La pared está blanca casi en su totalidad, si no fuera por dos tomacorrientes, uno para conectar quién sabe qué y otro para la conexión del televisor. Bien podría quitarlos porque no pienso poner televisión en este cuarto y tampoco pienso conectar ningún aparato, lámpara o lo que sea, pues el computador lo tengo conectado a otro tomacorriente.
La pared podría ser una buena metáfora de una página en blanco, de comenzar a escribir un nuevo capítulo en mi vida, una nueva historia, de algo así bien cursi como esas personas que apenas va a comenzar un año dicen que tienen 365 páginas para escribir una nueva historia o algo así es lo que dicen, ¿cierto? En fin, el caso es que solo es una pared blanca.
A veces lo mejor es no dejar que las figuras narrativas nos tomen por sorpresa y solo contar lo que se tiene enfrente de las narices sin nada de adornos. En mi caso, ya les dije, una pared blanca.
Si no pongo televisor no es por dármelas de que no necesito tal distracción y que me basta con leer novelas. La verdad es que la pared queda lejos de la cabecera de la cama y como tengo mala visión tendría que tener los lentes de contacto puestos todo el tiempo, y no me los aguanto por más de 11 horas.
Aparte de su color, no hay mucho que les pueda contar sobre la pared. Lo único que a veces contrasta con su blancura son polillas o moscos que vienen a parquearse en ella. A los segundos los dejo ser, pero las primeras me dan asco entonces las molesto hasta que quedan a una distancia prudente para darles un periodicazo.
De pronto la pared blanca tiene que ver con mi ausencia de estos lares, con no tener nada por decir, o simplemente con la importancia de callar y escuchar, pero esta solo es una teoría chimba que se me acaba de ocurrir, así que lo mejor es ponerle punto final a estas palabras antes de que comience a hacer asociaciones que no vienen al caso.
martes, 7 de noviembre de 2023
sábado, 4 de noviembre de 2023
Dejar de leer
Una vez una mujer me contó que cuando termina de leer una novela, se toma muy en serio cuál es la siguiente que va a leer. “Para no perder el tiempo”, eso fue lo que me dijo. Entonces cuando llega ese momento, que considero crucial, de seleccionar la siguiente lectura, esta mujer lee varias reseñas para asegurarse de que le va a gustar la novela que tiene entre ojos.
Yo soy todo lo contrario. A cada rato me voy antojando de libros y apenas los veo o anoto pienso: “este será el próximo que voy a leer”, pero apenas terminó una novela, parece que se me borran de la cabeza esos libros que anoté y para escoger mi próxima lectura, leo un par de páginas de una novela que se me cruce en ese momento, y si me producen buen feeling me embarco en ella como si nada, sin leer reseñas ni nada de eso.
Supongo que cualquier método para escoger una nueva lectura es válido, bien sea el primero por medio de una investigación minuciosa o el segundo a punta de lo que le transmita a uno la obra de primerazo.
A la larga creo que lo importante no es eso, sino abandonar la lectura si no nos sentimos a gusto con ella. Hace poco terminé una novela y al momento de seleccionar la siguiente di con una autora británica que nunca había leído. Leí un par de páginas de una de sus novelas y me gustó el estilo, así que decidí empezar a leerla, pero cuando comencé a hacerlo en la noche, el encantó que me había producido desapareció, así que dejé esa lectura tan rápido como la comencé.
No sé antes cómo podía ser tan masoquista y terminaba de leer libros por el simple hecho de terminarlos.
Yo soy todo lo contrario. A cada rato me voy antojando de libros y apenas los veo o anoto pienso: “este será el próximo que voy a leer”, pero apenas terminó una novela, parece que se me borran de la cabeza esos libros que anoté y para escoger mi próxima lectura, leo un par de páginas de una novela que se me cruce en ese momento, y si me producen buen feeling me embarco en ella como si nada, sin leer reseñas ni nada de eso.
Supongo que cualquier método para escoger una nueva lectura es válido, bien sea el primero por medio de una investigación minuciosa o el segundo a punta de lo que le transmita a uno la obra de primerazo.
