Lunes, 1 de la mañana.
Se acabó la semana santa y en menos de 4 horas debo despertarme para volver a la ciudad. Apagó la lámpara, acomodo las almohadas, me arropo con las cobijas y cierro los ojos.
Después de un par de minutos me doy cuenta de que no tengo sueño, pero no me queda más que cerrar los ojos e intentar dormir. Cuando veo que no llega, volteo el cuerpo para un lado y luego para el otro a ver si su ausencia tiene que ver con la posición de mi cuerpo, pero nada, sigo en las mismas. Escucho los ladridos lejanos de un perro que, asumo, no puede dormir, o alerta a sus dueños sobre un peligro. De un momento a otro ya no escucho nada y me pregunto si me imaginé ese sonido. En la madrugada la cabeza inventa mucho ruidos o amplifica algunos.
Envidio a mis hermanos que apenas ponen la cabeza en la almohada caen en un sueño profundo. Yo siempre pienso en cualquier tema, no necesariamente trascendental, pero siempre me distraigo con cualquier pensamiento.
No sé cuánto tiempo pasa, estimo que unos 40 minutos y ahí sigo dando vueltas sin lograr dormir. La cabeza, mi consciencia o bien las dos, me plantean una pregunta abierta sobre el futuro: ¿cómo será? Les respondo que ahorita no quiero pensar en eso, que debo dormir porque tengo pocas horas de sueño.
insisten, así que me distraigo con la pregunta, ¿Cómo será? ¿Qué vendrá a mi vida en un futuro cercano o lejano? Como no logro responder las preguntas siento un poco de angustia, así que decido concentrarme en mi respiración a ver si dejo de pensar pendejadas en la madrugada.
Al poco rato, eso creo, suena la alarma y siento que no dormí más de quince minutos. Recuerdo la pregunta: ¿qué vendrá?, pero no le pongo atención, y cuando entro a la ducha el agua termina de llevársela.
lunes, 1 de abril de 2024
lunes, 25 de marzo de 2024
El corazón del tártaro
Camino por entre los toldos de un mercado callejero. Lo hago de forma distraída hasta que veo uno de libros de segunda y freno en seco. Parece que tiene miles de ejemplares apeñuscados. ¿Cómo desperdiciar una oportunidad de hojear libros? Recuerdo que una vez en ese mercado, me llevé una novela que contaba una historia de amor, que ya ni recuerdo como se llama. Saludo a la mujer rolliza que atiende el puesto de libros. Tiene los pómulos colorados como si acabara de hacer un gran esfuerzo.
Comienzo a mirar los libros con un método que un escritor nos contó en un curso y que, según él, algunos editores aplican: lo levanto, lo peso en la mano, leo el párrafo inicial y si conecta conmigo lo abro hacía la mitad y leo otro párrafo cualquiera. Si también hago feeling con ese, abro el libro hacia el final y leo un último párrafo. Ese va a definir si lo llevo o no. Lo de levantarlo y sostenerlo en la mano, no creo que lo hagan los editores. Digamos que esos son pasos que yo le añadí al ritual.
Estoy en esas con un libro cuando veo uno al fondo del stand que tiene una portada con mucho color rojo. Lo primero que leo es el apellido de su autora: Montero. luego el nombre: Rosa y por último el título: El corazón del tártaro.
Dejo el libro que estoy mirando y le dijo a la mujer que me alcance ese. Está en muy buen estado, como si nadie lo hubiera leído nunca. Le pregunto cuanto cuesta y la mujer dice que el precio lo tiene escrito en las primeras hojas. Le digo que no y entonces le manda un audio de WhatsApp al dueño de los libros. Vale 45 me dice al instante, y casi como un acto reflejo llevo mi mano hacia la billetera. Pero en ese momento, ese otro que vive dentro de mí y con el que a veces entablo conversación me dice: “usted ya leyó esa novela”. No recuerdo haberlo hecho. Si lo hice, la trama, como la de muchas otras novelas, se me esfumó por completo de mi cabeza. Entro a Goodreads y el otro tenía razón. La aplicación me dice que lo leí en el 2021.
Se lo devuelvo a la señora del stand y le cuento que no me acordaba que ya lo había leído. Por un momento pensé que había dado con una ganga. Cuando voy a dejar el lugar, la mujer me dice: “¿Ya miró los de la parte de atrás? De pronto hay alguno que le interesa”. Tiene razón de pronto en esos libros que no he mirado está ese libro que de forma inconsciente he buscado toda mi vida, ese libro que fue escrito únicamente para mí.
