El discurso del cura en el funeral me parece sensato. No habla de forma mística, ya saben, sobre la eternidad y esas cosas, sino que dice que siempre que ocurre una muerte es uno de los momentos más desconcertantes, y que entonces llegan las preguntas: ¿Por qué?
Me hace pensar en el sentido de la vida. ¿Será que tiene alguno?, me pregunto. Llego a la conclusión de que la vida no es más que recibir un baldado de agua fría detrás de otro y que no tiene mucho sentido y que en vez de disfrutar los breves instantes de felicidad, nos la complicamos al tratar de racionalizar todo, de hacerlo entendible.
Pienso en algo que dice el narrador de Temblor la novela de Rosa Montero, que le sigue los pasos a Agua Fría, su protagonista:
“Apenas si somos una mota del polvo cósmico, un minúsculo accidente dentro del caos universal, y, pese a ello, hemos entablado un combate a muerte de nuestra voluntad contra el azar”
“Lo que nos humaniza, lo que nos diferencia de los animales, es precisamente esa desfachatada ambición de ser felices. De controlar nuestras vidas y convertirnos en nuestros propios dioses”
Me acuerdo también de algo que dice Sándor Márai en sus diarios: “La vida es casual, no tiene sentido ni utilidad alguna. La muerte es la consecuencia inevitable de la casualidad, y tampoco tiene sentido ni utilidad.
Pero bueno, ¿para qué matarse la cabeza a punta de preguntas? Imagino que lo que debemos hacer es vivir la vida lo mejor que podamos, teniendo muy en cuenta las primeras líneas de La Carne, otra novela de Rosa Montero.
“La vida es un pequeño espacio de luz entre dos nostalgias: la de lo que aún no has vivido y la de lo que ya no vas a poder vivir”. Y el momento justo de la acción es tan confuso, tan resbaladizo y efímero, que lo desperdicias mirando con aturdimiento alrededor”.
miércoles, 6 de septiembre de 2023
martes, 5 de septiembre de 2023
10.37 p.m.
Estoy cansado. Por eso no me esfuerzo en buscarle un título a este post y me limito a ponerle la hora en que comienzo a escribirlo.
Tenía pensado escribir algo, lo que fuera, más temprano, pero me puse a editar un cuento que, si no estoy mal, va en su cuarta versión. Ahí se me fue el tiempo. Trata sobre un preso condenado en el corredor de la muerte y narra el día de su ejecución.
El cambio más drástico que le hice fue hacia el final, cuando le preguntan al asesino si tiene algo por decir. El hombre se queda callado unos instantes y cuando parece que no va a decir nada, finalmente dice algo.
La frase que tenía la considere simple, no sé, pensé que sería algo que una persona en esa situación no se le ocurriría decir. En resumidas cuentas, necesitaba una línea que agregara un poco de drama. Ojalá lo haya conseguido. A veces uno siente que una frase está bien y es una completa basura, y otras que uno cree que no funcionan terminan gustándole a las personas, en fin.
Ahora son las 10.45 p.m. y no se me ocurre que más contarles. Me acordé de algo más: Mañana tengo un funeral y me dan una pereza infinita esos rituales. Uno se debería morir sin tanto bombo. Siempre le pongo atención a lo que dicen los curas en esas ceremonias y me parecen mensajes encriptados que solo entienden ellos. Hablan mucho sobre la eternidad y otro poco de conceptos abstractos que, me atrevo a pensar, no son tan efectivos contrarrestando el dolor que sienten los familiares.
También está esa frase de Dale señor el descanso eterno, que considero de película de terror.
Tal vez debería escribir un cuento sobre eso. Qué se yo, podría tratar de un cura que está harto de su trabajo y que repite lo mismo siempre, aunque no cree ni media palabra de lo que dice.
10.57p.m
Hasta mañana.
Tenía pensado escribir algo, lo que fuera, más temprano, pero me puse a editar un cuento que, si no estoy mal, va en su cuarta versión. Ahí se me fue el tiempo. Trata sobre un preso condenado en el corredor de la muerte y narra el día de su ejecución.
El cambio más drástico que le hice fue hacia el final, cuando le preguntan al asesino si tiene algo por decir. El hombre se queda callado unos instantes y cuando parece que no va a decir nada, finalmente dice algo.