A la larga creo que lo importante no es eso, sino abandonar la lectura si no nos sentimos a gusto con ella. Hace poco terminé una novela y al momento de seleccionar la siguiente di con una autora británica que nunca había leído. Leí un par de páginas de una de sus novelas y me gustó el estilo, así que decidí empezar a leerla, pero cuando comencé a hacerlo en la noche, el encantó que me había producido desapareció, así que dejé esa lectura tan rápido como la comencé.
No sé antes cómo podía ser tan masoquista y terminaba de leer libros por el simple hecho de terminarlos.
viernes, 27 de octubre de 2023
Me pregunto
Una mujer, llamémosla Berta, cuenta en unas historias de Instagram que no se nos debe hacer extraño que suba historias mientras dormimos, menos si son historias de una bebida caliente con su computador portátil de fondo.
Luego hace un juego de palabras y dice que para nadie es un secreto que ama su trabajo, aunque para muchos su trabajo es un secreto. Berta menciona que ya perdió la cuenta de las horas extras y las noches que le ha dedicado a proyectos. Concluye que no se arrepiente en lo más mínimo y que no cambiaría nada de eso por dormir un poco más.
Continua.
Luego hace un juego de palabras y dice que para nadie es un secreto que ama su trabajo, aunque para muchos su trabajo es un secreto. Berta menciona que ya perdió la cuenta de las horas extras y las noches que le ha dedicado a proyectos. Concluye que no se arrepiente en lo más mínimo y que no cambiaría nada de eso por dormir un poco más.
Continua.
Dice que a pesar de que hizo todo lo posible por dormir, a las 2 de la mañana su cabeza no paraba de maquinar ideas y estrategias para, quizás, uno de los proyectos más importantes de su vida.
Concluye que nada se iguala con dedicar su insomnio a lo que antes era un sueño y que ahora llama realidad.
A cambio de Berta yo si extraño dormir más. Hace rato que no duermo 8 horas seguidas y a veces siento que lo necesito. En ocasiones envidio la ambición y esas ganas de comerse el mundo que muestran personas como Berta. Me pregunto: ¿No debería aspirar a lo mismo?.
las historias de Berta se acaban y luego doy con la de otra mujer que comparte un video de una rueda de prensa Prince. El artista dice lo siguiente:
“Algo que quería decir es que... no se dejen engañar por Internet. Es genial acceder a la computadora, pero no dejes que la computadora te afecte. Es genial usar la computadora, no dejes que la computadora te use. Todos vieron matrix. Hay una guerra en curso. El campo de batalla es la mente y el premio es el alma. Tengan cuidado.”
Entonces me acuerdo de algo que anotó Anaïs Nin en sus diarios: “El peligroso momento en el que voces mecánicas, radios, teléfonos, ocupan el lugar de las intimidades humanas, y el concepto de estar en contacto con millones trae consigo una creciente pobreza en la intimidad y la visión humana”.
Y por alguna razón, llega a mi cabeza la melodía de una canción de Sheryl Crow: This ain't no disco it ain't no country club either…All i Wanna do is have a little fun before I die”
Entonces me pregunto: ¿Acaso no está bien solo aspirar a eso, a divertirse un poco antes de morir?
Concluye que nada se iguala con dedicar su insomnio a lo que antes era un sueño y que ahora llama realidad.
A cambio de Berta yo si extraño dormir más. Hace rato que no duermo 8 horas seguidas y a veces siento que lo necesito. En ocasiones envidio la ambición y esas ganas de comerse el mundo que muestran personas como Berta. Me pregunto: ¿No debería aspirar a lo mismo?.
las historias de Berta se acaban y luego doy con la de otra mujer que comparte un video de una rueda de prensa Prince. El artista dice lo siguiente:
“Algo que quería decir es que... no se dejen engañar por Internet. Es genial acceder a la computadora, pero no dejes que la computadora te afecte. Es genial usar la computadora, no dejes que la computadora te use. Todos vieron matrix. Hay una guerra en curso. El campo de batalla es la mente y el premio es el alma. Tengan cuidado.”
