martes, 1 de agosto de 2023

A un lector no lo capan dos veces

Camino de forma distraída por los pasillos de una librería. Hojeo libros sin prestarles mucha atención porque tengo como propósito no gastar plata.

Intento averiguar de qué forma están ordenado los libros en los estantes, si por orden alfabético, por editorial o alguna otra manera, pero no logro dar con ella. Parece que están organizados por géneros o regiones. Por ejemplo, hay una que lleva el título de Literatura Colombiana y los libros están ahí, arrumados como sea.

En medio de mi andar mis ojos captan Que nadie duerma, un libro de Juan José Millás, mi escritor favorito. Ya no me preocupo en preguntar por sus libros, pues los tengo casi todos.

Pero esta vez me encuentro con dos que no había visto nunca: La ciudad y Viva el silencio. Ambos son compendios de mini relatos, que más que libros parecen cartillas Si me los encontré sin querer significa que los debo comprar, pienso, intento justificar de alguna manera una compra que no tenía prevista.

Los tomo, los vuelvo a poner en el estante, los agarro de nuevo, leo otra vez la contraportada, saco la billetera para mirar cuánto dinero tengo, y al final saco fuerza de voluntad de quién sabe dónde, los vuelvo a dejar en su sitio y abandono la librería.

Por la noche no dejo de pensar si perdí la oportunidad de comprar dos libros únicos de Millás que no había visto nunca y me doy palo mental por no haberlos llevado.

Al siguiente día sigo en las mismas. No me aguanto las ganas, vuelvo a la librería y voy directo al lugar donde los había visto. No los encuentro por ningún lado. ¿Si ve? Ya se los llevo otra persona que no dejó escapar la oportunidad, pienso. Miro con recelo a los demás compradores, pues puede ser que uno de ellos esté a punto de comprarlos.

Le pregunto a un librero y tampoco los encuentra. Le digo los nombres, los busca en el sistema y aún aparecen.

Cuando ya estoy a punto de darme por vencido, el hombre dice: “¡Mírelos, aquí están!” y me pasa los dos libros. De ahí salgo directo para la caja.

A un lector no lo capan dos veces

lunes, 31 de julio de 2023

Circo

Se aproxima un trasteo. Traté de dilatar el asunto lo más que pude, no pensar en él, pero ya llegó esa fecha en la que sí o sí debo comenzar a empacar cosas.

Ahora caigo en cuenta de que los trasteos consisten más en botar o regalar cosas que en empacarlas. Uno se va llenando de objetos que después de un tiempo, luego de la euforia de la compra, se convierten en chucherías.

Comienzo por revisar precisamente un mueble repleto de ellas. Hay de todo: papeles muy viejos , libros, fotos, comics y revistas, entre otros objetos.

Veo una foto que me tomé con María Margarita en un viaje que realicé en el 2002 ¿qué será de su vida? Me atrevo a decir que nos gustábamos. De mi parte estaba claro que era así, de la de ella creo que  hubo muchas señales, pero me falto concretar, hacer el pase gol, si ustedes me entienden. Salimos un par de veces y luego nuestra comunicación se diluyó. Tiempo después pensé mucho en ella y me propuse contactarla de nuevo, pero había borrado todos sus perfiles de redes sociales y el teléfono que me había dado ya no funcionaba. Prácticamente se evaporo.

También hay una revista de Rock, una Circus. En la portada lleva una foto de Kurt Cobain y el texto que la acompaña dice: "Dentro de la vida turbulenta de kurt Cobain de Nirvana."

La palabra Circus me hace recordar un poema de Bukowski:

We're all going to die, all of us, what a circus!
 That alone should make us love each other but it doesn't. 
We are terrorized and flattened by trivialities, we are eaten up by nothing.

Ojalá fuera tan preciso con las palabras como él, pero no soy poeta. Esto me lleva a pensar sobre la recomendación de leer más poesía que alguna vez le escuché a Margarita García Robayo. Una idea que me repito desde esa ocasión, pero continúo leyendo novela de forma desaforada, en fin.

El punto, si es que hay alguno en todo este circo de la vida, es que las 24 horas diarias no alcanzan para hacer todo lo que uno quisiera. Tal vez solo deberíamos concentrarnos en lo que nos gusta hacer y ya está, igual,  ya nos aviso Bukowski que algún día, quién sabe cuál, vamos a morir.

sábado, 29 de julio de 2023

Sombrío

Así está mi ánimo hacia el mediodía, con poca luz.

¿La Solución? Leer. No significa que sea la única, pero a mí me funciona como remedio para esa sensación de hastío.

¿Y qué leer? Hace poco terminé un libro de no ficción. Necesito consumir ficción. Rosa Montero dice que es indispensable incorporarla en nuestra rutinas para que no se atrofie la imaginación.

Entonces llega ese momento de escoger mi próxima lectura, procedimiento para el cual no aplico ningún método, sino que es pura cuestión de feeling. Se me viene a la cabeza Alejandro Zambra, pues tengo No leer, pero es un elogio a la lectura y, como ya dije, quiero cambiar a la ficción; además hace un tiempo comencé a leer El amor de mi vida de Montero que, de cierta forma, es similar al de Zambra.

