miércoles, 15 de enero de 2025

Dicen, yo algo sé

Uno de mis objetivos para este año es volver a escribir mínimo cinco veces por semana en este espacio. La mayoría de veces, a menos de que me atropelle la inspiración, serán escritos cortos, mínimo de 300 palabras. ¿Por qué 300? Fue algo que leí en el libro Mientras Escribo de Stephen King. Él dice que ese es un buen número de palabras a escribir por día y que si al final del mes y el año se juntan, pues se tiene una novela. Si esto que cuento no tiene nada que ver con ese libro, entonces me lo inventé o lo leí en otro lado. Ustedes sabrán que a cierta altura del partido, los recuerdos se comienzan a entremezclar y uno ya no logra precisar de dónde vienen.

Escribir lo que salga sin pensarlo mucho. una especie de escritura a la topa tolondra. “Que mal escribir así. Eso no es escribir”, podrán pensar algunos, pero ante tales acusaciones, si es que se les puede llamar de esa manera, no me queda más que encogerme de hombros, mientras pienso: “ ¿Y a mí que me importa lo que ustedes piensen?” Ese es otro de mis propósitos este año: pasarme por la faja el concepto que otras personas puedan tener de mí o mis posturas. Pero bueno, basta de bravuconadas y vamos al tema de hoy…

¿Qué dicen?

Que el narrador es el personaje más importante de una novela y que viene en tres puntos de vista: primera, segunda y tercera persona. El último se desglosa en varios.

También dicen que se debe pensar en el narrador antes de ponerse a escribir. ¿Cómo?, me pregunto y freno en seco. Eso es algo que nunca he hecho. Siempre que escribo suelto una chorrada de palabras y miro cuál tipo de narrador se apropió de ellas. Por defecto, ya les había contado, suele ser la primera persona, un narrador a veces complicado por la cantidad de opiniones personales que tiene y por la forma en que abusa del monólogo interior.

Sin embargo, me parece mejor que ese narrador omnisciente en tercera persona, que es como un Dios y lo sabe todo.

En fin, eso es lo que dicen. Por el momento trataré de alejarme del omnisciente. “ ¿Y la segunda persona? A ese dejémoslo quieto, pues siempre lo he considerado un narrador algo loco y con problemas de identidad, pues se cree personaje narrador y lector al mismo tiempo.

martes, 14 de enero de 2025

El clásico

Al frente de las mesas de la plazoleta de comidas, a unos 15 metros, está ubicada una pantalla gigante. ¿La razón? Dentro de poco va a empezar el clásico Real Madrid vs Barcelona. A mí me da igual el que sea que gane, pero si me pusieran una pistola en la cabeza para obligarme a hacerle barra a un equipo me iría con el Barcelona.

A pocas mesas, una familia compuesta por el padre, la madre y una hija pequeña almuerza pollo broaster. Sacan las presas de un balde gigante como si hubieran hecho el pedido para hermanos y abuelos, pero solo están ellos tres.

El hombre está mirando hacia la pantalla, su esposa le da la espalda a esta y la niña está sentada a un costado. El partido empieza y el hombre mira la pantalla con la misma intensidad con la que mastica la presa de pollo que sostiene su mano derecha. Lleva puesta una camiseta del Real Madrid y cada vez que uno de los jugadores comete un error, con la mano que tiene libre le da un manotazo a la mesa, y en voz alta dice en qué consistió la equivocación del jugador.

Cada vez que el hombre habla, la mujer hace comentarios al margen, algunas veces le da la razón y otras lanza preguntas para entender bien el concepto táctico que acaba de mencionar su esposo. La niña está completamente abstraída devorando una alita y no dice nada.

A los pocos minutos Mbappé abre el marcador, y el hombre no cabe de la dicha. Grita y aplaude como si su vida dependiera de la victoria de su equipo, pero al poco tiempo Lamine Yamal, el joven superdotado de 17 años, marca el empate.

El hombre se toma la cabeza, se tira los pelos y luego manotea con más rabia la mesa. nosotros, que ya terminamos de almorzar, abandonamos el lugar.

Hacia la salida al parqueadero veo a una mujer cuchareando un helado. hunde la cuchara en una bola blanca con chispitas de colores, la saca, se la mete a la boca y luego cierra los ojos con una expresión de placer. Quizá no lo sabe, pero tal vez su vida, su salud mental, dependa de ese bocado de helado que se acaba de meter a la boca, al contrario que la del hombre que, al parecer, depende de los resultados de su equipo de fútbol.

En la noche me entero que el partido quedó 5-2 a favor del Barcelona.

Me acuerdo de la pareja y compadezco a la esposa que quien sabe hasta cuándo se tendrá que aguantar la ira de su esposo.

lunes, 13 de enero de 2025

Natalia

Alguna vez, parece que fue en otra vida, utilicé Latinchat, una página web que salió a finales de los años 90. Me cautivaba la posibilidad de hablar con personas en otros rincones del planeta y, no puedo negarlo, hacerlo desde el anonimato. Este, considero, es uno de los espejismos que ofrece internet: Permitir Aparentar que eres alguien más; crear un personaje que no cuenta con esos rasgos propios que tanto detestas.

