jueves, 31 de agosto de 2023

Los detectives salvajes

Sí, la novela de Bolaño.

En estos días he visto muchos tweets que hablan sobre esa novela. Algunas personas dicen que es una obra maestra y dan a entender que Bolaño es una especie de dios de la literatura.

No puedo afirmar nada porque no la he leído.

La primera vez que escuché algo sobre ese escritor fue por L. un amigo me la presentó y me contó que también le gustaba leer mucho. A las dos semanas comenzamos a salir y nuestro plan siempre era el mismo: Comer sushi y luego ir a tomar cerveza.

Recuerdo que yo estaba forzando la situación y quería que ella me gustara sí o sí. Ella pensaba distinto y en un punto comenzó a distanciarse. De pronto la dichosa frase de: Los polos opuestos se atraen tiene algo de verdad, y lo mejor sea relacionarse con personas con otros intereses, qué se yo.

Años después volví a hablar con ella y le planteé mi teoría y lo que pensaba cuando salía con ella. L. me dio la razón con sus carcajada de siempre.

En una de nuestras primeras citas me contó sobre los Detectives Salvajes y se le ilumino la cara cuando me dio un resumen de la trama. Debe ser un buen escritor, pensé. A la semana siguiente quedamos de vernos un miércoles y antes de encontrarme con ella pasé por una librería con el fin de comprar la novela. No la tenían, así que decidí llevarme 2666; una novela que me costó mucho terminar. Siempre le he echado la culpa a la extensión de los capítulos, pero puede ser que simplemente no me enganché con la historia y ya está.

lunes, 28 de agosto de 2023

Momento Zen

Después de una siesta me despierto con unas ganas de un tinto que no son de este mundo. Esa sensación, antojo, lo que sea, también viene acompañada con ganas de algo dulce.

La alarma del celular vuelve a sonar. Me recuerda que ya pasaron esos cinco minutos en los que, se supone, debí haber descansado. No es así, sigo adormilado. Podrá pasar esta vida y otra más y la transición del sueño a la vigilia me seguirá pareciendo un evento algo traumático.

Me pongo de pie y siento un ligero dolor de cabeza en el costado izquierdo. De pronto el movimiento fue muy rápido y la sensación se debe a eso. No pienso dejarle tomar ventaja, así que voy al baño abro el grifo del lavamanos y meto la cabeza debajo del chorro de agua. El frío como analgésico no falla. El agua siempre se lleva todo.

Minutos después estoy en la cocina. Alisto la cafetera italiana, el pocillo que voy a utilizar y saco la bolsa de café. La abro y aspiro el olor. ¡Dios, Que bien huele! Si un orgasmo se pudiera dividir en pequeños componentes, seguro el olor del café sería uno de ellos. Preparar café es mi momento Zen. Alistar la cafetera, medir el café y el agua y prender el fogón de la estufa, son acciones cargadas de tranquilidad, de presente. No hay forma de desfasarme hacia el nostálgico pasado o el ansioso futuro.

Mientras el café se prepara busco con qué lo voy a acompañar. Me decantó por un pedazo de mantecada y una bolita de helado de vainilla con trozos de frutos rojos. Se me hace agua la boca de pensar cómo será la combinación de esos sabores con un sorbo de tinto.

La cafetera comienza a regurgitar, sonido celestial ese. Apago la estufa me sirvo el tinto y no me aguanto las ganas de darle un sorbo antes de llevarlo a la mesa de la terraza.

Me quedó en el punto que quería. Justo en el filo del amargo que me agrada. Luego, ya sentado, me zampo una cucharada de helado y mantecada y luego le doy un sorbo al tinto.

Durante los segundos que dura la combinación  de sabores en mi boca experimento el nirvana, un breve instante de iluminación en el que el que siento mi vida en perfecto equilibrio.

viernes, 25 de agosto de 2023

Cinturón de seguridad

“¿Señor Juan?”, me pregunta el taxista apenas me subo al carro.

“Sí”, le respondo.

“¿Alguna ruta sugerida o seguimos la de Waze?”

“La de Waze”.

Siempre le hago caso a esa aplicación. Hay personas que se creen muy inteligentes y dicen que a veces da rutas que no son o que tienen más trancón. ¿Para qué complicarse intentando probar que somos más inteligentes que la tecnología?, en fin.

Cuando el conductor arranca tomo la perilla del cinturón de seguridad, pero no hay donde conectarla. Me quedo con ella en la mano un rato hasta que la suelto. “Pues ni modo si nos estrellamos”.

Pienso en esto porque hace un tiempo vi un programa sobre noticias trágicas y contaban la historia de una mujer que tomo un taxi en la madrugada, el carro se accidentó y salió disparada por una ventana, porque no tenía el cinturón puesto.

Después de que el carro comienza andar, me pongo a pensar que me va a ocurrir eso en cualquier momento, pero al rato me distraigo mirando por la ventana.

Lo lógico, si el mundo y nuestras acciones lo fueran todo el tiempo, sería no haber aceptado el servicio, decirle al taxista que su carro no es seguro porque tiene los cinturones de adorno.

