miércoles, 30 de noviembre de 2022

No le gusta que la toquen

Entro a un almacén de esos que venden maricaditas varias. Esta repleto de objetos decorativos para la temporada navideña; es un lugar perfecto para salir de un apuro, cuando no se tiene ni idea de qué regalarle a alguien.

Camino con cuidado, alejado de los estantes, para no rozar ningún objeto por culpa de un movimiento torpe que, imagino, va a generar una reacción en cadena, que va a derrumbar todo el local. Mi hermana, en cambio, que hoy decidió ser entropía pura, ya ha tumbado un par de ellos, sin mayores consecuencias.

Una mujer camina detrás de mí y parece que está de mal genio. Le dice algo a su acompañante, pero como lleva tapabocas no alcanzó a captar sus palabras. Por el tono de su voz, se nota que esta molesta por algo. Le sostengo la mirada por un segundo, y me parece que está llena de odio, así que la bajo para que siga su rumbo, fiel a mi teoría de no cruzarme en el camino de otras personas, para que el curso de mi vida no se despiporre.

Otra clienta que está en el local no es seguidora de mi teoría y de un momento a otro le toca la espalda a la mujer malhumorada, para decirle: “Señora cuidado con la bolsa que lleva colgada, ahorita casi tumba algo”.

“¡Ay sí señora, ya! Le responde y luego, con un nivel adicional de rabia, le dice a su acompañante: “¡Como odio que me toquen!”.

El resto de tiempo que paso en el almacén, me preocupo más en no rozar  a la señora , que rozar  los productos y adornos; todo con el fin de que el curso de mi vida siga su, en apariencia pues nunca se sabe, apacible camino.

martes, 29 de noviembre de 2022

Mariana no está

Lleva un tiempo mirando la pantalla y no se le ha ocurrido ningún tema. Que miedo eso, piensa, es decir, como la mente se comienza a desocupar a medida que envejece o como cada vez es más difícil rescatar recuerdos, pensamientos, o bien, generar ideas.

De ahí que varios escritores vean al subconsciente como fuente infinita de creatividad. Como decía Bradbury loco: “la autoconciencia es el enemigo de todo arte, ya sea actuar, escribir, pintar o vivir, que es el arte más grande de todos.”

Ahora dirige la mirada hacia la sección de estilos de Word y varios de los comandos inducen a escribir: Título, sin espaciado, Edición, dictar, editor, párrafo. Pero ¿sobre qué?

Quizá la historia está clara y se resiste a verla. O tal vez solo sea pereza. Sentir pereza para escribir también es válido, solo que hay unos masoquistas, como él, que se obligan a hacerlo, aunque mueran a causa de ella.

Tal vez debería escribir lo que le ocurre, su situación actual, un hombre que está sentado en su escritorio y sufre para poner una palabra después de otra.

Es de madrugada y ahí está con el cuarto casi a oscuras, por culpa del bombillo de su lámpara que parece fatigado.

De repente el hombre escucha un ruido en la cocina, un cajón que se abre y unos cubiertos que caen al suelo. “Debe ser Mariana”, murmura, y cuando pone los dedos sobre el teclado recapacita sobre lo que acaba de decir. Mariana ya no está con él, Murió atropellada por un bus, de camino hacia el trabajo, mientras conducía su bicicleta.

Se queda quieto y siente miedo. Piensa que, si va a la cocina, se la va encontrar tal cual la ve en los sueños, con la cara destrozada por el accidente. Entonces se pone de pie y le echa seguro a la puerta del cuarto, como si esa medida de seguridad sirviera contra fantasmas o espíritus que se han perdido en su camino al más allá o que no dejan este plano porque tienen temas pendientes por resolver.

El hombre se sienta y comienza a escribir a contar su historia, pero lo debe hacer desde el principio, desde el día que la conoció cuando llevaba el vestido rojo de flores blancas que tanto le gustaba.

Ahí está, ya tiene una historia por contar. Aunque a veces siente que alguien lo mira desde atrás, no deja de teclear por dos horas seguidas.

Tiene que contar su historia por su bien y el de ella.

lunes, 28 de noviembre de 2022

Dos libros gratis

Una vez tuve una reunión de intercambio de libros con unos amigos. Ese día salí de afán del apartamento y olvidé lo más importante: el libro que iba a llevar.

Afortunadamente la anfitriona de ese día, una amiga que estudio literatura y es profesora de español, tiene la casa repleta de ellos y cuando le conté que lo había olvidado, me dijo que no había problema y me llevo a una habitación en la que solo había libros. Me dijo que podía escoger el que quisiera para hacer el trueque más tarde.

Empecé a hojear las torres de libros con cuidado porque había unas que hacían equilibrio y parecían desafiar todas las leyes de la física, y en medio de esa tarea me topé con el libro de cuentos Amantes y Enemigos de Rosa Montero.

Lo comencé a hojear y me pregunto: “¿Ese es el que vas a intercambiar?” “No, este me gustaría leerlo”. “Te lo puedes llevar, no hay problema”.

