuando pensé qué escribir para Almojábana ya sabrán qué me ocurrió, pues sí, el mismo dilema de Rosseti. ¿Qué voy a escribir? Como no se me ocurría nada, decidí contarles esto.
Algún día escribiré sobre el pobre de Rossetti. De hecho, Tormenta Púrpura, el título de su trilogía me parece un gran acierto.
Decidí dejar el escrito porque sentí que no iba hacia ningún lado. A veces es bueno darse cuenta de eso y no seguir pedaleando, porque es como hacerlo es una bicicleta estática, se botan y se botan palabras y no se avanza ni un carajo o el resultado es un escrito poco sincero, en fin.
Empecé con entusiasmo y me inventé un personaje, un escritor argentino de ascendencia italiana de apellido Rosseti, que había publicado una saga exitosa titulada Tormenta Púrpura, pero que después de su gran éxito, tenía un bloqueo para escribir y no le salía nada. Mejor dicho escasamente podía poner la fecha y su nombre.
A simple vista parece que el tema aguantaba, pues el conflicto está ahí, pero al cuarto párrafo, me di cuenta de que ese personaje que supuestamente me había inventado, solo estaba funcionando como un médium para expresar mis ideas y puntos de vista.
Entonces el escrito tenía más bien pinta de ensayo que de historia y ni un carajo de acción, pues lo único que ocurría era que que este sujeto se la pasaba pensando esto y lo otro. ¡Que aburrición!
Cuando pensé qué escribir para Almojábana ya sabrán qué me ocurrió, pues sí, el mismo dilema de Rosseti. ¿Qué voy a escribir? Como no se me ocurría nada, decidí contarles esto.
Algún día escribiré sobre el pobre de Rossetti. De hecho, Tormenta Púrpura, el título de su trilogía me parece un gran acierto.
A la larga lo entiendo. Sin importar cuál sea, las personas no se deberían crearse tantas expectativas con el trabajo de uno.
martes, 23 de agosto de 2022
Carreras de carritos
Recuerdo que cuando era pequeño uno de mis juegos favoritos consistía en hacer carreras de carros con todos los que tenía. Lo peculiar de mis competiciones era que participaban todos, no importaba lo diferente que fueran los unos de los otros, o lo averiados que estuvieran. La regla era que todos tenían que participar o no había carrera y punto.
Yo tenía mis favoritos y sabía que había unos que no daban la talla, pero igual los metía, pues como dicen los gringos: the more, the merrier.
Establecía un punto de partida y trazaba una línea imaginaria e iba alineando uno a uno los carritos. No recuerdo si los pilotos tenían pensamientos o conversaciones, ojalá que sí, seguro era un ingrediente que le añadía tensión a mi juego.
Cuando ya los tenía todos listos, tomaba el primero lo halaba hacía atrás y luego lo impulsaba hacia adelante y miraba hasta dónde llegaba. Repetía el procedimiento para el resto de carritos y luego me ponía de pie para ver dónde habían quedado todos los competidores. Algunos, claro, se habían estrellado contra materas o se habían volcado, y solo unos cuantos continuaban en condición de carrera, los más fuertes, la crema de la crema.
Establecía, quién sabe con qué método las posiciones en las qué habían quedado después de la partida y repetía el procedimiento de lanzamiento. Así hasta darle, lo que yo consideraba, una vuelta al apartamento.
Me podía pasar toda la tarde arrastrándome por el tapete del apartamento, concentrado en mis carreras de carritos.
Los que tenían mejor rendimiento eran los pequeños y planchetos, pues entre más grandes fueran más complicaciones tenían.
Al final no había un ganador, imagino que solo competían por diversión.
Yo tenía mis favoritos y sabía que había unos que no daban la talla, pero igual los metía, pues como dicen los gringos: the more, the merrier.
Establecía un punto de partida y trazaba una línea imaginaria e iba alineando uno a uno los carritos. No recuerdo si los pilotos tenían pensamientos o conversaciones, ojalá que sí, seguro era un ingrediente que le añadía tensión a mi juego.