Pero volvamos al tema. Siempre me conectaba los miércoles en la mañana a un canal general. Un día vi a un usuario bajo el nombre de Natalia y le envié un mensaje privado.

Comenzamos a charlar y quedamos de vernos el siguiente miércoles. Llegó ese día y ahí estaba ella de nuevo y seguimos hablando-coqueteando de cierta manera el uno con el otro.

De forma tácita decidimos que ese día de la semana sería el de nuestro encuentro virtual, así que no había necesidad de ponernos citas, y cumplíamos con nuestro encuentro rigurosamente. No recuerdo cuánto tiempo duró esa dinámica, pero parece que fue por varios meses. Natalia, si no estoy mal, vivía en México.

Ahora que lo pienso, Natalia podría haber sido Ramiro, un cincuentón gordo que pasaba las mañanas en piyama bebiendo cerveza y tirado en un sofá, mientras se hacía pasar por Natalia, Patricia, Julieta, en fin, el nombre que se le ocurriera ponerse cada vez que entraba a chatear.

“En el chat todos tienen un nombre distinto al suyo y
unos deseos diferentes de los que declararían en su propio nombre”.
— La vida en las ventanas.

viernes, 10 de enero de 2025

Hacer el amor con otro

Son las 11 de la mañana y el sol se derrama con furia sobre el pavimento, como si quisiera acabar con todo. El sol del fin del mundo, pienso.

Me dirijo hacía un café mientras visualizó un capuchino con una porción de torta selva negra, chocolate, vino, red velvet, la que sea, y mi boca comienza a salivar. Cuando estoy a cierta distancia del lugar me parece que no lo han abierto. Desvío la mirada rápido y pienso que no es así, que miré mal o mi vista falló. Segundos después cuando estoy enfrente del local me doy cuenta de que era cierto: no han abierto. El dueño del café se llama David, un hombre de aspecto bonachón que siempre lleva una boina y chaleco a cuadros Por sus vestimenta parece que se equivocó de época, pues la suya debe ser los años 40. Mi teoría es que David tiene mucho dinero producto de una herencia familiar y tener el café es solo un pasatiempo, una manera de gastar las horas del día. Por eso se da el lujo de abrir tarde e incluso hay días en que no abre su negocio. Envidio su estilo de vida.

Y ahora qué, me pregunto. Decido ir a un centro comercial cercano que tiene un café, pero que tampoco es seguro encontrarlo abierto. Cuando llego al lugar desde lejos veo un aviso de neón con una taza de café que índica que el sitio está abierto.

Me acerco al mostrador y le pido un capuchino a la cajera. Le pregunto qué tiene para acompañarlo que esté fresco y le recalco que es de suma importancia que no me mienta. La mujer sonríe, baja la mirada hacia el mostrador, la vuelve a dirigir hacia mí y responde: “En este momento lo único que tenemos es galletas”. Me decanto por dos de Coco y la mujer dice que ya mismo me lleva el pedido a la mesa.

Al poco rato llega con la orden, y apenas deja los platos sobre la mesa, le doy un sorbo al capuchino y sabe bien. Pienso qué estará haciendo David en estos momentos, si apenas se está levantando de la cama o si sigue dormido.

También pienso en lo fácil que resulta traicionar un negocio si no está disponible en el momento en que lo necesitamos. En ese preciso momento los parlantes del local dejan escuchar una guitarra suave y al instante una voz ronca la acompaña: Amanecer con él a mi costado no es igual que estar contigo. Suena hacer el amor con otro de Alejandra Guzmán.

jueves, 9 de enero de 2025

Mejores amigos

Sabrina siempre presentaba a Marcos como su mejor amigo. Si se lo presentaba a un familiar que él no conocía, no tenía problema alguno en decir: “Te presento a mi mejor amigo”. Mejor amigo, ¿que querrá decir eso?, se preguntaba Marcos, mientras se sentía un poco incómodo al escuchar esa palabras, como si tuviera que actuar, de acuerdo al título, de una manera que desconocía.

Imaginaba que consistía en ser leal, estar ahí si ella lo necesitaba, escucharla, acompañarla a planes, y ese tipo de cosas. No es tan complicado ser mejor amigo, solía decirse cada vez que escuchaba la frase.

No eran uña y mugre, es decir, no se la pasaban de arriba para abajo todos los días y a veces duraban meses sin hablarse, pero cuando volvían a verse, después de largas temporadas en las que cada uno se ausentaba de la vida del otro, parecía que se hubieran visto el día anterior, así que se ponían al día en los temas que consideraban necesarios y él, creía, se seguía siendo ese mejor amigo.

Así había funcionado su amistad siempre, fluía de forma sencilla y sin complicaciones, digamos, o algún tipo de exclusividad. La forma en que se trataban se regía bajo el dictamen de Borges: “La amistad puede prescindir de la frecuencia o de la frecuentación.”

