Me despierto de un momento a otro. Siento que abro los ojos, como si alguien hubiera apagado el interruptor de mi sueño. No hay rastros de él. Imagino que debe faltar poco para que suene la alarma, así que decido mirar la hora en el celular.
3.40 a.m
¿Pero que mierdas?
Sé que lo mejor sería dar media vuelta arroparme, cerrar los ojos y esperar a que llegue el sueño. Eso hago, pero ya no tengo, el condenado se esfumó. Lo que sí tengo es un calor de los cojones que, posiblemente, es la causa por la que estoy despierto.
Hago a un lado las colcha y me tapo solo con el cubrelecho que es muy delgado, como de mentiras.
Al rato siento una corriente de frío y estornudo. ¿Será más bien esa la causa por la que estoy despierto, un chiflón que se pasea por mi cuarto a sus anchas y largas?
Vuelvo a estornudar. Vida perra, ahora me resfrié o qué?
Voy al baño a sonarme y vuelvo a sentir calor.
De vuelta en la cama pienso que la vida a veces es así, ¿cómo? Ir de un extremo a otro como si nada: calor-frío, sueño-vigilia, alegría-tristeza, vida-muerte.
Siempre estamos a un paso del abismo.
martes, 5 de diciembre de 2023
lunes, 4 de diciembre de 2023
El orden
Me gusta pensar que en medio del caos siempre hay algo bueno, rescatable. Llego a esta conclusión después de mirar mi escritorio. Hay varios objetos sobre él: Mi libreta de dibujo, un caucho con el que amarré un paquete de galletas que pensaba comerme mañana, pero me dio por probar una, la volqueta se fue al río y ya no queda ninguna, solo su empaque con moronas en el fondo. También veo una fórmula médica, un separador de libros con publicidad de Yolo Aventuras, un libro para niños, unos documentos bancarios y las instrucciones de una lampara de Ikea que me regaló mi hermana. No sé para qué sirven estas últimas, si lo único que hay que hacer es conectarla y encenderla o apagarla.
Encima de la base de la pantalla está un tarro de tinta china, un tajalapiz, unos stickers para tapar los tornillos del escritorio que quedan expuestos, mi borrador eléctrico y otros dos de nata. Al costado derecho de la pantalla veo dos portavasos de cartón, uno de un restaurante asiático y otro de un viaje que hice a Alemania hace ya varios años. Este dice Unterjärig trinkt man obergärig, signifique lo que eso signifique, para promocionar la cerveza Eichbaum. Solo tengo claro que el verbo Trinken está conjugado en tercera persona.
Encima del portátil está mi kindle, porque me la paso cargando su batería y a su lado está un bloque de papel pequeño y cuadrado para anotar cosas. No sé de dónde salió, porque siempre que lo busco nunca lo encuentro, es un objeto que aparece y desaparece a su antojo.
Hay algunos objetos rebeldes como un chapstick con sabor a nada, una pila vieja, mi esfero de gel negro con el que siempre anoto cosas y dos rapidógrafos 0.1 y 0.5.
Ahí está mi pequeño desorden controlado, y en el que siempre encuentro lo que busco a excepción de los papeles cuadrados para anotar cosas.
En una de sus entrevistas, Rosa Montero concluye lo siguiente: En realidad todas las cosas nuevas que han enriquecido a la humanidad han nacido del desorden, y Clarice Lispector dice en uno de sus libros que no comprende una ciudad en la que no haya cierta confusión.
Parece que lo mejor es no huir del caos y mirar de qué forma abrazarlo. Al orden, en cambio, debemos mirarlo con precaución, porque seguro algo esconde debajo de su apariencia perfecta. Pasa así con personas y lugares, ya les digo.
Encima de la base de la pantalla está un tarro de tinta china, un tajalapiz, unos stickers para tapar los tornillos del escritorio que quedan expuestos, mi borrador eléctrico y otros dos de nata. Al costado derecho de la pantalla veo dos portavasos de cartón, uno de un restaurante asiático y otro de un viaje que hice a Alemania hace ya varios años. Este dice Unterjärig trinkt man obergärig, signifique lo que eso signifique, para promocionar la cerveza Eichbaum. Solo tengo claro que el verbo Trinken está conjugado en tercera persona.
Encima del portátil está mi kindle, porque me la paso cargando su batería y a su lado está un bloque de papel pequeño y cuadrado para anotar cosas. No sé de dónde salió, porque siempre que lo busco nunca lo encuentro, es un objeto que aparece y desaparece a su antojo.