Cuando ya los tenía todos listos, tomaba el primero lo halaba hacía atrás y luego lo impulsaba hacia adelante y miraba hasta dónde llegaba. Repetía el procedimiento para el resto de carritos y luego me ponía de pie para ver dónde habían quedado todos los competidores. Algunos, claro, se habían estrellado contra materas o se habían volcado, y solo unos cuantos continuaban en condición de carrera, los más fuertes, la crema de la crema.
Establecía, quién sabe con qué método las posiciones en las qué habían quedado después de la partida y repetía el procedimiento de lanzamiento. Así hasta darle, lo que yo consideraba, una vuelta al apartamento.
Me podía pasar toda la tarde arrastrándome por el tapete del apartamento, concentrado en mis carreras de carritos.
Los que tenían mejor rendimiento eran los pequeños y planchetos, pues entre más grandes fueran más complicaciones tenían.
Al final no había un ganador, imagino que solo competían por diversión.
lunes, 22 de agosto de 2022
Se me cierran los ojos
No deberían, o debería administrar mejor mi energía a lo largo del día o dedicarme a jugar al baloto a ver si me lo gano, y así destinar el resto de mi vida al fino arte de hacer nada.
La verdad es que jugar el baloto me parece una botadera de plata pues la única rifa que me gano es cuando me llaman en los aeropuertos para revisar mi equipaje antes de abordar un avión, de resto nada, cero, null.
Si yo fuera millonario, lo que haría sería dedicarme a leer todo el santo día sin preocuparme por nada, sin estar pendiente del trabajo, de clientes de esto, lo otro o aquello, pero mejor me detengo aquí antes de comenzar a recrear posibles escenarios de que haría si tuviera mucho dinero, una actividad más bien inútil.
Si algún día lo tengo ya les contaré, aunque quién sabe, como dicen que el dinero cambia a las personas, de pronto ya ni me interese escribir, ¿será posible tal escenario?
Por ahora les cuento que a eso de las 11 de la noche me entran unas ganas inmensas de leer. A veces esas ganas también se combinan con las de escribir e incluso con las de dibujar, entonces me debato entre esas tres fuerzas y cuando gana la primera me meto en la cama, acomodo las almohadas, prendo la lámpara dirijo el haz de luz hacia la pantalla del Kindle, pero a los pocos minutos los ojos se me comienzan a cerrar.
Entonces los abro con fuerza y con toda la voluntad de noches en vela de mis ancestros, que llevo acumulada en mis células, procuro mantenerme despierto, para leer por lo menos un capítulo o hasta aquel punto del libro presente un cambio de escenario, o un movimiento de la cámara o un cambio en el tiempo.
La verdad es que jugar el baloto me parece una botadera de plata pues la única rifa que me gano es cuando me llaman en los aeropuertos para revisar mi equipaje antes de abordar un avión, de resto nada, cero, null.
Si yo fuera millonario, lo que haría sería dedicarme a leer todo el santo día sin preocuparme por nada, sin estar pendiente del trabajo, de clientes de esto, lo otro o aquello, pero mejor me detengo aquí antes de comenzar a recrear posibles escenarios de que haría si tuviera mucho dinero, una actividad más bien inútil.
Si algún día lo tengo ya les contaré, aunque quién sabe, como dicen que el dinero cambia a las personas, de pronto ya ni me interese escribir, ¿será posible tal escenario?
Por ahora les cuento que a eso de las 11 de la noche me entran unas ganas inmensas de leer. A veces esas ganas también se combinan con las de escribir e incluso con las de dibujar, entonces me debato entre esas tres fuerzas y cuando gana la primera me meto en la cama, acomodo las almohadas, prendo la lámpara dirijo el haz de luz hacia la pantalla del Kindle, pero a los pocos minutos los ojos se me comienzan a cerrar.
