Son las 9:30 y estoy a punto de apagar el computador cuando me acuerdo que no he escrito nada. Bueno, solo un decir, porque si he escrito otras cosas hoy, pero no para Almojábana, entonces mi psicorigidez se activa y me obliga a escribir algo para mi blog.
Pero ocurre lo mismo de siempre, estoy cansado, no tengo ni puñetera idea sobre qué escribir y además de eso tengo los pies helados. Entonces, mientras trato de escarbar alguna idea en mi cabeza a la cual le pueda arrancar unas cuantas palabras, no logro concentrarme porque solo pienso en el frío de los pies, así que muevo los dedos de forma frenética a ver si se calientan.
A medida que hago eso, ya me doy cuenta el rumbo que toma este escrito: lo que los gringos llaman free writing o escritura automática, lo que el cerebro vomite porque sí, sin pensarlo, en una fracción de segundo: gotas, esfero, hoja blanca, celular, por ejemplo. Eso no lo pensé, sino que son los objetos que tengo delante de mis narices, que no sé porque se utiliza el plural si solo se tiene una, igual que cuando uno dice: “hicieron algo a mis espaldas”. Imagino que debe ser por sentirse traicionado, entonces uno piensa en dos o más espaldas, para buscar más protección, qué sé yo.
La verdad es que había intentado escribir algo unas horas antes, pero estaba seco de palabras y después de mirar la pantalla con el cursor titilando como un pendejo por un par de minutos, me fui a la cocina a comer algo a ver si me despejaba la mente y después pensé: “pues que se jodan los dioses de la escritura”, pero ya ven, al final termine rindiéndoles tributo.
Siendo las 9:40 les informo que mi táctica de mover los dedos surtió efecto y los pies ya se me calentaron. Siendo así, doy por terminadas estas palabras que quizá no tienen ni pies ni cabeza, pero bueno, las escribí.
jueves, 22 de septiembre de 2022
miércoles, 21 de septiembre de 2022
De madrugada
Se despierta a eso de las 3 de la mañana por primera vez. Luego intenta dormirse, pero cuando lo logra, al rato vuelve a despertarse. Es como si algo no la dejara dormir. Se la pasa en ese estado de duermevela hasta las 5 de la mañana, hora en la que decide prender el televisor y de entre los muchos canales de cable que tiene, le da por sintonizar uno de noticias. Mala decisión, pues al rato se llena de angustia porque todas las que transmiten son malas, dan indicios de que el mundo va en picada y resulta extraño que aún funcione envuelto en tanto caos.
“A dormir donde la trasnocharon mija”, le dice Julieta apenas ve su cara de sueño cuando llega a la oficina.
“No me jodas Juli”, le contesta Margarita y le cuenta lo sucedido en la madrugada.
Ten cuidado, ¿No has oído que esa es la hora del diablo?
“ ¿La qué?”, pregunta Margarita.
“También le dicen la hora del muerto”, le responde Julieta. “Una franja de tiempo de mucha actividad paranormal, donde los espíritus malignos aprovechan para poseer a las personas.
“ ¿Dónde aprendes tantas pendejadas Juli?”
“Bueno, ojalá no tenga que ir a sacarte de tu cama con un cura, un crucifijo y agua bendita. ¿A qué hora te despertaste?”
“¿Y eso qué importa?"
“Claro que importa, si fue a las 3:33 tienes que preocuparte”
“La verdad no miré el reloj”
Margarita es escéptica ante esos temas, pero a su firme postura siempre le queda abierta una rendija por donde se le cuela la duda ¿Y si es cierto?, piensa.
“Pues nada a mis 35 años de edad ningún espíritu va a venir a joderme”, le dice a su amiga. "Que me tengan miedo ellos a mí."
Más tarde cuando salen de la oficina, su amiga, con cara de preocupación, le dice que la llame si necesita algo”.
Margarita solo ríe para disimular su nerviosismo. Luego pasa por una droguería compra un frasquito de vidrio y luego entra a una capilla, va a una pila que se supone tiene agua bendita. Introduce el frasquito en ella y lo llena hasta el tope.
Luego se sienta, reza un poco y abandona el lugar.
Por la noche deja el frasquito al lado de la almohada y luego de ver televisión cae fundida. No sabemos si el episodio se vuelve a repetir esa noche o no.