Hay algunos objetos rebeldes como un chapstick con sabor a nada, una pila vieja, mi esfero de gel negro con el que siempre anoto cosas y dos rapidógrafos 0.1 y 0.5.
Ahí está mi pequeño desorden controlado, y en el que siempre encuentro lo que busco a excepción de los papeles cuadrados para anotar cosas.
En una de sus entrevistas, Rosa Montero concluye lo siguiente: En realidad todas las cosas nuevas que han enriquecido a la humanidad han nacido del desorden, y Clarice Lispector dice en uno de sus libros que no comprende una ciudad en la que no haya cierta confusión.
Parece que lo mejor es no huir del caos y mirar de qué forma abrazarlo. Al orden, en cambio, debemos mirarlo con precaución, porque seguro algo esconde debajo de su apariencia perfecta. Pasa así con personas y lugares, ya les digo.
viernes, 1 de diciembre de 2023
El vacío
Entro a una librería con plata en el bolsillo y sin ningún tipo de supervisión. Las condiciones están dadas para comprar un libro. En ese momento no importa nada: ni cuántos estoy leyendo, ni lo que no he destapado, nada. Escojo un pasillo al azar y camino desprevenido por él mientras hojeo libros.
Cuando se entra a una librería siempre se siente como un vacío, uno que solo se llena comprando libros. En medio de mi caminata, me encuentro con El vacío en el que flotas, la última novela de Jorge Franco.
Me parece un título evocativo, ¿acaso no? como que remueve algo por dentro. No he vuelto a caer en su obra desde que leí El mundo de afuera y , vuelvo y repito, el título me parece un gran acierto. No sé cuál deba ser el método preciso para escoger una novela, pero yo a veces lo hago porque su título si me atrapa, incluso hay veces los juzgo por la portada, y si me agrada a nivel estético, me lo llevo, en fin.
Ahí, con el libro en mis manos, aplicó una técnica que una vez me contó un escritor en un curso de escritura creativa: “Hay editores que para seleccionar obras leen las primeras líneas de la novela, y luego, al azar, escogen unas de la mitad y otras hacia el final". No sé si me estaba metiendo cuento o qué, pero me parece un método razonable, para medir si la obra tiene feeling con uno o no.
En este caso lo hago a medias y solo leo las primeras líneas: El teléfono de disco, pegado a la pared, se sacudió como si la llamada fuera de vida o muerte. Ya no hay vuelta atrás, necesito saber quién está llamando. Decido llevar esa novela, así que dejo de hojear libros y me acerco a la caja para pagarla.
Antes de mí está una mujer con un tomo grueso y protesta porque no viene envuelto en el plástico transparente. La cajera le dice: “Tranquila, yo se lo envuelvo en ese plástico”, pero a la mujer le da un arrebato y sale apresurada de la librería.
Me parece un título evocativo, ¿acaso no? como que remueve algo por dentro. No he vuelto a caer en su obra desde que leí El mundo de afuera y , vuelvo y repito, el título me parece un gran acierto. No sé cuál deba ser el método preciso para escoger una novela, pero yo a veces lo hago porque su título si me atrapa, incluso hay veces los juzgo por la portada, y si me agrada a nivel estético, me lo llevo, en fin.
Ahí, con el libro en mis manos, aplicó una técnica que una vez me contó un escritor en un curso de escritura creativa: “Hay editores que para seleccionar obras leen las primeras líneas de la novela, y luego, al azar, escogen unas de la mitad y otras hacia el final". No sé si me estaba metiendo cuento o qué, pero me parece un método razonable, para medir si la obra tiene feeling con uno o no.
En este caso lo hago a medias y solo leo las primeras líneas: El teléfono de disco, pegado a la pared, se sacudió como si la llamada fuera de vida o muerte. Ya no hay vuelta atrás, necesito saber quién está llamando. Decido llevar esa novela, así que dejo de hojear libros y me acerco a la caja para pagarla.
