Ese es el título de una novela con la que di por casualidad en una librería hace ya varios años.
El título me llamó la atención porque me vi reflejado en él. No tanto por lo de ser feliz, pues creo que es un estado en el que eventualmente se cae, sino por lo de leer y tomar café, algo que hago con frecuencia.
Si me preguntan ahora de qué trata la novela, no sabría que responder, pues la trama se esfumó por completo de mi cerebro. Me imagino que fue así porque la historia le quedó debiendo al título, no lo igualó, no cumplió con todo lo que prometía o lo que me llegué a imaginar en su momento.
Debo aceptar que me dejé llevar por él. A veces tengo buenos aciertos de feeling con los títulos, como cuando compré El hombre que murió la víspera o Como los perros, felices sin motivo, pero otras veces me descacho por completo.
En varias ocasiones y contrario al dicho, si juzgo los libros por su portada. Bueno, más bien por su contraportada que siempre tiene frases que atrapan, como Conversación en La catedral de Vargas Llosa, que al final no fue uno de mis preferidos de ese autor, pero que tenía una frase suya que decía algo como: “Si tuviera que salvar solo una obra del fuego, sería esta”.
¿Cómo no me iba a causar intriga leer esa obra para saber por qué su autor dijo eso? La curiosidad es una droga muy poderosa.
No sé como concluir estas palabras medio desordenadas, pues solo quería sentarme a escribir algo y esto fue lo que salió quién sabe si del consciente o el inconsciente.
En esos días he pensado mucho sobre eso, escribir desde el inconsciente. Varios grandes autores dicen que es la mejor forma para hacerlo, o que es el lugar donde reside la verdadera escritura.
El punto es ¿cómo hacerlo?, pues como le comentaba a una escritora en estos días, proponerse escribir desde el inconsciente es un despropósito pues el simple hecho de pensarlo ya lo convierte en algo consciente, en fin.
Ella me decía que cada quien debe encontrar rituales que lo lleven a ese estado de escritura inconsciente.
De pronto a la autora de la Gente feliz lee y toma café le llego esa frase de la nada y trato de armar su novela lo mejor que pudo, vaya uno a saber.
lunes, 29 de mayo de 2023
viernes, 26 de mayo de 2023
El otro
Cuenta la escritora Laura Ortiz, autora de Sofoco, que para escribir, escribir de verdad, es decir, escribir de forma sincera sin pretensión alguna ni intentando sonar inteligentes, es necesario prestarle atención a la voz extraña.
Se refiere a ese otro yo que nos habita, una voz extraña que nos sobrepasa y toma control del proceso de escritura. Es, creo, como ya lo he mencionado un par de veces, dejar que el inconsciente tome el control del proceso, y dejarse atravesar por los personajes y las historias; rendirse a ellos.
Menciona Yo es otro un poema de Rimbaud que siempre trató ubicarse fuera de sí mismo y que pensaba que solo se puede comprender el mundo cuando se mira bajo los ojos de otro.
“Nos equivocamos al decir: yo pienso: deberíamos decir me piensan. –Perdón por el juego de palabras. YO es otro.”
Según parece, cuando solo se acude a la racionalidad para escribir, puede que se obtengan textos redondos y pulcros, pero de los que se nota a leguas que no salieron del barro y a la larga suenan falsos. Textos que no sacuden al lector para nada.
Quizá por eso Marguerite Duras dice lo siguiente en Escribir:
“Creo que lo que reprocho a los libros, en general es eso: que no son libres. Se ve a través de la escritura: están fabricados, están organizados, reglamentados, diríase que conformes
“Sigue habiendo generaciones muertas que hacen libros pudibundos. Incluso jóvenes: libros encantadores, sin poso alguno, sin noche. Sin silencio. Dicho de otro modo: sin auténtico autor, libros de un día, de entretenimiento de viaje. Pero no libros que se incrusten en el pensamiento y que hablen del duelo profundo de toda vida, el lugar común de todo pensamiento.”
Se refiere a ese otro yo que nos habita, una voz extraña que nos sobrepasa y toma control del proceso de escritura. Es, creo, como ya lo he mencionado un par de veces, dejar que el inconsciente tome el control del proceso, y dejarse atravesar por los personajes y las historias; rendirse a ellos.
Menciona Yo es otro un poema de Rimbaud que siempre trató ubicarse fuera de sí mismo y que pensaba que solo se puede comprender el mundo cuando se mira bajo los ojos de otro.
“Nos equivocamos al decir: yo pienso: deberíamos decir me piensan. –Perdón por el juego de palabras. YO es otro.”