Pero ya sabe, querido lector, si se llega a despertar en la madrugada, tiene la valentía de mirar el reloj y este marca las 3:33, tal vez debería preocuparse.
“A dormir donde la trasnocharon mija”, le dice Julieta apenas ve su cara de sueño cuando llega a la oficina.
“No me jodas Juli”, le contesta Margarita y le cuenta lo sucedido en la madrugada.
Ten cuidado, ¿No has oído que esa es la hora del diablo?
“ ¿La qué?”, pregunta Margarita.
“También le dicen la hora del muerto”, le responde Julieta. “Una franja de tiempo de mucha actividad paranormal, donde los espíritus malignos aprovechan para poseer a las personas.
“ ¿Dónde aprendes tantas pendejadas Juli?”
“Bueno, ojalá no tenga que ir a sacarte de tu cama con un cura, un crucifijo y agua bendita. ¿A qué hora te despertaste?”
“¿Y eso qué importa?"
“Claro que importa, si fue a las 3:33 tienes que preocuparte”
“La verdad no miré el reloj”
Margarita es escéptica ante esos temas, pero a su firme postura siempre le queda abierta una rendija por donde se le cuela la duda ¿Y si es cierto?, piensa.
“Pues nada a mis 35 años de edad ningún espíritu va a venir a joderme”, le dice a su amiga. "Que me tengan miedo ellos a mí."
Más tarde cuando salen de la oficina, su amiga, con cara de preocupación, le dice que la llame si necesita algo”.
Margarita solo ríe para disimular su nerviosismo. Luego pasa por una droguería compra un frasquito de vidrio y luego entra a una capilla, va a una pila que se supone tiene agua bendita. Introduce el frasquito en ella y lo llena hasta el tope.
Luego se sienta, reza un poco y abandona el lugar.
Por la noche deja el frasquito al lado de la almohada y luego de ver televisión cae fundida. No sabemos si el episodio se vuelve a repetir esa noche o no.
Pero ya sabe, querido lector, si se llega a despertar en la madrugada, tiene la valentía de mirar el reloj y este marca las 3:33, tal vez debería preocuparse.
martes, 20 de septiembre de 2022
Uno de esos lunes
Apenas entró a su apartamento dejó caer al suelo el morral que siempre lleva a la oficina. Olafo, su labrador viejo y ciego sintió su presencia y salió a saludarlo. Horacio Carvajal se arrodillo para acariciarle el lomo y le preguntó:
“Y ahora qué vamos a hacer amigo mío?”
Olafo agacho las orejas y se marchó de nuevo a la cocina para echarse en su cama.
Carvajal se refería a lo sucedido en la oficina tan solo hace un par de horas atrás. Había sido, como desde los últimos cincos años, un lunes de mierda. No porque odie su trabajo––o en parte sí, como casi todo el mundo–, sino porque a medida que envejece, cada vez le es más difícil iniciar una semana laboral.
A las 4:30 de la tarde, cuando faltaba solo media hora para terminar ese primer maldito día de la semana, y mientras intentaba insertar una imagen en un documento de Word que le descuadraba todo, Marielita, la secretaría de la gerente de recursos humanos le dijo que la señora Echavarría lo necesitaba en su oficina.
´Carvajal respondió con una sonrisa mientras pensaba: “¿Y ahora qué quiere esa bruja?”
Cuando se puso de pie y comenzó a caminar, sintió las miradas de todos sus compañeros de trabajo clavadas sobre su espalda y un leve murmullo que crecía y decrecía como una ola. Fue ahí cuando cayó en cuenta ¡Mierda, me van a echar!
Y así fue. La conversación con la señora Echavarría no duró más de cinco minutos, en los que le explicó brevemente el por qué la compañía prescindía de sus servicios y le indicaba que pasos debía seguir para largarse de ese lugar.
Ahí sentado con las manos sobre las rodillas y las piernas juntas, Carvajal además de escuchar la voz chillona de la gerente de recursos humanos, se concentró en su respiración. La noche anterior había visto un documental sobre eso, de cómo respirar de forma consciente le baja las revoluciones a la vida y hace ver cualquier problema chiquitico.