La frase que tenía la considere simple, no sé, pensé que sería algo que una persona en esa situación no se le ocurriría decir. En resumidas cuentas, necesitaba una línea que agregara un poco de drama. Ojalá lo haya conseguido. A veces uno siente que una frase está bien y es una completa basura, y otras que uno cree que no funcionan terminan gustándole a las personas, en fin.
Ahora son las 10.45 p.m. y no se me ocurre que más contarles. Me acordé de algo más: Mañana tengo un funeral y me dan una pereza infinita esos rituales. Uno se debería morir sin tanto bombo. Siempre le pongo atención a lo que dicen los curas en esas ceremonias y me parecen mensajes encriptados que solo entienden ellos. Hablan mucho sobre la eternidad y otro poco de conceptos abstractos que, me atrevo a pensar, no son tan efectivos contrarrestando el dolor que sienten los familiares.
También está esa frase de Dale señor el descanso eterno, que considero de película de terror.
Tal vez debería escribir un cuento sobre eso. Qué se yo, podría tratar de un cura que está harto de su trabajo y que repite lo mismo siempre, aunque no cree ni media palabra de lo que dice.
10.57p.m
Hasta mañana.
lunes, 4 de septiembre de 2023
De las pequeñas cosas
Así se llama un libro de Antón Arrrufat, un escritor cubano.
Apareció en el trasteo y, al parecer, como su no nombre lo indica, es un libro que habla sobre cosas que pueden pasar desapercibidas. Por lo menos eso es lo que me induce a pensar los títulos de algunos capítulos que leo al azar: El álbum, El blanco, El juego de dominó, La glorieta.
Me gusta que tenga la palabra cosas en el título. Una vez oí decir a una mujer que es tutora de escritores, que está mal utilizarla. Si mal no recuerdo, decía que era una salida simple, que evidenciaba un mal uso del idioma, pero hay cosas que deben tildarse de cosas, disculpen ustedes a redundancia.
No me gustan esos consejos determinantes sobre cómo debe ser la escritura. En un taller de escritura que tomé, por ejemplo, el tallerista decía que, si uno enviaba un manuscrito a una editorial, con muchos adverbios de modo terminados en mente, era descartado de inmediato.
No lo sé, no soy lingüista. Puede que sea verdad, pero me gusta pensar que el lenguaje es moldeable y flexible y que debe haber una manera para cometer tal “error” en un texto.
En fin, me desvié del tema, de la cosa en cuestión, el libro de Arrufat. Imagino que lo leeré pronto, pero quién sabe cuando será. La rapidez con la que me antojo de libros que quiero leer es inversamente proporcional a mi velocidad de lectura.
Si no estoy mal, creo que el libro me lo regalo L. luego de ir de vacaciones a ese país. No sé por qué no lo leí en ese momento y luego lo olvidé, pues siempre trato de hacer eso, es decir, de leer los libros que me regalan y que a mí no se me habría ocurrido comprarlos porque no conocía al autor o porque de primerazo no me llamaba la atención. Pienso que es un acto de confianza y afecto por parte de quien lo regala.
Ya les contaré cómo me va con la lectura que, repito, espero que sea pronto.
Apareció en el trasteo y, al parecer, como su no nombre lo indica, es un libro que habla sobre cosas que pueden pasar desapercibidas. Por lo menos eso es lo que me induce a pensar los títulos de algunos capítulos que leo al azar: El álbum, El blanco, El juego de dominó, La glorieta.
Me gusta que tenga la palabra cosas en el título. Una vez oí decir a una mujer que es tutora de escritores, que está mal utilizarla. Si mal no recuerdo, decía que era una salida simple, que evidenciaba un mal uso del idioma, pero hay cosas que deben tildarse de cosas, disculpen ustedes a redundancia.
No me gustan esos consejos determinantes sobre cómo debe ser la escritura. En un taller de escritura que tomé, por ejemplo, el tallerista decía que, si uno enviaba un manuscrito a una editorial, con muchos adverbios de modo terminados en mente, era descartado de inmediato.
No lo sé, no soy lingüista. Puede que sea verdad, pero me gusta pensar que el lenguaje es moldeable y flexible y que debe haber una manera para cometer tal “error” en un texto.