Según parece, cuando solo se acude a la racionalidad para escribir, puede que se obtengan textos redondos y pulcros, pero de los que se nota a leguas que no salieron del barro y a la larga suenan falsos. Textos que no sacuden al lector para nada.
Quizá por eso Marguerite Duras dice lo siguiente en Escribir:
“Creo que lo que reprocho a los libros, en general es eso: que no son libres. Se ve a través de la escritura: están fabricados, están organizados, reglamentados, diríase que conformes
“Sigue habiendo generaciones muertas que hacen libros pudibundos. Incluso jóvenes: libros encantadores, sin poso alguno, sin noche. Sin silencio. Dicho de otro modo: sin auténtico autor, libros de un día, de entretenimiento de viaje. Pero no libros que se incrusten en el pensamiento y que hablen del duelo profundo de toda vida, el lugar común de todo pensamiento.”
jueves, 25 de mayo de 2023
Momento oceánico, sublime o satori
Por alguna razón inexplicable experimento un momento sublime. Ya saben uno de esos estados en los que las piezas de la existencia parecen encajar a la perfección, donde la vida cobra todo sentido y su significado no presenta grietas. Imagino que se debe a que hoy no he tenido dolor de cabeza y me llena de ilusión pensar que salí de ese episodio.
Rosa montero cuenta en El peligro de estar cuerda que el escritor Francés Romain Rolland, amante de las filosofías orientales, bautizó bajo el nombre de momentos oceánicos, esos episodios de dicha plena.
“Instantes de aguda y trascendente intensidad, cuando tu yo se borra y la piel, frontera de tu ser, se desvanece, de manera que te parece sentir que las células de tu cuerpo se expanden y se fusionan con las demás partículas del universo.”
Rolland decía que es sentirse como el sol que arde en el horizonte o una gota de agua que se une al océano.
Una especie de supernova dentro de la cabeza, o bien un satori que significa comprensión y que corresponde a la iluminación en el budismo Zen. Instantes que los japoneses llaman de no-mente o presencia total. Estar conectados con todo y todos.
Cuando experimento esa sensación me dan ganas de todo al mismo tiempo: leer, escribir, dibujar, ver pasar la gente, tomar capuchino, mirar pal techo, etc. Es una emoción muy fuerte que parece sobrepasarme y que, como siempre he dicho, lo más importante es aferrarse a ella con todas las fuerzas del ser, pues se esfuma tan de repente como apareció, y como bien sabemos, la dudas, la angustia y la ansiedad, acechan a la vuelta de cualquier pliegue del cerebro.
Entonces no queda más que disfrutar lo que dure, hundirse y relamerse en ese momento sublime y darse cuenta de que a la larga nada es tan importante como parece ser, y que, como dice el copywriter español Isa Bravo, no somos ni únicos ni especiales, sino solo seres intentando sobrevivir y manejar el dolor.
Rosa montero cuenta en El peligro de estar cuerda que el escritor Francés Romain Rolland, amante de las filosofías orientales, bautizó bajo el nombre de momentos oceánicos, esos episodios de dicha plena.
“Instantes de aguda y trascendente intensidad, cuando tu yo se borra y la piel, frontera de tu ser, se desvanece, de manera que te parece sentir que las células de tu cuerpo se expanden y se fusionan con las demás partículas del universo.”
Rolland decía que es sentirse como el sol que arde en el horizonte o una gota de agua que se une al océano.
Una especie de supernova dentro de la cabeza, o bien un satori que significa comprensión y que corresponde a la iluminación en el budismo Zen. Instantes que los japoneses llaman de no-mente o presencia total. Estar conectados con todo y todos.
Cuando experimento esa sensación me dan ganas de todo al mismo tiempo: leer, escribir, dibujar, ver pasar la gente, tomar capuchino, mirar pal techo, etc. Es una emoción muy fuerte que parece sobrepasarme y que, como siempre he dicho, lo más importante es aferrarse a ella con todas las fuerzas del ser, pues se esfuma tan de repente como apareció, y como bien sabemos, la dudas, la angustia y la ansiedad, acechan a la vuelta de cualquier pliegue del cerebro.
Entonces no queda más que disfrutar lo que dure, hundirse y relamerse en ese momento sublime y darse cuenta de que a la larga nada es tan importante como parece ser, y que, como dice el copywriter español Isa Bravo, no somos ni únicos ni especiales, sino solo seres intentando sobrevivir y manejar el dolor.
miércoles, 24 de mayo de 2023
No pude con la muerte
¿Cuál?
