lunes, 18 de marzo de 2024

Los lentes

Los ojos me arden.

Ya sonó la alarma del celular que indica que cumplí el tiempo con ellos puestos, pero no había escrito el post de hoy así que aún no me los quito, solo porque cuando utilizo gafas mi visión disminuye drásticamente.

Dar con un par de lentes que funcionen bien es tan complicado como dar con una buena optómetra que los recete. Yo di con una con la que llevo varios años y me ha funcionado de maravilla.

Siempre que voy a consulta me asombra ver como anota, de forma apeñuscada y en un cuaderno de hojas cuadriculadas, los datos de las mediciones que toma. ¿Cómo hará para no confundirse? Si yo tuviera su trabajo llevaría todas las notas en un archivo de computador, porque sería un desastre anotándolas a mano, pero bueno, de ahí que ella se dedique a eso y trabaje como le dé la gana y yo a otra cosa, ¿acaso no?

Creo que el truco para que los lentes no me molesten después de un buen tiempo, es que ya no me rasco los ojos de forma desesperada y uso gota humectantes a cada rato. En la universidad era un desastre con su cuidado e imité una conducta de mi hermana totalmente antihigiénica. Consistía en quitarse el lente que molestara y meterlo en la boca para, dizque, limpiarlo con la lengua.

La dichosa técnica me funcionó hasta que en medio de un parcial la apliqué, y sentí como el lente se quebró en mi lengua. Desde ahí nunca la volví a ejecutar y recuerdo que sufrí mucho para terminar el parcial porque tenía que pegarme la hoja a la cara para leer y escribir.

Los dejo porque debo quitarme los lentes. Luego de que se cumple el tiempo establecido tengo un colchón de una hora para tenerlos puestos. Después de ese tiempo las alarmas comienzan a sonar.

viernes, 15 de marzo de 2024

Letras de canciones

Llegan a mi cabeza las letras de un par de canciones. Algunas solo vienen en forma de frase y otras van acompañadas de la melodía.

"Dog eat dog sly smile"

Esa viene sin sonsonete alguno. ¿Por qué aparece en mi cabeza? ¿Es un proceso inconsciente o simplemente un recuerdo que se activó por algo que vi o escuché? imposible saberlo.

Le doy vueltas y vueltas a la frase hasta que ubico la canción. Es Nightrain, de Guns and Roses

"I got one chance left
In a nine live cat
I got a dog eat dog sly smile"

Me entero que la expresión "Perro come perro" hace referencia a la dura competencia en el entorno empresarial. y en la letra de la canción  viene acompañado de una sonrisa astuta.

"She motioned to me. That she wanted to leave"

Esa sí viene acompañada por el sonido de unas escobillas sobre un redoblante y al instante aparece la voz de Chris Cornell. Es All night thing del Temple of the Dog

"She motioned to me
That she wanted to leave
And go somewhere warm
Where we'd be alone"

Esa estrofa me recuerda una vez que salí con una Andrea y cuando llegamos a un bar me dijo: “Mejor vamos a otro lado. Aquí hay mucha luz”. Esa vez me creí de buenas  y al final de la noche no pasó nada, no fuimos a un lugar más cálido como menciona la canción ni cojones.

To the Young R to the E, the B to the E, the L Never give up, just live up

Esta entra rapeando en mi cabeza y también la identificó de inmediato. Es Mic Check de Rage agains the machine.

Me gusta esa intro, pero tampoco tengo idea por qué la recordé y si tiene alguna importancia haberlo hecho.

Si con esas letras debía descifrar un mensaje secreto, o venían en forma de eso que algunos llaman señales, fracasé. Seguro algo pasó y no me di por enterado.

jueves, 14 de marzo de 2024

Mezcolanza

Son las 10:03 p.m y estoy aquí, sentado en mi escritorio intentando escribir algo. Podría dejar de hacerlo. ¿Qué sentido tiene publicar los 5 días a la semana en Almojábana Con Tinto? Puede que ninguno, o puede que sí. Mejor dicho ¿Para qué escribir? ¿qué utilidad tiene aparte de que a uno le guste hacerlo? Quizá son preguntas sin respuesta y lo mejor es hacerle caso a Marguerite Duras, que decía: nunca descubriré por qué se escribe ni cómo no se escribe.

El caso, el punto, la cuestión, lo que sea, es que no me siento inspirado. Estoy seco de palabras.  Eso quizá se debe a que hace unos minutos le puse el punto final a otro escrito que drenó mis energías escrituristicas, si me permiten utilizar tal palabreja.

Eso del punto final es una vil mentira, pues todo texto se puede editar hasta el fin de los tiempos. Las palabras, me inclino a pensar, son como seres vivos y cambian y se reordenan por sí solos después de dar guardar y cerrar el documento donde se escribieron, de ahí que cuando se vuelven a leer, tenemos la tentación de volver a puntuarlas y agregar nuevas.

Puede ser que esté diciendo barbaridades porque estoy cansado y mis dedos escupen sobre el teclado lo primero que se me ocurre: una mezcolanza de temas.