Entonces los abro con fuerza y con toda la voluntad de noches en vela de mis ancestros, que llevo acumulada en mis células, procuro mantenerme despierto, para leer por lo menos un capítulo o hasta aquel punto del libro presente un cambio de escenario, o un movimiento de la cámara o un cambio en el tiempo.
viernes, 19 de agosto de 2022
Oda al café
Sentado en su escritorio, Wilkins le da un sorbo al primer café del día. La nueva taza que compró es precisamente de ese color y lleva impresa la siguiente leyenda: Coffee makes everything possible.
Luego de ese sorbo fija su mirada en la cima de las montañas que ve a través de su ventana, Por un segundo se pierde en un pensamiento cualquiera, hasta que piensa que si él fuera poeta seguro escribiría una oda al café, como alguna de las odas elementales de Pablo Neruda. Seguro que la suya no tendría punto de comparación con ninguna del poeta chileno, pero no importa. Su taza deja claro que café hace posible cualquier cosa: desde una oda mediocre hasta una excelente, e incluso, vaya uno a saber, la existencia de personajes como Neruda. El café, al parecer, es cosa sería.
Wilkins piensa que en ese poema intentaría describir todos los matices del primer sorbo de la bebida. Cómo entra en la boca, hace contacto con la lengua, para luego deslizarse por la garganta y exaltar, o bien sublevar el espíritu y el alma. Así, piensa, debe ser el tono de un poeta, pero concluye que quizás esté equivocado y todo lo que está pensando no sean más que clichés.
Al darle los últimos sorbos a la bebida, cuando ya está fría, y ha pérdido ese encanto inicial, Wilkins piensa que a las personas que, como a él, les gusta el café, suelen darle mucho bombo a la bebida, y en ocasiones se sienten especiales solo por eso, por el simple hecho de disfrutar de una buena taza de café, algo que, si se mira bien, cree Wilkins, es más bien ridículo.
Luego de ese sorbo fija su mirada en la cima de las montañas que ve a través de su ventana, Por un segundo se pierde en un pensamiento cualquiera, hasta que piensa que si él fuera poeta seguro escribiría una oda al café, como alguna de las odas elementales de Pablo Neruda. Seguro que la suya no tendría punto de comparación con ninguna del poeta chileno, pero no importa. Su taza deja claro que café hace posible cualquier cosa: desde una oda mediocre hasta una excelente, e incluso, vaya uno a saber, la existencia de personajes como Neruda. El café, al parecer, es cosa sería.
Wilkins piensa que en ese poema intentaría describir todos los matices del primer sorbo de la bebida. Cómo entra en la boca, hace contacto con la lengua, para luego deslizarse por la garganta y exaltar, o bien sublevar el espíritu y el alma. Así, piensa, debe ser el tono de un poeta, pero concluye que quizás esté equivocado y todo lo que está pensando no sean más que clichés.
Al darle los últimos sorbos a la bebida, cuando ya está fría, y ha pérdido ese encanto inicial, Wilkins piensa que a las personas que, como a él, les gusta el café, suelen darle mucho bombo a la bebida, y en ocasiones se sienten especiales solo por eso, por el simple hecho de disfrutar de una buena taza de café, algo que, si se mira bien, cree Wilkins, es más bien ridículo.
jueves, 18 de agosto de 2022
En el futuro
Hoy es un buen día para quitarme la cabeza.
Hablo, claro está, en sentido figurado. Hago esta aclaración porque el otro día vi que una mujer, de otro país, que sigo en twittter, publicó algo como: “ya sé qué día de este mes debo dejar de existir”, o algo así decía su trino.
En ese momento pensé: ¿no será una indirecta de ese tipo de personas que están a punto de quitarse la vida, pero que en apariencia actúan normal y hacen ese tipo de comentarios tratando de sonar graciosas?
“Voy a escribirle al privado”, me dije, pero al final no lo hice. Muy mal de mi parte. ´Hace unos días vi otra publicación de ella, así que su rollo si iba en modo broma, o otra persona sí le escribió, en fin.