Las intermitencias de la muerte de Saramago. Simplemente no pude meterme en la lectura. En otras palabras, no me ha emocionado como si lo han hecho otros de sus libros. Entonces abandono esa lectura porque la vida es muy corta para leer por obligación. ¿Qué si soy un mal lector? De pronto, aunque no sé qué pueda significar eso.
¿La razones? Bueno esto es una mera opinión personal, pero me hace falta que el narrador siga a un(os) personajes de cerca, pues la narración es, como decirlo, ¿periférica quizá? Habla mucho de la situación del país en el que la muerte dejó de hacer presencia, pero vuelvo y repito, me hace falta sentirme reflejado en un personaje o hacerle barra a alguno en concreto.
En un post de hace poco decía que con Saramago uno siempre va a la fija, lo que prueba que nada es fijo, que nunca hay una última palabra sobre nada, que las verdades en las que creemos, como dice Manuel Vilas, siempre son difíciles de señalar y más bien siempre están huyendo, o bien cambiando.
Me queda esa excusa romántica de muchos lectores que afirman que todavía no es el tiempo de leer el libro y que cuando sea el indicado o cuando yo esté listo, volveré a él o llegará a mí de nuevo. La verdad no creo mucho en eso porque otros libros que he abandonado como El Péndulo de Focault o El Asesino ciego, no me han dado ni cinco de ganas de intentar leerlos de nuevo.
Puede que este a solo un par de capítulos en que la historia va a tener un giro drástico y se va a encarrilar hacia donde yo quiero, o puede que no y que va a seguir hasta el final como la he percibido hasta el momento. Por eso veo que la solución más sana es cortar la lectura de tajo y ya está, ¿qué le vamos a hacer?
El punto es que no hay que sentirse mal por abandonar una lectura, sin importar si el autor es un premio nobel o cualquier perico de los palotes.
Como ya lo he mencionado muchas veces, hay que seguir las indicaciones que García Márquez dio en una de sus notas de prensa: “el método más saludable es renunciar a la lectura en la página en que se vuelva insoportable.
Las intermitencias de la muerte de Saramago. Simplemente no pude meterme en la lectura. En otras palabras, no me ha emocionado como si lo han hecho otros de sus libros. Entonces abandono esa lectura porque la vida es muy corta para leer por obligación. ¿Qué si soy un mal lector? De pronto, aunque no sé qué pueda significar eso.
¿La razones? Bueno esto es una mera opinión personal, pero me hace falta que el narrador siga a un(os) personajes de cerca, pues la narración es, como decirlo, ¿periférica quizá? Habla mucho de la situación del país en el que la muerte dejó de hacer presencia, pero vuelvo y repito, me hace falta sentirme reflejado en un personaje o hacerle barra a alguno en concreto.
En un post de hace poco decía que con Saramago uno siempre va a la fija, lo que prueba que nada es fijo, que nunca hay una última palabra sobre nada, que las verdades en las que creemos, como dice Manuel Vilas, siempre son difíciles de señalar y más bien siempre están huyendo, o bien cambiando.
Me queda esa excusa romántica de muchos lectores que afirman que todavía no es el tiempo de leer el libro y que cuando sea el indicado o cuando yo esté listo, volveré a él o llegará a mí de nuevo. La verdad no creo mucho en eso porque otros libros que he abandonado como El Péndulo de Focault o El Asesino ciego, no me han dado ni cinco de ganas de intentar leerlos de nuevo.
Puede que este a solo un par de capítulos en que la historia va a tener un giro drástico y se va a encarrilar hacia donde yo quiero, o puede que no y que va a seguir hasta el final como la he percibido hasta el momento. Por eso veo que la solución más sana es cortar la lectura de tajo y ya está, ¿qué le vamos a hacer?
El punto es que no hay que sentirse mal por abandonar una lectura, sin importar si el autor es un premio nobel o cualquier perico de los palotes.
Como ya lo he mencionado muchas veces, hay que seguir las indicaciones que García Márquez dio en una de sus notas de prensa: “el método más saludable es renunciar a la lectura en la página en que se vuelva insoportable.
martes, 23 de mayo de 2023
Volver
Por eso había estado tan ausente en este espacio, porque solo me daban ganas de echarme en la cama para despotricar del mundo y lo miserable que era.
Una exageración, claro está, porque nadie, que yo sepa, ha muerto por un dolor de cabeza, y al final siempre se desvanecía tan de repente como había llegado.
