lunes, 19 de septiembre de 2022

Ideas sueltas

Hay días en los que estoy trabajando y de repente una idea se apodera de mi cabeza. Son ideas tercas que exigen ser narradas, contadas de alguna manera. Entonces dejo lo que esté haciendo y cedo ante su capricho.

No suelen ser nada del otro mundo y la verdad prefiero que no lo sean. No me gustan esas ideas listas o demasiados elaboradas, esas que las personas pueden tildar de brillantes. Así que entre más ramplonas y simples, creo que son mejores, pues están más cerca de la verdad, signifique lo que signifique la verdad, que cambia de forma a cada rato y que, pienso, escasamente rasguñamos por breves instantes.

Cuando eso ocurre, cuando esas ideas sueltan se adhieren como sanguijuelas sedientas de sangre a los pliegues de mi cerebro, no me queda más remedio que abrir un documento y descargarlas en él. Lo bueno es que como están desesperadas por salir, escribirlas no se me dificulta y a veces el resultado son textos de más de 500 palabras de un solo tajo como si nada, como de un suspiro, como si escribir fuera tan natural como respirar.

Otras veces, muchas la verdad, esas ideas sueltas no aparecen en todo el día. Cuando eso pasa, Me pregunto en qué lugar del cerebro se almacenarán y me quedó en silencio por un rato, concentrado, como pensando en ellas, a ver si de esa manera las invoco, pero nada. ¿Será falta o exceso de café, o de algún ritual de esos extraños que tienes algunas personas de poner música y prender velas para entrar en sintonía con la escritura y no sé qué más cosas? El caso es que ellas andan por ahí libres y como les da la gana, y no atienden a esos llamados estúpidos de la escritura.

Y cuando no aparecen entonces escribo cosas como esta.

sábado, 17 de septiembre de 2022

Nubes y sol

Hoy iba en el carro y hacia un sol picante, amenazador, que tenía ganas de derretirlo todo, derretirnos, reducirnos a nada. El cielo tenía unos parches despejados y otros en donde había reuniones de nubes. Estaban apretujadas como huyéndole a algo o hablando entre ellas.

Quizá huían del sol, que en medio de la buena onda que aparenta ser, en realidad es un tirano. Las nubes, blancas y bonachonas, discutían sobre La ganas que tiene el gran astro, de convertirse en una Enana Blanca, para engullirse a la tierra y acabar con los humanos que, a su vez, también tenemos ganas infinitas de destrucción, en fin. El hecho es que ahí estaban suspendidas, con sus formas no formas y moviéndose despacio.

Una de ellas había adoptado la forma del hongo de la bomba atómica de Hiroshima. Todo en ese momento tenía relación con desgaste, destrucción, fin, o por alguna razón mi subconsciente me estaba enviando esas señales o me estaba dejando esas migajas en el camino para que las recogiera si me daba la gana o no.

Le dije que no se pusiera tan pesado, que era sábado y seguro todo tenía que ver con que todavía no había almorzado. Bajé la mirada y me puse a observar los puestos de comida al lado de la carretera. Eran asaderos uno detrás de otro con carpas viejas, sillas y mesas plásticas y parrillas con brasas ardiendo con carne y mazorcas y una persona con un cartón o la tapa de una olla echándole brisa.

Volví a mirar las nubes y la de la bomba atómica ya había desaparecido. Intenté buscarle una forma a otra, pero no encontré ninguna, así que distraje mi mente con cualquier idea antes de que se pusiera a pensar en más cosas extrañas.

miércoles, 14 de septiembre de 2022

Audífonos en el suelo

Sales a trotar temprano. Hay algo de neblina y tu aliento se condensa al entrar en contacto con el aire frío de la mañana. Después de un kilómetro de recorrido, ves unos audífonos blancos y relucientes tirados sobre un camino de grava con árboles a los costados. Te parece que el objeto ocupa su lugar, como si alguien lo fuera a fotografiar para una campaña publicitaria.

Parecen nuevos. No entiendes por qué están ahí, tirados en el piso.  Te preguntas si fueron dejado a propósito o si se le le cayeron a una persona de la cabeza, una mochila o un bolso, pero ¿cómo alguien no se va a dar cuenta de eso?. Ese es un objeto que las personas suelen cuidar en extremo, piensas.

