viernes, 13 de septiembre de 2024
Propuesta de matrimonio
Hace poco publicó, podría pensarse, el epítome de sus fotos: el momento en que le propusieron matrimonio.
En una de las fotos, porque no puede ser solo una, sino un carrusel, muestra una sonrisa digna de diseño de sonrisa. En una de sus manos, la derecha, y con las uñas pintadas de morado, luce en el dedo anular el anillo de compromiso que le acaban de entregar. Es bonita Gabriela, se le ve feliz.
"Tómame una foto con el anillo". Tal vez eso fue lo que le dijo a su novio.
En otra foto sale él entregando el anillo. Sonríe, pero se le nota incómodo. "Te voy a tomar una foto como si me estuvieras entregando el anillo". También podría pensarse que eso fue lo que le dijo ella.
¿Se aman? Eso es lo de menos. Ojalá, y como reza el dicho, permanezcan juntos hasta que la muerte, o una infidelidad, los separe.
Me aventuro a pensar que las fotos fueron tomadas, luego de la propuesta de matrimonio. Que pasada la emoción del momento, Gabriela decidió qué fotos tomar y en qué poses. Caso contrario Gabriela andaría con el celular siempre a la mano y tomaría, como mínimo, una foto de cada minuto de su existencia.
viernes, 6 de septiembre de 2024
Crónica de un desayuno
Años después, muchos años después, mis desayunos solo consistían en un café con un pedazo de pan o torta que, creo, no son los más adecuados. Desde hace unas semanas estoy tratando de cambiar mi rutina de desayuno y volver a incluir un huevito en ella.
Hoy, cuando llegué a la cocina, me paré enfrente de la estufa y me pregunté: ¿qué quiero desayunar? Ese otro que me habita y que a veces entra en contacto conmigo respondió: hágase un huevo como el del otro día, ¿se acuerda?. Se refería a una preparación de días atrás con cebolla, espinaca y queso mozzarella. “Hombre, sabe qué sí, gracias”, le respondí y arranqué con una preparación en modo slow, es decir, me tomé mi tiempo para buscar la sartén y sacar los vegetales de la nevera. Mis movimientos eran como en cámara lenta.
Lo ideal hubiera sido picar cebolla larga, pero no encontré, así que opté por un pedazo de cebolla roja y la piqué lo más fino que pude junto con la espinaca. Aunque ustedes no lo crean, y como lo dijo Millás: ”todo en esta vida se puede hacer deprisa, todo menos un sofrito. Picar verduras requiere, si no eres experto, una concentración de tipo zen”.
Acto seguido corté un trozo de mantequilla y lo eché al sartén junto con un chorrito de aceite. Estas operaciones, aunque no lo parezcan, deben realizarse con sumo cuidado, pues el trozo de mantequilla junto con el chorrito de aceite debe ser precisos, para que la preparación no quede grasosa.
No se le olvide el café, me susurró el buen hombre y tenía toda la razón, debía poner en marcha su preparación para tener todo listo al mismo tiempo. Medí un pocillo de agua, lo eché en una olleta y prendí un fogón. Luego aliste la prensa francesa y medí la porción de café para una taza de agua, otra actividad milimetrica, o si no se corre el riesgo de que el café quede muy oscuro o muy clarito.
Para ese momento la mantequilla estaba totalmente derretida, así que eché la cebolla y espinaca —finamente picadas, recuérdenlo— en la sartén. Su siseo terminó de despertarme si es que mi cuerpo todavía tenía rastros de sueño.
La preparación del desayuno parecía marchar en orden, así que decidí agregarle otro condimento al momento: algo de música. “Alexa, pon Red Mosquito de Pearl Jam”. “No encontré ninguna canción con el hombre”....Alexa tarada. Tomé aire y repetí la instrucción sin preocuparme en lo más mínimo en la pronunciación “Alexa, por red mos-qui-to-u de Pearl Jam”. La canción comenzó a sonar y yo a cantarla mientras sofreía la cebolla y espinaca.