En fin, me desvié del tema, de la cosa en cuestión, el libro de Arrufat. Imagino que lo leeré pronto, pero quién sabe cuando será. La rapidez con la que me antojo de libros que quiero leer es inversamente proporcional a mi velocidad de lectura.
Si no estoy mal, creo que el libro me lo regalo L. luego de ir de vacaciones a ese país. No sé por qué no lo leí en ese momento y luego lo olvidé, pues siempre trato de hacer eso, es decir, de leer los libros que me regalan y que a mí no se me habría ocurrido comprarlos porque no conocía al autor o porque de primerazo no me llamaba la atención. Pienso que es un acto de confianza y afecto por parte de quien lo regala.
Ya les contaré cómo me va con la lectura que, repito, espero que sea pronto.
jueves, 31 de agosto de 2023
Los detectives salvajes
Sí, la novela de Bolaño.
En estos días he visto muchos tweets que hablan sobre esa novela. Algunas personas dicen que es una obra maestra y dan a entender que Bolaño es una especie de dios de la literatura.
No puedo afirmar nada porque no la he leído.
La primera vez que escuché algo sobre ese escritor fue por L. un amigo me la presentó y me contó que también le gustaba leer mucho. A las dos semanas comenzamos a salir y nuestro plan siempre era el mismo: Comer sushi y luego ir a tomar cerveza.
Recuerdo que yo estaba forzando la situación y quería que ella me gustara sí o sí. Ella pensaba distinto y en un punto comenzó a distanciarse. De pronto la dichosa frase de: Los polos opuestos se atraen tiene algo de verdad, y lo mejor sea relacionarse con personas con otros intereses, qué se yo.
Años después volví a hablar con ella y le planteé mi teoría y lo que pensaba cuando salía con ella. L. me dio la razón con sus carcajada de siempre.
En una de nuestras primeras citas me contó sobre los Detectives Salvajes y se le ilumino la cara cuando me dio un resumen de la trama. Debe ser un buen escritor, pensé. A la semana siguiente quedamos de vernos un miércoles y antes de encontrarme con ella pasé por una librería con el fin de comprar la novela. No la tenían, así que decidí llevarme 2666; una novela que me costó mucho terminar. Siempre le he echado la culpa a la extensión de los capítulos, pero puede ser que simplemente no me enganché con la historia y ya está.
En estos días he visto muchos tweets que hablan sobre esa novela. Algunas personas dicen que es una obra maestra y dan a entender que Bolaño es una especie de dios de la literatura.
No puedo afirmar nada porque no la he leído.
La primera vez que escuché algo sobre ese escritor fue por L. un amigo me la presentó y me contó que también le gustaba leer mucho. A las dos semanas comenzamos a salir y nuestro plan siempre era el mismo: Comer sushi y luego ir a tomar cerveza.
Recuerdo que yo estaba forzando la situación y quería que ella me gustara sí o sí. Ella pensaba distinto y en un punto comenzó a distanciarse. De pronto la dichosa frase de: Los polos opuestos se atraen tiene algo de verdad, y lo mejor sea relacionarse con personas con otros intereses, qué se yo.
Años después volví a hablar con ella y le planteé mi teoría y lo que pensaba cuando salía con ella. L. me dio la razón con sus carcajada de siempre.
En una de nuestras primeras citas me contó sobre los Detectives Salvajes y se le ilumino la cara cuando me dio un resumen de la trama. Debe ser un buen escritor, pensé. A la semana siguiente quedamos de vernos un miércoles y antes de encontrarme con ella pasé por una librería con el fin de comprar la novela. No la tenían, así que decidí llevarme 2666; una novela que me costó mucho terminar. Siempre le he echado la culpa a la extensión de los capítulos, pero puede ser que simplemente no me enganché con la historia y ya está.
lunes, 28 de agosto de 2023
Momento Zen
Después de una siesta me despierto con unas ganas de un tinto que no son de este mundo. Esa sensación, antojo, lo que sea, también viene acompañada con ganas de algo dulce.
La alarma del celular vuelve a sonar. Me recuerda que ya pasaron esos cinco minutos en los que, se supone, debí haber descansado. No es así, sigo adormilado. Podrá pasar esta vida y otra más y la transición del sueño a la vigilia me seguirá pareciendo un evento algo traumático.