Antes de mí está una mujer con un tomo grueso y protesta porque no viene envuelto en el plástico transparente. La cajera le dice: “Tranquila, yo se lo envuelvo en ese plástico”, pero a la mujer le da un arrebato y sale apresurada de la librería.
miércoles, 29 de noviembre de 2023
La tentación del fracaso
Los diarios de Ribeyro, el escritor peruano. Los títulos de sus obras son únicos, atraen como un berraco. Busqué ese libro como loco desde que Millás lo mencionó en su diario novelado La vida a ratos, hasta que por fin lo conseguí. Pero no les vengo a hablar sobre ese libro, o si, en fin, vengo como siempre a escribir lo que salga…
Me despierto algo aturdido después de una siesta. Insisto que pasar del sueño a la vigilia tiene un componente traumático. Por instinto lo primero que hago es estirar un brazo y agarrar el celular. A pesar de tener desactivada las notificaciones y estar casi seguro de que no tengo nada nuevo por revisar, desbloqueo el aparato y me comienzo a meter a las redes sociales que tengo instaladas.
Lo mismo de siempre. Por más Scroll down que se haga uno se encuentra con mucho y nada; puro ruido , y el ruido distrae.
¿En qué momento pasamos a depender tanto de las redes sociales? Intento imaginar la época de nuestros padres. Seguro ellos no tenían necesidad de contarle al mundo entero qué hacían a cada instante o lo brillantes que eran en sus trabajos. imagino que eran tiempos con menos carga de ansiedad, porque si hay algo que a veces hacen a veces las redes sociales, quizás un efecto secundario de su uso, es hacernos sentir que estamos quedados, que vamos lento o hacemos las cosas mal. en fin, que por más esfuerzo que le metamos a la vida, tendemos hacia el fracaso.
Los diarios del escritor peruano me llevaron a pensar sobre esto. Fue una lectura lenta de más de dos años. una lectura, como yo les llamo, de a sorbitos,
Me encantan los diarios de los escritores y la manera en que narran lo cotidiano, Quizás el tamaño de sus entradas es lo que permite una lectura a sorbitos. Había meses que no tocaba el libro o, eventualmente, leía una o dos entradas por día, hasta que en un fin de semana tuve un arrebato lector y pense: lo termino este finde o no lo termino nunca. Creo que los diarios aplican para este tipo de lectura fragmentada.
Volviendo al tema del fracaso, una idea recurrente de Ribeyro es lo mucho que le angustiaba no haber escrito ninguna novela importante y haberse dedicado a escribir cuentos.
No puede evitar compararse con los demás escritores de la época: García Márquez, Mario Vargas Llosa, Julio Cortazar,entre otros, cada uno con una novela de combate.Pero pues uno es uno, y los otros pues eso precisamente, otros, ¿acaso no? Cada quien con tumbao'. Eso es algo que intento repetirme todos los días, pero mi cabeza es muy dispersa y lo olvida con facilidad.
Me despierto algo aturdido después de una siesta. Insisto que pasar del sueño a la vigilia tiene un componente traumático. Por instinto lo primero que hago es estirar un brazo y agarrar el celular. A pesar de tener desactivada las notificaciones y estar casi seguro de que no tengo nada nuevo por revisar, desbloqueo el aparato y me comienzo a meter a las redes sociales que tengo instaladas.
Lo mismo de siempre. Por más Scroll down que se haga uno se encuentra con mucho y nada; puro ruido , y el ruido distrae.
¿En qué momento pasamos a depender tanto de las redes sociales? Intento imaginar la época de nuestros padres. Seguro ellos no tenían necesidad de contarle al mundo entero qué hacían a cada instante o lo brillantes que eran en sus trabajos. imagino que eran tiempos con menos carga de ansiedad, porque si hay algo que a veces hacen a veces las redes sociales, quizás un efecto secundario de su uso, es hacernos sentir que estamos quedados, que vamos lento o hacemos las cosas mal. en fin, que por más esfuerzo que le metamos a la vida, tendemos hacia el fracaso.
Los diarios del escritor peruano me llevaron a pensar sobre esto. Fue una lectura lenta de más de dos años. una lectura, como yo les llamo, de a sorbitos,
Me encantan los diarios de los escritores y la manera en que narran lo cotidiano, Quizás el tamaño de sus entradas es lo que permite una lectura a sorbitos. Había meses que no tocaba el libro o, eventualmente, leía una o dos entradas por día, hasta que en un fin de semana tuve un arrebato lector y pense: lo termino este finde o no lo termino nunca. Creo que los diarios aplican para este tipo de lectura fragmentada.
Volviendo al tema del fracaso, una idea recurrente de Ribeyro es lo mucho que le angustiaba no haber escrito ninguna novela importante y haberse dedicado a escribir cuentos.