Ahora, Marcos no entiende porque Sabrina dejó de hablarle. Ha intentado contactarla, pero no coge el teléfono ni le devuelve las llamadas.

Supone que ella consiguió otro mejor amigo, o un novio en su defecto, y que al haber perdido ese puesto significa que incluso el simple título de amigo o conocido pende de un hilo, si es que todavía puede catalogarse de alguna de esas dos maneras.

Marcos piensa que la gente, esa masa amorfa de la cual hace parte, es extraña y que nunca, por más que queramos, terminamos de conocer a las personas.

También cree que no tiene que echarle tanta tiza al asunto, sino convencerse de que las amistades, por más sólidas que parezcan, se pueden acabar de un día para otro, y que si le preguntan por qué dejó de verse con Sabrina, porque sí es la mejor respuesta que puede dar.

miércoles, 8 de enero de 2025

Laura, la soñadora

Laura estudió derecho con un amigo. No eran muy cercanos, pero por algún motivo se habían conocido. Mi amigo me contó sobre ella y me dijo que me la iba a presentar porque a ella también le gustaba leer. Él tenía fe de que nos enredáramos solo por el hecho de que a ambos nos gustaba leer.

Ya no recuerdo bien como hablamos por primera vez, si fue en una salida en conjunto con mi amigo o él me pasó su teléfono; el caso fue que un día la llamé y quedamos en ir a tomar cerveza y comer algo. De ahí en adelante ese siempre sería nuestro plan: comer, casi siempre era sushi, y luego ir a un pub, pedir un par de jarras de cerveza y hablar hasta que nuestros temas de conversación se agotaran.

Hablábamos de libros, autores preferidos y de nuestras familias y nuestros sueños o metas por cumplir. También sobre su gusto por la escritura: años atrás Laura había tenido un blog en el que escribía todos sus sueños de forma detallada. Me contó que no tenía problema en recordar lo que soñaba a no ser de que se acostara muy cansada. Le dije que quería leer alguna de sus entradas, pero me respondió que ya había cerrado ese espacio virtual y que no había vuelto a escribir nada.

Me acordé de ella, porque leí lo siguiente en una novela: “Solía deslizar el dedo por los lomos hasta que alguno me llamaba la atención por su color, su forma o el sonido del título. Entonces lo abría y leía el último párrafo”.

Laura tenía un ritual algo similar y es que siempre que comenzaba a leer un libro, lo primero que hacía era ir al final para leer última palabra de la novela”. Le pregunté que por qué lo hacía y me dijo que por ninguna razón en particular, sino que era algo que se le había ocurrido hacer una vez y que luego se le volvió costumbre.

Por Laura conocí a Bolaño. Ella había leído los Detectives Salvajes y me contó que le había gustado mucho esa novela. Un día, antes de encontrarme con ella, pase por una librería y pregunté por ese libro, pero del escritor chileno solo tenían 2666. Era una edición costosa, en pasta dura, que me llevé a la ciega sin ni siquiera leer un párrafo de forma aleatoria. Fue una novela que me costó muchísimo terminar de leer porque los capítulos me parecieron eternos. Todavía sigo sin leer los Detectives Salvajes.

Después de un par de citas con ella,  traté de convencerme de que me gustaba y  también de intentar algo con ella más allá de una amistad, pero luego de un par de insinuaciones vi que no había interés alguno de su parte.  Luego nuestras salidas se comenzaron a espaciar hasta que dejamos de vernos.

martes, 7 de enero de 2025

Horror loci

Hace unos días en la entrada Taza de café hablaba, de una u otra forma, sobre cómo un cambio de residencia puede generar sensaciones de desarraigo.

Hace poco, leyendo el Substack de la escritora Beatriz Serrano, me encontré con el término horror Loci, que considero más apropiado para esa sensación que, a pesar de que ha menguado, aún experimento de forma fugaz.

Una investigadora cuenta que en el siglo I a. C. los romanos sufrían de horror loci, que se puede traducir como: asco por el lugar. Dice la mujer que viajaban con frecuencia al campo porque se aburrían de la ciudad para luego aburrirse del campo y volver a la ciudad, y caían en ese bucle incesante.

¿Y qué? pues lo mismo de siempre que uno nunca termina de estar satisfecho, y se piensa que siempre hace falta algo: una persona, un lugar, un trabajo, lo que sea. Qué agotador resulta vivir de esa manera, ¿acaso no?

Hablando de más, parece que Anaïs Nin no sufría de horror loci. En una entrada del volumen 5 de sus diarios,  cuenta lo siguiente cuando estaba en Acapulco. Lo dejo en inglés porque si lo traduzco pierde mucha fuerza:

“I have attained a state of being which is effortless, a flowing journey”

De eso imagino, se debe tratar en parte la vida, de ser como una corriente de agua que se va metiendo por cualquier recoveco, sin preguntarse si el camino tomado fue una buena o mala elección.