Mientras el café reposaba, comenzó a sonar Alive. Volví a la preparación del huevo y caí en cuenta de que había olvidado echarle la loncha de queso. La desmenucé en un parpadeo y se la eché a la preparación. Luego rompí el huevo y lo mezclé con mi sofrito, sencillo pero sincero, y lo batí hasta que quedara seco.
Apagué el fogón y, suponiendo que ya habían pasado los minutos necesarios, bajé la prensa francesa. Luego medí el chorrito de leche en el mismo pocillo en el que había medido el agua. De nuevo esta es otra actividad que debe ser precisa, pues caso contrario, el café quedaría muy clarito, y sépase bien que al desayuno se debe tomar café con leche y no tetero.
Mientras tanto sonaba Given to fly.
Ya estaba todo listo. Solo me faltaba agregarle una harina al asunto. ¿Se acuerda de los croissants que compró en el Ara? De nuevo el personaje estaba en lo correcto. Los había comprado al inicio de semana y los había olvidado. Saqué uno y lo calenté por 13 segundos en el microondas, luego calenté la leche durante 30 y le eché el café.
Me senté a la mesa y, como si fuera flash, me paré a sacar la mermelada de fresa de la nevera. Ahora si podía comenzar a desayunar.
Cuando me llevé el primer trozo de huevo a la boca, sonaba Corduroy, una de mis canciones favoritas del Vitalogy.
jueves, 5 de septiembre de 2024
¿Debería?
Debería estar durmiendo, reuniendo energías para la reunión que tengo a las 9 de la mañana, pero heme aquí, tecleando estas palabras, y no sé que es más intenso, si el frío de la madrugada o el silencio que la envuelve. De no ser por el tic-tac de un reloj, sería absoluto. ¿En qué mueble está ese reloj? No lo recuerdo. De pronto es un ruido que mi cabeza se acaba de inventar a modo de defensa, ¿pero de qué? No lo sé, la mente es muy extraña, muy jodida. Como dice la letra de una canción de Pink Floyd: “There’s someone in my head, but it's not me”, o como dijo Carl Jung: “In each of us there is another whom we do not know."
La vida está repleta de deberías, pero la realidad los desbarata como si nada. ¿Por qué estoy acá, mientras debería tratar de conciliar el sueño? Diría que la razón principal es porque la temporada de dolores de cabeza que experimento, ha destrozado mis ciclos circadianos: Aunque me acueste a altas horas de la noche, me despierto a bajas horas de la mañana.
Si hay alguien con quien repartir la culpa, esa persona debería ser Joan Didion. Ayer comencé a leer Noches Azules, y Didion es una de esas escritoras que hacen que me den ganas de escribir, por lo precisa que es para narrar la vida, entonces uno piensa: debería apostarle a una escritura tan sincera y visceral. Y entre las ideas que van llegando, el comezón de la escritura aparece y no queda otra forma de aliviarlo que tecleando algo, lo que sea.
Ayer, mientras leía a Didion en las altas horas de la noche, pensé en escribir sobre el luto, en el sentido de cuando se deja un lugar que se ha habitado durante mucho tiempo, un hecho que experimento desde el año pasado.
El caso es que este fue el texto que salió. A veces hay que dejar que las cosas ocurran y no oponerse a ellas. Tal vez algún día me anime a escribir sobre el tema del que les hablé en el párrafo anterior, por el momento solo espero llevar a buen puerto este puñadito de palabras.
Ahora son las 5.05 y mi estómago acaba de crujir. Creo que es momento de ir a preparar un tinto, ese primer ritual o debería del día.
jueves, 29 de agosto de 2024
Creo que es importante
Son las 4.23 a.m. y desperté sin ninguna causa o motivo aparente. ¿Por qué? No me cuestiono la importancia de tan insignificante hecho, sino la razón de que haya ocurrido.
No tengo claro si abrí los ojos de repente o simplemente desperté. Supongo que ambas formas de irrumpir en la vigilia son diferentes, como también es diferente llorar por picar una cebolla a cuando uno lo hace por una dolencia emocional, y que la primera supera en violencia a la segunda.
El silencio es absoluto, así que resulta imposible que me haya despertado un ruido.
