martes, 12 de noviembre de 2024

11/12

Ayer vi muchas publicaciones de personas que hablaban sobre la importancia de la fecha. Al ser el día 11 del mes 11, decían estas personas que se abría un portal o yo no sé qué vaina y era un buen día para manifestar cosas, signifique lo que eso signifique.

Me gustaría ser tan místico y creyente como ellos, pero la verdad es que tiendo hacia el escepticismo. Como dice la escritora Sara Jaramillo Klinkert: “Me gustaría creer en la astrología. Engañarme. Pensar que la locura del mundo se debe, por ejemplo, a la conjunción de determinados planetas. Mercurio retrógrado.”

El punto, si lo hay, es que ese portal energético de ayer invitaba a soltar aquello que ya no nos sirve y abrazar un nuevo comienzo.

Uno de los rituales para esa fecha consiste en conseguir papel, algo para escribir, una vela negra que simboliza la eliminación de la negatividad o una morada que tiene que ver con transformación y renovación espiritual, y un recipiente para quemar el papel.

Yo, claro, no realicé ese ni ningún otro ritual. Hoy a las 2.43 a.m me despertó un dolor de cabeza de los cojones. ¿Será que estoy entrando a una nueva temporada de dolores de cabeza? pensé, y también pensé sobre el 11/11 y que no había hecho ni un carajo con respecto a esa fecha. Tal vez habría podido practicar un ritual para visualizar un futuro sin dolores de cabeza o qué sé yo.

Me levanté a oscuras, con cuidado de no meterle un patadón a una pata de la cama, busqué una pastilla que me zampé con un trago largo de agua y me recosté de nuevo.

No sé cuánto tiempo me quedé mirando la oscuridad, la nada, esperando a que la pastilla hiciera efecto y el dolor de cabeza amainara. En ese instante me acordé de la narradora de Malas posturas, el cuento de Lina María Parra:

Aunque sepa lo que son, aunque sepa que si espero se me van quitar, 
cada vez que me da una migraña pienso que la única solución es la muerte.

Todo esto para lanzar dos preguntas: ¿Existe algún ritual para el 11/12 que sirva para resarcir la no práctica de alguno de ellos en la fecha madre, el 11/11?  ¿Quedará algún resquicio de ese portal por el que mis deseos se puedan colar?

domingo, 10 de noviembre de 2024

Territorios

Así se llama el cuento que escribí. Son seis hojitas que ya van en su cuarta versión y que leo a cada rato para agregarle o quitarle una palabra, o para cambiarle la puntuación a uno de los pensamientos de la protagonista, pues la narración tiene muy pocos diálogos. Por defecto, casi siempre tiendo hacia el monólogo interior y cuando quiero que la voz sea de otro tipo, necesito ser muy consciente al momento de escribir.

Me gusta cuando eso pasa, es decir, cuando una historia y sus personajes se meten en mi cabeza y me susurran nuevas líneas o ideas para que el cuento tenga más sentido. Hoy, cuando me levanté y me puse a calentar agua para preparar un café, lo leí de nuevo en mí celular. Fue una lectura fragmentada mientras preparaba una mezcla para hacer pancakes.

Cuando iba por la mitad de la historia seguí de largo con la lectura y el Pancake que estaba cocinando se quemó por uno de sus lados. Ahí me tocó apagar el celular y concentrarme en el desayuno.

Luego, en la mesa y cuando terminé de desayunar, seguí con la lectura y me di cuenta de unas inconsistencias en las transiciones de los pensamientos de Helena, la protagonista, a la acción de la historia, que transcurre entre la sala de espera de un aeropuerto y un avión. Como estaba lejos del computador, tomé capturas de pantalla y me las envié al Whatsapp, para editar esos segmentos luego.

En la tarde, cuando me senté a hacerle los cambios al cuento, no vi por ningún lado los errores que creí ver en la mañana. Eso  refuerza mi teoría de que los escritos van reorganizando sus palabras por sí solos y por eso se deben soltar en algún momento. Caso contrario uno puede quedarse editándolos hasta la eternidad.

viernes, 8 de noviembre de 2024

película floja

Hace rato no me engancho con ninguna serie. Ayer me propuse ver algo en televisión, lo que fuera, y di con una película de zombies.

Ocurría en españa y el protagonista, un hombre de barba poblada, decide quedarse solo en su casa, a pesar de que su hermana le dijo que se fuera con ella y su familia a las islas canarias, pues su esposo trabaja con el ejército y los iban a reubicar allá con todas las comodidades del caso.

El hombre no deja de intercambiar mensajes con su hermana, y le dice que va a buscar la manera de llegar al lugar en el que ella se encuentra con su familia, pero al final hace lo que le da la gana y se queda solo en compañía de su gato y, claro, se le acaba la comida y debe salir a buscarla.

Como era de esperarse debe enfrentarse con uno que otro zombie. Además de eso como si el conflicto no fuera ya suficiente, los guionistas decidieron meter en la historia a unos malhechores rusos que iban en un barco y que se encuentran al hombre de barba cuando este intenta escapar en un bote por un río o lago.

