martes, 13 de febrero de 2024

El incidente del perro a mediodía

Es sábado y hace sol. La gente se ve feliz, libre de preocupaciones. Todos parecemos estar lejos de esa nostalgia del domingo a las 6 de la tarde, que ataca sin darnos tregua.

Quizá algunos aparentan estar felices, pero en realidad llevan pensamientos asesinos en su cabeza. Tal es el caso de un señor que conduce un coche de bebé y que pasa por el lado de otro hombre que está sentado en una mesa. A este último lo compaña su perro, negro y gigante, que está echado debajo de una silla.

Debido a su gran tamaño, las patas le quedan por fuera y ocupan un espacio mínimo del lugar por donde las personas caminan, o bien llevan coches de bebé.

A ratos los perros de otras personas comienzan a ladrar de forma exagerada cuando ven al perro negro. La mayoría son de esos perros chiquitos que hacen bulla por nada y que sí ayudan a generar pensamientos asesinos, en fin. El perro gigante, en cambio, es indiferente a la algarabía de otros perros y sigue echado como si nada con la cabeza encima de sus patas, en una actitud Zen.

La calma de la escena se quiebra cuando el señor que lleva el coche pasa por el lado del señor del perro negro y las ruedas del coche rozan las patas de la mascota. Discuten un poco: Que se corra para allá, que ahí cabe”, que cómo se le ocurre traer semejante animal tan grande. El señor del coche sigue su camino, el perro continúa echado, y su dueño sentado.

Al poco rato el señor del coche, que no sabemos qué piensa, vuelve a pasar por el mismo lugar y esta vez, parece que a propósito,  pasa las ruedas del coche sobre las patas del perro. El dueño de la mascota toma una de las manijas del coche para levantarlo y ahí el otro comienza a gritar: “¡No me toque el coche señor!”, “pero no ve que está pisando al perro, ahí tiene suficiente espacio”. “Que no me toque el coche, le vuelvo a decir”.

El  rifirrafe verbal dura un corto tiempo, pero no pasa a mayores.

Si hay que rescatar algo de esta escena es la actitud Zen del perro, que no se inmutó para nada.

lunes, 12 de febrero de 2024

Mensajes

Voy a conocer el almacén de IKEA

Es mi primera vez en uno de los almacenes de la cadena Sueca y pues esperaba algo más, no sé. Por alguna razón, mi expectativa era alta. Estoy con mi hermana y aprovechamos para hacer una serie de sketchs bobos en el que uno de los dos es un comprador y el otro el vendedor.

Estamos en la zona de habitaciones, donde todo está arreglado condenadamente bien, y mi hermana eleva su bobada al máximo y dice cosas del siguiente estilo: "Como puede ver, pasamos de la cocina al baño en un abrir y cerrar de ojos, y si da otros pasos más está en la sala". Nos reímos de nuestras pendejadas y otros compradores nos miran raro. No puedo evitar acordarme de la escena de viviendo en Ikea de 500 days with Summer.

Muchos de los objetos que me llaman la atención no están a la venta, sino que hacen parte de la decoración. En particular, me gustan unas libretas de tapa dura que están en la mayoría de los escritorios y muebles.

Decido abrir una y en sus primeras páginas me encuentro con un dibujo garabateado, al parecer de una niña, y en la parte superior está firmado: Antonella Gómez Marulanda. 2023.

Paso unas páginas y me encuentro con otro mensaje. Es como si la libreta hubiera sido el libro  de visitas de quién sabe qué IKEA. Este lleva un usuario de Instagram y al lado dice: “Text me ‘Hi Cat' if you read this”.

Pienso en anotar algo en otra hoja, ¿qué? lo que sea, como para continuar con la tradición, pero hay mucho personal del almacén rondando y al final decido no hacerlo.

Será enviar el Hi Cat a esa cuenta a ver qué me responden.

viernes, 9 de febrero de 2024

Una mujer y un hombre

El hombre, de contextura gruesa, bigote poblado y poco pelo en su cabeza, se sienta en la terraza de un café con su pedido: un tinto. Apenas lo hace, estira las piernas. No le importa que su camisa se le levante y parte de su barriga quede expuesta. Cruza las manos detrás de la cabeza y las extiende haciendo que los dedos le traqueen. Luego le da un sorbo largo a su bebida sin importar lo caliente que esté, pues se puede ver el vaho que desprende la superficie del líquido.

