viernes, 8 de noviembre de 2024

película floja

Hace rato no me engancho con ninguna serie. Ayer me propuse ver algo en televisión, lo que fuera, y di con una película de zombies.

Ocurría en españa y el protagonista, un hombre de barba poblada, decide quedarse solo en su casa, a pesar de que su hermana le dijo que se fuera con ella y su familia a las islas canarias, pues su esposo trabaja con el ejército y los iban a reubicar allá con todas las comodidades del caso.

El hombre no deja de intercambiar mensajes con su hermana, y le dice que va a buscar la manera de llegar al lugar en el que ella se encuentra con su familia, pero al final hace lo que le da la gana y se queda solo en compañía de su gato y, claro, se le acaba la comida y debe salir a buscarla.

Como era de esperarse debe enfrentarse con uno que otro zombie. Además de eso como si el conflicto no fuera ya suficiente, los guionistas decidieron meter en la historia a unos malhechores rusos que iban en un barco y que se encuentran al hombre de barba cuando este intenta escapar en un bote por un río o lago.

Uno de los rusos habla inglés y es el que sirve de intérprete con el capitán del barco. En una de sus conversaciones le preguntan a qué se dedica, y el hombre de barba responde que es abogado. Luego de que el ruso tradujera la respuesta, le cuenta al protagonista que le dijo al capitán que era ingeniero. “A nadie le caen bien los abogados”, concluye.

El hombre de barba entabla una especie de amistad con el ruso, que resulta ser ucraniano. En una de sus conversaciones se entera de que sabe pilotear helicóptero. Le cuenta que él sabe en que lugar de un hospital hay uno, y que si le ayuda a escapar podrían dejar la ciudad y volar hastaa las islas Canarias.

El ruso decide hacerle caso y cuando por fin llegan al hospital se encuentran con un grupo de sobrevivientes, pero para poder llegar al helicóptero deben atravesar un parqueadero repleto de zombies.

Como era de esperarse el conflicto escala porque los rusos del barco llegan al hospital en busca de provisiones.

Para no extenderme, al final el hombre con barba y el ruso logran llegar al helicóptero y luego de tener problemas para prender los motores, la hélices por fin comienzan a girar y despegan. En la última escena cuando ya viajan hacia las islas canarias, recibe una llamada de su hermana: “Hola ya voy para allá”, le cuenta y la respuesta que recibe es la siguiente: “No no vengas para acá”, y ahí se corta la llamada.

Queda claro que los guionistas, además de estar aburridos, no tenían ni idea cómo terminar la película y eligieron ese final flojo. Me sentí como cuando uno lee una historia y utilizan ese truco barato en el que narrador cuenta que todo fue un sueño.

Si dan con esa película no la vean, están advertidos.

lunes, 4 de noviembre de 2024

Después de leer

Escribí esto hace un par de días y lo dejé quieto a ver si se me ocurría algo más o las palabras se reacomodaban por sí solas. Me gusta pensar eso, que cuando uno vuelve a un texto después de un par de días, semanas, meses, incluso años, estos ya han encontrado por sí solos la forma de destrabarse.

12.38 a.m. Termino un capítulo de la novela que leo. Es una de esas lecturas que me hacen sentir liviano. Apenas pongo el separador en la página 168 o la 169, depende si se le mira como el final de un capítulo o el inicio del siguiente; siento un hueco de hambre en el estómago.

No debería tener esa sensación porque me comí un huevito con arroz y un paquete de maduritos de D1 —los mejores— a las 7 de la noche, pero 5 horas, imagino, son suficientes para generar sensación de hambre.

Evalúo si ir a la cocina a ver qué encuentro para picar, pero hace frío y me gana la pereza. Además, hace poco escuché ruidos de casa en la madrugada y como no quiero encontrarme con un ánima que deambula sin rumbo alguno, desisto de la idea.

Recuerdo que tengo un paquete de M&M amarillos—los mejores—, en mi escritorio y decido que voy a engañar al estómago con una de esas pepitas de chocolate.

Por un instante pienso que no debería comerlas porque ya me lavé los dientes, pero no importa, a veces es bueno no hacerse caso.

Cuando encuentro el paquete concluyo que dos es el número adecuado y me las trago casi sin masticarlas.

Los dulces no le hacen ni cosquillas al hambre que siento. Apago la lámpara, cierro los ojos y, parece, me quedo dormido al poco tiempo.

jueves, 31 de octubre de 2024

Cara de gringo

Camino de forma distraída, es decir, tengo claro mi destino, pero mientras llego a él salto de un pensamiento a otro como si nada. Con cada paso me invento ficciones que se alimentan de lo que voy viendo por el camino. Algo parecido a lo que cuenta Rosa Montero en El peligro de estar cuerda cuando se dirigía a una reunión con amigos, y de un momento a otro se preguntó: ¿Y si de repente hubiera un terremoto? De inmediato la escritora española habitó dos dimensiones al mismo tiempo: la real en la que caminaba a toda prisa y la imaginaria en la que el asfalto se resquebrajaba.