Los del documental era pura mierda o algo, porque pasado un minuto Carvajal solo pensaba en meterle un puño a la vieja esa. Solo deseaba que terminara su perorata pronto para poder salir y no cometer ninguna locura.
Luego de servirle un plato de concentrado a Olafo, se fue a su cuarto, se paro al lado de la cama, abrió los brazos y se dejó caer hacia atrás.
“¿Qué voy a hacer?", se pregunto una, dos y tres veces, luego recordó lo de la respiración, pero pensó que eso solo les sirve a los monjes budistas que no tienen que aguantarse jefes, ni gerentes e recursos humanos, y volvió a repetirse la pregunta: Qué voy a hacer.
“Nada”, se respondió.
“¿Qué?”, se pregunto
“Si, nada”, se dijo a sí mismo de nuevo.
“Me estaré volviendo loco”, pensó
De alguna extraña manera llegó a esa conclusión. Decidió que no iba a actuar, que iba a dejar que el destino, el universo, dios, la Pachamama, los alienígenas, el chupacabras, sea quien sea, acomodara los acontecimientos a su antojo y mirara qué papel le tocaba interpretar a él.
“Que cantidad de huevonadas las que pienso”, se dijo.
Acto seguido se puso la piyama y se durmió pronto, con un amplia sonrisa en su cara. Al otro día no tenía que madrugar.
“Y ahora qué vamos a hacer amigo mío?”
Olafo agacho las orejas y se marchó de nuevo a la cocina para echarse en su cama.
Carvajal se refería a lo sucedido en la oficina tan solo hace un par de horas atrás. Había sido, como desde los últimos cincos años, un lunes de mierda. No porque odie su trabajo––o en parte sí, como casi todo el mundo–, sino porque a medida que envejece, cada vez le es más difícil iniciar una semana laboral.
A las 4:30 de la tarde, cuando faltaba solo media hora para terminar ese primer maldito día de la semana, y mientras intentaba insertar una imagen en un documento de Word que le descuadraba todo, Marielita, la secretaría de la gerente de recursos humanos le dijo que la señora Echavarría lo necesitaba en su oficina.
´Carvajal respondió con una sonrisa mientras pensaba: “¿Y ahora qué quiere esa bruja?”
Cuando se puso de pie y comenzó a caminar, sintió las miradas de todos sus compañeros de trabajo clavadas sobre su espalda y un leve murmullo que crecía y decrecía como una ola. Fue ahí cuando cayó en cuenta ¡Mierda, me van a echar!
Y así fue. La conversación con la señora Echavarría no duró más de cinco minutos, en los que le explicó brevemente el por qué la compañía prescindía de sus servicios y le indicaba que pasos debía seguir para largarse de ese lugar.
Ahí sentado con las manos sobre las rodillas y las piernas juntas, Carvajal además de escuchar la voz chillona de la gerente de recursos humanos, se concentró en su respiración. La noche anterior había visto un documental sobre eso, de cómo respirar de forma consciente le baja las revoluciones a la vida y hace ver cualquier problema chiquitico.
Los del documental era pura mierda o algo, porque pasado un minuto Carvajal solo pensaba en meterle un puño a la vieja esa. Solo deseaba que terminara su perorata pronto para poder salir y no cometer ninguna locura.
Luego de servirle un plato de concentrado a Olafo, se fue a su cuarto, se paro al lado de la cama, abrió los brazos y se dejó caer hacia atrás.
“¿Qué voy a hacer?", se pregunto una, dos y tres veces, luego recordó lo de la respiración, pero pensó que eso solo les sirve a los monjes budistas que no tienen que aguantarse jefes, ni gerentes e recursos humanos, y volvió a repetirse la pregunta: Qué voy a hacer.
“Nada”, se respondió.
“¿Qué?”, se pregunto
“Si, nada”, se dijo a sí mismo de nuevo.
“Me estaré volviendo loco”, pensó
De alguna extraña manera llegó a esa conclusión. Decidió que no iba a actuar, que iba a dejar que el destino, el universo, dios, la Pachamama, los alienígenas, el chupacabras, sea quien sea, acomodara los acontecimientos a su antojo y mirara qué papel le tocaba interpretar a él.
“Que cantidad de huevonadas las que pienso”, se dijo.