Me dirijo hacia ese lugar, pero ninguno de los que examino me llama la atención.
Comienzo a mirar los libros con un método que un escritor nos contó en un curso y que, según él, algunos editores aplican: lo levanto, lo peso en la mano, leo el párrafo inicial y si conecta conmigo lo abro hacía la mitad y leo otro párrafo cualquiera. Si también hago feeling con ese, abro el libro hacia el final y leo un último párrafo. Ese va a definir si lo llevo o no. Lo de levantarlo y sostenerlo en la mano, no creo que lo hagan los editores. Digamos que esos son pasos que yo le añadí al ritual.
Estoy en esas con un libro cuando veo uno al fondo del stand que tiene una portada con mucho color rojo. Lo primero que leo es el apellido de su autora: Montero. luego el nombre: Rosa y por último el título: El corazón del tártaro.
Dejo el libro que estoy mirando y le dijo a la mujer que me alcance ese. Está en muy buen estado, como si nadie lo hubiera leído nunca. Le pregunto cuanto cuesta y la mujer dice que el precio lo tiene escrito en las primeras hojas. Le digo que no y entonces le manda un audio de WhatsApp al dueño de los libros. Vale 45 me dice al instante, y casi como un acto reflejo llevo mi mano hacia la billetera. Pero en ese momento, ese otro que vive dentro de mí y con el que a veces entablo conversación me dice: “usted ya leyó esa novela”. No recuerdo haberlo hecho. Si lo hice, la trama, como la de muchas otras novelas, se me esfumó por completo de mi cabeza. Entro a Goodreads y el otro tenía razón. La aplicación me dice que lo leí en el 2021.
Se lo devuelvo a la señora del stand y le cuento que no me acordaba que ya lo había leído. Por un momento pensé que había dado con una ganga. Cuando voy a dejar el lugar, la mujer me dice: “¿Ya miró los de la parte de atrás? De pronto hay alguno que le interesa”. Tiene razón de pronto en esos libros que no he mirado está ese libro que de forma inconsciente he buscado toda mi vida, ese libro que fue escrito únicamente para mí.
Me dirijo hacia ese lugar, pero ninguno de los que examino me llama la atención.
"A Zarza le gustaba que su mundo fuera así, impreciso, elemental,
carente de memoria, porque hay recuerdos que hieren como la bala
de un suicida."
- El corazón del tártaro -
jueves, 21 de marzo de 2024
Letras sin rumbo alguno y con los pies fríos
Escribo esto con los pies helados. Cuento eso para ver qué otras palabras llegan a mi cabeza y, parece, es un sintagma, signifique lo que eso signifique, que no evoca nada. Se queda en eso, en tener los pies fríos y ya está.
Utilizo la palabra sintagma en vez de frase, porque he visto que Millás a veces la utiliza en sus escritos. Uno siempre va por ahí imitando a sus escritores favoritos, ¿acaso no? Quizá sea para ver si a uno le pega algo de su estilo de escritura. Un imposible, claro está, pero cada quien con sus fantasías.
A veces, creo, a uno se le pega el estilo de un escritor porque acaba de leer una de sus obras. Recuerdo que una vez escribí un cuento después de leer Rayuela y al escribir intenté imitar el estilo de Cortázar. No fue algo deliberado, sino que el tono del cuento salió como si nada y caí en cuenta de ello luego de escribirlo, aunque puede que no sea así y simplemente me creí esa mentira y ya está. Sea como sea o fuese como fuese, el cuento, Almuerzo con la Muerte, me gustó.
¿Qué más les puedo contar? Ahora resulta que el frío se me está subiendo por las pantorrillas. Ya que este breve escrito sin rumbo llegó a este punto, hablemos de las pantorrillas, un territorio extraño del cuerpo, porque hace parte de la pierna, pero no es imprescindible como, digamos, la rodilla. Está ahí, sin to ni son, como la frase Escribo esto con los pies helados, quizá son parientes cercanas (no sé si referirme a ellas en plural o singular) de la espalda, otra sección huerfana del cuerpo, a la que solo le comenzamos a prestar atención cuando envejecemos porque empieza a doler.
No me queda más que decirles que escribo esta frase/sintagma de cierre con los pies helados.
Utilizo la palabra sintagma en vez de frase, porque he visto que Millás a veces la utiliza en sus escritos. Uno siempre va por ahí imitando a sus escritores favoritos, ¿acaso no? Quizá sea para ver si a uno le pega algo de su estilo de escritura. Un imposible, claro está, pero cada quien con sus fantasías.
