jueves, 19 de enero de 2023

Dormir bien

Hace un par de horas me sentía muy cansado y me dije: “mí mismo, hoy no vamos a escribir nada y ya está, el mundo no va a dejar de girar si no lo hago.”

Luego me tomé un té con dos roscas y parece que la bebida, el golpe de calor o ambas cosas, me imprimieron algo de energía y por eso me siento a hacerlo ahora.

De pronto me sentía cansado porque no dormí las horas suficientes. Y es que hago todo lo contrario a las recomendaciones que dan para dormir bien: veo televisión, miro el celular antes de acostarme, leo, en fin. Es una fortuna que no tenga pesadillas con la cantidad y variedad de archivos temporales que almacena mi subconsciente.

Suelo dormir de 6 a 7 horas, a veces menos, muy pocas veces más. Las ocho horas reglamentarias de las que tanto hablan ya me parecen extrañas, no porque no desee dormir esa cantidad de tiempo, sino porque siempre me despierto antes.

También creo que lo que pasa es que soy malo para dormir, es decir, a veces me demoro bastante para que me coja el sueño, doy media vuelta hacia un lado, luego hacia el otro, acomodo mejor la almohada, y ahí sigo sin dormirme. Una putada pues el cerebro se da cuenta y comienza a plantear temas o situaciones, me pongo a darle vueltas a algunos, y ahí me quedo.

Me gustaría ser como una de mis hermanas que a los pocos segundos de poner la cabeza sobre la almohada, ya está dormida, sin importar si la noche anterior durmió 8 horas o más o si durmió una siesta en la tarde.

Algo que si detesto son esas personas que se vanaglorian de dormir pocas horas, o que trasnochan y les parece gracioso que se les cierren los ojos.

Una vez tuve una jefe así. Un día, ya de madrugada, ya no valía un peso y le dije que lo sentía mucho, pero que ya me estaba quedando dormido encima del computador y que me iba a la casa.

Entre risas me dijo que bueno. No sé si se habrá molestado o no, pero a otro con ese cuentico chimbo de “ponerse la camiseta".

miércoles, 18 de enero de 2023

Lo que salga

Otra vez.

Pues sí, otra ve está pasando: Quiero escribir, pero no tengo idea sobre qué. Así que las palabras que vienen no tendrán un rumbo preciso, sino lo que se me ocurra de primerazo, lo que salga.

Podría contarles sobre las tres semanas que pasé sin lentes de contacto, pero imagino que a pocos, pocas,poques, pocxs y poc@s, del mismo modo y en el sentido contrario, les importa saber sobre ese tema. De hecho, tiene varios elementos de una historia, sobre todo drama, pero se me alargarían estas letras y también quiero leer y/o ver una serie.

Eso es lo que hay, mi vida gira, mientras pueda hacerlo, alrededor de leer, escribir y ver series. El resto del tiempo lo dedico a cosas de adulto funcional, ya saben: trabajar, pagar deudas, etc. Cosas sobre las que también me da pereza hablarles, pero de las que seguro se podrían escribir miles de novelas. 

 Tal vez lo que me frena es que no cuento con la experticia para hacerlo, y por eso hablo de escribir algo, en vez de cerrar la boca y ponerme a escribir esas posibles historias a las que hago referencia.  

Ahora que hablo de escritura, se me viene a la cabeza un término con el que me he topado en internet y redes sociales últimamente: Escritura terapéutica. Tengo entendido que se trata de escribir para sanar heridas emocionales, y pues está bien, pero lo que me intriga es su nombre, pues me parece redundante.


Escribir, pienso, la mayoría de veces, es un ejercicio terapéutico, a menos que lo que se escriba sean manuales de usuario o folletos de instrucciones. Creo que también es una técnica que se basa mucho en escribir a mano, y esa es una de sus grandes ventajas.

De ahí que Millás diga en su novela El Mundo: “Cuando escribo a mano, sobre un cuaderno, como ahora, creo que me parezco un poco a mi padre en el acto de probar el bisturí eléctrico, pues la escritura abre y cauteriza al mismo tiempo las heridas”.

Y bueno eso era todo, por hoy ya cumplí con mi cuota de palabras.

martes, 17 de enero de 2023

Ceballos está cansado

Se sienta en su escritorio con una taza de café que está hirviendo.

El vaho asciende y llega sus fosas nasales. El olor a madera y tierra, como un…

Eso, piensa, es algo que él no escribiría. Siempre trata, a como dé lugar, de escribir, con pocos adornos, lo que tiene o pasa enfrente de sus narices, pero es una batalla perdida, pues sabe que en el momento menos pensado irrumpe la metáfora con sus ínfulas de elegancia.

Ceballos piensa que su forma de ser es de una manera, pero vaya uno a saber si realmente se es como se cree ser.

“¡Puta vida!”, exclama, luego de darle un sorbo a la bebida y quemarse la punta de la lengua. Además, tiembla un poco, y unas gotas del líquido caen sobre unas notas que había tomado ayer.

No le importa mucho. Eran, cree, unos apuntes flojos, hechos para salir del paso y no sentirse inútil.