En un momento de la tarde que estaba dele y que dele al texto del que les hablé, me sentí cansado y decidi irme a leer un café. La lectura que escogí fue El día del perro, un libro con varios puntos de vista de personas que vieron a un perro corriendo por una autopista.

Me gustó mucho como cada personaje relacionaba ese simple incidente con cosas muy íntimas de su vida. Esa lectura me recargo las energías que me había quitado el otro texto.

Leer como antídoto.

miércoles, 13 de marzo de 2024

Parálisis de opción

Han sido días largos en los que tengo que mirar unas grabaciones para escribir un texto. Escucho, devuelvo el video, vuelvo a escuchar. Leo lo que he escrito, edito un poco, y así hasta que terminó las dos horas de video para tratar de convertir lo que escuché en una narrativa digerible.

Ayer acabé en la noche y me dije: mí mismo vamos a ver algo en Netflix, Star o en la plataforma que sea.

Me eché en el sofá con toda la actitud del caso: cobija en mano y algo de tomar y comencé a buscar qué ver. En esas duré un buen rato, pero no logré decidirme por ninguna serie, documental o película, pues nada terminaba de llamarme la atención.

De pronto soy muy quisquilloso al momento de seleccionar qué ver porque sólo en películas hay más de 12000 títulos si se suman las de todas las plataformas. O puede que haya experimentado  parálisis de opción, un término que me acabo de inventar y que no tiene mucho sentido, pero fue lo que me salió.  La parálisis de opción, dicen los expertos (yo), hace referencia a que ante múltiples opciones, el cerebro humano se funde y determina que lo mejor es seguir igual: no hacer nada ni escoger nada, como dejar que la vida se le estampe a uno en la cara como le dé la regalada gana.

Recuerdo que apenas lanzaron Netflix veía series como si no fuera a haber un mañana, pedía recomendaciones, miraba las que estaban de moda o si no leía las sinopsis, y si me llamaban la atención me las empacaba capítulo tras capítulo como si nada. De esa forma me vi unos huezasos tremendos, solo por terminarlas.

Quizá ocurre, como escribí hace un tiempo, que a medida que uno envejece va perdiendo la paciencia. No sé.


Todo son preguntas.

martes, 12 de marzo de 2024

En un café

El lugar lo están remodelando y me siento como un tarado porque no encuentro la barra para hacer el pedido. Veo a un mesero y le pregunto dónde queda. Apenas comienza a hablar para darme las indicaciones arranca a caminar para mostrarme en dónde está. Me siento aún más tarado porque es como si hubiera pensado: Este tipo no va a poder encontrar la barra por sí solo.

Luego de hacer mi pedido, veo a dos hombres (uno viejo y el otro joven) conversando animadamente al final de la barra. Deben ser nieto y abuelo, pienso, pero el menor, apenas está listo su pedido lo toma y se despide del anciano que lleva sombrero y bastón. Todo parece indicar, que alguno de los dos comenzó a hablar y el otro le siguió la conversación. Imagino que el viejito fue el que comenzó a hablar.

Apenas llego al final de la barra para esperar mi pedido, le entregan el suyo al anciano. Minutos más tarde ya tengo mi café y voy a buscar mesa, pero como el lugar lo están remodelando se redujeron las mesas disponibles.

Mientras camino, esquivando sillas y buscando donde sentarme, me cruzo con el viejito del sombrero que está solo en una mesa. Me hace gestos para que lo acompañe, pero rechazo su amable invitación, porque quiero leer y seguro él quiere conversar con extraños como yo. El caso es que quiero dedicar el tiempo que tengo disponible a meterme en el mundo de la novela de turno y que nadie me fastidie.

“Tranquilo, muchas gracias”, le digo al anciano del sombrero, que ahora revisa su celular. Seguro está tranquilo, no sé por qué se me ocurrió responderle semejante estupidez, en fin.

Ahí me quedo un par de minutos con el café en la mano y dando vueltas, hasta que por fin se desocupa una mesa. Me lanzo a caminar hacia ella como si mi vida dependiera de ello. Es una conducta exagerada porque nadie más busca mesa en ese momento, pero ¿qué le vamos a hacer? En la vida se tiene derecho a actuar de forma maniaca de vez en cuando.

Apenas me siento y comienzo a leer, soy consciente del ruidajero del lugar. ¿Por qué no se callan todos?, pienso, e imagino que me responden ¿gran pendejo, por qué no se va a leer a su casa? No continúo con esa conversación mental, porque tengo todas las de perder.

En una mesa de al lado un hombre teletrabaja y da la hora de una reunión para Guatemala y Honduras, “Es a las tres de la tarde hora colombia”, concluye. Hay varias personas en ese mismo plan. Una mujer, por ejemplo, optimiza el espacio de la pequeña mesa muy bien, y aparte del portátil, también tiene encima de ella un vaso de café, un mouse, y una libreta. Se le ve algo rígida porque sus movimientos deben ser precisos para no tumbar nada mientras teclea, habla y levanta el vaso de café para darle sorbos.