Luego, como si el espacio le perteneciera, saca su celular y empieza a ver videos a todo volumen. el ruido cambia a cada segundo porque el hombre no se detiene en ninguno en específico y mueve su pulgar hacia arriba, a una velocidad descabellada, para ver el siguiente.

El hombre no sabe que a pocas mesas una mujer rubia lo fulmina con su mirada. Ella muy producida, digamos, con el pelo liso y los labios pintados de rojo sangre, teclea con furia sobre un portátil. Cada vez que lo hace, sus uñas largas y rojas suenan contra el teclado y el tintineo de sus pulseras, (perecen cientos) se esparce por la terraza. Parece que entabla una especie de batalla contra el hombre, e intenta opacar el ruido de sus videos con el de sus pulseras y el tecleo desesperado. No deja de mirarlo mal, pero el hombre no se ha dado cuenta y sigue viendo sus videos como si nada. La mujer se detiene y se agarra la cabeza con ambas manos y murmura algo (probablemente una maldición), pero su intención no es suficiente para obligar al hombre a marcharse del lugar. Ahí sigue él dándole sorbitos a su tinto y viendo videos como si de eso se tratara la vida.

El hombre, entre sorbo y sorbo, a veces ríe con lo que le ve en la pantalla. La mujer piensa que es un desadaptado, un subnormal como dirían los españoles, y que debería ponerse audífonos para no fastidiar a las demás personas que ocupan el mismo espacio. De pronto, cree la mujer, solo bastaría con decirle que le baje al volumen a su celular, pero no piensa hablar con un panzudo falto de modales.

Vuelve a mirar su pantalla de su portátil y las pulseras comienzan a sonar de nuevo. Cualquier maldición en contra del hombre, ahora la pronuncia mentalmente.

jueves, 8 de febrero de 2024

Los Articuentos

No soy fan de releer libros, pero hace unos días caí en ese hábito. ¿Es bueno o malo?, no sé. El caso es que estoy releyendo un libro, ¿cuál?: Los Articuentos Completos de Juan José Millás, mi escritor favorito.

Fue por ese libro que lo conocí. Hace años estaba caminando de forma distraída en la feria del libro y en un stand de Planeta, si no estoy mal, fue donde lo vi. Algo me obligó a tomarlo y abrirlo en cualquier página. El párrafo que leí me hizo reír, luego busqué otro y otro más y me hicieron sentir bien, así que me lo llevé sin dudarlo.

Recuerdo que una vez tomé un curso con Antonio García Ángel y en la primera sesión nos preguntó qué autores nos gustaban. Cuando le dije que Millás, me dijo que había leído su novela Laura y Julio, pero no le había gustado mucho, pero que en cambio sus Articuentos le parecían demasiado precisos.

Entonces releo ese libro porque uno debe estar donde se siente bien, ¿acaso no? Además, porque ya he leído el resto de obras de Millás y quién sabe cuando desaparezca él o yo de esta tierra. Puede darme un paro fulminante al corazón mientras escribo esta frase y hasta aquí llegué…acá sigo, afortunadamente.

Por otro lado cuenta Millás en La muerte contada por un Sapiens a un Neandertal, el libro que escribió con Arsuaga, que el Paleontólogo le preguntó si le gustaría saber los años que le quedaban de vida. El escritor le dijo que bueno y entonces Arsuaga sacó el móvil y luego de introducir cuatro o cinco datos en una aplicación, le contó que le quedaban doce años y tres meses de vida, que bien podrían ser menos o más. Ante el dato Millás concluye que le queda el tiempo justo para escribir un par de novelas.