Recuerdo un archivo en pdf que redescubrí en estos días, una selección de Articuentos de Millás titulados Identidad e identidades. Es un documento de 48 páginas. Quién sabe de dónde y cuándo lo descargue. Lo más probable es que hagan parta de los Articuentos Completos, pero para no dilatar más la escogencia de una lectura, pienso que es un texto en el que puedo escampar, por lo menos por hoy, hasta que me decida por una nueva novela.

Lo cargo en el Kindle y el aparato me dice que su tiempo de lectura es de 45 minutos. Está perfecto, pienso. Nada mejor para mi estado de ánimo que Millás, su humor y su escritura que se pasea entre el territorio que comparten la realidad y la ficción.

Salgo a la calle y comienzo a caminar sin un rumbo definido. Como leí hace poco, echarse a andar es un acto liberador que sirve para despejar la cabeza. En medio de mi caminata llego a un cruce y puedo torcer a la izquierda para ir a un mercado o especie de feria o seguir derecho hasta llegar al café de una librería.

Me decido por la segunda opción, pues pienso que estar rodeado de libros me hará bien. Llego al lugar hojeo varios, me zampo un capuchino y los Articuentos de Millás (el mejor es el de alguien que cae dentro del paréntesis de un texto). 
 
termino la lectura y de salida duro otro buen rato hojeando libros y apuntando los que me llaman la atención en el celular.

Abandono el lugar y ya no hay rastro de esa sensación de aburrimiento que me invadía horas antes.

Ya saben que pueden hacer para los malestares emocionales: echarse a andar, leer o tomar café.

"Avancé seguro de reconocer el camino, pero me extravié en una
 subordinada, y al decidir volver sobre mis pasos rodé a un segundo
 nivel donde no se veía nada. Se trataba de uno de esos paréntesis 
con sótano, un poco laberínticos, en los que cuanto más te acercas 
al final, más te alejas de su sentido."
- Juan José Millás -

martes, 25 de julio de 2023

El hombre del saco azul

Salgo a tomar un café.

De camino al lugar caigo en cuenta de que estoy tranquilo, que en ese preciso instante ningún tema de los que ronda por mi cabeza me angustia. Quizá esa fue la razón que me hizo dar ganas de salir por un  café. Siempre hay que aprovechar esos instantes de relativa calma y sacarles el mayor provecho posible, pues en menos de un segundo la vida se nos puede enredar.

A menos de una cuadra de llegar al lugar al que suelo ir, uno en en que le echan galleta oreo triturada por encima al capuchino, veo que un hombre de saco azul con capucha que camina en dirección contraria.

Tose, intenta tomar aire y tose de nuevo. Nada que una buena aclarada de garganta no pueda solucionar, pienso, pero el hombre sigue tosiendo. Algo no anda bien.

Cuando me lo cruzo caigo en cuenta de qué es lo que le pasa: El hombre llora de forma desconsolada. Por la forma en que lo hace parece que carga toda la tristeza del mundo encima. ¿Qué le habrá pasado?, me pregunto, ¿qué noticia le dieron?

Volteo a mirarlo y sigue llorando sin importarle nada. El único cambio en su andar, es que ahora metió las manos en los bolsillos y agachó su cabeza.

Me gustaría traspasarle un poco de la tranquilidad que tengo en ese momento, decirle algo como todo va a estar bien o cualquier frase vaga para levantarle un poco el ánimo. Incluso invitarlo a tomar un café para que  descargue sus penas a un completo desconocido.

Sigo pensando en qué fue lo que le paso y trato de inventarme cualquier historia para justificar su forma de actuar.

Ojalá que el hombre del saco azul se encuentre mejor en este momento.

viernes, 21 de julio de 2023

Contra el reloj

Dicen, los que saben o dicen que saben, que si uno no tiene ni idea sobre qué escribir, algo que funciona es programar una alarma por 10 o quince minutos y comenzar a escribir lo que el cerebro vaya dictando, sin importar la gramática o lo disparatadas que puedan llegar a ser las ideas y sin preocuparse en lo más mínimo por editar el texto.

Escritura libre llaman a eso ese grupo de personas que, ya dijimos, dicen saber cosas. A veces se denominan expertos, aunque, siendo sincero, es una palabra que me genera desconfianza.

En fin sigamos hablando de escribir contra el reloj.

Alguna vez cree un blog en el que escribía de esa manera. Programaba un temporizador por 10 minutos y comenzaba a escribir. Los temas que salían eran en su mayoría aleatorios, y en ocasiones lograba que tuvieran algo de sentido.

Recuerdo que cada entrada la acompañaba con una imagen a blanco y negro que, se supone, hacía referencia al tema o temas que tocaba.

Fue un buen ejercicio, pero un día me aburrí y dejé de postear. Incluso ya ni me acuerdo de la dirección del blog. Era algo como: 10 minutos de gotas de palabras o algo así, pero he intentado varias combinaciones y no me sale nada. Seguro ya dejó de existir por inactividad.