Ya no recuerdo cuál fue el libro que escogí para intercambiar, pero le prometí que después le iba a dar uno. El que tenía en mente era El Asesino Ciego de Margaret Atwood, que compré en una charla de la escritora, porque había leído muy buenas críticas sobre él. Al parecer, en cuestiones de técnica, es un libro supremo, pues narra una novela dentro de la novela, pero luego de comenzarlo a leer no me enganchó.

El día de la charla tenía la intención de preguntarle a Atwood si le guardaba el mismo cariño al Cuento de la Criada como sus lectores, o si otro libro de los que ha escrito le parece mejor que ese. Pero me quedé con la mano levantada porque nunca me pasaron el micrófono.

Pero bueno ese era el libro que pensaba darle a mi amiga a modo de intercambio por el de Montero, pero hasta el día de hoy no lo he hecho.

El día de la reunión quedó volando La casa de los espíritus de Isabel Allende y como nadie se lo quería llevar, le pregunté a Ángela, su dueña, si lo podía tomar, y me dijo que no había problema.

Ya ven, ese día no lleve ningún libro y salí con dos debajo del brazo.

¡Por más reuniones como esa por favor!

jueves, 24 de noviembre de 2022

No conocemos a nadie

Trabajo en el otro extremo de la ciudad, así que debo levantarme cuando todavía es de noche para poder llegar a tiempo. Lo primero que hago es preparar café en una cafetera italiana que está a punto de desbaratarse.

Luego me siento en la mesa de la cocina y espero a que el café esté listo. Me lo sirvo en mi pocillo preferido, uno de color negro y que tiene la oreja desportillada. Todo en esta casa parece estar en ruinas.

Me gusta ese momento del día, porque me pongo a pensar sobre mi vida. Lo que está bien y lo que no y me gustaría mejorar. Lo hago mientras le doy sorbos pequeños al tinto para no quemarme la boca.

Cuando me lo acabo de tomar, busco la correa de Danger, mi perro. El nombre es una broma porque es un cruce de perros enanos, de esos fastidiosos que ladran porque sí y porque no. Lo llevo a un descampado que queda a media cuadra y muy pocas veces me cruzo con algún vecino.

Ayer, cuando llegué del trabajo, pasé por la casa de Jaime. Don Jaime le dice todo el mundo, pero yo no sé por dónde le ven el don. Estaba sentado al frente de la puerta. Suele hacer eso, saca una silla Rimax blanca y se sienta a ver pasar la gente, la vida o las dos cosas.

“Buenas tardes”, le dije. No tenía otra opción que saludarlo, si no quería pasar por grosera. Él levanto una mano a manera de saludo al tiempo que decía, “usted sale muy temprano de su casa, ¿no vecina?

No le respondí nada, pero después de llegar a la casa me puse a pensar en lo que me dijo: “¿Por qué sabe de mis rutinas?, ¿Es que acaso me espía? Uno nunca termina de conocer a las personas.

Nunca sabemos, por ejemplo, si ese que nos sonríe tiene cuerpos picados en pedacitos dentro de su congelador.

miércoles, 23 de noviembre de 2022

Té y frío

No sé a qué velocidad se enfría el té que tomo.

Me aventuro a pensar que, de alguna forma, eso tiene relación con las ideas que llevo congeladas en la cabeza; esos conceptos, sensaciones o recuerdos enterrados en sus profundidades, que quedaron olvidados en alguno de sus rincones.

¿Cuánta información tendremos a la mano que solo está ahí, cogiendo polvo?

Por eso le doy sorbos largos a ver si, de alguna forma, se acelera la sinapsis de mis neuronas.

No recuerdo en dónde leí por primera vez ese término, pero cada vez que lo recuerdo, o me encuentro con él, me imagino pequeños chispazos dentro de mi cabeza, que ponen a rodar todo: la escritura, la vida misma.

Pero hay un problema. Siempre lo hay, de eso no hay duda. El conflicto, el drama, por pequeño o grande que sea, se nos estrella en la cara a cada rato. Algo bueno debe tener eso, porque si todo nos saliera bien, la vida sería tremendamente aburridora.

El problema del que hablo es que mis pies también están fríos, entonces el calor que le pueda traspasar la bebida a mi cuerpo no puede dirigirse solo al cerebro, sino que debe repartirse.

El té ya está a punto de enfriarse, pero cuando le doy un sorbo, imagino que está hirviendo. Hay veces que tragarse las mentiras y sugestionarse con ellas funciona.

Lo ideal, pienso, sería que este escrito acabara justo después del último sorbo, porque las galletas de coco que lo acompañaban desaparecieron rápido, pues no jugaban un papel importante. Aquí, como usted y yo lo sabemos, estimado lector, el protagonista es el té que, quiero pensar, tiene la facultad de calentar las ideas.

Acabo de darle el último sorbo a la bebida y sigo escribiendo. Ya lo había dicho, nunca nada es perfecto, siempre, en lo que sea, existirán grietas, algunas casi imperceptibles, pero grieta es grieta.