“Me siento a escribir esto en los albores de la mañana” escribe, pero al instante borra la frase.

Qué albores ni que mierda, pues son las 11:17 de la mañana  y el escritor teclea esas primeras palabras sin saber muy bien por qué.

Siente que la cabeza le va a explotar, y la boca  pastosa. “Mala idea haberme emborrachado ayer” concluye.

Al poco rato Dante, su gato, sale de debajo de la cama, su escondite preferido, estira sus patas delanteras y abre la boca, Luego olfatea el aire, quién sabe en busca de qué aroma y por último, con un par de movimientos elegantes, salta y se acomoda en el regazo de su dueño o, más bien, compañero de piso.

Ceballos Vuelve a mirar la pantalla. Le irrita no teclear nada, ser un escritor que desde Lamento Púrpura, su novela debut, hace años no publica nada.  También le molesta la impaciencia del  cursor que titila, el martilleo en sus sienes, el ruido del ventilador; la vida que exige tanto y devuelve tan poco.

Entonces, baja la tapa del portátil y se queda mirando la pared azul que tiene enfrente, e intenta no pensar en nada, pero no puede, siempre se piensa en algo. Acaricia el lomo de dante con una mano y con la otra lleva la taza de café, que ya se enfrió, a su boca.

Le sabe mal. “A veces es mejor quemarse”, piensa. Deja la taza de nuevo sobre el escritorio se pone de pie y Dante maúlla molesto. Luego camina hasta la cama y se tumba en ella. Por el momento solo quiere dormir, nada más le pide a la vida.

lunes, 16 de enero de 2023

Instinto

En diciembre Peter, un amigo británico, estuvo de visita en Bogotá. No venía a la ciudad desde el comienzo de la pandemia. Fue una visita corta, llena de compromisos, pero un día logramos reunirnos a tomar algo; él un agua aromática y yo, claro está, un capuchino.

Hablamos sobre cómo estábamos cada uno y nuestras familias, qué habíamos hecho durante el tiempo que no nos habíamos visto y, como siempre, en algún momento nuestra conversación se desvío, o mejor, encontró la ruta hacia el tema de los libros.

Después de un sorbo a su bebida, estiró un brazo para recoger su maleta, del suelo, que tenía engarzada en una pierna, y me dijo: “yo ahora estoy leyendo este esto”, y saco un libeo pequeño y algo trajinado.

Me dijo que lo había conseguido en una librería de segunda en Londres, y que se pueden encontrar muy buenas obras por tan solo dos libras.

Con el libro en mis manos, Leí la portada; decía 10th of Dcember. Antes de comenzar a hojearlo, le pregunté “¿Quién es el autor?”

“George Saunders”

Entonces guarde el nombre en ese cajón de mi cabeza que lleva un sticker que dice: “libros o autores por leer”.

Luego, en otro lado, ya no recuerdo dónde, alguien mencionó que Saunders tiene una Newsletter buenísima en la que habla sobre escritura.

Aunque estoy suscrito a 6544648548 newsletters, y soy fiel lector de unas tres o cuatro, me suscribí a la de Saunders.

A medida que comenzaron a llegar sus correos, los fui archivando, pero hoy me propuse leerlos para quedar al día.

¿Qué les digo? Pues que este año lo leeré en algún momento.

En uno de los correos hablaba sobre confiar en el instinto, y decía que podemos pasar toda una vida artística aprendiendo a navegar con él.

Dice Saunders que cuando encontremos ese lugar, que imagino tiene que ver mucho con el subconsciente, o sepamos acceder a él, nos daremos cuenta de que ahí es donde comienza el trabajo de verdad, luego de recorrer sus callejones y recovecos.

Concluye que aprender a estar realmente atento a su instinto o presentimientos, es aproximadamente el 90 por ciento de lo que ha aprendido sobre escritura.

George Saunders, anótenlo.

viernes, 13 de enero de 2023

Amazon cree que pirateo libros

Hace unos años dejé de comprar libros en el Kindle, porque una vez, posiblemente metí mal el dedo, me empezó a llegar el cobro de un servicio premium que nunca había adquirido, y que se repetía cada mes. Entonces retire el número de mi tarjeta de crédito de mi perfil.

Ahora resulta que desde hace un tiempo estoy obsesionado con el copywriting, y una de mis copys de cabecera recomendó un libro. Entonces pensé, “sí o sí tengo que tenerlo”, así que después de mirar cómo carajos configuraba de nuevo la tarjeta de crédito, por fin lo pude hacer y lo ordené.

Como ustedes sabrán, y si no lo saben se los cuento, me gusta ir leyendo y subrayando los apartes que considero importantes en los libros, y la opción que tiene el Kindle me parece perfecta porque puedo pasar el archivo al computador y luego a un documento de Word.

Pues bien, esa función de subrayar se llama highlights, y ese libro que les comenté lo he subrayado hasta la madre.

Ayer me enteré de que hay un tope de highlights por libro, entonces, de ahora en adelante, me va a tocar digitar los pasajes que subraye.

Imagino que los de Amazon piensan que si uno subraya mucho un libro es porque la persona tiene pensando piratearlo.