A mí derecha, un hombre está encorvado sobre su portátil y tiene unos audífonos de diadema que, pienso, deben cancelar el ruido del entorno. Me solidarizo con él, pues seguro no quiere que nadie lo moleste durante el tiempo que va a pasar en ese lugar. Al rato un hombre le toca el hombro y lo saca de su burbuja. “hola fulanito, ¿cómo estás?” “bien gracias”, responde el hombre con un dejo de fastidio en su voz”. “El otro día estuve con tu papá yo no sé donde”...el hombre, que ahora tiene los audífonos colgando del cuello, no responde nada, y pone una cara de nada de: ¿y a mí qué? Al final el viejo parece entender su lenguaje corporal y se despide. El hombre vuelve a ponerse los audífonos y fija de nuevo su mirada en la pantalla del portátil.

Una mujer menuda que lleva pantalones anchos y el pelo recogido en una cola, se sienta en otra mesa y en vez de poner el portátil sobre ella, cruza las piernas como una contorsionista –como solo las mujeres lo saben hacer– y lo ubica sobre ellas.

En medio de ese ajetreo de personas, charlas portátiles, termino un capitulo, miro la hora y me doy cuenta de que debo abandonar el café para no llegar tarde a una cita.

El viejito del sombrero conversa ahora con dos personas que lo acompañan en su mesa. No sabemos si son viejos conocidos o extraños que acaba de conocer en ese lugar.

lunes, 11 de marzo de 2024

Escribir sobre la peste

Veo La primera ola, un documental sobre el Covid que se filmó en Nueva York durante los primeros meses de la pandemia. Se centra sobre un par de pacientes que lograron sobrevivir al virus y el equipo médico que los atendía.

Se puede ver la angustia e incertidumbre que, supongo, experimentamos todos en esos días. Una doctora decía algo del siguiente estilo: Cuando una persona sufre un infarto, tú sabes que medicamentos darle para que se mejore, pero ahora no tenemos manual para lo que  está ocurriendo.

Recuerdo que en esos primeros meses tuve, de un día para otro, un dolor en la palma de las manos. Al poco tiempo caí en cuenta de qué lo había causado: Me las estaba lavando con tanto esmero que me estaba lastimando.

Mientras veía esas escenas tan lejanas y cercanas a la vez, pensé que en esos días no escribí mucho sobre la pandemia, o era un tema que tocaba de forma muy distante en lo que escribía.

}Recuerdo que narré el día que fui a hacer mercado cuando decretaron la cuarentena por primera vez y cómo las personas cogían lo que podían de los estantes como si estuviéramos en medio de una guerra. Creo que ese día me estrene en el uso de tapabocas y me puse unos guantes de plástico baratos, de esos que entregan para comer pollo.

Tal vez me habría venido bien eso de la escritura terapéutica, tan común en estos días, en ese entonces. aunque es, creo, un término redundante, pues la escritura siempre será terapéutica, a
 menos de que uno escriba manuales para electrodomésticos.  ¿acaso no?. en fin.

 Bien lo sentencio Rosa Montero: La escritura es un esqueleto exógeno que te permite mantenerte de pie.

viernes, 8 de marzo de 2024

A medias

En cualquier momento me recogen para salir de viaje y este escrito puede quedar a medias. De pronto nunca será publicado y entonces viene la pregunta: ¿Para qué tomarse la molestia de comenzarlo?

Y también viene la respuesta: Porque sí, por dejar registro de algo, aunque no sea nada del otro mundo y nadie lo lea nunca. También porque así, imagino, ¿cómo? al escribir con angustia quiero decir, sin saber en qué momento lo vamos a dejar de hacer, obliga a arrumar unas cuantas letras sí o sí.

En parte, esa necesidad de contar lo que ocurre,fue fue lo que llevó a Dimitri Kolesnikov Romanovich, un marinero ruso, a escribir lo siguiente: El agua nos llega ahora por los tobillos. Nos queda aire para unas pocas horas. Se acaba de apagar la luz. Escribo a ciegas”.

Son escenarios distintos claro está, Kolesnikov al borde de la muerte y yo acá sentado en mi escritorio listo para irme de viaje, pero la necesidad de contar lo que pasa, aunque tengan  detonantes diferentes, comparten terreno en común.

No sé si me estoy explicando bien. Si no, es porque estás palabras salen a punta de tropiezos por mis dedos, por ese afán, repito, de contar lo que sea, así tenga o no mucho sentido.

Esa Ansía por decir qué ocurre también la experimentó Leola, la protagonista del Rey Transparente, la novela de Rosa Montero. Ella abre la novela diciendo lo siguiente:

La pluma tiembla entre mis dedos cada vez que el ariete embiste contra la puerta, un sólido portón de metal y madera que no tardará en hacerse trizas. Pesados y sudados hombres de hierro se amontonan en la entrada. Vienen a por nosotras. Las buenas mujeres rezan. Yo escribo.

Es mi mayor victoria, mi conquista el don del que  me siento más orgullosa; y aunque las palabras están siendo devoradas por el gran silencio, hoy constituyen mi única arma.

Quizás escribir, sin importar el escenario, no sea otra cosa que una manera de enfrentarse a la muerte, de ahí la angustia que produce dejar un texto a medias.