Les decía que me gustaría quitarme la cabeza, porque a su cerebro, que viene a ser el mío también, le dio la gana trasladarse al futuro, ese territorio completamente brumoso del que nada sabemos.
No sé por qué el gran berraco se instaló allá, si es que se puede afirmar tal cosa y se puso a recrear toda suerte de escenarios y situaciones en las que, claro, siempre termino mal parado.
Algo, un comentario, recuerdo, sabor, olor, no logro precisar qué, me disparó la pensadera. Por eso hace un momento dejé de darme en la cabeza con Ubersuggest, mandé a la porra un artículo que estoy escribiendo y me vine pa' este rinconcito a descargar esto que les estoy contando.
Porque escribir es tirar el ancla al presente o como bien lo dijo el escritor Pedro Mairal una vez, y no me canso de compartirlo en este blog:
Hablo, claro está, en sentido figurado. Hago esta aclaración porque el otro día vi que una mujer, de otro país, que sigo en twittter, publicó algo como: “ya sé qué día de este mes debo dejar de existir”, o algo así decía su trino.
En ese momento pensé: ¿no será una indirecta de ese tipo de personas que están a punto de quitarse la vida, pero que en apariencia actúan normal y hacen ese tipo de comentarios tratando de sonar graciosas?
“Voy a escribirle al privado”, me dije, pero al final no lo hice. Muy mal de mi parte. ´Hace unos días vi otra publicación de ella, así que su rollo si iba en modo broma, o otra persona sí le escribió, en fin.
Les decía que me gustaría quitarme la cabeza, porque a su cerebro, que viene a ser el mío también, le dio la gana trasladarse al futuro, ese territorio completamente brumoso del que nada sabemos.
No sé por qué el gran berraco se instaló allá, si es que se puede afirmar tal cosa y se puso a recrear toda suerte de escenarios y situaciones en las que, claro, siempre termino mal parado.
Algo, un comentario, recuerdo, sabor, olor, no logro precisar qué, me disparó la pensadera. Por eso hace un momento dejé de darme en la cabeza con Ubersuggest, mandé a la porra un artículo que estoy escribiendo y me vine pa' este rinconcito a descargar esto que les estoy contando.
Porque escribir es tirar el ancla al presente o como bien lo dijo el escritor Pedro Mairal una vez, y no me canso de compartirlo en este blog:
Escribir me ayuda a estar, a estar bien, pero
bien significa presente, estar bien ahí, bien plantado, estar
muy, estar plus, estar más, hiper estar.
martes, 16 de agosto de 2022
Nada tiene sentido
Si no estoy mal creo que fue L, cuando trabajábamos en esa oficina que quedaba cerca a la primera sede de la librería de Prólogo, la que me hablo sobre Nada, la novela de la escritora danesa Janne Teller.
Cuenta la historia de Pierre Anthon, un niño que un buen día descubre que la vida no tiene sentido, algo que tardó 85 años en descubrir el escrito Sándor Márai:
Si Márai estaba así de envenenado o decepcionado de todo, creo que era porque ya había o estaba a punto de perder a su esposa, el amor de su vida.
Son unos diarios bellísimos, fuertes, sinceros, pero bellísimos. Léanlos, en fin, sigamos hablando de Pierre.
Anthon le argumenta a sus compañeros de escuela porque este cuento de la vida es tan fofo. Ellos intentan demostrarle lo contrario reuniendo objetos que le dan sentido a sus vidas, y se dan cuenta de que solo al perder algo se aprecia su valor.
Solo me acuerdo de que a Anthon le valía cinco todo, pero la trama, como muchas otras se me esfumó de mí cabeza. Eso que les conté en el párrafo anterior lo fusilé de la descripción de la novela en Goodreads.
A veces le echo cabeza al tema y en ocasiones llego a la conclusión de que sí, que a la larga todo es como un gran circo y al final vamos para la tumba ¿y qué?, ¿para qué tanto esfuerzo? ¿para qué tantas preocupaciones?
