jueves, 29 de diciembre de 2022

Mala pronunciación

Le digo a Alexa, el aparatico de Amazon, que ponga música de James Rhodes. No es que sea un fanático ni mucho menos conocedor de ese tipo de música, pero me apetece escuchar algo tranquilo, tener una música de fondo con la que no me distraiga cantando mentalmente la letra de las canciones.

Escojo a Rhodes, porque una vez estuve en una rueda de prensa que dio en Bogotá y me pareció un tipo sincero, con cero ínfulas de grandeza. En esa ocasión, en la librería Santo y Seña, compre su libro Fugas, en el que relata cómo maneja sus problemas de ansiedad durante una gira.

Al inicio de cada capítulo contaba una historia relacionada con las piezas clásicas que tocaba en esa gira, y me pareció hermoso la pasión con la que hablaba de cada una.

Recordé ese episodio y por eso se me ocurrió pedirle a Alexa que reprodujera su música.

El punto es que el aparato entendió James Rose y no Rhodes, y entonces sonó la canción Notes in the Park. Al principio pensé en ponerme de pie y decir: “No sea bruta Alexa, dije James Rhodes”, pero luego de escuchar las primeras notas, la canción me gusto, así que dejé que sonara.

Tome el episodio como uno de esos eventos que suceden para bien, es decir, que por alguna razón en este preciso instante de mi vida debía escuchar la canción de Rose. Ese fue el cuento que me creí para cargar de misticismo un error de pronunciación, ya ven ustedes las pendejadas que uno puede llegar a pensar.

Ya me dirán ustedes qué les parece y disculpen mi mala pronunciación.

Pd: Lean Fugas, es un buen libro.

“Me lanzo a la piscina y empiezo por el suave arpegio con que inicia el preludio de Bach. en cierto sentido estos ciento veinte segundos contienen todos los secretos del universo. Siempre me deja pasmado que algo de apariencia tan sencilla, pueda ser en realidad tan profundo. Mientras avanzo compás tras compás voy bajando del do mayor a aguas más turbulentas desde el punto de vista armónico, dejo que la música se apodere de mí y me voy a un lugar más seguro. Por eso me dedico a esto. Justo en ese segundo coincido plenamente con Bach: esta es la prueba de que Dios existe. Todo el día de mierda, de preocupaciones, de angustias desaparece y me quedo tendido junto a un océano, amado, acogido.”
–Fugas

miércoles, 28 de diciembre de 2022

La torta de manzana de Prólogo

En el 2007 trabajé con L. muy cerca a la primera sede de la librería Prólogo, y uno de nuestros planes preferidos, al salir de la oficina, era ir a tomar café a ese lugar. Cuando estábamos de buenas, muy de buenas la verdad, lográbamos ordenar una porción de torta de manzana que casi siempre estaba agotada. No he vuelto a encontrar una igual en ningún otro lugar.

Hablábamos de muchas cosas: del trabajo, de quienes nos caían mal, de esto, lo otro y aquello y, cuando nos cansábamos de esos temas del, digamos, día a día, nos poníamos de pie y comenzábamos a recorrer los estantes de la librería para hablar de autores y libros.

Algunas veces también espiábamos conversaciones de las mesas cercanas a la nuestra, y nos reíamos de las personas con ínfulas de intelectuales, con sus voces graves y bufandas enroscadas en el cuello, mientras disparaban opiniones a diestra y siniestra.

Otras veces me iba a almorzar solo a la librería. Vendían unos sanduches que no eran nada del otro mundo, aunque eso era lo de menos, pues me los devoraba en pocos minutos; si almorzaba allá no era por la comida, sino para pasar la mayor parte del tiempo del almuerzo hojeando libros. Esa sede, la de la 97, siempre me ha parecido la más acogedora de todas.

La imagen que tengo de Mauricio Lleras, su fundador, es detrás de la caja, siempre conversando con alguien, como tratando de analizar a las personas, para ver qué libro recomendarles.