A unos metros adelante ves a un hombre de chaqueta y gorro de lana negros, que camina con las manos en los bolsillos. Piensas que él podría ser el dueño de esos audífonos. Lo que pasa, crees, es que los temas que ocupan su cabeza son tan importantes que está ahí, metido en ella, sin prestar atención a lo que ocurre a su alrededor, ni siquiera a la música que iba escuchando.

Pero estás lejos y siempre has creído que es mejor no meterte donde no te han llamado. Además, ¿cómo saber si el hombre, por el motivo que sea, quiso deshacerse ellos?

De pronto, solo de pronto, ese hombre tiene una de esas crisis existenciales que atacan en el momento menos pensado y quiere andar más ligero en esta vida, y para él eso significa transitar con menos ruido; de ahí que haya botado sus audífonos nuevos al suelo.

Podrías ir a recogerlos, claro, Alcanzarlo y entregárselos, pero mejor no. No sabes qué pasa por su mente.

De pronto lo mejor es dejarlo andar sin su música y ya está, no cruzarte en su camino. No alterar el cauce de tu vida ni mucho menos el de otras personas. 



martes, 13 de septiembre de 2022

Reclamar documentos y actos de fe

Espero a que me entreguen un documento en una entidad pública. Llevo sentado más de media hora y veo como llaman y llaman a personas y nada que mencionan mi nombre. Me pregunto si ya lo habrán hecho y no me di cuenta por estar leyendo, así que decido dejar de hacerlo, pero a los pocos minutos me muero del aburrimiento y vuelvo a la lectura.

Podría decirse que leo mal o a medias, porque también intento poner atención a lo que ocurre a mi alrededor por si pronuncian mi nombre y piensan “no está, a bueno, pues se jodió”. Como estoy en ese trance de estar aquí y allá, me pateo un par de conversaciones de las personas que están sentadas a mi alrededor, además del llanto incansable de un bebé que, parece, lo están torturando.

Una señora de una de las filas de atrás le dice por celular a alguien: “Lo siento mucho, pero no le puedo colaborar más. Pero esté tranquilo que no le va a pasar nada. Además, es ambulatoria y yo voy a estar en oración”.

Por un momento mi mente comienza a preguntarse qué tanto le sirve a esa otra persona saber que la mujer va a estar en oración, es decir, si va a escribir en el grupo de chat de su familia: “no se preocupen que fulanita acaba de entrar en modo oración”, y mi cabeza comienza a encadenar otras preguntas relacionadas con la religión y la fe que, creo, no tienen repuesta, o me da pereza argumentarlas conmigo mismo, así que mejor decido volver a los diarios de Josep Pla, y cuando decido meterme de lleno en la lectura, escuhó a una mujer decir fuerte y claro mi nombre.

lunes, 12 de septiembre de 2022

Alexander, el hombre más rico de toda Colombia

Cuando terminé la universidad no tenía muy claro que quería hacer a partir de ese momento– Ahora no es que diga uyy que bruto como la tengo de clara en esta vida, pero bueno, eso es un tema que dejaré para “De la vida y otros ensayos” un libro que lo más probable es que nunca escriba–. Me atraía la idea de un trabajo dinámico en el que no tuviera que repetir una misma tarea todos los días. La cámara de comercio de Bogotá ofrecía un diplomado en consultoría empresarial y pensé que esa podría ser una opción a lo que estaba buscando, así que lo tomé.

En la primera clase llegó el momento de la típica presentación de: nombre, diga qué hace y qué le gusta, todos nos presentamos más o menos de forma normal hasta que llegó el turno para Alexander. Ya no recuerdo cuál era su apellido, pero si su objetivo en la vida.

Cuando llegó su turno se puso de pie, se abotonó la chaqueta y comenzó a hablar mirando hacia el frente, como a un punto en la distancia, probablemente el futuro, que ninguno de los que estaba en la sala podía ver: “Hola a todos, mi nombre es Alexander y voy a ser el hombre más rico de toda Colombia”.

Pienso en esto, es decir, en trazarse objetivos de vida, por la muerte del escritor español Javier Marías. Leí un artículo que contaba su vida resumida desde que era un bebe y posiblemente importunaba a Nabokov con su llanto, pues el escritor ruso había vivido en el piso de arriba en la casa que su familia ocupó en el Wellesley College de Massachusetts, hasta cuando vivió en Paris y se alimentaba a punta de Pan con mostaza.