Uno de los rusos habla inglés y es el que sirve de intérprete con el capitán del barco. En una de sus conversaciones le preguntan a qué se dedica, y el hombre de barba responde que es abogado. Luego de que el ruso tradujera la respuesta, le cuenta al protagonista que le dijo al capitán que era ingeniero. “A nadie le caen bien los abogados”, concluye.

El hombre de barba entabla una especie de amistad con el ruso, que resulta ser ucraniano. En una de sus conversaciones se entera de que sabe pilotear helicóptero. Le cuenta que él sabe en que lugar de un hospital hay uno, y que si le ayuda a escapar podrían dejar la ciudad y volar hastaa las islas Canarias.

El ruso decide hacerle caso y cuando por fin llegan al hospital se encuentran con un grupo de sobrevivientes, pero para poder llegar al helicóptero deben atravesar un parqueadero repleto de zombies.

Como era de esperarse el conflicto escala porque los rusos del barco llegan al hospital en busca de provisiones.

Para no extenderme, al final el hombre con barba y el ruso logran llegar al helicóptero y luego de tener problemas para prender los motores, la hélices por fin comienzan a girar y despegan. En la última escena cuando ya viajan hacia las islas canarias, recibe una llamada de su hermana: “Hola ya voy para allá”, le cuenta y la respuesta que recibe es la siguiente: “No no vengas para acá”, y ahí se corta la llamada.

Queda claro que los guionistas, además de estar aburridos, no tenían ni idea cómo terminar la película y eligieron ese final flojo. Me sentí como cuando uno lee una historia y utilizan ese truco barato en el que narrador cuenta que todo fue un sueño.

Si dan con esa película no la vean, están advertidos.

lunes, 4 de noviembre de 2024

Después de leer

Escribí esto hace un par de días y lo dejé quieto a ver si se me ocurría algo más o las palabras se reacomodaban por sí solas. Me gusta pensar eso, que cuando uno vuelve a un texto después de un par de días, semanas, meses, incluso años, estos ya han encontrado por sí solos la forma de destrabarse.

12.38 a.m. Termino un capítulo de la novela que leo. Es una de esas lecturas que me hacen sentir liviano. Apenas pongo el separador en la página 168 o la 169, depende si se le mira como el final de un capítulo o el inicio del siguiente; siento un hueco de hambre en el estómago.

No debería tener esa sensación porque me comí un huevito con arroz y un paquete de maduritos de D1 —los mejores— a las 7 de la noche, pero 5 horas, imagino, son suficientes para generar sensación de hambre.

Evalúo si ir a la cocina a ver qué encuentro para picar, pero hace frío y me gana la pereza. Además, hace poco escuché ruidos de casa en la madrugada y como no quiero encontrarme con un ánima que deambula sin rumbo alguno, desisto de la idea.

Recuerdo que tengo un paquete de M&M amarillos—los mejores—, en mi escritorio y decido que voy a engañar al estómago con una de esas pepitas de chocolate.

Por un instante pienso que no debería comerlas porque ya me lavé los dientes, pero no importa, a veces es bueno no hacerse caso.

Cuando encuentro el paquete concluyo que dos es el número adecuado y me las trago casi sin masticarlas.

Los dulces no le hacen ni cosquillas al hambre que siento. Apago la lámpara, cierro los ojos y, parece, me quedo dormido al poco tiempo.

jueves, 31 de octubre de 2024

Cara de gringo

Camino de forma distraída, es decir, tengo claro mi destino, pero mientras llego a él salto de un pensamiento a otro como si nada. Con cada paso me invento ficciones que se alimentan de lo que voy viendo por el camino. Algo parecido a lo que cuenta Rosa Montero en El peligro de estar cuerda cuando se dirigía a una reunión con amigos, y de un momento a otro se preguntó: ¿Y si de repente hubiera un terremoto? De inmediato la escritora española habitó dos dimensiones al mismo tiempo: la real en la que caminaba a toda prisa y la imaginaria en la que el asfalto se resquebrajaba.

Yo no imagino una escena apocalíptica, pero por alguna razón miro de forma fija a una mujer sentada en una banca de un parque. Ella tiene una carpeta de plástico apoyada en sus piernas, e intenta meter unos papeles dentro de ella. No consigue hacerlo, tuerce la cara y suelta un quejido de desesperación. En ese momento levanta la cara y me sostiene la mirada por un par de segundos, y cuando estoy a punto de voltear a mirar hacia otro lado la mujer pregunta:

¿Do you speak english?

Mi adrenalina, como dirían los gringos, kicks in, y me hace sentir que la mujer es una amenaza. Con todas las alarmas de supervivencia encendidas, me sugiere que lo mejor es huir. Mi pulso se acelera y con el último rastro de curiosidad que me queda le respondo: What do you need?

I just want to show you something, responde la mujer mientras hace el ademán de buscar algo dentro de la carpeta.