Recuerdo que una vez, en la sede la 81, hablamos sobre Firmin, la novela de Sam Savage. Le conté que me había gustado y él me dijo que no le había parecido nada del otro mundo.

Una pregunta que siempre tenía lista era: "¿Ya leyó X o Y libro?". Parece que ese era uno de sus métodos para calibrar a los lectores que visitaban su librería, y así tener un mejor criterio para recomendarles algún libro.

Hace un tiempo escribí que cuando muere un escritor siento algo de tristeza, porque es como si las tinieblas ganaran un poco más de terreno en este mundo que está tan patas arriba. Creo que lo mismo ocurre cuando muere un librero, más cuando deja el mundo uno del calibre de Lleras, que era todo un boticario de Letras.

martes, 27 de diciembre de 2022

L. y su visión 20/20

Cada fin de año me veo con L. para almorzar. Siempre son buenos encuentros porque nos preocupamos por escoger un buen restaurante. Ya no recuerdo en qué año establecimos, de forma tácita, que debíamos regalarnos libros, y cada uno trata de hacer una buena selección.

A pesar de que casi siempre llevamos meses sin vernos, nuestra conversación fluye de forma natural. Vuelvo y lo repito. Borges tenía razón: “La amistad no necesita frecuencia, puede prescindir de ella o de la frecuentación, a diferencia del amor que está lleno de ansiedades y dudas y que si la necesita”.

Ribeyro refuerza ese pensamiento en la Tentación del Fracaso: “¡Sin embargo, que superioridad la de la amistad sobre el amor! Es más desinteresada, más generosa e igualmente capaz de acercarnos a la felicidad.”

Después del almuerzo, le propongo a L. echarle un vistazo a una librería. Aquí he de decir que si hojear libros es totalmente placentero, hacerlo con alguien a quien le gusta leer es mil veces mejor, pues se van intercambiando ideas de lecturas y autores a medida que se recorren los pasillos del lugar.

L. me cuenta que no le ha dedicado mucho tiempo a la lectura este año, pero es extraño eso que dice, porque en nuestro recorrido me muestra varios libros que ha leído. “Menos mal que has leído poco”, le digo. Me cuenta que lo que quería decir es que le gustaría dedicarle más tiempo a la lectura, en vez de mirar tantas series de televisión.

Yo me paseo por los pasillos y tomo algunos libros, a punta de feeling, sin alcanzar a leer el título o el nombre de los autores en los lomos, a diferencia de ella que parece tener visión 20/20 y sabe exactamente cuáles escoge.

Estamos ante una estante, con cientos de libros y L me dice: “¡Ay mira! La Nostalgia del Melomano", la novela de Juan Carlos Garay. Desde la charla Playlists de nuestras vidas , del Hay Festival del año 2019, lo teníamos en nuestro radar de lectura y nunca lo habíamos conseguido. En ese entonces algunos libreros nos dijeron que lo habían descontinuado.

Y  ahí estaba. Le dije a L que era una señal divina y que ambos debíamos comprarlo, pero solo quedaba un ejemplar. Finalmente, L. dejó que yo lo comprara, pero creo que más bien notó mi ansiedad por tenerlo.

Al final y ella se decantó por el segundo volumen de Puñalada Trapera y “En los márgenes –Conversaciones sobre el placer de leer y escribir– de Elena Ferrante, una de sus autoras favoritas que, ya le advertí, me lo tiene que prestar cuando lo acabe.

lunes, 26 de diciembre de 2022

Escribir un cuento y perros en la librería

En este momento tengo pereza de juntar unas cuantas letras y más bien tengo ganas de terminar de leer una novela. De todas maneras, veamos cómo me va. A veces obligarse a hacer ciertas cosas es bueno, solo a veces.