Entonces me acuerdo de algo que anotó Anaïs Nin en sus diarios: “El peligroso momento en el que voces mecánicas, radios, teléfonos, ocupan el lugar de las intimidades humanas, y el concepto de estar en contacto con millones trae consigo una creciente pobreza en la intimidad y la visión humana”.
Y por alguna razón, llega a mi cabeza la melodía de una canción de Sheryl Crow: This ain't no disco it ain't no country club either…All i Wanna do is have a little fun before I die”
Entonces me pregunto: ¿Acaso no está bien solo aspirar a eso, a divertirse un poco antes de morir?
lunes, 23 de octubre de 2023
Tender la cama
Apenas me despierto siento que me pesa la existencia. Como la mente es bien cabrona en lugar de tranquilizarme, me invita a pensar: hoy va a ser uno de esos días de mierda. “Tiene razón”, le respondo, y caigo en una espiral de pensamientos negativos. Me doy palo por esto, por lo otro y por aquello también.
El sonido de una de las tantas alarmas que tengo configuradas en el celular me trae de vuelta a la realidad. ¿Me levanto o no me levanto?, me pregunto. Acuérdese que hoy va a ser un día de mierda, me respondo al mismo tiempo y luego concluyo: Mi consejo es que se quede metido en la cama todo el día. Me doy la razón, acomodo las almohadas y cierro los ojos, pero a los pocos minutos ese hacer nada me desespera, lanzo las cobijas hacía un lado y me pongo de pie. El malestar emocional sigue ahí, intacto.
Pienso que debo actuar rápido y hacer algo para quitarmelo de encima. Recuerdo un video que vi de un ex almirante de la marina de los Estados Unidos. El hombre, de cara bonachona y uniforme blanco con miles de insignias, cuenta que si uno quiere cambiar el mundo lo primero que se debe hacer es tender la cama.
No sé si quiero cambiar el mundo, solo quiero quitarme de encima la sensación de hastío y ya, pero imagino que lo de tender la cama puede ayudar. Es una operación que me toma menos de un minuto y cuando la termino no siento que haya cambiado nada ni que el mundo sea un mejor lugar.
Como el agua suele llevarse todo, decido ducharme. Cuando salgo del baño la melancolía, tristeza, lo que sea que tenga parece haber amainado un poco.
Cuando me estoy vistiendo, me pongo el jean de pie, haciendo equilibrio en una pierna como desafiando a la muerte. Apenas inicio esa operación, recuerdo que así murió el tío Gabriel, un hombre solitario con el que solo intercambiaba un par de frases en las fiestas de fin de año, antes de que se emborrachara y se quedará dormido en la esquina de un sofá. Un día el tío no volvió a dar indicios de vida y cuando fueron a buscarlo a su casa, lo encontraron tendido en el piso con la piyama a medio poner.
Cuando termino de vestirme salgo disparado hacia la cocina. Si una buena taza de café no arregla cómo me siento, no sé qué pueda hacerlo. Cuando la bebida está lista, parto un trozo de ponqué y me siento en la terraza a darle sorbos pequeños a la bebida, mientras miro las montañas.
Parece que lo del día de mierda era una falsa alarma, o que me quite esa sensación gracias a tender la cama, ducharme, tomar café o la combinación de las tres actividades.
El sonido de una de las tantas alarmas que tengo configuradas en el celular me trae de vuelta a la realidad. ¿Me levanto o no me levanto?, me pregunto. Acuérdese que hoy va a ser un día de mierda, me respondo al mismo tiempo y luego concluyo: Mi consejo es que se quede metido en la cama todo el día. Me doy la razón, acomodo las almohadas y cierro los ojos, pero a los pocos minutos ese hacer nada me desespera, lanzo las cobijas hacía un lado y me pongo de pie. El malestar emocional sigue ahí, intacto.
Pienso que debo actuar rápido y hacer algo para quitarmelo de encima. Recuerdo un video que vi de un ex almirante de la marina de los Estados Unidos. El hombre, de cara bonachona y uniforme blanco con miles de insignias, cuenta que si uno quiere cambiar el mundo lo primero que se debe hacer es tender la cama.