Una vez, en un evento de emprendimiento, una mujer me contó de una página en la que uno escribía lo que le diera la gana y, dependiendo de la constancia, se iban acumulando puntos o insignias.  ¿Para qué? no sé.

Al principio me pareció interesante y cree un perfil, pero en menos de una semana le perdí el interés.

M, una amiga, una vez escribió una historia buenísima titulada 4 horas. Trata sobre un hombre que sabe que solo le quedan 4 horas de vida. Le puso ese título porque un Domingo quería escribir un cuento y solo contaba con ese lapso de tiempo para hacerlo. Afortunadamente el subconsciente la encarrilo por donde era y el cuento le quedó muy bueno.

Entonces siempre termino por hacerme una pregunta: ¿Es mejor escribir con un mapa o dejar libre al subconsciente y que haga de las suyas?

Las opiniones están divididas. Últimamente, si voy a escribir un cuento, me he dado cuenta de que me va a mejor si planteó una serie de escenas antes de sentarme a escribir. Pero hay pesos pesados de la literatura, como Rosa Montero o Isabel Allende que comienzan sus novelas como de la nada.

En cambio, hay otras escritoras como Pilar Quintana que no pueden sentarse a escribir si no tiene una escaleta completamente detallada de lo que va a ocurrir en cada escena de la novela.

La clave imagino, está en escribir lo que sea como uno mejor pueda o se sienta, ¿acaso no?

martes, 18 de julio de 2023

Parejas

Son dos:

La primera me la encuentro  en un café y se aproxima a la tercera edad. Entran, y se acercan a la caja cada uno como por su lado.  Él pide un Eclair de chocolate y ella una dona de mora.  También  piden dos tintos medianos.

Después de que hacen el pedido dejó de prestarles atención. Es prudente observar la realidad de lejitos, dejar en paz a los demás con sus cosas para que el cauce de la vida, la propia por lo menos, no se descarrile.

Minutos antes de a abandonar el local, miro a la pareja de nuevo y veo que la mujer tiene puestos unos audífonos de esos  que cubren todas las orejas. Está y no está con su pareja, tan cerca tan lejos, en fin. ¿Acaso no tienen nada de qué hablar? ¿ La rutina los habrá llevado a esta situación y así ven pasar sus días hasta que las muerte venga a visitarlos?

Pienso que es un gesto grosero por parte de la mujer, pues con sendos audífonos puestos, es la que fomenta ese estado de incomunicación. Cuando me pongo de pie y paso por su lado, me doy cuenta de que la culpa de no hablarse es de ambos, pues el hombre también lleva puestos unos audífonos blancos delgados y está concentrado viendo un video en su celular.

Ya en la calle veo a la segunda pareja. Tienen pinta de ser novios y la mujer empuja un coche y Se inclina para acomodar algo en el él. Justo en ese momento miro al hombre que se queda un poco atrás. Me parece que está algo incomodo, su voluntad dividida entre estar con ella o haberse quedado en su casa viendo un partido de fútbol o mirando pal techo, actividad, ya sabemos, infravalorada.

Cuando los paso de largo caigo en cuenta de que en el coche llevan un bebe-perro o un perro- bebe. un perro al fin y al cabo.


Mundo raro este.

lunes, 17 de julio de 2023

Leer en voz alta

Martha, una profesora que tuve en primero de primaria, me enseñó a leer.

La recuerdo cómo una mujer flaca, alta, de pelo negro, nariz respingada y pómulos salidos. Era la esposa de Rojas, un profesor de matemáticas gracioso, pero de eso me vine a enterar años más tarde cuando me tocó clase con él.

Martha dictaba clase en diferentes grados y un día que no teníamos clase con ella, llegó al salón y pregunto por mí. “¿Qué hice pensé?, mientras me paraba de mi silla e iba su encuentro.

Cuando llegué a la puerta me dijo “Acompañame a 4to de primaria”, y no me quedó otra opción que hacerle caso.

Para mí esa sección del colegio era desconocida, pues transición y primero quedaban en una zona aparte que incluso tenía una ventana especial para la cafetería. Cuando llegué me encontré con un pasillo largo con salones a ambos lados.

Después de entrar al salón, Martha le dijo algo a los estudiantes de ese curso, luego me paso un libro y me dijo: “Lee esto, por favor”. No recuerdo de qué trataba el texto, pero hice lo que me indicó: me puse a leer en voz alta.

Me sentía como en una prueba así que lo hice lo mejor que pude y lleno de nervios frente a un montón de desconocidos. Recuerdo que cuando me equivocaba pronunciando alguna palabra, los estudiantes reían, pero no tanto para burlarse de mi equivocación, sino porque el significado que adquiría el texto resultaba gracioso.

No sé cuánto tiempo dure ahí, seguro no fueron más de 5 minutos, pero a mí me pareció una eternidad. Cuando terminé entendí porque Martha me había llevado allí. Quería mostrarle a los estudiantes de cuarto que un pequeño de primero leía mejor que ellos.

No sé si me habrán odiado o qué. Lo más probable es que les haya importado cinco y siguieran metidos en sus ensoñaciones de niños.

Al parecer era bueno leyendo en voz alta.