Pienso en mis dolores de cabeza y mi atención se dirige a esa zona del cuerpo, pero nada. No siento ninguna punzada o martilleo en mi cerebro.
De repente siento frío en los brazos y me levanto a ponerme un saco. ¿Por qué el bajón de temperatura? ¿Acaso se debe a un alma en pena que se pasea por mi cuarto en horas de la madrugada?
C, una amiga, cuenta que en su apartamento, en el cuarto de su hija, habita el espíritu de una señora de alrededor de 50 años.
Ella y una medium la contactaron y con la ayuda de un péndulo le preguntaron si podían referirse a ella como Rosa, a lo que el espíritu accedió.
Sea como sea la vida, la madrugada y su silencio, o el mundo espectral que habita Rosa, heme aquí tecleando estas palabras en la aplicación de notas del celular.
Teclear en ese aparatejo es incómodo y preferiría hacerlo en mi portátil, pero no hay chance alguno de que me ponga a desafiar el frío de la madrugada en boxers.
sábado, 24 de agosto de 2024
¿Escribo?
Por estos días la migraña me ha obligado a tenderme en la cama la mayor parte del día. Así, con un desgano infinito, he visto pasar las horas. Me acompaña en esa noble tarea de hacer nada el hacer scroll down en el celular a modo de acto reflejo, como sin esperar nada a cambio de la vida.
Entonces me encuentro con el perfil de T. En Instagram. La sigo, pero no me sigue y no recuerdo cuando la agregué. T. escribe. Lo hace muy bien. Diría que mejor mucho mejor de lo que lo hago yo. Soy bueno para eso, es decir, para identificar cuando alguien escribe bien. ¿Y qué es escribir bien? Imagino que tiene que ver con dejar las entrañas en el papel. Escribir para seguir con vida, evitar enloquecer, y no para recibir aplausos.
Veo que tiene una cuenta en twitter (siempre será twitter, nunca X) y la busco. También la sigo ahí y tampoco me sigue en esa red. Es una de esas personas que me gustaría tener de seguidora, así no intercambiemos ni una palabra en toda la vida; pendejadas que uno piensa.
Busco más artículos de ella. Joder, que bien escribe, cuanta sensibilidad tienen sus textos, cuanta sinceridad. Se nota su cero afán de destacar y solo narrar. Se nota lo mucho que necesita sacar las palabras de su sistema.
Ahí es cuando me pregunto: ¿escribo? Leer a T. Me hace pensar que no, que escritura es lo que ella hace y que mis textos son tan solo un mero acercamiento. Igual no importa, sea lo que sea que haga, escritura o no, lo seguiré haciendo.
sábado, 10 de agosto de 2024
El sentido de la vida
“¿Cuál es el sentido de la vida?”, le preguntan a una mujer, a lo que responde: “Estar tranqui”. Pregunta y respuesta conforman el sintagma: el sentido de la vida es estar tranqui, signifique lo que signifique sintagma.
Sartre decía que la vida no tiene un sentido inherente, sino que cada persona decide qué propósito y significado le da. De ahí que la mujer de la que les hablo haya decidido que el sentido de la vida sea estar tranqui.
En ese orden de ideas, el filósofo también sostenía que no se ha venido a nada especial en esta vida, y que si acaso hay algo claro, es que la naturaleza del hombre, o bien su condena, es ser libre.
Tal vez el escritor Sándor Márai era seguidor de Sartre, pues dice lo siguiente en sus diarios:
Las palabras Dios, piedad, misericordia; todo lo que han dicho los curas y los filósofos es una completa mentira. No existe un «propósito» ni un «sentido». Sólo existen los hechos descarnados. Todo es un asco.
Camus decía que si la vida tiene algún sentido, este tiene que ver con encontrar algo de dignidad y propósito en un mundo absurdo, pero que el hecho de que la vida sea un circo incomprensible, no impide que no la vivamos al máximo, disfrutemos y amemos, es decir que nos entreguemos al placer que, pienso, tiene mucho que ver con estar tranqui.
