lunes, 5 de febrero de 2024

Algo en especial

“Buenos días, ¿busca algo en especial?”, me pregunta uno de los libreros. “Gracias, solo estoy mirando”, le respondo. Pienso en su pregunta, ¿Estoy buscando algo en especial? ¿A que entré a la librería? Ya sé que voy a hojear libros, pero ¿por qué?. Es decir, me refiero a si hay algún proceso subconsciente corriendo en mi cerebro que me llevó a ese lugar.

Casi siempre, por no decir todas las veces, que entro en una librería no busco nada en especial, voy sin ningún título en mente a ver de qué me antojo. A veces juzgo los libros por la portada y si me atraen los agarro, los abro en cualquier página y leo un par de párrafos a ver si tengo feeling con la obra. Otras veces el título es el que me causa curiosidad y entonces aplico el mismo método. Así me pasó en una feria del libro con los Articuentos completos de Millás y después caí redondito en toda su obra. Fue una especie de flechazo literario.

De pronto las personas a las que nos gusta leer somos como el personaje de La Biblioteca de Babel, el cuento de Borges, que en toda su vida no ha parado de buscar ese gran libro que contiene a todos los demás. Una especie de libro Dios que alberga todo el conocimiento universal. Puede que siempre estemos tras la búsqueda de ese libro único, o quizá lo mejor sea no ponerse tan romántico con el tema. Los lectores no somos especiales, solo nos gusta leer y ya está.

Empiezo a caminar por los pasillos de la librería, aplicando los métodos antes mencionados y me pierdo en esa tarea, hasta que escucho que alguien grita “¡Juan!”. Es mi hermana, que me mira con cara de impaciencia y señala su muñeca para decirme que se nos está haciendo tarde para ir al cine.

El algo o el nada en especial de esta ocasión fue el libro Leer Mata de Luna Miguel.

jueves, 1 de febrero de 2024

La teoría de la pistola debajo de la almohada

Una vez leí una columna de Millás en la que decía que siempre es bueno dormir con una pistola debajo de la almohada, dado el caso que no soportemos más la vida y decidamos volarnos la tapa de los sesos.

El escritor español hacía referencia al escritor húngaro Sándor Márai, que ya con más de 80 años, con su salud deteriorada y sin la compañía de su esposa, su querida Lola, con quién había convivido por más de 50 años, contemplaba la idea de acabar con su vida.

En una entrada de sus diarios Márai cuenta que un día fue a comprarse una pistola, pero como faltaba un formulario de la policía no se la pudo llevar. Pasado un tiempo, cuando vuelve al lugar, el vendedor le entrega la pistola empaquetada con esmero junto con 50 balas. Márai le dice que no es necesaria tanta munición y el hombre solo se encoge de hombros y le responde que eso nunca se sabe.

Luego en una temporada fuera de la ciudad, cuenta que que le reconforta pensar que en San Diego tiene un revólver en la mesita de noche y que no es la desesperanza lo que lo lleva a tener esos pensamientos, sino la idea de que es la única salida de una situación vergonzosa: la vida, está ilusión grotesca, concluye el escritor. Luego se pregunta: Si el deterioro de mi ojo avanza a este ritmo, ¿seré capaz de encontrar la pistola en el cajón?

Quizá en ese mismo cajón  guardaba el manuscrito de una novela policiaca  la última en la que estuvo trabajando, pero a veces pasaba varias semanas sin sacarlo, pues ya no confiaba ni el mismo ni en el texto. Tampoco en la finalidad de la literatura ni en su legitimidad. Ya no se sentía especialmente inclinado a volver a escribir, sino más bien como un viejo payaso que ensaya un nuevo número y aparenta ser joven.

Sería más decente callarme para siempre, pero callarse es tan aburrido…

Márai estaba devastado por la enfermedad de Lola, quien pasó sus últimos días en el hospital y pensaba que sin ella a su lado ya nada tendría sentido.