Acto seguido se puso la piyama y se durmió pronto, con un amplia sonrisa en su cara. Al otro día no tenía que madrugar.
lunes, 19 de septiembre de 2022
Ideas sueltas
Hay días en los que estoy trabajando y de repente una idea se apodera de mi cabeza. Son ideas tercas que exigen ser narradas, contadas de alguna manera. Entonces dejo lo que esté haciendo y cedo ante su capricho.
No suelen ser nada del otro mundo y la verdad prefiero que no lo sean. No me gustan esas ideas listas o demasiados elaboradas, esas que las personas pueden tildar de brillantes. Así que entre más ramplonas y simples, creo que son mejores, pues están más cerca de la verdad, signifique lo que signifique la verdad, que cambia de forma a cada rato y que, pienso, escasamente rasguñamos por breves instantes.
Cuando eso ocurre, cuando esas ideas sueltan se adhieren como sanguijuelas sedientas de sangre a los pliegues de mi cerebro, no me queda más remedio que abrir un documento y descargarlas en él. Lo bueno es que como están desesperadas por salir, escribirlas no se me dificulta y a veces el resultado son textos de más de 500 palabras de un solo tajo como si nada, como de un suspiro, como si escribir fuera tan natural como respirar.
Otras veces, muchas la verdad, esas ideas sueltas no aparecen en todo el día. Cuando eso pasa, Me pregunto en qué lugar del cerebro se almacenarán y me quedó en silencio por un rato, concentrado, como pensando en ellas, a ver si de esa manera las invoco, pero nada. ¿Será falta o exceso de café, o de algún ritual de esos extraños que tienes algunas personas de poner música y prender velas para entrar en sintonía con la escritura y no sé qué más cosas? El caso es que ellas andan por ahí libres y como les da la gana, y no atienden a esos llamados estúpidos de la escritura.
Y cuando no aparecen entonces escribo cosas como esta.
No suelen ser nada del otro mundo y la verdad prefiero que no lo sean. No me gustan esas ideas listas o demasiados elaboradas, esas que las personas pueden tildar de brillantes. Así que entre más ramplonas y simples, creo que son mejores, pues están más cerca de la verdad, signifique lo que signifique la verdad, que cambia de forma a cada rato y que, pienso, escasamente rasguñamos por breves instantes.
Cuando eso ocurre, cuando esas ideas sueltan se adhieren como sanguijuelas sedientas de sangre a los pliegues de mi cerebro, no me queda más remedio que abrir un documento y descargarlas en él. Lo bueno es que como están desesperadas por salir, escribirlas no se me dificulta y a veces el resultado son textos de más de 500 palabras de un solo tajo como si nada, como de un suspiro, como si escribir fuera tan natural como respirar.
Otras veces, muchas la verdad, esas ideas sueltas no aparecen en todo el día. Cuando eso pasa, Me pregunto en qué lugar del cerebro se almacenarán y me quedó en silencio por un rato, concentrado, como pensando en ellas, a ver si de esa manera las invoco, pero nada. ¿Será falta o exceso de café, o de algún ritual de esos extraños que tienes algunas personas de poner música y prender velas para entrar en sintonía con la escritura y no sé qué más cosas? El caso es que ellas andan por ahí libres y como les da la gana, y no atienden a esos llamados estúpidos de la escritura.
Y cuando no aparecen entonces escribo cosas como esta.
sábado, 17 de septiembre de 2022
Nubes y sol
Hoy iba en el carro y hacia un sol picante, amenazador, que tenía ganas de derretirlo todo, derretirnos, reducirnos a nada. El cielo tenía unos parches despejados y otros en donde había reuniones de nubes. Estaban apretujadas como huyéndole a algo o hablando entre ellas.
Quizá huían del sol, que en medio de la buena onda que aparenta ser, en realidad es un tirano. Las nubes, blancas y bonachonas, discutían sobre La ganas que tiene el gran astro, de convertirse en una Enana Blanca, para engullirse a la tierra y acabar con los humanos que, a su vez, también tenemos ganas infinitas de destrucción, en fin. El hecho es que ahí estaban suspendidas, con sus formas no formas y moviéndose despacio.