El objetivo de Marías era claro: escribir como si de ello dependiera su vida y al final lo logró. Parece que, si uno desea algo con mucha fuerza, es un deber convertirlo en obsesión para alcanzarlo.

En cuanto a Alexander, no me importa saber si cumplió con su objetivo o no. Allá cada persona con sus obsesiones o lo que sea que se les cruce por sus cabezas; creo que están en su derecho de perseguir sus "disparates" mientras no le hagan daño a nadie.

jueves, 8 de septiembre de 2022

En un bar

Un hombre está sentado solo en la barra. Evitemos, por favor, conjeturas estúpidas sobre su soledad, si es feliz o no, y que a nadie se le ocurra sacarle una foto sin su permiso, para luego postearla en alguna red social con alguna frase barata. Solo es un hombre que, sea cual sea el motivo, parece disfrutar un momento sin la compañía de alguien.

Desde hace un momento toda su concentración está dedicada a una sola tarea: quitarle la etiqueta a la botella de cerveza, pero sin dañarla. Hace un rato trató de hacer lo mismo con la anterior, pero la ansiedad y las uñas la destrozaron. Apenas ocurrió eso, y sin haberla terminado, pidió la que tiene ahora en sus manos y apartó la de la etiqueta estropeada hacia un rincón de la barra donde reposan otras tres botellas.

, Parece que cada vez que logra despegar un trozo del papel se premia con un sorbo de cerveza, pero es una tarea lenta y testaruda, como una penitencia más bien.

Al otro costado una mujer de piernas largas y falda roja corta se pone de pie y camina hasta la rockola. Todos los hombres la siguen con la mirada, menos el de la barra que sigue peleando con la etiqueta de la botella. La mujer se inclina de forma seductora introduce una moneda en la máquina y selecciona la canción Mala suerte de Henry Fiol. Empieza a sonar y la mujer comienza a bailar sola.

Que he hecho yo, pa’ tener tan mala suerte
Que he hecho yo, pa’ sufrir tanto dolor
Triste dolor, de vivir siempre angustiado
De vivir siempre frustrado, buscando algún remedio
A mi pobre situación

El hombre de la barra comienza a cantarla. Arranca la etiqueta de un tirón, se bebe lo que le queda de cerveza de un sorbo y abandona el lugar.

miércoles, 7 de septiembre de 2022

El delirio de los puntos de vista

Resulta que el libro de ficción que hace parte de mis lecturas del momento es Delirio de Laura Restrepo. Cuando lo empecé no había comenzado a picar tantos libros al tiempo y me llamó mucho la atención el narrador, porque a veces sentía que había cambios bruscos en el punto de vista, pero leía y releía esos apartes y aunque notaba esos cambios no había forma de señalar el error, además pensaba: “¡Gran pendejo es Laura Restrepo y con esa novela se ganó el premio Alfaguara de novela! Imposible que sea el primero en darme cuenta de un error de ese estilo”.

Luego discutí el asunto con un grupo de amigos y una amiga lo sentencio diciendo lo siguiente: “lo que ella hace es que va cambiando del narrador omnisciente a los diálogos, sin la puntuación convencional, es decir, quedan mezclados o eso creo. Y otro amigo, un escritor, concluyó: “Es lo que hacía Saramago, O sea lo que dice Andrea. Van saliendo las voces."

Ayer, después de varios días en los que estuve metido en otras lecturas,  volví a retomar esa novela, y pensé que ese detalle de los puntos de vista me iba complicar meterme en la historia de nuevo.

Ese puede ser un punto en contra de leer varios libros al mismo tiempo, es decir, se corre el peligro de perder el ritmo de lectura con alguno. O puede que a uno se le olvide un libro que estaba leyendo,  como caí en cuenta ayer con  Zen en el arte de escribir de Bradbury.

El punto es que con Delirio me armé de calma y vi de forma clara a Agustina, la protagonista. Creo que también algo que le suma puntos a la experiencia de lectura es que ese nombre me encanta, puede parecer una estupidez, pero así es.

Esa forma de narrar de Restrepo me parece artificiosa. No sé si yo sería capaz de lograrla. Me pregunto si le saldrá de forma natural o es algo que planea minuciosamente.