Durante sesenta y dos años todo se lo he leído primero a ella, todos los escritos.
Ya no tengo a quién hacerlo. La expresión escrita ha perdido todo atractivo para mí.
Si ella se va, debo seguirla sin algaradas, sin hacer ruido.

¿La echo de menos? Tanto como echaría de menos el aire. 
Me la evocan las palabras, los objetos, todo. Incluso al aire le falta algo.

Vida, personas, trabajo, literatura, todo se ha acabado. Hastío y vergüenza, si pienso 
en la escritura. Escribía para L., todo era por ella. Ya no tengo a quien escribir. Me cuesta creerlo.

En la Buena suerte, la novela de Rosa Montero, hay un personaje que se llama Felipe, un anciano que cree que debe ser capaz de matarse cuando aún se encuentre bien. Suicidarse muy vivo, un suicidio que formara parte de la vida y no de la muerte, cuenta el narrador, porque si esperaba a estar enfermo, su cuerpo tomaría el mando, pues las células de este siempre se empeñan ferozmente en vivir.

Felipe cuenta con un plan y es suicidarse a los 82 años, pero cuando llega a esa edad no encuentra el momento adecuado para acabar con su vida, bien sea por cansancio, por un resfrío o porque se sentía a gusto con ella. Envejecer es ser ocupado por un extraño, concluye el narrador.

Al final Felipe se da cuenta de que no es capaz de matarse, una lástima, porque lo consideraba un plan fabuloso.

De pronto lo que le hizo falta fue una pistola debajo de su almohada.

miércoles, 31 de enero de 2024

Empanadas mexicanas

Los viernes del primer semestre  tenía laboratorio de física con C. y D. Las clases eran un tedio y si las soportábamos era porque siempre teníamos en mente nuestro plan de ir tomar cerveza en cualquier cuchitril cercano a la universidad.

Había uno de nuestra predilección. Era un bar de rock que se llamaba MP3 o que lo bautizamos así por quién sabe qué razón. Después de un par de tandas de cervezas el alcohol inundaba nuestra sangre y cantábamos a grito herido las canciones que iban sonando de forma aleatoria. Una de nuestras preferidas era Carrie, y después de gritar el coro soltábamos a reírnos como si estuviéramos en medio de un trance.

Luego, cuando ya no teníamos más dinero y antes de que no fuéramos conscientes de nuestras acciones, saliamos del lugar y nos dirigíamos a un lugar en el que vendían empanadas mexicanas. La verdad eran empanadas comunes y corrientes –eso sí, grandes y a buen precio– y quizá llevaban ese nombre gracias a un guacamole con ají demasiado picante que preparaban. Las empanadas mexicanas cumplían dos funciones: calmar nuestra hambre de borrachos y esperar que el ají nos ayudara a bajar la prenda.

Hace poco, recordando aquellos tiempos con C. él me decía que algo que el recordaba con cariño era el sueño que se echaba en el bus hacía su casa, al finalizar esos viernes de cervezas y empanadas mexicanas. Yo, en cambio, muchas veces me subí a los buses sin saber muy bien quién era, y nunca, eso creo, me quedé dormido. 

Hasta el día de hoy no he logrado dominar el fino arte de dormir en los buses y despertarme justo en el momento en el que me debo bajar.

jueves, 25 de enero de 2024

Bogotanos de agua

Tomo un taxi.

El conductor es un hombre flaco de piel morena. Lleva una camisa de manga corta azul clara y el brazo izquierdo lo tiene apoyado sobre la ventana que tiene por completo abajo. Todas lo están, pero yo decido subir un poco la mía, no va y sea el diablo que alguien decida meter el brazo para llevarse mi mochila.

El conductor no deja de mirarme por el espejo retrovisor. Seguro quiere que le arme conversación. Evito fijar nuestras miradas, pero al rato cedo a su ojos escrutadores ¿De qué le hablo? Entonces me cuelgo de uno de los lugares comunes que seguro se utiliza en millones de conversaciones alrededor del mundo en un mismo día: el clima. Afuera, el sol desparrama toda su fuerza abrasadora sobre la ciudad.