Igual es imposible saber cuando nos va a visitar la muerte, puede ser que cuando termine la carrera y me baje del taxi, me tropiece con el andén, caiga y me desnuqué. Pueden ocurrir miles de eventos. Sé que suena un poco trágico, poco probable dirán algunos, pero si existe el programa 1000 maneras de morir será por algo.

De pronto siempre estemos más cerca de la muerte de lo que pensamos, sino que la vida tiene más fuerza entonces, así solo carguemos un pequeño porcentaje de esta en un día determinado, con eso basta para espantar a la primera.

miércoles, 23 de agosto de 2023

Una recomendación

A Santa le preocupa terminar de leer un libro, mucho más si fue uno que le gustó mucho.

Le preocupa porque le causa ansiedad decidir cuál va a ser su próxima lectura. Ya no tiene remordimiento alguno con abandonar alguna, pues cree que no puede desperdiciar tiempo leyendo libros que no son de su agrado.

Su método para escoger una nueva lectura es más bien pobre o místico, podría decirse. Muchas veces es puro feeling, de acuerdo con lo que le transmita la portada y el título. Está convencido de que algunos libros si pueden juzgarse por su portada y, sobre todo, por su contraportada, que en ocasiones lleva un párrafo preciso que lo ayuda a decidirse por uno.

Santa tampoco confía en las recomendaciones, sobre todo en la de los libreros, pues siempre le ha ido mal con estas. Muchos le han dicho cosas como: “lea este, es buenísimo. Un clásico de clásicos”, y luego de hacerles caso abandona la lectura a los pocos días.

Ahora tiene miedo.

Quiere y no quiere continuar con la lectura de la novela que comenzó hace pocos días.

Hace 2 semanas su método parecía no funcionar y quedó con Carolina, su amiga de toda la vida, para tomarse un café.

Ya en el lugar y luego de un rato de conversación, ella se dio cuenta de que algo estaba incomodando a su amigo y le preguntó qué pasaba.

“Es una bobada. Me da pena contarte”

“Tranquilo Migue. Tú sabes que puedes confiarme cualquier asunto.

Ante su insistencia Santa le contó lo que le pasaba. Carolina río y luego le dijo: “Hombre tranquilo, seguro encontrarás la solución. Si quieres te recomiendo un libro de una autora que encontré hace poco.”

Ante su desesperación, Santa Accedió. “¿Cuál?", le pregunto.

Léete ladrillos uniformes.  Es de Monique Ibáñez. Una mexicana de origen francés. Es una de sus mejores novelas.

Santa le hizo caso, pero ahora tiene miedo. Comenzó a leer la novela y lo sorprendió la cantidad de similitudes entre la vida del protagonista y la suya. Era como si Ibáñez lo hubiera entrevistado y narrara cosas muy personales que le han ocurrido en su vida. Es un nivel de conexión que nunca había experimentado con una novela.

Estima que le quedan por leer alrededor de 150 páginas, pero ¿qué tal que algo trágico le ocurra al protagonista?, se pregunta.

Acaba de recostarse en la cama y está listo para dormir. Al lado de la lámpara de la mesa de noche está la novela de Ibáñez. Fija su vista en ella por un rato, pero decide apagar la luz, cerrar los ojos y arroparse. Luego comienza a dar vueltas en la cama.

Siente que la atracción que siente por la historia de la novela, su historia, es lo que no lo deja dormir.

Qué más da, piensa.  Prende de nuevo la lampara y acomoda las almohadas contra el espaldar de la cama. La intriga por saber qué le va a pasar supera su miedo.

Toma el libro y se propone terminarlo esa misma noche.

martes, 22 de agosto de 2023

Biblioteca desocupada

Una biblioteca tiene tres pisos desocupados y la otra todos. Empaqué muy pocos libros.

Pensé que habían sido más. En cambio, me traje todos los cd’s, ¿para qué carajos? Ni siquiera tengo en donde escucharlos.

Antes, recuerdo, cuando compraba uno, me proponía escucharlo mínimo una vez por día para no “quemarlo”, para morirme de ganas de escucharlo al día siguiente. Entonces lo ponía en el equipo de la sala, sacaba el librito con las letras y me cantaba todas las canciones. Así, por ejemplo, me ocurrió con el Vs y el Vitalogy de Pearl Jam.

En algún momento pensé que me iba a volver tan aficionado al rock como mi hermano, pero años más tarde me topé con la lectura, los libros, y no hay nada que hacer después de probar esa droga tan fuerte.

No veo la hora de traer más libros y llenar las dos bibliotecas. Ordenar libros es otro de los pequeños placeres de la vida. Digo ordenar por utilizar cualquier palabra, porque los voy ubicando como caigan. Si acaso el único orden que intento tener es que todos los de un autor queden juntos, de resto no soy tan ordenado como otras personas que los ubican por géneros, tamaño, ediciones, etc.

Igual, tampoco es que tenga tantos, pues el Kindle también entró con fuerza en mi vida y muchos los tengo en digital. No creo que sea mejor que el libro físico, pero tiene la ventaja que, para cegatos como yo, se puede ajustar el tamaño de la letra.