A veces, creo, a uno se le pega el estilo de un escritor porque acaba de leer una de sus obras. Recuerdo que una vez escribí un cuento después de leer Rayuela y al escribir intenté imitar el estilo de Cortázar. No fue algo deliberado, sino que el tono del cuento salió como si nada y caí en cuenta de ello luego de escribirlo, aunque puede que no sea así y simplemente me creí esa mentira y ya está. Sea como sea o fuese como fuese, el cuento, Almuerzo con la Muerte, me gustó.
¿Qué más les puedo contar? Ahora resulta que el frío se me está subiendo por las pantorrillas. Ya que este breve escrito sin rumbo llegó a este punto, hablemos de las pantorrillas, un territorio extraño del cuerpo, porque hace parte de la pierna, pero no es imprescindible como, digamos, la rodilla. Está ahí, sin to ni son, como la frase Escribo esto con los pies helados, quizá son parientes cercanas (no sé si referirme a ellas en plural o singular) de la espalda, otra sección huerfana del cuerpo, a la que solo le comenzamos a prestar atención cuando envejecemos porque empieza a doler.
No me queda más que decirles que escribo esta frase/sintagma de cierre con los pies helados.
martes, 19 de marzo de 2024
Cómo saber si una novela es buena
Debo dejar claro que es solo mi punto de vista y quizá solo aplique para mí.
Considero que una novela es buena, qué digo, buenísima, cuando la leo de un soplo, es decir, cuando parece que me la inyecto directo a la vena, si me permiten esa imagen que quizá no sea del todo precisa.
Cuando eso pasa, me doy cuenta de que a los pocos días de haberla comenzado ya la llevo por más la mitad y la historia se me cruza por la cabeza en varios momentos del día.
Un día del año pasado, en uno de mis planes de visitar librerías le eché un vistazo a Partes de Guerra de Jorge Volpi. Ese día leí el inicio de la novela:
Me dije: mi mismo, aquí hay mucha clase. Pero más que eso hay entrañas, es decir de esas vísceras que un autor deja en el texto porque un tema no lo deja tranquilo.
Quizá debí comprarlo ese día, pero lo único que hice fue anotarla en mi celular, y tomó un puesto en la fila de “libros por leer” que tengo en algún compartimiento de mi cabeza.
Este año L, una gran amiga, me lo regalo de cumpleaños (por favor atesoren a esos amigos que regalan libros), y de las novelas que me ha regalado, esta ha sido una de las que más me ha gustado.
En estos días espero con ansias a que llegue la noche para leerlo (considero que la mejor hora para hacerlo es las 11p.m.) para saber qué va a pasar con sus personajes.
Grande Volpi, grande L, grande la lectura.
Considero que una novela es buena, qué digo, buenísima, cuando la leo de un soplo, es decir, cuando parece que me la inyecto directo a la vena, si me permiten esa imagen que quizá no sea del todo precisa.
Cuando eso pasa, me doy cuenta de que a los pocos días de haberla comenzado ya la llevo por más la mitad y la historia se me cruza por la cabeza en varios momentos del día.
Un día del año pasado, en uno de mis planes de visitar librerías le eché un vistazo a Partes de Guerra de Jorge Volpi. Ese día leí el inicio de la novela:
El corazón, quién lo diría. Siempre desdeñé este músculo tenaz, cómo me irrita
su estirpe de manzana, su estampa en cuadernos y playeras, su martilleo
quejumbroso, quién preferiría el golpeteo de este molusco al magnetismo
del cerebro.
Me dije: mi mismo, aquí hay mucha clase. Pero más que eso hay entrañas, es decir de esas vísceras que un autor deja en el texto porque un tema no lo deja tranquilo.
Quizá debí comprarlo ese día, pero lo único que hice fue anotarla en mi celular, y tomó un puesto en la fila de “libros por leer” que tengo en algún compartimiento de mi cabeza.
Este año L, una gran amiga, me lo regalo de cumpleaños (por favor atesoren a esos amigos que regalan libros), y de las novelas que me ha regalado, esta ha sido una de las que más me ha gustado.
En estos días espero con ansias a que llegue la noche para leerlo (considero que la mejor hora para hacerlo es las 11p.m.) para saber qué va a pasar con sus personajes.
Grande Volpi, grande L, grande la lectura.
lunes, 18 de marzo de 2024
Los lentes
Los ojos me arden.
Ya sonó la alarma del celular que indica que cumplí el tiempo con ellos puestos, pero no había escrito el post de hoy así que aún no me los quito, solo porque cuando utilizo gafas mi visión disminuye drásticamente.