Entonces en parte por eso releo los Articuentos porque no sé en qué momento él o yo vamos a estirar la pata. Ahora bien, va a ser una relectura de a sorbitos, es decir, tengo el libro a mi vista sobre el escritorio y en cualquier momento lo tomo y leo un articuento o dos, como máximo, y lo vuelvo a soltar. Hay libros, como los diarios por ejemplo, a los que les aplica ese tipo de lectura. Además no quiero atragantarme con sus más de 900 páginas de un solo trancazo, algo que ya hice en su momento; pues bien anota Millás en el prólogo: “Ha quedado un volumen algo incómodo para leer en la cama, aunque apto para ser utilizado como almohada”.

miércoles, 7 de febrero de 2024

Metas de lectura

Almuerzo con I. Hacía bastante tiempo que no nos veíamos, pero no tardamos en encontrar la camaradería que siempre ha caracterizado a nuestra amistad. Pienso en lo que dice Ribeyro sobre ella, que es superior al amor, pues es más generosa, desinteresada y también nos acerca a la felicidad. El escritor peruano concluye: “una persona sin amigos corre el riesgo de nunca llegar a conocerse. Cada amigo es un espejo que nos refracta desde un ángulo distinto”.

Por eso la importancia de conservarlos, pues a medida que uno crece es más fácil perderlos que encontrar nuevos.

I. me cuenta que ha fallado en todos sus propósitos de lectura de años anteriores. que en 2020 se fijó la meta de leer 12 libros y al final no leyó ninguno. Que al año siguiente pensó: “Van a ser 10”, pues según él hay dos meses muertos en el año (ya no recuerdo cuáles) y al final fue lo mismo: no logró terminar ni uno. Y al siguiente dijo: “pues me voy a leer 8” y la cifra final fue 0.

Así que en 2023 no se concentró en ningún número de libros como meta de lectura, sino en mirar qué libro leer a ver si lo terminaba. Se encarriló en la lectura del Código de Da Vinci, y me cuenta que le había gustado bastante, que ya iba como por el 70% de la lectura, pero que llegó a un capítulo en el que cuestionan la figura de la Virgen María, y como I. es muy católico, eso le dio mal genio y mandó esa lectura a la porra. Le pregunto que por qué, si a veces es bueno que los libros antagonicen nuestras posturas, aunque también pienso que uno puede abandonar una lectura por la razón que sea.

I. También me cuenta que quiere cambiar sus hábitos de lectura, porque tiende a leer cosas tristes, es decir, temas de actualidad y política que, creo, solo generan ansiedad.

I es muy metódico, y un día se dedicó a investigar sobre libros de creatividad hasta que dio con uno que le llamó la atención, y se trazó todo un plan de lectura para acabarlo sea como sea. Dice que ya va por el 80% del libro y que ha logrado leer por varios días seguidos.

Creo que lo mejor es no fijarse metas de lectura y leer al ritmo que a uno le plazca, sintiéndose a gusto y con la libertad de abandonar una lectura en el momento en que resulte insoportable.

lunes, 5 de febrero de 2024

Algo en especial

“Buenos días, ¿busca algo en especial?”, me pregunta uno de los libreros. “Gracias, solo estoy mirando”, le respondo. Pienso en su pregunta, ¿Estoy buscando algo en especial? ¿A que entré a la librería? Ya sé que voy a hojear libros, pero ¿por qué?. Es decir, me refiero a si hay algún proceso subconsciente corriendo en mi cerebro que me llevó a ese lugar.

Casi siempre, por no decir todas las veces, que entro en una librería no busco nada en especial, voy sin ningún título en mente a ver de qué me antojo. A veces juzgo los libros por la portada y si me atraen los agarro, los abro en cualquier página y leo un par de párrafos a ver si tengo feeling con la obra. Otras veces el título es el que me causa curiosidad y entonces aplico el mismo método. Así me pasó en una feria del libro con los Articuentos completos de Millás y después caí redondito en toda su obra. Fue una especie de flechazo literario.

De pronto las personas a las que nos gusta leer somos como el personaje de La Biblioteca de Babel, el cuento de Borges, que en toda su vida no ha parado de buscar ese gran libro que contiene a todos los demás. Una especie de libro Dios que alberga todo el conocimiento universal. Puede que siempre estemos tras la búsqueda de ese libro único, o quizá lo mejor sea no ponerse tan romántico con el tema. Los lectores no somos especiales, solo nos gusta leer y ya está.