Como decía un comediante gringo que vi alguna vez, somos más de 7000 mil millones de personas atrapadas en una roca gigante que flota en medio del espacio, ¿y eso qué o qué?
Recuerdo que una vez le comentaba esto a un amigo y me dijo : “hermano, uno no puede ser tan nihilista” Como no sabía bien que significaba serlo, me quedé callado e hice mi mejor cara de nada, pero suponía que tenía que ver con ser vale huevista.
Luego, en una búsqueda rápida, comprendí que era alguien considerado un seguidor de la corriente filosófica del nihilismo que, a grandes rasgos, consiste en negar la existencia y el valor de todas las cosas.
La verdad no creo pertenecer a tal corriente o a tal otra, porque en el momento en que uno se define por algún “ismo” queda a merced del fanatismo, y ahí si se lo llevó el putas.
Dicho esto, creo que al más mínimo indicio de existencialismo, lo mejor es pensar en nada para no amargarse la existencia.
Cuenta la historia de Pierre Anthon, un niño que un buen día descubre que la vida no tiene sentido, algo que tardó 85 años en descubrir el escrito Sándor Márai:
“Las palabras Dios, piedad, misericordia; todo lo que han dicho
los curas y los filósofos es una completa mentira.
No existe un «propósito» ni un «sentido». Sólo existen los hechos descarnados.
Todo es un asco.”
– Diarios, Sándor Márai–
Si Márai estaba así de envenenado o decepcionado de todo, creo que era porque ya había o estaba a punto de perder a su esposa, el amor de su vida.
“Durante sesenta y dos años todo se lo he leído
primero a ella, todos los escritos. Ya no tengo a quién hacerlo.
La expresión escrita ha perdido todo atractivo para mí.
Si ella se va, debo seguirla sin algaradas, sin hacer ruido”
– Diarios, Sándor Márai–
Son unos diarios bellísimos, fuertes, sinceros, pero bellísimos. Léanlos, en fin, sigamos hablando de Pierre.
Anthon le argumenta a sus compañeros de escuela porque este cuento de la vida es tan fofo. Ellos intentan demostrarle lo contrario reuniendo objetos que le dan sentido a sus vidas, y se dan cuenta de que solo al perder algo se aprecia su valor.
Solo me acuerdo de que a Anthon le valía cinco todo, pero la trama, como muchas otras se me esfumó de mí cabeza. Eso que les conté en el párrafo anterior lo fusilé de la descripción de la novela en Goodreads.
A veces le echo cabeza al tema y en ocasiones llego a la conclusión de que sí, que a la larga todo es como un gran circo y al final vamos para la tumba ¿y qué?, ¿para qué tanto esfuerzo? ¿para qué tantas preocupaciones?
Como decía un comediante gringo que vi alguna vez, somos más de 7000 mil millones de personas atrapadas en una roca gigante que flota en medio del espacio, ¿y eso qué o qué?
Recuerdo que una vez le comentaba esto a un amigo y me dijo : “hermano, uno no puede ser tan nihilista” Como no sabía bien que significaba serlo, me quedé callado e hice mi mejor cara de nada, pero suponía que tenía que ver con ser vale huevista.
Luego, en una búsqueda rápida, comprendí que era alguien considerado un seguidor de la corriente filosófica del nihilismo que, a grandes rasgos, consiste en negar la existencia y el valor de todas las cosas.
La verdad no creo pertenecer a tal corriente o a tal otra, porque en el momento en que uno se define por algún “ismo” queda a merced del fanatismo, y ahí si se lo llevó el putas.
Dicho esto, creo que al más mínimo indicio de existencialismo, lo mejor es pensar en nada para no amargarse la existencia.
“¡Si no existe nada que importe, no hay nada por lo que enfadarse!
¡ Y si no existe nada por lo que enfadarse tampoco existe nada por lo que pelearse!”
–Nada
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