No puede evitar compararse con los demás escritores de la época: García Márquez, Mario Vargas Llosa, Julio Cortazar,entre otros, cada uno con una novela de combate.Pero pues uno es uno, y los otros pues eso precisamente, otros, ¿acaso no? Cada quien con tumbao'. Eso es algo que intento repetirme todos los días, pero mi cabeza es muy dispersa y lo olvida con facilidad.
martes, 28 de noviembre de 2023
¿Por qué no se callan?
Pongo a preparar el café y busco los pasteles que D. nos trajo ayer. Son redondos, traen bocadillo o arequipe por dentro y vienen de a 5 en cada bolsa. Los pasteles de arequipe siempre me han parecido empalagosos, así que espero comerme uno de bocadillo.
El problema es que no hay forma de distinguirlos, pues son idénticos y vienen mezclados. La única opción sería clavarles un dedo para ver qué llevan por dentro. Me la juego por uno que está en la mitad e imagino que es una decisión de vida o muerte, que si el azar no está de mi lado y selecciono uno de arequipe, algo malo me va a ocurrir.
El sonido de la cafetera me indica que el café ya está listo. Sirvo un chorrito de leche en un pocillo –Una operación delicada, pues tiene que ser una medida exacta, para que no quede ni muy claro ni muy oscuro– la caliento en el microondas y luego le echo el café. Le doy un sorbo. Quedó bien, pienso.
También caliento el pastel –otra operación delicada, pues nada peor que quemarse la boca con bocadillo o arequipe–, me siento en la mesa y le doy un mordisco. Sonrío porque los dioses del azar me premiaron con un pastel de bocadillo.
Respiro tranquilo, ya nada malo me va a ocurrir.
Minutos después reviso el correo electrónico. En la bandeja de entrada no hay ningún mensaje importante y cuando estoy a punto de cerrarlo, me pregunto: ¿Y si un mensaje que me va a cambiar la vida llegó a la carpeta de spam? ¿Qué mensaje? No sé, que un estudio de Hollywood quiere encargarme un guion, por ejemplo. No importa que no haya escrito uno en mi vida, de tener el trabajo buscaría la forma de completarlo.
En la bandeja de Spam no está ese email del que les hablo.
En cambio, Una tal Mili me dice que me quedan menos de 4 horas. No sé para qué, de pronto si corro peligro y Mili sabe algo. Chris dice: “¡Dios mio! tienes que leer esto. Lauren me cuenta que casi todo está vendido y que solo quedan 4 plazas disponibles, pero ya conozco ese viejo truco para generar urgencia, así que decido ignorarla. Del banco Galicia, una entidad financiera argentina, me llaman Juan Marcos y me preguntan si conozco las ventajas de tener mis claves. Me llegan varios mensajes de ese Banco. Me preocupo un poco por Juan Marcos que no se debe estar enterando de nada concerniente a su cuenta bancaria. A esos mensajes se le suman varios de ofertas de Black Friday, ¿hasta cuando me van a llegar ese tipo de emails?
Demasiadas voces, demasiado ruido. ¿Por qué, más bien, no se callan y dejan que uno vaya por la vida cometiendo errores y ya está?
El problema es que no hay forma de distinguirlos, pues son idénticos y vienen mezclados. La única opción sería clavarles un dedo para ver qué llevan por dentro. Me la juego por uno que está en la mitad e imagino que es una decisión de vida o muerte, que si el azar no está de mi lado y selecciono uno de arequipe, algo malo me va a ocurrir.
El sonido de la cafetera me indica que el café ya está listo. Sirvo un chorrito de leche en un pocillo –Una operación delicada, pues tiene que ser una medida exacta, para que no quede ni muy claro ni muy oscuro– la caliento en el microondas y luego le echo el café. Le doy un sorbo. Quedó bien, pienso.
También caliento el pastel –otra operación delicada, pues nada peor que quemarse la boca con bocadillo o arequipe–, me siento en la mesa y le doy un mordisco. Sonrío porque los dioses del azar me premiaron con un pastel de bocadillo.
Respiro tranquilo, ya nada malo me va a ocurrir.
Minutos después reviso el correo electrónico. En la bandeja de entrada no hay ningún mensaje importante y cuando estoy a punto de cerrarlo, me pregunto: ¿Y si un mensaje que me va a cambiar la vida llegó a la carpeta de spam? ¿Qué mensaje? No sé, que un estudio de Hollywood quiere encargarme un guion, por ejemplo. No importa que no haya escrito uno en mi vida, de tener el trabajo buscaría la forma de completarlo.
En la bandeja de Spam no está ese email del que les hablo.