Puede ser que la postura del escritor francés, coincida con la del narrador de la novela Temblor de Rosa Montero que decía que todo lo que sucede en este mundo es por puro y ciego azar, y que cada uno de nosotros es no es más que una mota de polvo cósmico; un minúsculo accidente dentro del caos universal. A pesar de ese hecho tan contundente, nos hemos empecinado en buscar el sentido de la vida, entablando un combate a muerte de nuestra voluntad contra el azar.
Si hay algo que está claro es que no tengo idea alguna de cuál es el sentido de la vida, y que cada postura cuenta con buenos argumentos. Sea como sea, estar tranqui me parece una buena respuesta.
miércoles, 31 de julio de 2024
Oler las rosas
Podría decir que me fue bien, así que pienso que me merezco un capuchino. Siempre me merezco uno. Puede que no sea así, pero soy el único que puede decidirlo, así que de malas el universo. De pronto ese es mi destino: tomar capuchino cada vez que pueda hacerlo.
Pienso en lo que me dijo un cliente hace unos días: Ahora me dedico a oler las rosas. Es un dicho gringo (smell the roses), que hace referencia a la importancia de apreciar los pequeños placeres de la vida. En otras palabras, consiste en bajar las revoluciones y disfrutar el momento presente. Puro budismo empaquetado.
Mientras camino distraído, doy un café y decido que es tiempo de oler las rosas. Entro al lugar y pido un capuchino. Lo acompañó con un cheese cake de frutos amarillos. El mesero me dice que trae piña, mango y maracuyá. Confío en no haberme descachado. “Espera a alguien más o es solo usted?”, me pregunta antes de dirigirse a la barra. “Solo yo. Cusumbo solo a la orden”, pienso responderle, pero me quedo callado.
Me siento en un sofá blanco de cuero, como de traqueto, y al poco tiempo el mesero llega con mi orden. El capuchino está a punto de derramarse y el cheesecake se ve bueno. Primero ataco el postre y luego de meterme una cucharada en la boca sonrío, luego le doy un sorbo al capuchino y la mezcla de sabores es casi perfecta.
Saco el libro que había metido en mi mochila antes de salir de casa –Siempre hay que andar con un libro por la vida–, Este o cualquier otro lunes, Una novela corta que estaba a la venta en la biblioteca pública de un pueblito de Cundinamarca.
Comienzo la lectura y la primera escena me atrapa. EL personaje principal habla sobre el inicio de la semana. Cuando va a cruzar una calle oye varias voces gritando. Al rato entiende qué es lo que pasa: un ladrón está intentando escapar. En medio de su carrera alguien le hace zancadilla y después de que cae al piso, la turba enfurecida y, se supone, justiciera, lo comienza moler a golpes y patadas.
En medio del caos, un joven de unos 28 años no participa en la patacera y se aleja de la escena. Ahora le duele haber atravesado la pierna.
Leo otro par de páginas y me gusta porque es una novela urbana, si es que el término existe. Me habría quedado toda la tarde en el lugar, pero acabé el capuchino en tan solo un par de sorbos y ataqué el Cheesecake como un muerto de hambre.
Cuando me dirijo a la caja para pagar, el mesero me dice: “tenemos una biblioteca con libros de todos los géneros. Cuando quiera puede venir, llevarse uno y dejar otro. Le doy las gracias de nuevo y antes de abandonar el lugar reviso el mueble con los libros. Es verdad que hay de todo. Desde Stefan Zweig hasta un libro de Gloria Valencia de Castaño. Del escritor Austriaco solo he leído novela de Ajedrez, pero a cada rato veo que lo mencionan. El libro que tienen de él es Momentos estelares de la humanidad: Catorce miniaturas históricas, lo hojeo un poco y me llama la atención. Pienso que estoy en deuda con ese autor, así que agrego ese título a mi lista de pendientes por leer que crece a una velocidad vertiginosa. También hay varios libros de Isabel Allende, uno de ellos es Amor, lo hojeo y no es una novela sino una recopilación de fragmentos de sus obras.
Cuando no hay más libros que me llamen la atención, abandonó el café. Algún día volveré con un libro para llevarme otro.
Lean, tomen café y huelan las rosas.