Acabo de terminar de escribir un cuento que, parece, agoto mis palabras. Dicen, los que saben, que escribir un cuento es mucho más difícil que escribir una novela, en el sentido en que hay que ser mucho más preciso, pues las historias son extrañas y a veces comienzan a crecer, entonces en un cuento hay que contenerlas para que no se desparramen por los bordes.

Como leí alguna vez, el cuento es como mirar un claro entre unos árboles y contar que hay en él, mientras que las novelas son una vista periférica de todo el bosque, o como dice Rosa montero: “las novelas ofrecen más lugar para la aventura, un viaje más largo, un territorio en el que casi cabe todo”.

El cuento que escribí no es nada del otro mundo, incluso creo que para llegar a ser medianamente bueno necesito editarlo hasta la muerte, en fin.

A veces eso pasa, es decir, hay días en que lo que se escribe tiene todo el sentido del mundo y los mecanismos narrativos encajan perfectos unos con otros, sin que existan grietas por donde se escape el significado, pero otros días los textos no tienen ni pies ni cabeza o puede que sí, pero están en posición fetal extrema y los mantienen escondidos.

Eso era todo lo que les quería contar acerca de mi episodio de no escritura. En un principio pensé contarles que hoy visité una librería y apenas entré había una fila larga en la caja. Luego me pusé a hojear libros y una mujer a mí lado se agachaba con suma facilidad para coger los que estaban abajo. También que un señor entró con un perro, y de un momento a otro le empezó a gruñir al de otro señor que llevaba audífonos y tanto el dueño como el perro no le prestaron atención a sus afrentas. Yo me alejé un poco, pues pensé que en cualquier momento se iba a armar un mierdero entre el par de animales.

Al final no pasó nada, el señor del perro que gruñía solo le decía “ya, ya no más, calmado” e intentaba taparle los ojos, para que no viera el otro animal, acción que solo lo emputaba más y hacía que comenzara a ladrar.

Pensé contarles eso, pero lo que salió fue lo otro, ya ven.

viernes, 23 de diciembre de 2022

Dos conclusiones

Acompaño a mi madre a comprar un regalo de último momento a uno de esos almacenes en donde venden maricaditas varias, ya saben objetos de los que se puede prescindir, pero que compramos por puro capricho.

Ella ya sabe qué es lo que tiene que comprar, pero le fascina recorrer ese tipo de tiendas, aunque no vaya a llevar nada más, así que me lanza una advertencia: “Pero lo miramos todo, ¿bueno?” Sonrío, cómo decirle no a la señora Cecilita, es imposible.

Hago lo mismo que ella y comienzo a recorrer el local a mi antojo, a coger los productos y mirar para qué sirven, como funcionan, en definitiva, a ver si mi comprador compulsivo toma control de mí y gasto dinero solo porque sí.

“Me dijo que necesito una actividad de desfogue, algo que hacer, pero es que yo no sé, a mí lo único que me gusta hacer es dormir. Me siento mal, duermo; me siento bien, duermo, y así”.

Eso es lo que dice una mujer a su amiga. Están detrás de mí y examinan unas cosmetiqueras de colores chillones.

“Tienes que mirar a ver qué te gusta hacer”, le responde su amiga.

Luego, en la fila, después de que mi madre ha decidido que ya no queda nada más que mirar, otro par de amigas conversan y una de ellas está asombrada, por el olor de una vela.

“Es que no te imaginas. Apenas la destape, el olor me acordó de mi abuelita. Es muy raro eso, ¿cierto?

“Sí, es muy raro", responde la amiga con algo de desinterés, y pues claro, es la abuela de su amiga y no la de ella.

En fin. ¿Qué se puede concluir de estas dos conversaciones? Que a falta de actividades que nos apasionen, dormir siempre será una opción, y que en esta época nostálgica es recomendable evitar olores que nos recuerden a ciertas personas.

Vayan con cuidado.