Una de ellas había adoptado la forma del hongo de la bomba atómica de Hiroshima. Todo en ese momento tenía relación con desgaste, destrucción, fin, o por alguna razón mi subconsciente me estaba enviando esas señales o me estaba dejando esas migajas en el camino para que las recogiera si me daba la gana o no.
Le dije que no se pusiera tan pesado, que era sábado y seguro todo tenía que ver con que todavía no había almorzado. Bajé la mirada y me puse a observar los puestos de comida al lado de la carretera. Eran asaderos uno detrás de otro con carpas viejas, sillas y mesas plásticas y parrillas con brasas ardiendo con carne y mazorcas y una persona con un cartón o la tapa de una olla echándole brisa.
Volví a mirar las nubes y la de la bomba atómica ya había desaparecido. Intenté buscarle una forma a otra, pero no encontré ninguna, así que distraje mi mente con cualquier idea antes de que se pusiera a pensar en más cosas extrañas.
Quizá huían del sol, que en medio de la buena onda que aparenta ser, en realidad es un tirano. Las nubes, blancas y bonachonas, discutían sobre La ganas que tiene el gran astro, de convertirse en una Enana Blanca, para engullirse a la tierra y acabar con los humanos que, a su vez, también tenemos ganas infinitas de destrucción, en fin. El hecho es que ahí estaban suspendidas, con sus formas no formas y moviéndose despacio.
Una de ellas había adoptado la forma del hongo de la bomba atómica de Hiroshima. Todo en ese momento tenía relación con desgaste, destrucción, fin, o por alguna razón mi subconsciente me estaba enviando esas señales o me estaba dejando esas migajas en el camino para que las recogiera si me daba la gana o no.
Le dije que no se pusiera tan pesado, que era sábado y seguro todo tenía que ver con que todavía no había almorzado. Bajé la mirada y me puse a observar los puestos de comida al lado de la carretera. Eran asaderos uno detrás de otro con carpas viejas, sillas y mesas plásticas y parrillas con brasas ardiendo con carne y mazorcas y una persona con un cartón o la tapa de una olla echándole brisa.
Volví a mirar las nubes y la de la bomba atómica ya había desaparecido. Intenté buscarle una forma a otra, pero no encontré ninguna, así que distraje mi mente con cualquier idea antes de que se pusiera a pensar en más cosas extrañas.
miércoles, 14 de septiembre de 2022
Audífonos en el suelo
Sales a trotar temprano. Hay algo de neblina y tu aliento se condensa al entrar en contacto con el aire frío de la mañana. Después de un kilómetro de recorrido, ves unos audífonos blancos y relucientes tirados sobre un camino de grava con árboles a los costados. Te parece que el objeto ocupa su lugar, como si alguien lo fuera a fotografiar para una campaña publicitaria.
Parecen nuevos. No entiendes por qué están ahí, tirados en el piso. Te preguntas si fueron dejado a propósito o si se le le cayeron a una persona de la cabeza, una mochila o un bolso, pero ¿cómo alguien no se va a dar cuenta de eso?. Ese es un objeto que las personas suelen cuidar en extremo, piensas.
A unos metros adelante ves a un hombre de chaqueta y gorro de lana negros, que camina con las manos en los bolsillos. Piensas que él podría ser el dueño de esos audífonos. Lo que pasa, crees, es que los temas que ocupan su cabeza son tan importantes que está ahí, metido en ella, sin prestar atención a lo que ocurre a su alrededor, ni siquiera a la música que iba escuchando.
Pero estás lejos y siempre has creído que es mejor no meterte donde no te han llamado. Además, ¿cómo saber si el hombre, por el motivo que sea, quiso deshacerse ellos?
De pronto, solo de pronto, ese hombre tiene una de esas crisis existenciales que atacan en el momento menos pensado y quiere andar más ligero en esta vida, y para él eso significa transitar con menos ruido; de ahí que haya botado sus audífonos nuevos al suelo.
Podrías ir a recogerlos, claro, Alcanzarlo y entregárselos, pero mejor no. No sabes qué pasa por su mente.
De pronto lo mejor es dejarlo andar sin su música y ya está, no cruzarte en su camino. No alterar el cauce de tu vida ni mucho menos el de otras personas.