En cambio, Una tal Mili me dice que me quedan menos de 4 horas. No sé para qué, de pronto si corro peligro y Mili sabe algo. Chris dice: “¡Dios mio! tienes que leer esto. Lauren me cuenta que casi todo está vendido y que solo quedan 4 plazas disponibles, pero ya conozco ese viejo truco para generar urgencia, así que decido ignorarla. Del banco Galicia, una entidad financiera argentina, me llaman Juan Marcos y me preguntan si conozco las ventajas de tener mis claves. Me llegan varios mensajes de ese Banco. Me preocupo un poco por Juan Marcos que no se debe estar enterando de nada concerniente a su cuenta bancaria. A esos mensajes se le suman varios de ofertas de Black Friday, ¿hasta cuando me van a llegar ese tipo de emails?
Demasiadas voces, demasiado ruido. ¿Por qué, más bien, no se callan y dejan que uno vaya por la vida cometiendo errores y ya está?
lunes, 27 de noviembre de 2023
Con el libro físico hasta la muerte...o no
Al principio de los tiempos, bueno en verdad no, hace un tiempo, años digamos para no sonar tan ambiguo, me negaba a la idea de leer libros en formato digital. Con el libro físico hasta la muerte pensaba.
En ese entonces conocí a L. y me contó que había comprado un Kindle. ¿Un qué?, le pregunté. Entonces me explicó que era un aparatico en el que se podían almacenar miles de libros. Yo seguía firme con mi postura, y le dije que muy chévere y todo, pero que no lo iba a comprar, pues, ya saben, con el libro físico hasta la muerte.
Ella me miró como con cara de “te vas a tragar tus palabras”, y tenía razón. Para esa navidad caí en las garras del kindle y de ahí no sale nadie.
Eso no quiere decir que ya no compre libros físicos, pero su cantidad se ha reducido, además porque el espacio para almacenarlos comienza a ser un problema y uno no es ningún Humberto Eco para almacnar más de 30.000 libros. Hace poco veía fotos que algunas personas publicaban de sus bibliotecas y ya no les cabía ni un tinto.
Hace poco, la semana pasada para no sonar ambiguo, una mujer contó en Instagram que había comprado un e-reader, y preguntaba si era mejor leer en papel o en digital.
Yo le dije que en cuanto a ese tema un personaje de una novela afirmaba lo siguiente: La sopa es sopa sin importar el recipiente que la contenga.
La mujer estuvo de acuerdo y concluyó que lo único que ocurre es que cuando cambiamos de recipiente se crean nuevos rituales de lectura, y que los de leer en digital también los estaba disfrutando.
En ese entonces conocí a L. y me contó que había comprado un Kindle. ¿Un qué?, le pregunté. Entonces me explicó que era un aparatico en el que se podían almacenar miles de libros. Yo seguía firme con mi postura, y le dije que muy chévere y todo, pero que no lo iba a comprar, pues, ya saben, con el libro físico hasta la muerte.
Ella me miró como con cara de “te vas a tragar tus palabras”, y tenía razón. Para esa navidad caí en las garras del kindle y de ahí no sale nadie.
Eso no quiere decir que ya no compre libros físicos, pero su cantidad se ha reducido, además porque el espacio para almacenarlos comienza a ser un problema y uno no es ningún Humberto Eco para almacnar más de 30.000 libros. Hace poco veía fotos que algunas personas publicaban de sus bibliotecas y ya no les cabía ni un tinto.
Hace poco, la semana pasada para no sonar ambiguo, una mujer contó en Instagram que había comprado un e-reader, y preguntaba si era mejor leer en papel o en digital.
Yo le dije que en cuanto a ese tema un personaje de una novela afirmaba lo siguiente: La sopa es sopa sin importar el recipiente que la contenga.
La mujer estuvo de acuerdo y concluyó que lo único que ocurre es que cuando cambiamos de recipiente se crean nuevos rituales de lectura, y que los de leer en digital también los estaba disfrutando.
viernes, 24 de noviembre de 2023
Lecturas que no fueron
Desempaco dos cajas con libros.
Los voy organizando encima de la cama por autor o género, pero al poco rato me aburro y los pongo en la biblioteca a la maldita sea, es decir, sin importar cuáles sean sus vecinos, pues prefiero la aleatoriedad que un orden preestablecido. De todas formas no es que sean muchos. Entonces, por ejemplo, Balsa de Fuego, del melómano Juan Carlos Garay, queda al lado de Conversaciones en la Catedral de Vargas Llosa, y el del escritor peruano junto a The wind-up bird chronicle de Murakami.