En algún momento pensé: voy a regalar varios. Ahora quiero conservarlos todos. Al diablo con el método konmari de Marie Kondo.

¿Qué pasará con mis libros cuando muera? ¿En manos de quién caerán? ¿Serán leídos de nuevo o utilizaran sus páginas para avivar el fuego de una chimenea?

Todo siempre son preguntas. No queda más que leer para intentar responderlas.

martes, 15 de agosto de 2023

Un grupo de imbéciles

Sábado 9 de la mañana. 

 Podría estar a punto de despertarme después de una noche de juerga, pero no es el caso, el cuerpo ya no da pa' tanto y lo mejor es no cometer excesos para que no pase factura al siguiente día.

De ser así no estaría levantando a esta hora, sino seguro lo haría al medio día, con dolor de cabeza y quizás algo de nauseas. Eso me impediría desayunar tranquilo, dándole pequeños sorbos al café, como tanto me gusta, mientras miro como se mueve, a causa del viento, un árbol que está plantado en una terraza de un edificio de parqueaderos. Sé que no es la vista bucólica que uno quisiera tener al momento del desayuno, pero me gusta perderme en fantasías de poca monta mientras observo ese árbol.

El caso es que tampoco estoy desayunando, apuré un café en un par de sorbos y lo acompañé con una arepa hace más o menos una hora.

Podría estar leyendo. Leer aplica para cualquier momento y estado de ánimo, pero tampoco hago eso. Casi siempre leo en las tardes y por lo general a las 11 de la noche, mi hora preferida para hacerlo.

¿Entonces que carajos hago?

Estoy bien sentado el salón comunal del edificio, esperando a que empiece una Asamblea extraordinaria. Plan más chimbo no puede haber. Pero bueno, es lo que hay. Uno debe montarse en las corrientes de la vida como si nada y esperar a ver qué pasa.

Un grupo de personas con cara de pocos amigos se encuentra ahí, porque el edificio necesita unas obras urgentes.

Tengo mi libreta y un esfero por si de pronto me embiste la inspiración y se me ocurre una idea potente para escribir algo.

Tampoco es el caso, a los pocos minutos después del inicio de la reunión, una señora me pide prestado el esfero  para tomar apuntes.

Luego de 3 horas llegamos al clímax de la asamblea: la explicación de las finanzas. El presidente de la junta nos explica que se ha recaudado el 80.27% del dinero y que no se puede echar por la borda semejante esfuerzo tan titánico. "La obra va o va", concluye.

Patricia, una señora que siempre pelea, se pone de pie y alega que ella no va a financiar a ningún apartamento que no haya pagado, que coman mucha mierda. Eso último no lo dice, pero seguro lo piensa.

La vecina de mi piso, una mujer extraña que casi no sale del apartamento (Mi teoría es que es una psicópata que guarda cuerpos picados en el congelador), es una de esas personas que no ha dado ni un centavo.

Pide la palabra y dice: “Yo tengo la plata en el banco, pero no voy a ser tan Imbécil de darla antes que todos”.

“Gracias por decirnos imbéciles", dice Debra, otra de las propietarias.

Y así duramos un buen tiempo gritándonos entre imbéciles hasta el final de la asamblea.


lunes, 14 de agosto de 2023

Libros y CD's

En una caja empaco libros y CD’s. No sé para qué los últimos. Debería regalarlos. ¿Todavía hay gente que se sienta a escucharlos? No sé si ese espécimen del ser humano aún existe, creo que deben quedar muy pocos, en fin.

Algunos de los los libros que empaco los  considero rarezas, y también están los de mis escritores favoritos: Juan José Millás y Rosa Montero. Entre los que considero únicos, me llevo La Nostalgia del Melómano y El Tumbao de Beethoven, entre otros. El del tumbao lo busqué como loco en una feria del libro y hacia el final de la tarde, cuando creía que ya no lo iba a encontrar y los pies me dolían de tanto caminar, se me apareció cuando iba de salida y en el stand menos pensado.

Pienso que, por lo menos en mi caso, debería regalar los libros que leo. Son contadas las ocasiones que he releído alguno. A veces pienso: Voy a releer este o tal otro, pero no hay tiempo. Nunca queda tiempo para nada.

Hace rato pienso que debo releer El Tumbao de Beethoven y también los Articuentos Completos de Millás. Vamos a ver si lo logro. El único libro que he releído como un poseso (5 veces) es la trilogía del Señor de los Anillos, pero eso fue hace mucho tiempo, en una época en que tuve el propósito de aprender élfico; hágame el berraco favor, no sé en qué carajos estaba pensando.

Es extraño el apego que se tiene por los libros. Tal vez, de forma inconsciente, pensamos que ai noa desprendemos de ellos nos hacemos menos lectores o algo así.

El punto, creo, si es que hay alguno, es que muy pocos tenemos espíritu Marie Kondo en este mundo, y la mayoría somos acumuladores, nada que hacer.