El hecho es que heme aquí estancado, pues la falta de práctica me tiene como embotado. Apenas me senté me hice la misma pregunta que en muchas ocasiones: ¿Sobre qué carajos voy a escribir? entonces opté por lo fácil, contarles que, al parecer, estoy saliendo de mi temporada de dolor de cabeza.
Aunque lo mejor, tal vez, sería ser prudente y no cantar victoria tan pronto. Si lo hago es porque es el primer día que me siento normal, si es que esa definición aplica. A lo que me refiero es que los dolores siempre venían acompañados de una sensación de extrañeza, como melancolía o ansiedad, producto, imagino, del coctel de medicamentos que estaba tomando. Entonces sentía que estaba sin estar, si es que ustedes me entienden.
Algo que me propuse en esta nueva temporada de dolor de cabeza que no me daba desde marzo de 2020 cuando la pandemia estalló, fue no parar de leer, así que aprovechaba cualquier periodo de mediana calma para hacerlo.
Además, porque me di cuenta de que cuando esa sensación de extrañeza intentaba sobrepasarme, la lectura era la única actividad que la contrarrestaba. Así que al menor indicio de cabeza despejada. metía mis narices, ojos más bien, en un libro.
Cuando todo lo demás falla, la lectura siempre seguirá en pie.
Por ahora espero volver a Almojábana con la misma frecuencia de antes y si alguien me extrañó, pues aquí estoy de vuelta.
Larga vida a la escritura, mi blog y a la lectura.
Una exageración, claro está, porque nadie, que yo sepa, ha muerto por un dolor de cabeza, y al final siempre se desvanecía tan de repente como había llegado.
El hecho es que heme aquí estancado, pues la falta de práctica me tiene como embotado. Apenas me senté me hice la misma pregunta que en muchas ocasiones: ¿Sobre qué carajos voy a escribir? entonces opté por lo fácil, contarles que, al parecer, estoy saliendo de mi temporada de dolor de cabeza.
Aunque lo mejor, tal vez, sería ser prudente y no cantar victoria tan pronto. Si lo hago es porque es el primer día que me siento normal, si es que esa definición aplica. A lo que me refiero es que los dolores siempre venían acompañados de una sensación de extrañeza, como melancolía o ansiedad, producto, imagino, del coctel de medicamentos que estaba tomando. Entonces sentía que estaba sin estar, si es que ustedes me entienden.
Algo que me propuse en esta nueva temporada de dolor de cabeza que no me daba desde marzo de 2020 cuando la pandemia estalló, fue no parar de leer, así que aprovechaba cualquier periodo de mediana calma para hacerlo.
Además, porque me di cuenta de que cuando esa sensación de extrañeza intentaba sobrepasarme, la lectura era la única actividad que la contrarrestaba. Así que al menor indicio de cabeza despejada. metía mis narices, ojos más bien, en un libro.
Cuando todo lo demás falla, la lectura siempre seguirá en pie.
Por ahora espero volver a Almojábana con la misma frecuencia de antes y si alguien me extrañó, pues aquí estoy de vuelta.
Larga vida a la escritura, mi blog y a la lectura.
jueves, 18 de mayo de 2023
Temblores, caos y otras cosas
Ahí estaba, con las gotas de agua golpeándome la cabeza mientras pensaba sobre mis dolores de cabeza, cuando de repente la siguiente idea aterrizó en mi cerebro; Los dolores de cabeza guardan cierta relación con los temblores de tierra. (la ducha siempre será uno de los mejores espacios de creación).
Se me ocurre pensar que siempre los tenemos, que siempre están por ahí escondidos dentro de un pliegue del cerebro, listos a hacer presencia cuando menos se espera.
¿Acaso esa no es la forma de actuar de los temblores de tierra? Siempre he escuchado que cada día tiembla, que las placas tectónicas no dejan de acomodarse, sino que son movimientos casi imperceptibles y por eso solo se les presta atención cuando son terremotos.
Así, imagino, pasa con los dolores de cabeza; que en medio de tanta ocupación no reparamos en ellos, solo hasta cuando son dolores intensos.
Todo esto me hace pensar también en la locura. Siempre he creído que de una u otra forma todos andamos mal de la cabeza, pero afortunadamente contamos con válvulas de escape (trabajo, estudio, sexo, hobbies, etc.) para que salga de nosotros de manera dosificada. De no ser así supongo que todos andaríamos armados esperando cualquier momento que consideremos propicio para levantar a plomo a las personas a nuestro alrededor.