En medio de mi tarea me encuentro con un par de novelas que no terminé de leer y otras que no me impactaron tanto como esperaba. Entre los primeras se encuentra El Péndulo de Focault de Umberto Eco y El asesino ciego de Margartet Atwood. Con el de Eco me di cuenta de que no estaba conectando con la novela después de empacarme 700 páginas. En esa época apenas estaba dejando el mal vicio de obligarme a terminar de leer los libros empezados y por eso demoré tanto la decisión de abandonar la lectura.
El de Atwood lo compré luego de la charla de esa autora en una edición del Hay Festival, porque la académica Azar Nafisi menciona esa novela en su libro Leer Lolita en Tehrán. Al momento de las preguntas en la charla de Atwood quedé con la mano levantada. Quería saber cuál de sus obras le gustaba más; por alguna razón imagino que no es el Cuento de la criada, y esperaba que me dijera que era el Asesino Ciego, pero al final no supe y me aventuré a comprarla.
Nafisi dice que en es una joya en cuanto a técnica narrativa, porque es una novela dentro de una novela, pero tampoco me pude conectar con la historia y por eso abandoné su lectura.
Del segundo grupo está Pedro Páramo, un libro que leí pero que no me impactó tanto como esperaba. Quizá llegué a él con mucha expectativa y lo leí casi de un tirón, sin disfrutarlo como debía ser o simplemente no me gustó y ya está.
Ahí están esos libros. Quizás algún día me anime a leerlos, pero quién sabe. Últimamente he pensado que apenas se termine de leer un libro, uno más bien debería rotarlo, que almacenarlos en bibliotecas es pura vanidad. Eso es lo que pienso, aunque me costaría un montón desprenderme de los que acabo de desempacar, en fin.
Sea como sea, la consigna es leer y releer libros si se quiere. También creo que uno está en su derecho de abandonar lecturas y decir que una obra no le gustó por más que la crítica y los expertos la aclamen o la consideren un clásico.
Los voy organizando encima de la cama por autor o género, pero al poco rato me aburro y los pongo en la biblioteca a la maldita sea, es decir, sin importar cuáles sean sus vecinos, pues prefiero la aleatoriedad que un orden preestablecido. De todas formas no es que sean muchos. Entonces, por ejemplo, Balsa de Fuego, del melómano Juan Carlos Garay, queda al lado de Conversaciones en la Catedral de Vargas Llosa, y el del escritor peruano junto a The wind-up bird chronicle de Murakami.
En medio de mi tarea me encuentro con un par de novelas que no terminé de leer y otras que no me impactaron tanto como esperaba. Entre los primeras se encuentra El Péndulo de Focault de Umberto Eco y El asesino ciego de Margartet Atwood. Con el de Eco me di cuenta de que no estaba conectando con la novela después de empacarme 700 páginas. En esa época apenas estaba dejando el mal vicio de obligarme a terminar de leer los libros empezados y por eso demoré tanto la decisión de abandonar la lectura.
El de Atwood lo compré luego de la charla de esa autora en una edición del Hay Festival, porque la académica Azar Nafisi menciona esa novela en su libro Leer Lolita en Tehrán. Al momento de las preguntas en la charla de Atwood quedé con la mano levantada. Quería saber cuál de sus obras le gustaba más; por alguna razón imagino que no es el Cuento de la criada, y esperaba que me dijera que era el Asesino Ciego, pero al final no supe y me aventuré a comprarla.
Nafisi dice que en es una joya en cuanto a técnica narrativa, porque es una novela dentro de una novela, pero tampoco me pude conectar con la historia y por eso abandoné su lectura.
Del segundo grupo está Pedro Páramo, un libro que leí pero que no me impactó tanto como esperaba. Quizá llegué a él con mucha expectativa y lo leí casi de un tirón, sin disfrutarlo como debía ser o simplemente no me gustó y ya está.
Ahí están esos libros. Quizás algún día me anime a leerlos, pero quién sabe. Últimamente he pensado que apenas se termine de leer un libro, uno más bien debería rotarlo, que almacenarlos en bibliotecas es pura vanidad. Eso es lo que pienso, aunque me costaría un montón desprenderme de los que acabo de desempacar, en fin.
Sea como sea, la consigna es leer y releer libros si se quiere. También creo que uno está en su derecho de abandonar lecturas y decir que una obra no le gustó por más que la crítica y los expertos la aclamen o la consideren un clásico.
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