¿Qué le vamos a hacer?

martes, 22 de noviembre de 2022

Pedro y su bóveda craneal

Pedro, no Navajas sino otro, un bogotano común y corriente, va por la vida tratando de hacer las cosas bien, desde caminar sin tropezarse hasta ganarse la vida. Este Pedro, de apellido Pérez, espera que todo fluya, que la vía de su destino esté despejada; en fin, aspira, como todas las personas, a tener la menor cantidad de contratiempos hasta que la muerte decida visitarlo.

Es un hombre callado, que habla poco y, por lo general, prefiere pasar el tiempo, encerrado con sus pensamientos, dentro de su bóveda craneal. Le gusta ese término para referirse al espacio que ocupa el cerebro humano. A Pedro le agrada imaginarlo como una caja fuerte, y cree que no existirían tantos problemas si las personas no lo abrieran de par en par para que cualquier persona entre como Pedro por su casa, valga la redundancia, a ver con qué se encuentran.

Como al señor Pérez le gusta entretenerse con sus pensamientos, le molesta cuando adquiere responsabilidades repentinas. Hace unos años, por ejemplo, le emputaba subirse a un bus repleto, no por lo lleno que estuviera, sino porque casi siempre le tocaba hacer parte de la cadena de personas que pasaban las vueltas de un pasajero de mano en mano, hasta que estas encontraban a su propietario.

Sabía que, desde ese entonces, tenía algo mal en su cabeza, pues eso le generaba una leve ansiedad. Luego de que las vueltas dejaban sus manos, nunca sabía si llegaban a su destino y de ser así, si llegaban intactas. Pensaba que cabía la posibilidad de que alguien se robara una moneda o un billete y creía que algún día, a ese pasajero al que no le llegaban las vueltas completas enloquecería de rabia. Luego sacaría un cuchillo y comenzaría a apuñalear a los otros pasajeros.

Por esa razón se compró una bicicleta y dejó de utilizar el transporte urbano, sin importarle cuál fuera la distancia que le tocara recorrer.

Ahora, sentado en una sala de espera de un consultorio, se acordó de esa responsabilidad repentina de las vueltas del bus, porque está a punto de adquirir otra: Las personas que salen de consulta gritan el nombre del paciente que debe seguir al consultorio “¿Por qué carajos no sale el médico y llama él mismo a sus pacientes?”, se pregunta.

Otra vez la ansiedad comienza a hacer estragos: “¿y si me toca llamar a un paciente y no escucha mi llamado?”, ¿Qué tal que en el corto trayecto se me olvide el nombre que me haya dicho el médico, y en vez de un Jaime llame a un Jairo, por ejemplo?”, estas y otras preguntas le comienzan a llegar a la cabeza.

Se pone de pie y abandona el consultorio.

Ya en la calle, luego de cerrarse la chaqueta y meter las manos en los bolsillos, piensa: “a mí no me jodan. No me pongan tareas que no me corresponden”.

lunes, 21 de noviembre de 2022

Los trucos del subconsciente

Hace unos días escribí un post titulado “Manos con sangre”. Al momento de redactarlo, pasó lo de muchas veces: no tenía ni idea sobre qué escribir. Así que mientras miraba la pantalla como un tarado, viendo al cursor titilar y practicaba batería aérea para dilatar el proceso de escritura, esa frase llegó a mi cabeza.

Escribí sobre un hombre que se despertaba con sangre seca en las manos, pero que no sabía por qué las tenía manchadas. Al parecer, cuando eso le ocurría, el hombre salía de su apartamento en la noche y al siguiente día no se acordaba de nada. Lo más probable, imagino, es que el hombre era poseído  en medio de la noche, y se levantaba a cometer crímenes.

Digo imagino, porque no ahondé más en ese personaje, solo pinté una tajada de su vida. De pronto sería bueno llevar la idea a un cuento, pero quizá estoy fusilando uno de Rubem Fonseca, en el que un padre de familia ejemplar, sale todas las noches en su carro a atropellar personas.

Igual el mío sería una variación y como ya se sabe no existe ninguna idea 100% original, sino que las que van apareciendo son retazos de cosas que se han leído , visto o nos han contado, en fin.

Días después me puse a pensar sobre el post de las manos con sangre y de dónde habría salido. Recordé que el esposo de una prima me contó que había tenido una pesadilla en la que tenía una hemorragia por la nariz y la sangre le salía a chorros. De puro acto reflejo su yo del sueño intentaba detener la hemorragia con sus manos y, claro, se le empapaban de sangre. En ese momento se despertó gritando, y cuenta que por un segundo se miró las manos y las tenía llenas de sangre.

Imagino que como la imagen es potente se me quedó grabada en el subconsciente y salió a la superficie en el momento que iba a escribir ese día.

También supongo que decidí ese tema medio oscuro porque me vi un documental sobre exorcismos y porque estoy leyendo a la gran Mariana Enríquez.