Me pongo de pie y siento un ligero dolor de cabeza en el costado izquierdo. De pronto el movimiento fue muy rápido y la sensación se debe a eso. No pienso dejarle tomar ventaja, así que voy al baño abro el grifo del lavamanos y meto la cabeza debajo del chorro de agua. El frío como analgésico no falla. El agua siempre se lleva todo.
Minutos después estoy en la cocina. Alisto la cafetera italiana, el pocillo que voy a utilizar y saco la bolsa de café. La abro y aspiro el olor. ¡Dios, Que bien huele! Si un orgasmo se pudiera dividir en pequeños componentes, seguro el olor del café sería uno de ellos. Preparar café es mi momento Zen. Alistar la cafetera, medir el café y el agua y prender el fogón de la estufa, son acciones cargadas de tranquilidad, de presente. No hay forma de desfasarme hacia el nostálgico pasado o el ansioso futuro.
Mientras el café se prepara busco con qué lo voy a acompañar. Me decantó por un pedazo de mantecada y una bolita de helado de vainilla con trozos de frutos rojos. Se me hace agua la boca de pensar cómo será la combinación de esos sabores con un sorbo de tinto.
La cafetera comienza a regurgitar, sonido celestial ese. Apago la estufa me sirvo el tinto y no me aguanto las ganas de darle un sorbo antes de llevarlo a la mesa de la terraza.
Me quedó en el punto que quería. Justo en el filo del amargo que me agrada. Luego, ya sentado, me zampo una cucharada de helado y mantecada y luego le doy un sorbo al tinto.
La alarma del celular vuelve a sonar. Me recuerda que ya pasaron esos cinco minutos en los que, se supone, debí haber descansado. No es así, sigo adormilado. Podrá pasar esta vida y otra más y la transición del sueño a la vigilia me seguirá pareciendo un evento algo traumático.
Me pongo de pie y siento un ligero dolor de cabeza en el costado izquierdo. De pronto el movimiento fue muy rápido y la sensación se debe a eso. No pienso dejarle tomar ventaja, así que voy al baño abro el grifo del lavamanos y meto la cabeza debajo del chorro de agua. El frío como analgésico no falla. El agua siempre se lleva todo.
Minutos después estoy en la cocina. Alisto la cafetera italiana, el pocillo que voy a utilizar y saco la bolsa de café. La abro y aspiro el olor. ¡Dios, Que bien huele! Si un orgasmo se pudiera dividir en pequeños componentes, seguro el olor del café sería uno de ellos. Preparar café es mi momento Zen. Alistar la cafetera, medir el café y el agua y prender el fogón de la estufa, son acciones cargadas de tranquilidad, de presente. No hay forma de desfasarme hacia el nostálgico pasado o el ansioso futuro.
Mientras el café se prepara busco con qué lo voy a acompañar. Me decantó por un pedazo de mantecada y una bolita de helado de vainilla con trozos de frutos rojos. Se me hace agua la boca de pensar cómo será la combinación de esos sabores con un sorbo de tinto.
La cafetera comienza a regurgitar, sonido celestial ese. Apago la estufa me sirvo el tinto y no me aguanto las ganas de darle un sorbo antes de llevarlo a la mesa de la terraza.
Me quedó en el punto que quería. Justo en el filo del amargo que me agrada. Luego, ya sentado, me zampo una cucharada de helado y mantecada y luego le doy un sorbo al tinto.
Durante los segundos que dura la combinación de sabores en mi boca experimento el nirvana, un breve instante de iluminación en el que el que siento mi vida en perfecto equilibrio.
viernes, 25 de agosto de 2023
Cinturón de seguridad
“¿Señor Juan?”, me pregunta el taxista apenas me subo al carro.
“Sí”, le respondo.
“¿Alguna ruta sugerida o seguimos la de Waze?”
“La de Waze”.
Siempre le hago caso a esa aplicación. Hay personas que se creen muy inteligentes y dicen que a veces da rutas que no son o que tienen más trancón. ¿Para qué complicarse intentando probar que somos más inteligentes que la tecnología?, en fin.
Cuando el conductor arranca tomo la perilla del cinturón de seguridad, pero no hay donde conectarla. Me quedo con ella en la mano un rato hasta que la suelto. “Pues ni modo si nos estrellamos”.
Pienso en esto porque hace un tiempo vi un programa sobre noticias trágicas y contaban la historia de una mujer que tomo un taxi en la madrugada, el carro se accidentó y salió disparada por una ventana, porque no tenía el cinturón puesto.