No sé si quiero cambiar el mundo, solo quiero quitarme de encima la sensación de hastío y ya, pero imagino que lo de tender la cama puede ayudar. Es una operación que me toma menos de un minuto y cuando la termino no siento que haya cambiado nada ni que el mundo sea un mejor lugar.
Como el agua suele llevarse todo, decido ducharme. Cuando salgo del baño la melancolía, tristeza, lo que sea que tenga parece haber amainado un poco.
Cuando me estoy vistiendo, me pongo el jean de pie, haciendo equilibrio en una pierna como desafiando a la muerte. Apenas inicio esa operación, recuerdo que así murió el tío Gabriel, un hombre solitario con el que solo intercambiaba un par de frases en las fiestas de fin de año, antes de que se emborrachara y se quedará dormido en la esquina de un sofá. Un día el tío no volvió a dar indicios de vida y cuando fueron a buscarlo a su casa, lo encontraron tendido en el piso con la piyama a medio poner.
Cuando termino de vestirme salgo disparado hacia la cocina. Si una buena taza de café no arregla cómo me siento, no sé qué pueda hacerlo. Cuando la bebida está lista, parto un trozo de ponqué y me siento en la terraza a darle sorbos pequeños a la bebida, mientras miro las montañas.
Parece que lo del día de mierda era una falsa alarma, o que me quite esa sensación gracias a tender la cama, ducharme, tomar café o la combinación de las tres actividades.
sábado, 21 de octubre de 2023
Gato encerrado
La compulsión con la que anoto libros que me llaman la atención supera exponencialmente la velocidad a la que los leo.
Vuelve y juega: no hay vida que alcance para tanto libro.
Hace unas semanas me suscribí a un par de newsletters que hablan sobre libros y la lista de los que quiero leer aumenta día tras día.
Hoy, por ejemplo, me enteré de la existencia de Gato encerrado, un libro de crónicas, entrevistas y diversos escritos que publicó el escritor peruano Fernando Ampuero en distintos medios.
Me gustan ese tipo de libros que recopilan escritos de diferentes épocas. De pronto es porque guardan cierta similitud con los diarios y porque leer la cotidianidad de la vida de alguien me llama la atención.
La persona que escribió el correo contaba que en un momento de su vida trabajó en un periódico en el turno de la noche, de 5 de la tarde a la 1 de la madrugada. Decía que después de las 8 de la noche le quedaba mucho tiempo para leer. Cuenta que cuando Gato Encerrado cayó en sus manos, pensó que había dado con el santo grial del periodismo; pues era un estilo con el que no se había encontrado antes.
Luego el texto vuelve al presente y comenta que vivimos en una época en la que los jóvenes no leen y que cuando lo hacen no leen lo que deben. Dice que ese libro debería estar de primero en su lista de lecturas pendientes u obligatorias.
Dizque lecturas obligatorias, hágame el berraco favor.
No puedo con esa superioridad moral de algunos lectores empedernidos. Que cada quien lea lo que se le dé la gana y ya está, ¿acaso no? A mí me gustaría que muchas personas leyeran los Articuentos Completos de Millás, pero si no quieren hacerlo y prefieren leer Condorito o las saga de Crepúsculo pues que lo hagan. ¿Quién soy yo para decirles qué deben leer?
Para mí, e imagino que para muchos, no leer sería la muerte en vida, pero leer tampoco tiene nada de especial, es un placer y ya está. Dejen de considerarse especiales porque les gusta hacerlo.
Vuelve y juega: no hay vida que alcance para tanto libro.
Hace unas semanas me suscribí a un par de newsletters que hablan sobre libros y la lista de los que quiero leer aumenta día tras día.
Hoy, por ejemplo, me enteré de la existencia de Gato encerrado, un libro de crónicas, entrevistas y diversos escritos que publicó el escritor peruano Fernando Ampuero en distintos medios.
Me gustan ese tipo de libros que recopilan escritos de diferentes épocas. De pronto es porque guardan cierta similitud con los diarios y porque leer la cotidianidad de la vida de alguien me llama la atención.
La persona que escribió el correo contaba que en un momento de su vida trabajó en un periódico en el turno de la noche, de 5 de la tarde a la 1 de la madrugada. Decía que después de las 8 de la noche le quedaba mucho tiempo para leer. Cuenta que cuando Gato Encerrado cayó en sus manos, pensó que había dado con el santo grial del periodismo; pues era un estilo con el que no se había encontrado antes.