Dar con un par de lentes que funcionen bien es tan complicado como dar con una buena optómetra que los recete. Yo di con una con la que llevo varios años y me ha funcionado de maravilla.
Siempre que voy a consulta me asombra ver como anota, de forma apeñuscada y en un cuaderno de hojas cuadriculadas, los datos de las mediciones que toma. ¿Cómo hará para no confundirse? Si yo tuviera su trabajo llevaría todas las notas en un archivo de computador, porque sería un desastre anotándolas a mano, pero bueno, de ahí que ella se dedique a eso y trabaje como le dé la gana y yo a otra cosa, ¿acaso no?
Creo que el truco para que los lentes no me molesten después de un buen tiempo, es que ya no me rasco los ojos de forma desesperada y uso gota humectantes a cada rato. En la universidad era un desastre con su cuidado e imité una conducta de mi hermana totalmente antihigiénica. Consistía en quitarse el lente que molestara y meterlo en la boca para, dizque, limpiarlo con la lengua.
La dichosa técnica me funcionó hasta que en medio de un parcial la apliqué, y sentí como el lente se quebró en mi lengua. Desde ahí nunca la volví a ejecutar y recuerdo que sufrí mucho para terminar el parcial porque tenía que pegarme la hoja a la cara para leer y escribir.
Los dejo porque debo quitarme los lentes. Luego de que se cumple el tiempo establecido tengo un colchón de una hora para tenerlos puestos. Después de ese tiempo las alarmas comienzan a sonar.
Ya sonó la alarma del celular que indica que cumplí el tiempo con ellos puestos, pero no había escrito el post de hoy así que aún no me los quito, solo porque cuando utilizo gafas mi visión disminuye drásticamente.
Dar con un par de lentes que funcionen bien es tan complicado como dar con una buena optómetra que los recete. Yo di con una con la que llevo varios años y me ha funcionado de maravilla.
Siempre que voy a consulta me asombra ver como anota, de forma apeñuscada y en un cuaderno de hojas cuadriculadas, los datos de las mediciones que toma. ¿Cómo hará para no confundirse? Si yo tuviera su trabajo llevaría todas las notas en un archivo de computador, porque sería un desastre anotándolas a mano, pero bueno, de ahí que ella se dedique a eso y trabaje como le dé la gana y yo a otra cosa, ¿acaso no?
Creo que el truco para que los lentes no me molesten después de un buen tiempo, es que ya no me rasco los ojos de forma desesperada y uso gota humectantes a cada rato. En la universidad era un desastre con su cuidado e imité una conducta de mi hermana totalmente antihigiénica. Consistía en quitarse el lente que molestara y meterlo en la boca para, dizque, limpiarlo con la lengua.
La dichosa técnica me funcionó hasta que en medio de un parcial la apliqué, y sentí como el lente se quebró en mi lengua. Desde ahí nunca la volví a ejecutar y recuerdo que sufrí mucho para terminar el parcial porque tenía que pegarme la hoja a la cara para leer y escribir.
Los dejo porque debo quitarme los lentes. Luego de que se cumple el tiempo establecido tengo un colchón de una hora para tenerlos puestos. Después de ese tiempo las alarmas comienzan a sonar.
viernes, 15 de marzo de 2024
Letras de canciones
Llegan a mi cabeza las letras de un par de canciones. Algunas solo vienen en forma de frase y otras van acompañadas de la melodía.
Esa viene sin sonsonete alguno. ¿Por qué aparece en mi cabeza? ¿Es un proceso inconsciente o simplemente un recuerdo que se activó por algo que vi o escuché? imposible saberlo.
Le doy vueltas y vueltas a la frase hasta que ubico la canción. Es Nightrain, de Guns and Roses
Me entero que la expresión "Perro come perro" hace referencia a la dura competencia en el entorno empresarial. y en la letra de la canción viene acompañado de una sonrisa astuta.
Esa sí viene acompañada por el sonido de unas escobillas sobre un redoblante y al instante aparece la voz de Chris Cornell. Es All night thing del Temple of the Dog,
Esa estrofa me recuerda una vez que salí con una Andrea y cuando llegamos a un bar me dijo: “Mejor vamos a otro lado. Aquí hay mucha luz”. Esa vez me creí de buenas y al final de la noche no pasó nada, no fuimos a un lugar más cálido como menciona la canción ni cojones.
Esta entra rapeando en mi cabeza y también la identificó de inmediato. Es Mic Check de Rage agains the machine.
Me gusta esa intro, pero tampoco tengo idea por qué la recordé y si tiene alguna importancia haberlo hecho.