Después de que el carro comienza andar, me pongo a pensar que me va a ocurrir eso en cualquier momento, pero al rato me distraigo mirando por la ventana.
Lo lógico, si el mundo y nuestras acciones lo fueran todo el tiempo, sería no haber aceptado el servicio, decirle al taxista que su carro no es seguro porque tiene los cinturones de adorno.
Igual es imposible saber cuando nos va a visitar la muerte, puede ser que cuando termine la carrera y me baje del taxi, me tropiece con el andén, caiga y me desnuqué. Pueden ocurrir miles de eventos. Sé que suena un poco trágico, poco probable dirán algunos, pero si existe el programa 1000 maneras de morir será por algo.
De pronto siempre estemos más cerca de la muerte de lo que pensamos, sino que la vida tiene más fuerza entonces, así solo carguemos un pequeño porcentaje de esta en un día determinado, con eso basta para espantar a la primera.
“¿Alguna ruta sugerida o seguimos la de Waze?”
“La de Waze”.
Siempre le hago caso a esa aplicación. Hay personas que se creen muy inteligentes y dicen que a veces da rutas que no son o que tienen más trancón. ¿Para qué complicarse intentando probar que somos más inteligentes que la tecnología?, en fin.
Cuando el conductor arranca tomo la perilla del cinturón de seguridad, pero no hay donde conectarla. Me quedo con ella en la mano un rato hasta que la suelto. “Pues ni modo si nos estrellamos”.
Pienso en esto porque hace un tiempo vi un programa sobre noticias trágicas y contaban la historia de una mujer que tomo un taxi en la madrugada, el carro se accidentó y salió disparada por una ventana, porque no tenía el cinturón puesto.
Después de que el carro comienza andar, me pongo a pensar que me va a ocurrir eso en cualquier momento, pero al rato me distraigo mirando por la ventana.
Lo lógico, si el mundo y nuestras acciones lo fueran todo el tiempo, sería no haber aceptado el servicio, decirle al taxista que su carro no es seguro porque tiene los cinturones de adorno.
Igual es imposible saber cuando nos va a visitar la muerte, puede ser que cuando termine la carrera y me baje del taxi, me tropiece con el andén, caiga y me desnuqué. Pueden ocurrir miles de eventos. Sé que suena un poco trágico, poco probable dirán algunos, pero si existe el programa 1000 maneras de morir será por algo.
De pronto siempre estemos más cerca de la muerte de lo que pensamos, sino que la vida tiene más fuerza entonces, así solo carguemos un pequeño porcentaje de esta en un día determinado, con eso basta para espantar a la primera.
miércoles, 23 de agosto de 2023
Una recomendación
A Santa le preocupa terminar de leer un libro, mucho más si fue uno que le gustó mucho.
Le preocupa porque le causa ansiedad decidir cuál va a ser su próxima lectura. Ya no tiene remordimiento alguno con abandonar alguna, pues cree que no puede desperdiciar tiempo leyendo libros que no son de su agrado.
Su método para escoger una nueva lectura es más bien pobre o místico, podría decirse. Muchas veces es puro feeling, de acuerdo con lo que le transmita la portada y el título. Está convencido de que algunos libros si pueden juzgarse por su portada y, sobre todo, por su contraportada, que en ocasiones lleva un párrafo preciso que lo ayuda a decidirse por uno.
Santa tampoco confía en las recomendaciones, sobre todo en la de los libreros, pues siempre le ha ido mal con estas. Muchos le han dicho cosas como: “lea este, es buenísimo. Un clásico de clásicos”, y luego de hacerles caso abandona la lectura a los pocos días.
Le preocupa porque le causa ansiedad decidir cuál va a ser su próxima lectura. Ya no tiene remordimiento alguno con abandonar alguna, pues cree que no puede desperdiciar tiempo leyendo libros que no son de su agrado.
Su método para escoger una nueva lectura es más bien pobre o místico, podría decirse. Muchas veces es puro feeling, de acuerdo con lo que le transmita la portada y el título. Está convencido de que algunos libros si pueden juzgarse por su portada y, sobre todo, por su contraportada, que en ocasiones lleva un párrafo preciso que lo ayuda a decidirse por uno.