Yo no imagino una escena apocalíptica, pero por alguna razón miro de forma fija a una mujer sentada en una banca de un parque. Ella tiene una carpeta de plástico apoyada en sus piernas, e intenta meter unos papeles dentro de ella. No consigue hacerlo, tuerce la cara y suelta un quejido de desesperación. En ese momento levanta la cara y me sostiene la mirada por un par de segundos, y cuando estoy a punto de voltear a mirar hacia otro lado la mujer pregunta:

¿Do you speak english?

Mi adrenalina, como dirían los gringos, kicks in, y me hace sentir que la mujer es una amenaza. Con todas las alarmas de supervivencia encendidas, me sugiere que lo mejor es huir. Mi pulso se acelera y con el último rastro de curiosidad que me queda le respondo: What do you need?

I just want to show you something, responde la mujer mientras hace el ademán de buscar algo dentro de la carpeta.

Ese otro yo que siempre me acompaña y a veces tiene comentarios acertados me dice: “gran pendejo, lo van a robar”, I’m not interested, le respondo, mientras pienso Fuck off señora, a robar a su madre.

viernes, 25 de octubre de 2024

Scorching sun behind my back

Camino por chapinero de esa manera: con un sol abrasador a mis espaldas. Creo que esa frase aparece en mi cabeza porque una vez escribí un cuento en inglés que comenzaba así: I’m walking with a scorching sun behind my back.

Mi destino es Ficciones, el bar de libros que hace rato quiero conocer. Tengo un viaje y como me estoy inyectando La mano que cura de Lina Parra, directo a la vena, necesito otra lectura en la cual aterrizar. La tengo pensada desde hace rato, es de otra escritora paisa: Esta herida llena de peces. Me pregunto qué comerán las escritoras de esa región para narrar tan sabroso.

Cuando llego a la librería está cerrada. Abren a las 11 de la mañana y son las 10:30. Me siento en un murito al que le dan sombra unos árboles altos y frondosos, pero a los pocos minutos me aburro y me voy del lugar.

No es una decisión que tomo a la loca, sino que recuerdo que cerca está Prólogo, así que lo siento Ficciones, pero nos conoceremos en otra ocasión. Mientras camino hacia esa librería recuerdo a Mauricio Lleras su fundador. Siempre que llegaba me saludaba con un: quiubo , ¿cómo le va? y al instante comenzábamos a hablar de libros. Me preguntaba qué estaba buscando y me daba recomendaciones. Me gustaba mucho su tono de voz, era envolvente, sedoso; supongo que habría podido ser un muy buen locutor de radio.

Le cuento al hombre que está en la caja y a una mujer que está a su lado que estoy buscando la primera novela de Lorena Salazar Masso. Ambos tuercen la boca. “¿No la tienen?” El hombre teclea en el computador y dice que no. La mujer interviene: “El sistema dice que hay una copia, ¿no?”, “Si, pero es mentira, ¿recuerdas que ayer la buscamos y nunca la encontramos? “Una copia fantasma”, pienso, pero no digo nada.

¿Qué otras librerías hay cerca?, pregunto. Me dicen que Cooltivo y Tornamesa. “Yo creo que en Cooltivo la encuentra” dice el hombre. Me da la dirección y noto que queda más lejos que Tornamesa. “Gracias voy a ir a esa”, le respondo y me despido. Cuando salgo el scorching sun se siente más intenso, así que me decido por Tornamesa que está más cerca.

Mientras camino, pienso que sería bueno vivir en Chapinero por la cantidad de cafés y librerías que tiene. y me prometo no olvidar ese pensamiento. Llego sudando a Tornamesa y la celadora del lugar me saluda, me pregunta que busco y cuando le doy el nombre de la novela me hace seguirla. Por un instante pienso que me va a decir dónde está, pero busca a un librero para que me atienda. Casi sin mediar saludo le doy el nombre de la novela. Está muy cerca de donde nos encontramos. Me la alcanza, la pago en la caja y pido un taxi. El sol sigue en lo suyo. hace su trabajo como si nada. Yo estoy cansado y con hambre, pero contento de tener en mis manos mi próxima lectura.

jueves, 24 de octubre de 2024

Coincidencias

Leo y tomo café. Le acabo de dar un primer sorbo y me supo demasiado bien. Diría que a gloria, pero ¿cómo saber que se alcanzó ese estado?

Es una tarea lenta porque a medida que leo se me ocurren temas sobre los que escribir a futuro. Saco un cuaderno de tapa roja y para algunas de esas ideas anoto palabras que espero me las recuerden, y a otras les dedico uno o dos párrafos como máximo. Luego vuelvo a la novela, a leer y tomar café.

A veces pienso que de eso y solo eso se debería tratar la vida. Que si Virginia Woolf requería de una habitación propia para encerrarse a escribir sin que nadie la jodiera, yo necesito de un cuarto, con una máquina de café, para dedicarme a leer mientras el mundo se desploma.