Hay veces que uno es inocente y lo van acusando por ahí, sin ningún tipo de prueba fiable.

Hablando Escribiendo de más, no me gusta tener mi tarjeta de crédito ligada a ningún servicio de internet, porque las megacorporaciones si nos pueden ir robando porque sí, y es un rollo para solucionar el asunto.

En mi caso tuve que chatear varias veces con empleados de Amazon en la India, hasta que por fin un tal Kiran me puso atención y me dio una tarjeta de regalo gratis por el valor de los cobros que me habían realizado.

Ya ven, hay que tener cuidado, incluso subrayando.

jueves, 12 de enero de 2023

Podcast para encontrar paz mental

Tengo una cita con mi optómetra a la 1 y me parte el día.

Cuando salgo del lugar busco un restaurante para almorzar. Estoy en un sector con muchos edificios de oficinas y en la mesa de enfrente se encuentra una pareja. Mientras me traen el almuerzo me pongo a leer. No había caído en cuenta de ellos hasta que el hombre dice en voz alta: “¡No!, las cosas no pueden ser así”.

Subo la cabeza, pues la frase, el tono y la rabia que carga –Al hombre solo le faltó manotear la mesa– me sacan de mi lectura; además quiero saber que cosas no pueden ser de cierta manera. No está mal tomar precauciones que por uno u otro motivo han pasado desapercibidas en nuestras vidas.

Tiene los ojos encendidos, y  parece que dicen en silencio “no sea bruta”, mientras la mujer le intenta dar explicación de por qué esas cosas a las que se refiere el señor si pueden ser de determinada manera.

La mujer, consciente de que está en un lugar público, habla en voz baja y la única respuesta que obtiene de su interlocutor es un movimiento de negación con su cabeza. “¿Qué relación tienen? ¿acaso son pareja, compañeros de trabajo, socios o jefe y subalterna?.

Todo son preguntas.

Pienso en cambiarme de puesto para quedar de espaldas a la mujer y mirar si mis oídos pueden captar lo que está diciendo, pero la maniobra sería muy obvia. Por más de que trato no alcanzo a descifrar ni una palabra de las que le dice al hombre.

Se quedan en silencio por un rato, entonces vuelvo a mi lectura. Maldigo un poco porque se me perdió la página en la que iba, pero no tardo en encontrarla y termino el capítulo que había dejado a medias.

Al rato vuelvo a levantar la cabeza y veo que la mujer acaba de ponerse de pie y abandona el restaurante sin despedirse del hombre. La sigo con la mirada hasta que cruza una calle y luego me fijo en el hombre. Tiene el ceño fruncido y las canas que lleva en las cejas refuerzan su expresión.

El hombre toma su celular, lo conecta a unos audífonos y luego se los pone. Imagino que sintonizó un podcast que habla sobre cómo encontrar paz mental.

miércoles, 11 de enero de 2023

La nada y la ortografía

Me siento a escribir y siento que no hay nada en mi cabeza. Solo un decir porque seguro guarda muchas cosas. El punto es que hay veces que algún tema llega a ella en el día y lo anoto en mi libreta, o si es muy intenso se queda conmigo hasta que me siento a escribir, y entonces logro arrancarle unas cuantas palabras.

Otras veces soy más metódico y dedico un par de minutos a pensar sobre qué voy a escribir, pero hoy no hice eso y tampoco aterrizó ninguna idea en mi cabeza. Fue un día, aceptémoslo, improductivo. en el que mi cabeza estuvo minada por la duda, desfasada hacia atrás y hacia adelante, sobre todo lo segundo. El futuro y sus posibles escenarios, aunque no existan, tienen una capacidad tremenda para instalarse en la cabeza.

Llego a este tercer párrafo sin tener ni idea de que hablar. El único tema que se me ocurrió es hablar sobre tildes, porque en el primero escribí la palabra solo, a la que siempre me dan ganas de ponerle una al igual que a guion.

No me considero un chacho para poner tildes y me aburren en extremos esos mercenarios del lenguaje que no perdonan que a alguien se le escape una. Como si escribir consistiera solo en tener buena ortografía, en fin.

También a veces se me escapa ponerles tilde a las palabras agudas, sobre todo a los verbos conjugados en pasado.

Y Hablando de otro tema, en ocasiones pienso que coger se debería escribir con j. Sé que no es así, pero hay veces que  lo siento de esa manera. No sé, es como si me llegara la señal de un mundo paralelo en el que esa palabra se escribe de esa forma.

Quizá a García Márquez a veces le pasaban cosas similares, y por eso en su discurso para el primer congreso de la lengua española en Zacatecas, México, dijo lo siguiente:

“Jubilemos la ortografía, terror del ser humano desde la cuna: enterremos las haches rupestres, firmemos un tratado de límites entre la ge y jota, y pongamos más uso de razón en los acentos escritos, que al fin y al cabo nadie ha de leer lagrima donde diga lágrima ni confundirá revolver con revólver ¿Y qué de nuestra be de burro y nuestra ve de vaca, que los abuelos españoles nos trajeron como si fueran dos y siempre sobra una?”