Mencionó algo relacionado con el calor que hace y el conductor responde: “Si papi, es que los bogotanos somos de agua, ¿cierto? Si uno quiere sol, pues se va de vacaciones a melgar, pero esta maricada no es para nosotros”, me mira de nuevo por el retrovisor, esperando a que diga algo. Guardo silencio, pero asiento con la cabeza y el hombre concluye: “Si pa, los bogotanos somos de agua”.

Intercambiamos otro par de frases sobre el clima hasta que volvemos a quedar en silencio. “¿Hasta que hora trabaja?”, se me ocurre preguntarle. “De 5 de la mañana a 11 de la noche de lunes a jueves y el viernes y el sábado todo el día, dice casi sin pensarlo, como si la respuesta a esa pregunta la tuviera preparada desde hace rato. Antes de que yo le diga algo y seguro por mi cara de asombro, el hombre dice: “Sí huevón, es que uno no puede dejar colgarse ni por el putas. Tengo que pagar la cuota del apartamento, del carro, mercado y salir por ahí con mi mujer. Y eso que ya no tomo. Desde hace 18 años no pruebo una gota de licor.”

“¿Y eso?”.

“Tuve una época de mucho desorden y hay que cuidarse para la vejez", responde. Guarda silencio por un par de segundos y luego sigue hablando: "¿Se imagina uno viejo todo degenerado, que ni su familia ni su mujer lo quiera? Por eso toca portarse bien y ya cuando uno sea viejo salir a tomar tinto con los amigos y ya, ¿no cree marica?

No sé en que momento pasamos del papi y el pa al huevón y marica. Mientras pienso en eso el taxista comienza a hablar de nuevo: “Tenemos tres taxis, uno lo manejo yo, el otro mi hijo y el otro un vecino, un huevón bien juicioso con familia y que tales.

“El otro día mi hijo mandó a lavar y polichar el suyo y le quedó una chimbita”. En el próximo semáforo en rojo, el taxista busca las fotos del taxi de su hijo en su celular y me las muestra: Pille, una chimba, ¿si o no huevón? Le doy la razón. los rayos de sol se reflejan sobre el el taxi de su hijo y parece nuevo.

Al poco rato llego a mi destino. Le doy las gracias y el taxista responde: “Bueno pa, que Dios lo cuide”.

Los bogotanos somos de agua; hay verdad en esa frase.

miércoles, 24 de enero de 2024

2 consejos de escritura

El autor nos dice que la mayoría de los diálogos del cuento están bien, pero aconseja eliminar aquellos que son charla casual, pues no aportan nada a la historia. “Se podrían evitar narrando acciones”, afirma.

Le doy la razón, no porque sepa tanto como él sobre escritura, sino porque me gustan más las historias orientadas a la acción. Con acción no me refiero a balaceras y persecuciones, sino a los personajes interactuando con su entorno y los objetos o personas que se encuentran en él.

También dice que él en sus historias siempre trata de ir más allá, es decir, no contar lo obvio y mostrar un enfoque que no esté a la vista de todos. La verdad es que utilizó otras palabras, pero más o menos esa fue la idea que compartió, pero yo estaba tan concentrado en ponerle atención, tratando de absorber todo su conocimiento, que ya no recuerdo cómo habló en ese momento.

El autor es Luke O’Neil. Yo no lo conocía, pero investigando un poco veo que ha escrito piezas periodísticas para The Guardian, Squire, entre otros medios, y que su trabajo se centra en distopía estadounidense.

A Creature Wanting Form
, su último libro, es una colección de cuentos, pero el que más me llama la atención se titula Lockdown In Hell World, en donde a modo de crónica cuenta su vida cuando se trasteó de la ciudad a los suburbios con su esposa, justo antes de que empezara la cuarentena.