Parecen nuevos. No entiendes por qué están ahí, tirados en el piso. Te preguntas si fueron dejado a propósito o si se le le cayeron a una persona de la cabeza, una mochila o un bolso, pero ¿cómo alguien no se va a dar cuenta de eso?. Ese es un objeto que las personas suelen cuidar en extremo, piensas.
A unos metros adelante ves a un hombre de chaqueta y gorro de lana negros, que camina con las manos en los bolsillos. Piensas que él podría ser el dueño de esos audífonos. Lo que pasa, crees, es que los temas que ocupan su cabeza son tan importantes que está ahí, metido en ella, sin prestar atención a lo que ocurre a su alrededor, ni siquiera a la música que iba escuchando.
Pero estás lejos y siempre has creído que es mejor no meterte donde no te han llamado. Además, ¿cómo saber si el hombre, por el motivo que sea, quiso deshacerse ellos?
De pronto, solo de pronto, ese hombre tiene una de esas crisis existenciales que atacan en el momento menos pensado y quiere andar más ligero en esta vida, y para él eso significa transitar con menos ruido; de ahí que haya botado sus audífonos nuevos al suelo.
Podrías ir a recogerlos, claro, Alcanzarlo y entregárselos, pero mejor no. No sabes qué pasa por su mente.
De pronto lo mejor es dejarlo andar sin su música y ya está, no cruzarte en su camino. No alterar el cauce de tu vida ni mucho menos el de otras personas.
martes, 13 de septiembre de 2022
Reclamar documentos y actos de fe
Espero a que me entreguen un documento en una entidad pública. Llevo sentado más de media hora y veo como llaman y llaman a personas y nada que mencionan mi nombre. Me pregunto si ya lo habrán hecho y no me di cuenta por estar leyendo, así que decido dejar de hacerlo, pero a los pocos minutos me muero del aburrimiento y vuelvo a la lectura.
Podría decirse que leo mal o a medias, porque también intento poner atención a lo que ocurre a mi alrededor por si pronuncian mi nombre y piensan “no está, a bueno, pues se jodió”. Como estoy en ese trance de estar aquí y allá, me pateo un par de conversaciones de las personas que están sentadas a mi alrededor, además del llanto incansable de un bebé que, parece, lo están torturando.
Una señora de una de las filas de atrás le dice por celular a alguien: “Lo siento mucho, pero no le puedo colaborar más. Pero esté tranquilo que no le va a pasar nada. Además, es ambulatoria y yo voy a estar en oración”.
Por un momento mi mente comienza a preguntarse qué tanto le sirve a esa otra persona saber que la mujer va a estar en oración, es decir, si va a escribir en el grupo de chat de su familia: “no se preocupen que fulanita acaba de entrar en modo oración”, y mi cabeza comienza a encadenar otras preguntas relacionadas con la religión y la fe que, creo, no tienen repuesta, o me da pereza argumentarlas conmigo mismo, así que mejor decido volver a los diarios de Josep Pla, y cuando decido meterme de lleno en la lectura, escuhó a una mujer decir fuerte y claro mi nombre.
Podría decirse que leo mal o a medias, porque también intento poner atención a lo que ocurre a mi alrededor por si pronuncian mi nombre y piensan “no está, a bueno, pues se jodió”. Como estoy en ese trance de estar aquí y allá, me pateo un par de conversaciones de las personas que están sentadas a mi alrededor, además del llanto incansable de un bebé que, parece, lo están torturando.
Una señora de una de las filas de atrás le dice por celular a alguien: “Lo siento mucho, pero no le puedo colaborar más. Pero esté tranquilo que no le va a pasar nada. Además, es ambulatoria y yo voy a estar en oración”.
Por un momento mi mente comienza a preguntarse qué tanto le sirve a esa otra persona saber que la mujer va a estar en oración, es decir, si va a escribir en el grupo de chat de su familia: “no se preocupen que fulanita acaba de entrar en modo oración”, y mi cabeza comienza a encadenar otras preguntas relacionadas con la religión y la fe que, creo, no tienen repuesta, o me da pereza argumentarlas conmigo mismo, así que mejor decido volver a los diarios de Josep Pla, y cuando decido meterme de lleno en la lectura, escuhó a una mujer decir fuerte y claro mi nombre.
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