Luego el texto vuelve al presente y comenta que vivimos en una época en la que los jóvenes no leen y que cuando lo hacen no leen lo que deben. Dice que ese libro debería estar de primero en su lista de lecturas pendientes u obligatorias.
Dizque lecturas obligatorias, hágame el berraco favor.
No puedo con esa superioridad moral de algunos lectores empedernidos. Que cada quien lea lo que se le dé la gana y ya está, ¿acaso no? A mí me gustaría que muchas personas leyeran los Articuentos Completos de Millás, pero si no quieren hacerlo y prefieren leer Condorito o las saga de Crepúsculo pues que lo hagan. ¿Quién soy yo para decirles qué deben leer?
Para mí, e imagino que para muchos, no leer sería la muerte en vida, pero leer tampoco tiene nada de especial, es un placer y ya está. Dejen de considerarse especiales porque les gusta hacerlo.
domingo, 8 de octubre de 2023
Ayer, día
Ayer fue un día.
Ayer fue día
Día.
¿Malo, bueno?
Podría decir que lo primero, pero también lo segundo. Los absolutos, creo, no existen.
A eso de las 9 de la mañana me propuse dibujar para el reto de inktober. El tema era goteo, así que seleccioné unas fotos de ojos llorosos, y cuando me decidí por una, mis trazos fallaban una y otra vez.
Hacía medio día me comenzó un dolor de cabeza en el costado derecho y a los pocos minutos se intensificó. ¿Solución? Almuerzo, pastilla y echarme a dormir. Sentía sueño y pensé que una siesta era lo que necesitaba para reponerme del malestar.
Pasé unos 20 minutos tumbado en la cama y el sueño no aparecía, así que me levanté y di un par de vueltas por la casa con una nube de mal genio encima de mi cabeza.
Luego volví al cuarto a obligarme a dormir. Lo logré, pero fue un sueño intranquilo, una especie de duermevela que no me dejo salir de la frontera que separa el territorio del sueño y la vigilia. Pisé la realidad a eso de las 7:30. El dolor de cabeza se había esfumado por completo y pensé de nuevo en el dibujo. Putos ojos que no logré dibujar. Me levanté directo a mi escritorio para comenzar un nuevo dibujo.
Necesitaba aislarme, así que me puse los audífonos, mientras decidía qué canción iba a escuchar. De ese lugar extraño de donde provienen las ideas y los recuerdos, se me aparecieron dos palabras en inglés: Virtual Insanity. Sí, Jamiroquai era justo lo que necesitaba escuchar en es momento, pero como la sesión de dibujo se iba a alargar, necesitaba más de una canción para ella, entonces puse el Travelling Without Moving. ¿Qué mejor que escuchar ese disco mientras se dibuja? Dibujar, pienso, es viajar bien adentro sin desplazarse, ¿acaso no?. Cuando se acabó ese disco busqué el Amorica de los Black Crowes, mi preferido de esa banda.
Terminé el dibujo a las 9:30, justo cuando el estómago me reclamaba algo de comida. Fui a la cocina, caliente una almojábana con bocadillo por dentro, y me serví agua con dos cubos de hielo.
Volví a mi escritorio a las 10 para echarle tinta al dibujo y difuminar distintos tonos de negro. En ese proceso ya no puse más música, pues me pareció suficiente el silencio de la noche.
Terminé a eso de las 12:30 a.m. y como no tenía sueño y llevaba un par de días sin leer, me metí a la cama y me zampé un capítulo de La casa de los espíritus. Son capítulos largos y siempre he dicho que prefiero los capítulos cortos, sobre todo para no dejarlos por la mitad, pero la prosa de isabel Allende es tan envolvente que no he tenido problemas con eso.
Ayer fue día
Día.
¿Malo, bueno?
Podría decir que lo primero, pero también lo segundo. Los absolutos, creo, no existen.