Empiezo a caminar por los pasillos de la librería, aplicando los métodos antes mencionados y me pierdo en esa tarea, hasta que escucho que alguien grita “¡Juan!”. Es mi hermana, que me mira con cara de impaciencia y señala su muñeca para decirme que se nos está haciendo tarde para ir al cine.

El algo o el nada en especial de esta ocasión fue el libro Leer Mata de Luna Miguel.

jueves, 1 de febrero de 2024

La teoría de la pistola debajo de la almohada

Una vez leí una columna de Millás en la que decía que siempre es bueno dormir con una pistola debajo de la almohada, dado el caso que no soportemos más la vida y decidamos volarnos la tapa de los sesos.

El escritor español hacía referencia al escritor húngaro Sándor Márai, que ya con más de 80 años, con su salud deteriorada y sin la compañía de su esposa, su querida Lola, con quién había convivido por más de 50 años, contemplaba la idea de acabar con su vida.

En una entrada de sus diarios Márai cuenta que un día fue a comprarse una pistola, pero como faltaba un formulario de la policía no se la pudo llevar. Pasado un tiempo, cuando vuelve al lugar, el vendedor le entrega la pistola empaquetada con esmero junto con 50 balas. Márai le dice que no es necesaria tanta munición y el hombre solo se encoge de hombros y le responde que eso nunca se sabe.

Luego en una temporada fuera de la ciudad, cuenta que que le reconforta pensar que en San Diego tiene un revólver en la mesita de noche y que no es la desesperanza lo que lo lleva a tener esos pensamientos, sino la idea de que es la única salida de una situación vergonzosa: la vida, está ilusión grotesca, concluye el escritor. Luego se pregunta: Si el deterioro de mi ojo avanza a este ritmo, ¿seré capaz de encontrar la pistola en el cajón?

Quizá en ese mismo cajón  guardaba el manuscrito de una novela policiaca  la última en la que estuvo trabajando, pero a veces pasaba varias semanas sin sacarlo, pues ya no confiaba ni el mismo ni en el texto. Tampoco en la finalidad de la literatura ni en su legitimidad. Ya no se sentía especialmente inclinado a volver a escribir, sino más bien como un viejo payaso que ensaya un nuevo número y aparenta ser joven.

Sería más decente callarme para siempre, pero callarse es tan aburrido…

Márai estaba devastado por la enfermedad de Lola, quien pasó sus últimos días en el hospital y pensaba que sin ella a su lado ya nada tendría sentido.

Durante sesenta y dos años todo se lo he leído primero a ella, todos los escritos.
Ya no tengo a quién hacerlo. La expresión escrita ha perdido todo atractivo para mí.
Si ella se va, debo seguirla sin algaradas, sin hacer ruido.

¿La echo de menos? Tanto como echaría de menos el aire. 
Me la evocan las palabras, los objetos, todo. Incluso al aire le falta algo.

Vida, personas, trabajo, literatura, todo se ha acabado. Hastío y vergüenza, si pienso 
en la escritura. Escribía para L., todo era por ella. Ya no tengo a quien escribir. Me cuesta creerlo.

En la Buena suerte, la novela de Rosa Montero, hay un personaje que se llama Felipe, un anciano que cree que debe ser capaz de matarse cuando aún se encuentre bien. Suicidarse muy vivo, un suicidio que formara parte de la vida y no de la muerte, cuenta el narrador, porque si esperaba a estar enfermo, su cuerpo tomaría el mando, pues las células de este siempre se empeñan ferozmente en vivir.

Felipe cuenta con un plan y es suicidarse a los 82 años, pero cuando llega a esa edad no encuentra el momento adecuado para acabar con su vida, bien sea por cansancio, por un resfrío o porque se sentía a gusto con ella. Envejecer es ser ocupado por un extraño, concluye el narrador.

Al final Felipe se da cuenta de que no es capaz de matarse, una lástima, porque lo consideraba un plan fabuloso.

De pronto lo que le hizo falta fue una pistola debajo de su almohada.