Santa tampoco confía en las recomendaciones, sobre todo en la de los libreros, pues siempre le ha ido mal con estas. Muchos le han dicho cosas como: “lea este, es buenísimo. Un clásico de clásicos”, y luego de hacerles caso abandona la lectura a los pocos días.
Ahora tiene miedo.
Quiere y no quiere continuar con la lectura de la novela que comenzó hace pocos días.
Hace 2 semanas su método parecía no funcionar y quedó con Carolina, su amiga de toda la vida, para tomarse un café.
Ya en el lugar y luego de un rato de conversación, ella se dio cuenta de que algo estaba incomodando a su amigo y le preguntó qué pasaba.
“Es una bobada. Me da pena contarte”
“Tranquilo Migue. Tú sabes que puedes confiarme cualquier asunto.
Ante su insistencia Santa le contó lo que le pasaba. Carolina río y luego le dijo: “Hombre tranquilo, seguro encontrarás la solución. Si quieres te recomiendo un libro de una autora que encontré hace poco.”
Ante su desesperación, Santa Accedió. “¿Cuál?", le pregunto.
Léete ladrillos uniformes. Es de Monique Ibáñez. Una mexicana de origen francés. Es una de sus mejores novelas.
Santa le hizo caso, pero ahora tiene miedo. Comenzó a leer la novela y lo sorprendió la cantidad de similitudes entre la vida del protagonista y la suya. Era como si Ibáñez lo hubiera entrevistado y narrara cosas muy personales que le han ocurrido en su vida. Es un nivel de conexión que nunca había experimentado con una novela.
Estima que le quedan por leer alrededor de 150 páginas, pero ¿qué tal que algo trágico le ocurra al protagonista?, se pregunta.
Acaba de recostarse en la cama y está listo para dormir. Al lado de la lámpara de la mesa de noche está la novela de Ibáñez. Fija su vista en ella por un rato, pero decide apagar la luz, cerrar los ojos y arroparse. Luego comienza a dar vueltas en la cama.
Siente que la atracción que siente por la historia de la novela, su historia, es lo que no lo deja dormir.
Qué más da, piensa. Prende de nuevo la lampara y acomoda las almohadas contra el espaldar de la cama. La intriga por saber qué le va a pasar supera su miedo.
Toma el libro y se propone terminarlo esa misma noche.
Quiere y no quiere continuar con la lectura de la novela que comenzó hace pocos días.
Hace 2 semanas su método parecía no funcionar y quedó con Carolina, su amiga de toda la vida, para tomarse un café.
Ya en el lugar y luego de un rato de conversación, ella se dio cuenta de que algo estaba incomodando a su amigo y le preguntó qué pasaba.
“Es una bobada. Me da pena contarte”
“Tranquilo Migue. Tú sabes que puedes confiarme cualquier asunto.
Ante su insistencia Santa le contó lo que le pasaba. Carolina río y luego le dijo: “Hombre tranquilo, seguro encontrarás la solución. Si quieres te recomiendo un libro de una autora que encontré hace poco.”
Ante su desesperación, Santa Accedió. “¿Cuál?", le pregunto.
Léete ladrillos uniformes. Es de Monique Ibáñez. Una mexicana de origen francés. Es una de sus mejores novelas.
Santa le hizo caso, pero ahora tiene miedo. Comenzó a leer la novela y lo sorprendió la cantidad de similitudes entre la vida del protagonista y la suya. Era como si Ibáñez lo hubiera entrevistado y narrara cosas muy personales que le han ocurrido en su vida. Es un nivel de conexión que nunca había experimentado con una novela.
Estima que le quedan por leer alrededor de 150 páginas, pero ¿qué tal que algo trágico le ocurra al protagonista?, se pregunta.
Acaba de recostarse en la cama y está listo para dormir. Al lado de la lámpara de la mesa de noche está la novela de Ibáñez. Fija su vista en ella por un rato, pero decide apagar la luz, cerrar los ojos y arroparse. Luego comienza a dar vueltas en la cama.
Siente que la atracción que siente por la historia de la novela, su historia, es lo que no lo deja dormir.
Qué más da, piensa. Prende de nuevo la lampara y acomoda las almohadas contra el espaldar de la cama. La intriga por saber qué le va a pasar supera su miedo.
Toma el libro y se propone terminarlo esa misma noche.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)