Al poco tiempo de recrear esa fantasía, la realidad se encarga de desbaratarla, pues reconozco que toca trabajar y esas cosas. Ganarse la vida, como dicen algunos, o más bien perderla de alguna manera.

En fin, les decía que leo. Es una novela (aguante la ficción) que tiene como símbolo recurrente las moscas.
No sé de dónde saqué la idea, pero la insistencia de
las moscas no me parece casual. Solamente que no
sé qué quieren avisarme, no sé leer en su presencia,
en su vuelo desesperante, qué es lo que viene.
– La mano que cura.

Justo en ese momento, cuando termino de leer ese párrafo, una mosca aterriza en la página del libro. A diferencia de la de la historia que leo, esta es pequeña. Sacudo un poco la mano y, azorada, emprende vuelo.

Al igual que el narrador. no entiendo qué quería advertirme. Seguro nada, porque eso de las señales es una tontería y solo fue una coincidencia.

miércoles, 23 de octubre de 2024

Me haré cargo de tus libros

“¿Me muero?”, pregunta papá detrás de la máscara de oxígeno, intercalando sus palabras con respiraciones profundas. “Nadie sabe eso con certeza”, le respondo, aunque sé que sí, que ya no le queda mucho tiempo de vida. Su cuadro lo constata, eso me dijo el médico: la mayor parte del tiempo ha estado inconsciente, y su respiración se ha tornado profunda y lenta a veces, otras más rápida y superficial, hasta que vuelve a desacelerarse hasta volverse casi imperceptible.

Imagino que falta poco para que se detenga del todo, así que aprovecho para preguntarle algo que mamá quiere saber: “Hace un tiempo dijiste que querías donar tus órganos, ¿aún quieres hacerlo?

Cuando estoy a punto de contarle lo noble que sería ese gesto de su parte y de qué forma ayudaría a otros pacientes, papá sufre un ataque de tos. A los pocos minutos, cuando se le pasa, prefiero permanecer callado. Es él quien retoma la conversación.

“La verdad es que mis órganos me importan poco. Que hagan con ellos lo que quieran”
“¿Entonces, sí?”, pregunto

Me mira con lástima, como dándome a entender que su respuesta fue lo suficientemente clara y que no debería hacerle desperdiciar tiempo ni energía.

“respira con algo de dificultad y continúa hablando: “Lo que sí me interesa es donar mis libros, mi biblioteca, esa extensión de mi cuerpo que es tan importante como mis órganos. Ayúdame a que lleguen a las manos adecuadas”

Tomo sus manos entre las mías y las apretó fuerte hasta donde me lo permite el catéter por el que le administran quién sabe qué.

Se queda callado, “No te preocupes, me haré cargo de tus libros”, le digo, pero papá no abre los ojos. Ótra vez está inconsciente. 

Su respiración ahora es como un hilo invisible y débil.

martes, 22 de octubre de 2024

Desencantarse

A veces compro libros con método. Es decir, leo reseñas, analizo el tema del libro, me fijo quién es el autor(a), si he leído algo antes, pero otras veces –la mayoría– lo hago a punta de feeling: entro a una librería y comienzo a pasear por los pasillos hasta que alguna portada de un libro me llama la atención. Entonces leo su contraportada y un par de párrafos que selecciono de forma aleatoria: uno del principio, otro hacia la mitad y uno de las últimas páginas; eso cuando el libro no está envuelto en un plástico transparente. Según ese método, decido llevarlo o no. Cuando no puedo leer ninguna de sus páginas, la decisión de compra se basa solo en la información de la contraportada y en lo que me transmita el título

En ocasiones doy con novelas buenísimas que leo como si me las inyectara directo a la vena y otras veces me descacho.

Hace poco compré la novela Economía Experimental de esa manera, y la empecé a leer con entusiasmo hasta que hoy, después de 115 páginas, decidí dejarla.

¿Cuántas páginas se deben leer para tomar la decisión de abandonar la lectura de un libro? No sé. De pronto me demoré en tomar la decisión, pero estaba confiado de que la historia iba a tomar un giro que me iba a enganchar, pero al final eso no pasó. Más allá de eso, la razón principal fue que el lenguaje me pareció enredado, me perdía en él y debía releer los párrafos, como si el escritor se esforzará más en sonar inteligente que en contar cosas. Eso fue lo que más me desconectó.

No soy nadie para decir si es una buena o mala novela, simplemente fue una, como muchas otras que he intentado leer, con la que no conecté.

Hubo una época en que me obligaba a terminar de leer los libros, aunque su lectura no me proporcionara placer alguno, hasta que leí las Notas de prensa de Gabriel García Márquez. En ellas el escritor dice la siguiente verdad:

La verdad es que no debe haber libros obligatorios, libros de penitencia, y que
el método más saludable es renunciar a la lectura en la página 
en que se vuelva insoportable.