Me gustaría contarles más acerca de la obra de O’ Neil, pero aún no he leído ninguno de sus libros. Lo mismo de siempre: tanto por leer, tantos autores por descubrir y tan corta que es la vida.

los mantendré informados.

martes, 23 de enero de 2024

Efecto secundario

La escritora argentina Mariana Enríquez cuenta que cuando escribió Bajar es lo peor, su primera novela, no lo hizo con ánimo de convertirse en escritora o publicar, ni porque conociera y admirara a escritores o quisiera ser como ellos. Solo lo hizo porque de todos los libros que había leído hasta ese momento, ninguno narraba lo que le pasaba a ella.

La empezó a escribir a máquina, un artefacto pesado y duro, cuenta, cuando tenía 17 años. Lo hacía de noche y se le rompían las uñas durante el proceso. Si a hay alguien a quien se le deba echar la culpa, es a los dos protagonistas que no salían de su cabeza, y tenía que liberar espacio para pensamiento de alguna forma.

La escritora dice que quería ver reflejada su experiencia en un texto escrito en argentino, pero que no fuera necesariamente realista.

La única forma de escritura profesional que se le pasaba por la cabeza era el periodismo, pero solo por la oportunidad de poder ir gratis a conciertos. Guardaba la esperanza de ser enviada como corresponsal especial al festival de Glastonbury.

Una amiga suya tenía una hermana mayor que había publicado un libro con la editorial Planeta. Esta se enteró de que Enríquez había escrito una novela y le pidió verla. Aunque no le gustó, intuyó que había algo de calidad en ella, y se la llevó al escritor Juan Forn.

Enríquez, sin ninguna formación en letras, no lo conocía a él ni a ningún otro escritor. Lo único que deseaba era escribir sus obsesiones, porque era una necesidad física.

Forn le dio algunas consejos e indicaciones sobre su texto que al principio la ofendieron, pero le daba igual que la leyeran o no. Había escrito para ella.

Se me vienen muchas preguntas a la cabeza: ¿Uno nace o se hace?, ¿existe el destino?, y otras cuantas que quizá no vienen al caso.

Alguna vez leí una frase de Millás, ya no recuerdo dónde, que decía: Publicar novelas es un efecto secundario de escribir.

jueves, 18 de enero de 2024

Jack Gilbert y no significarse

Cuenta Elizabeth Gilbert en Big Magic, su libro sobre creatividad, que Jack Gilbert fue un poeta al que nunca le importó mucho si las personas conocían sus escritos o no. Una parte de su vida la trabajó en fábricas y acerías, pero desde muy temprana edad se dedicó a escribir poemas.

Tenía talento y carisma de sobra para haber sido famoso –incluso estuvo nominado al Pulitzer–, pero eso fue algo que nunca estuvo entre sus planes, así que un buen día decidió desaparecer, porque para crear no podía distraerse con los espejismos de la fama.

Años más tarde confesó que la fama lo aburría porque todo los días era la misma vaina. Le parecía algo aburridor y él estaba buscando algo más variado, con más sabor por decirlo de alguna manera, así que se largó a Europa y vivió en Italia, Dinamarca, pero gran parte del tiempo la pasó en una cabaña de pastor en una montaña de Grecia. Allí escribió sus poemas en privado, sin necesidad de tener que demostrarle a alguien quién carajos era.

Que la fama se la repartan los que quieran. Imagino que eso era lo que pensaba Gilbert, mientras miraba el mar con un lápiz y una libreta en sus manos.

Tiempo después, por alguna de esas extrañas vueltas que da la vida, regresó a Estados unidos y dictó clases de escritura creativa en una universidad. Algunos de sus estudiantes decían que siempre parecía vivir en un estado ininterrumpido de asombro ante la vida y que los animaba a que hicieran lo mismo.

Ser sin ser nadie. De pronto ahí una de las claves de la vida, qué sé yo. Todo esto me recuerda un tema que tocan Juan Luis Arsuaga y Millás, en el último libro que escribieron juntos:

“No has elegido el mejor momento para ser distinto, muchacho, qué pretendes. Procura no parecer ni sí ni no, ni carne ni pescado. Disimula las ideas, no disientas, no te signifiques, no destaques. Si a un insecto no le parece mal que lo confundan con una rama seca, por qué ese empeño tuyo en parecer alguien.”