Hay personas a las que esas válvulas de escape les resultan insuficientes.
La conclusión, si es que hay alguna, es que el caos y el desorden acechan a la vuelta de la esquina, que en un segundo todo está bien y al siguiente todo puede irse en picada.
Se me ocurre pensar que siempre los tenemos, que siempre están por ahí escondidos dentro de un pliegue del cerebro, listos a hacer presencia cuando menos se espera.
¿Acaso esa no es la forma de actuar de los temblores de tierra? Siempre he escuchado que cada día tiembla, que las placas tectónicas no dejan de acomodarse, sino que son movimientos casi imperceptibles y por eso solo se les presta atención cuando son terremotos.
Así, imagino, pasa con los dolores de cabeza; que en medio de tanta ocupación no reparamos en ellos, solo hasta cuando son dolores intensos.
Todo esto me hace pensar también en la locura. Siempre he creído que de una u otra forma todos andamos mal de la cabeza, pero afortunadamente contamos con válvulas de escape (trabajo, estudio, sexo, hobbies, etc.) para que salga de nosotros de manera dosificada. De no ser así supongo que todos andaríamos armados esperando cualquier momento que consideremos propicio para levantar a plomo a las personas a nuestro alrededor.
Hay personas a las que esas válvulas de escape les resultan insuficientes.
La conclusión, si es que hay alguna, es que el caos y el desorden acechan a la vuelta de la esquina, que en un segundo todo está bien y al siguiente todo puede irse en picada.
Por eso no hay que tomarse la vida tan en serio.
miércoles, 17 de mayo de 2023
Puta cabeza
Ya Perdí la cuenta de los días que llevo sin escribir acá.
Bueno no la perdí, sino más bien nunca la encontré, es decir nunca la llevé. Esto que acabo de escribir quizá no tenga mucho sentido, pero vale cinco, pues uno al final escribe lo que le dé la gana, sin importar lo que piensen las personas, es decir, no se escribe para el aplauso.
La culpa, de no escribir me refiero, la tiene mi puta cabeza. Llevo semanas con dolores de cabeza diarios y simplemente no soy persona cuando tengo las crisis, pero bueno a quejarse a otro lado.
También parezco una farmacia ambulante con todo lo que me han recetado. Esto me recuerda una frase de Juan José Millás de su diario novelado La vida a ratos:
“Ya tengo incorporadas cuatro pastillas que son para toda la vida. Todos los días de mi puta vida me las he de tomar con el desayuno o con la comida o con la cena. No se trata de un gran trabajo, pero su ingesta posee un significado simbólico de la hostia. El significado simbólico es que me hago viejo de manera real, palpable”.
Puede ser que ese desbalance físico se deba a no escribir. Por alguna razón, antes de los dolores de cabeza, dejé de hacerlo un par de días y eso fue lo que los desencadenó, y si se siguen presentando es simplemente porque no saco de mi sistema lo que necesite expulsar de él en letras.
Esa es mi teoría y la pondré a prueba. A partir de hoy intentaré escribir algo, lo que sea, aunque mi cabeza esté a punto de explotar.
Deséenme suerte.
Bueno no la perdí, sino más bien nunca la encontré, es decir nunca la llevé. Esto que acabo de escribir quizá no tenga mucho sentido, pero vale cinco, pues uno al final escribe lo que le dé la gana, sin importar lo que piensen las personas, es decir, no se escribe para el aplauso.
La culpa, de no escribir me refiero, la tiene mi puta cabeza. Llevo semanas con dolores de cabeza diarios y simplemente no soy persona cuando tengo las crisis, pero bueno a quejarse a otro lado.
También parezco una farmacia ambulante con todo lo que me han recetado. Esto me recuerda una frase de Juan José Millás de su diario novelado La vida a ratos:
“Ya tengo incorporadas cuatro pastillas que son para toda la vida. Todos los días de mi puta vida me las he de tomar con el desayuno o con la comida o con la cena. No se trata de un gran trabajo, pero su ingesta posee un significado simbólico de la hostia. El significado simbólico es que me hago viejo de manera real, palpable”.
Puede ser que ese desbalance físico se deba a no escribir. Por alguna razón, antes de los dolores de cabeza, dejé de hacerlo un par de días y eso fue lo que los desencadenó, y si se siguen presentando es simplemente porque no saco de mi sistema lo que necesite expulsar de él en letras.
Esa es mi teoría y la pondré a prueba. A partir de hoy intentaré escribir algo, lo que sea, aunque mi cabeza esté a punto de explotar.
Deséenme suerte.
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