Si con esas letras debía descifrar un mensaje secreto, o venían en forma de eso que algunos llaman señales, fracasé. Seguro algo pasó y no me di por enterado.
"Dog eat dog sly smile"
Le doy vueltas y vueltas a la frase hasta que ubico la canción. Es Nightrain, de Guns and Roses
"I got one chance left
In a nine live cat
I got a dog eat dog sly smile"
Me entero que la expresión "Perro come perro" hace referencia a la dura competencia en el entorno empresarial. y en la letra de la canción viene acompañado de una sonrisa astuta.
"She motioned to me. That she wanted to leave"
Esa sí viene acompañada por el sonido de unas escobillas sobre un redoblante y al instante aparece la voz de Chris Cornell. Es All night thing del Temple of the Dog,
"She motioned to me
That she wanted to leave
And go somewhere warm
Where we'd be alone"
Esa estrofa me recuerda una vez que salí con una Andrea y cuando llegamos a un bar me dijo: “Mejor vamos a otro lado. Aquí hay mucha luz”. Esa vez me creí de buenas y al final de la noche no pasó nada, no fuimos a un lugar más cálido como menciona la canción ni cojones.
To the Young R to the E, the B to the E, the L Never give up, just live up
Me gusta esa intro, pero tampoco tengo idea por qué la recordé y si tiene alguna importancia haberlo hecho.
Si con esas letras debía descifrar un mensaje secreto, o venían en forma de eso que algunos llaman señales, fracasé. Seguro algo pasó y no me di por enterado.
jueves, 14 de marzo de 2024
Mezcolanza
Son las 10:03 p.m y estoy aquí, sentado en mi escritorio intentando escribir algo. Podría dejar de hacerlo. ¿Qué sentido tiene publicar los 5 días a la semana en Almojábana Con Tinto? Puede que ninguno, o puede que sí. Mejor dicho ¿Para qué escribir? ¿qué utilidad tiene aparte de que a uno le guste hacerlo? Quizá son preguntas sin respuesta y lo mejor es hacerle caso a Marguerite Duras, que decía: nunca descubriré por qué se escribe ni cómo no se escribe.
El caso, el punto, la cuestión, lo que sea, es que no me siento inspirado. Estoy seco de palabras. Eso quizá se debe a que hace unos minutos le puse el punto final a otro escrito que drenó mis energías escrituristicas, si me permiten utilizar tal palabreja.
Eso del punto final es una vil mentira, pues todo texto se puede editar hasta el fin de los tiempos. Las palabras, me inclino a pensar, son como seres vivos y cambian y se reordenan por sí solos después de dar guardar y cerrar el documento donde se escribieron, de ahí que cuando se vuelven a leer, tenemos la tentación de volver a puntuarlas y agregar nuevas.
Puede ser que esté diciendo barbaridades porque estoy cansado y mis dedos escupen sobre el teclado lo primero que se me ocurre: una mezcolanza de temas.
En un momento de la tarde que estaba dele y que dele al texto del que les hablé, me sentí cansado y decidi irme a leer un café. La lectura que escogí fue El día del perro, un libro con varios puntos de vista de personas que vieron a un perro corriendo por una autopista.
Me gustó mucho como cada personaje relacionaba ese simple incidente con cosas muy íntimas de su vida. Esa lectura me recargo las energías que me había quitado el otro texto.
Leer como antídoto.
El caso, el punto, la cuestión, lo que sea, es que no me siento inspirado. Estoy seco de palabras. Eso quizá se debe a que hace unos minutos le puse el punto final a otro escrito que drenó mis energías escrituristicas, si me permiten utilizar tal palabreja.
Eso del punto final es una vil mentira, pues todo texto se puede editar hasta el fin de los tiempos. Las palabras, me inclino a pensar, son como seres vivos y cambian y se reordenan por sí solos después de dar guardar y cerrar el documento donde se escribieron, de ahí que cuando se vuelven a leer, tenemos la tentación de volver a puntuarlas y agregar nuevas.
Puede ser que esté diciendo barbaridades porque estoy cansado y mis dedos escupen sobre el teclado lo primero que se me ocurre: una mezcolanza de temas.
En un momento de la tarde que estaba dele y que dele al texto del que les hablé, me sentí cansado y decidi irme a leer un café. La lectura que escogí fue El día del perro, un libro con varios puntos de vista de personas que vieron a un perro corriendo por una autopista.
Me gustó mucho como cada personaje relacionaba ese simple incidente con cosas muy íntimas de su vida. Esa lectura me recargo las energías que me había quitado el otro texto.
Leer como antídoto.
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