¡Feliz Navidad!

miércoles, 21 de diciembre de 2022

Algo le pasó a Vega

Hace unos meses a Jorge Vega le pasó algo. Nada, digamos, de vida o muerte, pero sí fue un episodio de vida que sacudió sus sentimientos.

Desde que ocurrió esa situación, no ha dejado de darle vueltas en su cabeza, pero no ha podido llegar a una conclusión definitiva. Por eso, cada vez que tiene la oportunidad, le toca el tema a algunos amigos, que entre más disparen sean sus profesiones, es mucho mejor, piensa.

Si lo hace no es para que le digan qué debe hacer, sino para tener más información y puntos de vista, a ver si algún día puede tomar una decisión al respecto.

Hasta hace unos días u postura tendía hacia el dicho de un amigo: “Pa la mierda pastorcitos se acabó la navidad”, pues creía que ya tenía todo solucionado y que no había razón para que su obstinada cabeza siguiera repasando el tema.

Todo seguía así hasta hace unos días que almorzó con Daniela, una vieja amiga que hace rato no veía. En un momento de la conversación, cuando esta se estancó en uno de esos silencios incómodos, Vega le dio un sorbo a su cerveza, aclaró su garganta y le planteó el “dilema”, esperando escuchar una opinión similar a las que le habían dado otras personas.

Lo que ocurrió fue que se encontró con una totalmente opuesta. Una que le hizo preguntarse si no le estará metiendo un exceso de drama al asunto, solo por querer adoptar el papel de víctima.

Vega aprecia mucho esas amistades que son como el buen arte, en el sentido en que cuestionan sus creencias y evitan que sus puntos de vista se enquisten. “Nada como esas charlas que sacuden nuestros puntos de vista con ínfulas de verdad, piensa.

Cuando el tema, al parecer, quedo zanjado. Los amigos se sumieron en un corto silencio, como evaluando lo que habían dicho. Al poco tiempo ordenador el postre: ella un flan de coco y el un pie de manzana con una bola de helado. Los acompañaron con dos tintos.

lunes, 19 de diciembre de 2022

El anciano

Está sentado en la mesa de una cafetería. Lleva un traje de paño de color café y un sombrero de copa del mismo color reposa sobre una silla que está a su lado derecho.

No hace nada, es decir, no toma ninguna bebida o lee un periódico, sino que se dedica a observar el panorama. Parece que estudia a las personas que están a su alrededor y saca conclusiones acerca de ellas, según lo que estén haciendo y los recuerdos y la información que lleva en su cabeza.

Yo hago, lo mismo, es decir, observo a las demás personas. Lo hago para escribir estas palabras, quizá como salida fácil para no tener que pensar en ningún tema y, como dice Millás acerca del significado de escribir, para contarles lo que pasa enfrente de mis narices.

Intercalo la actividad de observar con leer y, a veces, cuando subo la mirada, me encuentro con la del viejo. Nos la sostenemos por un par de segundos, mientras pienso “Sé lo que está haciendo”. Luego la desviamos para seguir en lo nuestro.

Queda claro que no es nada del otro mundo, solo una tajada de vida que puede ocurrir en cualquier lugar del planeta, pero creo que en ellas hay cierta verdad escondida, solo que hay que mirar bien para descubrirla. Entonces está uno ahí, como el anciano, mirando sin intención alguna lo que pasa por enfrente de los ojos y ¡zaz! Una verdad de esas aparece y es imposible ignorarla.

Al rato un hombre llega con un termo plástico transparente, se sienta cerca del viejo y le dice algo. Este le sonríe, al tiempo que le responde algo, imagino que una de esas frases cordiales que utilizamos con extraños, para quitárselo de encima y volver a su estado contemplativo.

Luego el celular del anciano timbra, lo toma entre sus manos y presiona frenéticamente la pantalla para tomar la llamada. Poco tiempo después llega un hombre que le da un efusivo abrazo, cruzan un par de palabras y luego abandonan el lugar.