Ese otro yo que siempre me acompaña y a veces tiene comentarios acertados me dice: “gran pendejo, lo van a robar”, I’m not interested, le respondo, mientras pienso Fuck off señora, a robar a su madre.

viernes, 25 de octubre de 2024

Scorching sun behind my back

Camino por chapinero de esa manera: con un sol abrasador a mis espaldas. Creo que esa frase aparece en mi cabeza porque una vez escribí un cuento en inglés que comenzaba así: I’m walking with a scorching sun behind my back.

Mi destino es Ficciones, el bar de libros que hace rato quiero conocer. Tengo un viaje y como me estoy inyectando La mano que cura de Lina Parra, directo a la vena, necesito otra lectura en la cual aterrizar. La tengo pensada desde hace rato, es de otra escritora paisa: Esta herida llena de peces. Me pregunto qué comerán las escritoras de esa región para narrar tan sabroso.

Cuando llego a la librería está cerrada. Abren a las 11 de la mañana y son las 10:30. Me siento en un murito al que le dan sombra unos árboles altos y frondosos, pero a los pocos minutos me aburro y me voy del lugar.

No es una decisión que tomo a la loca, sino que recuerdo que cerca está Prólogo, así que lo siento Ficciones, pero nos conoceremos en otra ocasión. Mientras camino hacia esa librería recuerdo a Mauricio Lleras su fundador. Siempre que llegaba me saludaba con un: quiubo , ¿cómo le va? y al instante comenzábamos a hablar de libros. Me preguntaba qué estaba buscando y me daba recomendaciones. Me gustaba mucho su tono de voz, era envolvente, sedoso; supongo que habría podido ser un muy buen locutor de radio.

Le cuento al hombre que está en la caja y a una mujer que está a su lado que estoy buscando la primera novela de Lorena Salazar Masso. Ambos tuercen la boca. “¿No la tienen?” El hombre teclea en el computador y dice que no. La mujer interviene: “El sistema dice que hay una copia, ¿no?”, “Si, pero es mentira, ¿recuerdas que ayer la buscamos y nunca la encontramos? “Una copia fantasma”, pienso, pero no digo nada.

¿Qué otras librerías hay cerca?, pregunto. Me dicen que Cooltivo y Tornamesa. “Yo creo que en Cooltivo la encuentra” dice el hombre. Me da la dirección y noto que queda más lejos que Tornamesa. “Gracias voy a ir a esa”, le respondo y me despido. Cuando salgo el scorching sun se siente más intenso, así que me decido por Tornamesa que está más cerca.

Mientras camino, pienso que sería bueno vivir en Chapinero por la cantidad de cafés y librerías que tiene. y me prometo no olvidar ese pensamiento. Llego sudando a Tornamesa y la celadora del lugar me saluda, me pregunta que busco y cuando le doy el nombre de la novela me hace seguirla. Por un instante pienso que me va a decir dónde está, pero busca a un librero para que me atienda. Casi sin mediar saludo le doy el nombre de la novela. Está muy cerca de donde nos encontramos. Me la alcanza, la pago en la caja y pido un taxi. El sol sigue en lo suyo. hace su trabajo como si nada. Yo estoy cansado y con hambre, pero contento de tener en mis manos mi próxima lectura.

jueves, 24 de octubre de 2024

Coincidencias

Leo y tomo café. Le acabo de dar un primer sorbo y me supo demasiado bien. Diría que a gloria, pero ¿cómo saber que se alcanzó ese estado?

Es una tarea lenta porque a medida que leo se me ocurren temas sobre los que escribir a futuro. Saco un cuaderno de tapa roja y para algunas de esas ideas anoto palabras que espero me las recuerden, y a otras les dedico uno o dos párrafos como máximo. Luego vuelvo a la novela, a leer y tomar café.

A veces pienso que de eso y solo eso se debería tratar la vida. Que si Virginia Woolf requería de una habitación propia para encerrarse a escribir sin que nadie la jodiera, yo necesito de un cuarto, con una máquina de café, para dedicarme a leer mientras el mundo se desploma.

Al poco tiempo de recrear esa fantasía, la realidad se encarga de desbaratarla, pues reconozco que toca trabajar y esas cosas. Ganarse la vida, como dicen algunos, o más bien perderla de alguna manera.

En fin, les decía que leo. Es una novela (aguante la ficción) que tiene como símbolo recurrente las moscas.
No sé de dónde saqué la idea, pero la insistencia de
las moscas no me parece casual. Solamente que no
sé qué quieren avisarme, no sé leer en su presencia,
en su vuelo desesperante, qué es lo que viene.
– La mano que cura.

Justo en ese momento, cuando termino de leer ese párrafo, una mosca aterriza en la página del libro. A diferencia de la de la historia que leo, esta es pequeña. Sacudo un poco la mano y, azorada, emprende vuelo.

Al igual que el narrador. no entiendo qué quería advertirme. Seguro nada, porque eso de las señales es una tontería y solo fue una coincidencia.