A eso de las 9 de la mañana me propuse dibujar para el reto de inktober. El tema era goteo, así que seleccioné unas fotos de ojos llorosos, y cuando me decidí por una, mis trazos fallaban una y otra vez.
Hacía medio día me comenzó un dolor de cabeza en el costado derecho y a los pocos minutos se intensificó. ¿Solución? Almuerzo, pastilla y echarme a dormir. Sentía sueño y pensé que una siesta era lo que necesitaba para reponerme del malestar.
Pasé unos 20 minutos tumbado en la cama y el sueño no aparecía, así que me levanté y di un par de vueltas por la casa con una nube de mal genio encima de mi cabeza.
Luego volví al cuarto a obligarme a dormir. Lo logré, pero fue un sueño intranquilo, una especie de duermevela que no me dejo salir de la frontera que separa el territorio del sueño y la vigilia. Pisé la realidad a eso de las 7:30. El dolor de cabeza se había esfumado por completo y pensé de nuevo en el dibujo. Putos ojos que no logré dibujar. Me levanté directo a mi escritorio para comenzar un nuevo dibujo.
Necesitaba aislarme, así que me puse los audífonos, mientras decidía qué canción iba a escuchar. De ese lugar extraño de donde provienen las ideas y los recuerdos, se me aparecieron dos palabras en inglés: Virtual Insanity. Sí, Jamiroquai era justo lo que necesitaba escuchar en es momento, pero como la sesión de dibujo se iba a alargar, necesitaba más de una canción para ella, entonces puse el Travelling Without Moving. ¿Qué mejor que escuchar ese disco mientras se dibuja? Dibujar, pienso, es viajar bien adentro sin desplazarse, ¿acaso no?. Cuando se acabó ese disco busqué el Amorica de los Black Crowes, mi preferido de esa banda.
Terminé el dibujo a las 9:30, justo cuando el estómago me reclamaba algo de comida. Fui a la cocina, caliente una almojábana con bocadillo por dentro, y me serví agua con dos cubos de hielo.
Volví a mi escritorio a las 10 para echarle tinta al dibujo y difuminar distintos tonos de negro. En ese proceso ya no puse más música, pues me pareció suficiente el silencio de la noche.
Terminé a eso de las 12:30 a.m. y como no tenía sueño y llevaba un par de días sin leer, me metí a la cama y me zampé un capítulo de La casa de los espíritus. Son capítulos largos y siempre he dicho que prefiero los capítulos cortos, sobre todo para no dejarlos por la mitad, pero la prosa de isabel Allende es tan envolvente que no he tenido problemas con eso.
viernes, 6 de octubre de 2023
La libertad
Es una mera ilusión.
La semana pasada decidí participar en Inktober y después de perderme el primer prompt, dibujé el segundo y estaba listo para hacerlo los 29 días que le restaban al mes. De repente me salió un viaje de último momento y todos mis planes se vinieron al suelo.
Pensé en llevarme mi libreta, lápices y rapidografos, pero me dio pereza trastearlos, entonces solo empaqué el Kindle, con la esperanza de leer un poco. Al final las vueltas que tenía que hacer consumieron todo mi tiempo y no leí ni dibujé ni nada. Pasé un par de horas metido en trancones y ya, lo que confirmó que cada vez quiero estar más alejado del caos y ritmo frenético de las grandes ciudades.
Todo eso me hizo pensar que ese cuentico del libre albedrío es mentira. Que tener la posibilidad de elegir o planificar nuestra vida es una simple ilusión y que el caminao’ se nos puede torcer en medio segundo.
Algo que sí hice, y que sé hacer muy bien, fue estar de malas pulgas, porque me da rabia no poder hacer algo que me propongo, mucho más cuando tiene que ver con leer, dibujar o escribir.
Para completar, una de las vueltas que tuve que hacer fue en una entidad pública, con tan mala suerte que coincidió con el simulacro de sismo, entonces tuve que participar de la actividad y formar filas con los funcionarios de la entidad, detrás de unas personas con unas paletas en las manos. Eso a la larga no fue nada. Lo que sí me pareció un despropósito fue quedarnos en el parqueadero por más de 40 minutos con un sol inclemente sobre nuestras cabezas y ningún lugar para tomar sombra.
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